sábado, 23 de diciembre de 2023

Estrellarse

 ESTRELLARSE


Pocos son capaces de mirar hacia arriba y quedarse prácticamente embobados y cautivados por la suma grandeza del cielo. Cada vez somos menos los que quedamos sobrecogidos ante la inmensidad admirable del firmamento que se despliega sobre nuestras cabezas mostrándonos lo que es él y a la vez lo que somos nosotros. Sin embargo, contra viento y marea, bien pudiera ser que pocos espectáculos sean más dignos de contemplar con serenidad y sin prisa alguna que la bóveda celestre estrellada. Me viene a la memoria un pasaje leído, y nunca olvidado, de Las memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, en el que nos cuenta como Adriano pasó toda una noche en vela contemplando las estrellas, y recuerda que fue una de las más hermosas y felices noches de toda su vida de emperador. Qué paradoja, pues de lo que confiesa haber disfrutado más es aquello que cualquiera puede experimentar con tan solo ser emperador de sí mismo: el misterio cautivador de la belleza de cualquier noche. ¿Quieres emociones fuertes? Estréllate ante lo inefable de tantos astros suspendidos y en perfecta armonía, lejanos, sí pero no desconectados.

Es cierto que como vivimos sumidos en la prisa y la ansiedad, como vivimos medidos de llenos en ciudades con cada vez más contaminación lumínica en calles y plazas, o porque simple y llanamente vivimos más pendiente de las pantallas luminosas que de la pura realidad simple y a la vez sorprendente, pues casi nadie se dedica prácticamente a contemplar el firmamento sin más, como quien pasea junto al mar olvidándose por unos instantes eternos de cualquier otra distracción, salvo los privilegiadísimos astrofísicos, los pocos fareros que queden todavía o pastores trashumantes. Y es que como no andemos con cautela, el tiempo termina devorándonos en lugar de ser el acantilado que nos permita disfrutar de una posibilidad privilegiada para solo ser y sentirse parte de este gran cosmos silente donde es posible que el mismísimo Dios nos haga un guiño y nos deje estupefactos de por vida

¡Qué hermosa puede ser la noche, y qué dichosa! ¡Qué clara y resplandeciente para el que se deja iluminar por el inmenso misterio en el que nos sentimos inmersos! Pero muy especialmente esta noche en que todo parece adquirir un tinte sacro. Es Nochebuena, todo nos habla de la gloria de Dios; todo se nos llena de ese Dios que se manifiesta y que apenas es descubierto. Este Dios amante que nos nace aquí en la tierra hostil de los hombres que aún no han aprendido siquiera a ser auténticos hombres; este Dios sutil que nos renueva la esperanza de que la historia -al menos la de cada uno- transcurra por otros caminos, con otros anhelos, con otras formas, sentidos y motivaciones. Sí, por eso esta noche es radicalmente distinta; cómo para perderse en los ajetreos y agobios de celebraciones que ignoran hasta lo que las está motivando.

Y es que esta es una noche perfecta, no para estrellarse contra la dura realidad del materialismo en que nos hemos instalado, sino bien al contrario, para estrellarse de maravilla y asombro, porque nunca estuvo el cielo tan estrellado ni tan cerca de la tierra, nunca Dios y el hombre se han aproximado tanto como la noche sagrada en que nace Dios, sí en la que el Eterno se hace menudo y sujeto al tiempo y al frío. Por eso ese niño que duerme en el regazo de María nos ha traído el cielo a la tierra, y por ello brillan así de alegres y con esa melodía las estrellas todas del firmamento, y uno, a poco que se lo proponga puede también estrellarse y quedar sobrecogido de emoción. ¿Puede el corazón del hombre aún aguardar tanto prodigio? ¿Puede aún ser capaz de asombro?

