sábado, 18 de enero de 2025

El granito de arena

 EL GRANITO DE ARENA


A veces puede parecernos que sufrimos una pandemia de indiferencia, de tan extendida que está por doquier. Nadie se ocupa de nada ni de nadie, salvo de lo exclusivamente suyo, desentendiéndonos de todo aquello que no responde a sus particulares intereses. Cada uno debe atender a sus numerosísimos problemas, como para estar pendientes de los del vecino. Sin embargo, no siempre ha sido así. Podemos afirmar que lo específico del ser humano es que se ocupa, atiende, cuida y remedia las necesidades de sus semejantes. Por tanto, esa epidemia de indiferencia de los unos respecto a los otros, de desvinculación con los demás, que caracteriza a las sociedades posmodernas, podría incluso terminar acabando con lo más esencial y singular de nuestra especie, nuestra propia humanidad.

Es conocida la anécdota que protagonizó la famosa antropóloga Margaret Mead, cuando fue preguntada por un alumno suyo sobre el primer signo reconocible de civilización humana. Ella refirió con exactitud que ese vestigio fue encontrado en un yacimiento prehistórico en un esqueleto con fémur curado. Se trataba de un adulto que habiéndose roto la pierna en la juventud, no fue abandonado por el grupo, a pesar que debía ser alimentado por los demás sin que cazara, y en lugar de eso, se le alimentó y cuidó hasta su restablecimiento. Para el verdadero ser humano su semejante no es una carga, sino una responsabilidad, porque somos personas y nos hemos de prestar ayuda en cualquier ocasión que se preste. Demuestra, por tanto, este hallazgo, que entre nuestros antepasados humanos ya nos cuidábamos muy mucho de no desatender a los otros, reconociéndolos como valiosos en sí mismo y merecedores de nuestra implicación con ellos. 

Sería aconsejable que en la coyuntura actual, caracterizada por mucho adelanto tecnológico, pero escaso progreso ético, que los seres humanos superásemos las diferencias, el sectarismo cerval, el individualismo paralizante y la indiferencia, y procurásemos los unos y los otros el bien de todos. El papa Francisco a la nuestra como la sociedad del descarte. Nos resulta más sencillo, excluir al que precise ayuda, como si esa actitud fuese digna del ser humano.

Aunque desde altas instancias vemos como se permiten abandonar a su suerte al que le ocurre una adversidad, los que queremos ser consecuentes con nuestra humanidad no debemos desentendernos de las necesidades y problemas que afectan al resto de hombres y mujeres, cercanos o alejados de nuestra inmediatez. Que siempre nos interpele buscar el bien del prójimo tanto como el nuestro propio, al menos porque conservamos un mínimo de humanidad y un resto del pasado humanismo que siempre evidenció nuestro compromiso con el débil, el vulnerable, el afectado. Muy mal nos irá de aquí en adelante si los poderosos, propensos a aferrarse al poder, consiguen que permanezcamos desunidos y completamente a merced de sus frecuentes injusticias. Que no logren terminar por deshumanizarnos, por mucho que se empeñen en ello.

Qué bien nos ilustra el comportamiento de María en el conocido pasaje de las bodas de Caná. Ella está bien atenta a lo que ocurre, detecta la necesidad y se anticipa a solicitar a su Hijo que intervenga. No está dispuesta a dejar que los novios queden en mal lugar y los invitados a la fiesta tengan que terminar la celebración precipitadamente porque ya no les queda vino.

No hace mucho el cardenal D. Carlos Osoro insistía ante las situaciones no admisibles que identificaba: "Habrá que hacer algo", y era él el primero que trataba de poner remedio. Ayudar, intervenir, no es quedar bien o salir en la foto, es porque uno no puede quedarse de brazos cruzados o mirar a otra parte ante el sufrimiento de cualquier hermano. María no dudó en ayudar; Jesús iba remediando toda dolencia que encontraba sin dejar de atender a todos; a los miles de voluntarios anónimos que supieron las consecuencias de las recientes riadas, les faltó tiempo para acudir a prestar su ayuda.

Hay mucho que hacer. No se trata de convertir el agua en vino, que de eso ya se encarga el que convierte en vino en su propia sangre. Más bien consiste en intentar echar una mano, de ayudar en lo que se necesite, de colaborar. Si hay que quitar barro en Valencia se hace; si hay que hay que ceder el sitio a una persona mayor, se cede; si hay que recoger alimentos, se recogen; si hay que hacer compañía y sostener al que está triste, pues se acompaña; si hay que ser Provi en alguna ocasión o a diario, se hace y muy gustosamente, pues en todas esas acciones que lleves a cabo por humanidad y por amor desinteresado, serás tú el que estarás convirtiendo tus actos en el mejor de los vinos, el más selecto, con el que se brinda en el Reino de los Cielos.

Si te es posible aporta tu granito de arena, porque entre los granitos de arena de todos y cada uno tendremos, aquí en la tierra, un verdadero paraíso. No lo olvides. No dejes de hacerlo, porque seguirás siendo enteramente humano tú y tratando como humanos a tus semejantes. ¿Existe mayor belleza que esa? ¿Vamos acaso a dejar que nos arrebaten lo más característico de nuestra condición?

Siempre va a haber ocasión de actuar, de intervenir, de ir a socorrer. Solo hay que estar pendiente y disponible para aportar tu granito de arena. Escribió Gabriela Mistral este inolvidable poema El placer de servir:

Toda naturaleza es un anhelo de servicio.
Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco, sirve la flor, sirve la tierra.
Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú;
Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú;
Donde haya un esfuerzo que todos rehúyen, hazlo tú.
Sé tú el que aparte la piedra del camino,
el que ponga fin al problema,
el que ponga luz donde los demás perdieron esperanza,
el que salpique gozo en los corazones tristes.
Pero qué triste sería el mundo si todo en él estuviera hecho;
si no hubiera un rosal que plantar,
un niño que peinar,
o una misión, o una empresa que emprender.
Tenemos en nuestra mano la hermosa alegría de servir.
No caigas en el error, de que sólo se hacen méritos con los grandes trabajos;
hay pequeños servicios que nos hacen más humanos:
ordenar una mesa, ordenar unos libros, peinar una niña.
Aquel que critica, éste es el que destruye,
tú sé el que sirve.
El servir no es faena de seres inferiores.
Dios, que es el Creador y la luz, sirve.
Pudiera llamarse así: “El que Sirve”.
Y tiene sus ojos en nuestras manos, y nos pregunta cada día:
¿Serviste hoy? ¿A quien?
¿Al árbol, a tu amigo, a tu madre?

2 comentarios:

  1. Como suma a nuestro granito de arena está en enseñar a diario, con nuestros actos y nuestras palabras, a los más jóvenes. Ya sea en nuestras familias o en nuestra profesión. Sin duda son generaciones que viven tiempos muy complicados y aún así han dado muestra de solidaridad y empatía. Confiemos en ellos, mostrémosles el camino, facilitémosles los valores que les ayuden a entender por qué el humano es humano. Y esto es carácter básico de ser Provi. Me ha encantado el poema y la reflexión. ;)

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  2. Muchas gracias, MCJ. Efectivamente, tenemos una gran tarea en la que cada uno de nosotros puede aportar su granito.

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