SIN VUELTA ATRÁS
Resulta sorprendente que sea en las paradojas en donde se encierren las grandes verdades. Lo que parece romper la lógica del modo acostumbrado de pensar, es lo que posibilita una manera más lúcida de entender el mundo y sus misterios. Porque frente a la comodidad de limitarse a lo ya sabido, sin plantearse críticamente nada, y sin atreverse siquiera a mantener un mínimo pensamiento crítico, todo buscador descubre que hay razones comúnmente asentadas que nos llevan a caminos sin salida. Así es que, salvo que uno opte por un pensamiento creativo, paradójico y personal, acaba limitándose al constructo de representaciones dadas, pero no por ello, suficientes. En este sentido, podríamos decir que lo mismo que nos limita, si logramos superarlo, puede ser al mismo tiempo el trampolín que nos permite avanzar.
Acertar a pensar lo impensable, a decir lo indecible, resulta tremendamente difícil sin recurrir a la expresión poética o al cortocircuito que provoca la paradoja, logrando que escapemos de lo meramente evidente. Pero es que sin estos mecanismos, andaríamos siempre en el mismo terreno trillado y careceríamos de toda posibilidad de atisbar algo más allá del muro de lo consabido. De ahí que dentro del mundo budista zen, para facilitar la comprensión espiritual de la realidad, su sustrato más profundo, se empleen los koan o sentencias enigmáticas que tan solo se descifran desde una lógica ilógica. Puesto que si nuestros sentidos a veces nos engañan, no menos lo hace también el pensamiento apresuradamente racional por donde se nos cuelan, además, los más burdos prejuicios.
Sin más dilación, entramos en lo que nos ocupa. Hemos llegado al final de este periodo de Cuaresma. Si hemos hecho bien el trabajo requerido, habremos recuperado cierta visión para que resplandezca la verdad que paradójicamente se encuentra en los acontecimientos que celebramos. Comenzamos ya la Semana Santa con el Domingo de Ramos. En él, además de las procesiones y de las palmas, hemos de descubrir a todo un mesías aclamado por el pueblo, que entra triunfante en Jerusalén montado en una borriquita. ¿Es o no es el mesías esperado? Los sencillos lo reconocen como tal, porque han visto y oído su manera de desvivirse por todos; otros, en cambio, los poderosos, también lo esperan, pero para sentenciarle cuanto antes, para poder seguir manteniendo su puesto privilegiado y evitar que nada sufra cambio alguno. Son los que siempre miran solo por sí mismos, y no les importa que sean los otros los que paguen el precio que sea. Jesucristo es justamente la figura contraria.
Cristo, sabe a lo que viene y lo que le espera; sabe que ahora sí que ha llegado su hora, y que le están esperando con aviesas intenciones. Sin embargo, ese fin que le espera no logra detenerle. Es preciso que el siervo sufriente no se reserve para sí mismo la vida, sino que la entrega para darnos vida; es preciso que muera para dar muerte a la muerte. Es preciso que así sea, según las Escrituras, y se logre por medio de su sacrificio la salvación para todos. Y aquí no caben medias tintas, es el que siendo Dios se hace hombre, el que nos hace a los hombres divinos. Desde ahora, en esta vida mortal nuestra subyace una semilla de inmortalidad que nos permite vivir eternamente en el amor. Sí, paradoja tras paradoja, y luminosidad que excede nuestro estrecho modo de entender, sin las luces de largo alcance que redimensionan la oscuridad.
Y es que para reconocer al mesías triunfante, que en unos pocos días va a dar con sus huesos en el cadalso de la cruz, hace falta tener ojos para ver, y oídos para escuchar. Y este requisito ni era muy frecuente hace dos mil años, ni tampoco lo es ahora. Entrever con todo el ser este misterio paradójico del Salvador crucificado, es superar las limitaciones de un pensamiento reductor y cortoplacista, para adentrarse en la comprensión que da la fe. Seguramente la tan cacareada IA, con todo su potencial, aún no sea capaz de ese creer creando y crear creyendo de que el ser humano es capaz de Dios, de un Dios no a imagen y semejanza del hombre, sino de un Dios que se despoja de todo poder y se deja la vida amando. ¿Simple paradoja o acontecimiento salvífico y paradójico?
Una vez que Jesucristo entra en Jerusalén ya no hay vuelta atrás. Una vez que uno entra en ese modo de entender, y entendernos, a la luz de este misterio pascual, tampoco hay vuelta atrás. La verdad se hace humana y está en lo más hondo del ser humano esperando ser reconocida.
Vamos a seguir, pues, con Jesús, que entra ya humildemente en la borriquilla, sin posibilidad de marcha atrás a vivir con él, y con María, los apóstoles y sus discípulos todo lo que va a ocurrir en estos días. Por eso es santa esta semana, porque lo que vivimos nos capacita para ser santos, no por méritos nuestros, sino por la entrega incondicional y amorosa de Nuestro Señor. No hay vuelta atrás ya estamos inmersos en un tiempo de gracia extraordinario que nos conduzca, desde la experiencia de adhesión a Cristo, a la resurrección.
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