Hemos venido celebrando en estos días de Semana Santa la pasión del Señor, que da la vida por nosotros, porque tiene un amor tan grande por los suyos que nada se reserva de su vida, que todo lo entrega por amor al Padre y a nosotros los hombres. Hemos permanecido cerca de Él en oración y sintiendo con Él, participando así de su pasión.
Pero hemos visto, al igual que los discípulos -a los que Jesús llamó amigos- que todas las expectativas que habíamos puesto en Jesús de Nazaret acaban en un rotundo fracaso: muerto y desfigurado en la cruz entre malhechores como uno más. Sin embargo, tanto en la vigilia pascual como en el Evangelio del Domingo de Resurreción, que se nos narra algo totalmente desconcertante: el sepulcro donde habían puesto su cadáver hasta después del sábado está vacío. No está el cuerpo del Señor ¿Se lo habrán llevado? ¿O es que ha sucedido otra cosa distinta? En la postura que cada uno de nosotros tomemos ante esta evidencia que nos narran sus testigos, nos lo jugamos todo. ¿Quién es Jesús? ¿Fracasó o triunfó? ¿Es verdad que resucitó como nos cuentan los Evangelios? ¿Creo en Jesús muerto y resucitado?
Como hizo al principio el discípulo amado podemos quedarnos fuera del sepulcro vacío y sin entender o podemos adentrarnos en el verdadero misterio de la resurrección de Jesucristo, Nuestro Señor. ¿Te atreves a dar el paso, a reconocer que en Él se cumplen las Escrituras? ¿Te arriesgas a creer en el Resucitado? Porque si entras adentro, si crees que todo lo que Él mismo profetizó sobre su muerte sacrifical y su resurrección es totalmente cierto, entonces no es vana tu fe, no es vana tampoco tu vida, porque Él es el Hijo de Dios que ha pagado con su vida el rescate por ti; si crees, entonces Él es verdaderamente el Camino, la Verdad y la Vida, y ya nada puede seguir siendo igual. El amor con que Él vivió triunfa y triunfará por encima de todo, por encima de todo mal, porque Él es el amor inmenso del Dios que es totalmente amor.
Entra, pues, dentro, no te quedes fuera dudando, porque toda su vida Jesús trató de enseñarnos a creer en él, a mirar de otra manera, a amar de otra manera, a vivir de otra manera, a confiar por encima de todo en la voluntad del Padre. No puedes quedarte fuera del sepulcro vacío y de la resurrección de Jesús, tienes que pasar con los discípulos, creer en el Nazareno, porque solo Él tiene las palabras de vida eterna que reconoce tu corazón.
Si tú también entras con Juan y con nosotros, y reconoces que Cristo ha resucitado, entonces también descubrirás que hoy es el día en que actuó y actúa el Señor, y por tanto hoy, frente a todo pronóstico, la muerte ha sido vencida para siempre, y Cristo ha sido glorificado y desde ahora es juez de vivos y muertos por los siglos de los siglos.
Si Cristo ha resucitado como proclaman sus discípulos y nosotros creemos, entonces Él vive y está presente en nuestras vidas, nos acompaña, nos escucha, nos consuela, y aquí ahora va a ser compartido como nuestro pan del cielo de cada día.
Sí el Domingo de Resurrección fundamenta todos los domingos del año es porque es el día en que el Señor resucita de entre los muertos para transmitirnos su vida. Por eso hoy iniciamos el tiempo de pascua: cincuenta días para celebrar este triunfo sin igual que nos conducirán hasta la fiesta de Pentecostés.
Desde hoy tenemos que realizar un proceso que nos va a ir llevando de la fe en el Resucitado, sostenida en el testimonio veraz de sus cercanos, y en la evidencia del sepulcro vacío, hasta una participación cada vez más real en la muerte y resurrección de Jesús, Nuestro Señor; un proceso para dejarnos llenar más y más de esa nueva vida que surge de Él y que todo lo hace nuevo. Esa luz que se originó en la vigilia pascual y hoy arde en nuestro cirio, es la luz nueva que ha prendido también en nosotros los cristianos para quemar lo antiguo e iluminar nuestro camino de fe y discipulado. Hagámonos fieles discípulos suyos, que oyen su voy y siguen sus pasos. Que esa fuerza de la resurrección nos lleve a vivir más en la cercanía de Jesús resucitado, rezando con Él, por Él y en Él al Padre: Que esa fuerza sin igual de la resurrección nos permita vivir verdaderamente sirviéndonos mutuamente en nuestra comunidad cristiana, y allí donde cada uno de nosotros tenga que realizar su misión. Y que esa fuerza imparable de su resurrección nos ayude a salir a comunicar la alegría del Evangelio. Porque hoy ha resucitado, verdaderamente ha resucitado y nosotros participamos de su triunfo.