Si Él se hace pequeño, aprendamos también nosotros a hacernos pequeños y sencillos, solo así podremos ser capaces de contemplar lo más grande. Vayamos al portal y contemplemos allí en el pesebre a Dios entre pañales. Callemos perplejos, adoremos, cantemos, riamos, agradezcamos, pues hoy sí está fundada nuestra dicha, pues nunca en la tierra puede haber brotado tanto amor, un amor por todo lo humano y que a su vez nos humaniza y diviniza a nosotros.

Sí, esta noche es sagrada solo si sabes también dejar hacerte sagrado tú por su presencia entre nosotros. Recíbele en tu inocencia, cédele el puesto central en tu ser y serás Navidad con Cristo dentro. Préndete, brilla, estréllate, hoy ya el mundo está más lleno de Dios.

EL COLEGIO SANTA MARÍA DE LA PROVIDENCIA OS DESEA

FELIZ NAVIDAD



sábado, 16 de diciembre de 2023

Ser o no ser

 SER O NO SER


No vamos a tratar de Shakespeare, ni tampoco de su famoso personaje trágico Hamlet, más bien de lo contrario a la tragedia, de la alegría y el entusiasmo vital. Aunque sí que hemos tomado de dicho personaje su conocidísima disyuntiva: "ser o no ser, he aquí el dilema". Porque, lo quieras o no, todos y cada uno de nosotros nos vemos obligados o a vivir, ser y propiciar autenticidad con lo que somos, o, por contra, a hacer de nuestras vidas una lamentable farsa inconsistente, que no permite sacar lo que es -aunque haga las veces de serlo-, es decir, a llevar una vida decorado que en realidad no convence prácticamente a nadie, ni siquiera a uno mismo.

Cuestión esta verdaderamente transcendental y nada baladí de ser o no ser, pero sin embargo ¡cuánta irrealidad y cuánto engaño! ¡Cuánta apariencia y cuánta traición autoinfligida! Bastaría con ser o no ser de veras y con valentía, pero no fingirlo, sino cumplir y aceptar lo que uno quiera que sea. ¿De verdad a alguien le puede satisfacer la mentira? ¿De verdad la impostura sirve de algo? Tal vez las consultas de los terapeutas, y no tanto los libros de autoayuda, sean el lugar más adecuado para los que se han hecho alguna vez trampas a sí mismos.

Y mientras tanto va llegando la Navidad; parece que ya está a la vuelta de la esquina. Si uno se pone a calcularlo, nos quedan apenas unos días lectivos, y llegarán la Lotería, las vacaciones, y entonces irremisiblemente todos nos ponemos en modo fiestas de Navidad. Es decir, quieras o no, te apetezca más o menos, toca ser feliz o al menos aparentarlo, porque en Navidad, sí o sí, hay que estar felices y contentos, y comer perdices o lo que sea, porque es lo que toca. ¿Qué no te ves feliz del todo? No pasa nada, se maquilla un poco la situación, la cara, la indumentaria, la expresión o lo que haga falta y a forzar que eres banalmente feliz, tanto como cualquiera, pues no vas a ser tú menos. Y volvemos a lo mismo ¿ser o no ser aceptablemente feliz con lo que uno está siendo y viviendo?

Nuestro admirado escritor José Luis Martín Descalzo titula una de sus obras "Razones para la alegría" (ya de paso aprovecho para recomendar este libro como buen regalo navideño). Y es que tal vez o se decide ser uno mismo siendo alegre y sabiendo ser feliz, y para ello hay que hacer todo un trabajo de análisis y mejora de quién quiere ser uno, o, al final, no sabremos ni lograremos ser felices por más y más que tengamos. Desconozco si alguien ha llegado a publicar un libro titulado "Razones para la tristeza", pero si así fuese, también sería bueno ver cuáles son esas razones y esos motivos, pues puede que tengan que ver con frustración y falta de aceptación, aunque también se me ocurren otras de mucha enjundia.

Tradicionalmente este tercer domingo de adviento es conocido como domingo "Gaudete", esto es, alégrate. Vamos, que la Iglesia, más por sabia que por santa, nos exhorta a que saquemos hacia afuera ese derroche de alegría cristiana que llevamos dentro ¿O es que acaso no se nos nota? ¿Pero por qué? ¿A cuento de qué hemos de estar alegres con la que está cayendo por aquí, por allá y por acullá? Pues tal vez sí, porque ella, la Iglesia, nos hace mirar no al desastre en que vivimos sumidos, sino justamente a reconocer lo grandioso que de manera extremamente discreta puede llegar a suceder en medio del desastroso devenir.

El Adviento nos predispone a aclarar la manera en que hemos de mirar lo cotidiano para reconocer lo secreto, lo oculto, lo que se nos pasa desapercibido justamente porque precisa de nosotros una agudeza y sensibilidad nada habituales. Aunque lo tengamos delante de nuestras narices, enfrente, o en nuestro interior, parece que nos cuesta una enormidad reconocer lo no usual, dar verdadero valor a aquellas realidades espirituales, las más radicales y profundas, pues nos basta y sobra con la complejidad de lo superficial. Al final unos y otros estamos desbordados por completo con problemas y cargas, por lo que vamos cediendo poco a poco y terminamos confundiendo lo urgente con lo importante. Pero para eso viene el Adviento y nos susurra un modo de ser y estar mucho más centrado en lo que somos desde dentro, a prestar atención a esa acción maravillosa de Dios en nuestras vidas.

Las lecturas de este domingo ciertamente son para alegrarse, porque el que anunciaba el profeta Isaías, el que lleno de Espíritu viene a liberar al hombre de todo sufrimiento, el Salvador esperado se nos hace presente y nace aquí, en lo remoto y escondido, en lo menudo y humilde, en lo cierto y auténtico, y su luz es capaz de disipar y vencer toda tiniebla, interna y externa. Sí, es posible, San Juan el Bautista tampoco lo duda, él no es, pero viene el que sí es, y por ello San Juan es "la voz que clama en el desierto". ¿La escuchas? Si ni siquiera en el desierto eres capaz de escuchar atentamente la voz de Dios que clama en tú interior, no lograrás ser tú plenamente y esa luz prodigiosa y sagrada no prenderá en ti; pero si prendiese, ya la alegría inmensa que estalla y se expande por todo el universo, esa que encuentra eco en tu corazón, esa que nace en Belén y se propaga y que logra que cualquier lugar participe del singular nacimiento de Dios entre nosotros.

Y nos dice hoy San Pablo: "Estad alegres" porque si vivimos consagrados a ser según el Espíritu y viviendo para amar y realizar el bien, todo, absolutamente todo, poseerá sentido y sobrecogedora belleza. Si quieres y se lo permites, las promesas de antaño que se cumplieron a su debido tiempo, se seguirán cumpliendo y puedes esperar lo inesperable, porque una vez más sabes de quién te has fiado.   



sábado, 9 de diciembre de 2023

Tirar la toalla

 TIRAR LA TOALLA


Se decía hace tiempo que los jóvenes actuales se frustran con facilidad, que como se lo han dado con suma facilidad, a cambio de ningún esfuerzo o logro, cuando no consiguen lo que quieren, se frustran mucho, y, airados o desanimados, no ven otro camino que tirar la toalla. Supongo que como en toda afirmación genérica habrá un gran margen de error, y que por tanto, dentro de nuestros jóvenes actuales tendremos de todo, unos que se frustran a las primeras de cambio y otros que, aunque les fastidie no lograr a la primera lo que se proponen, persisten en el intento a ver si en algún momento lo acaban consiguiendo. Esta diversidad de posibles actitudes ante el fracaso ha debido de darse en todo tiempo y lugar, aunque eso sí, cuando desde bien pequeño se ha tenido que luchar para sobrevivir, había que renunciar a casi todo y arremangarse para aportar, parece que el músculo del tesón sí que se desarrollaba bastante más que cuando uno se acostumbra a que se lo den ya hecho..

Y un poco nos puede ir pasando a todos, los jóvenes y los no tan jóvenes, pues hasta el más pintado pasa por momentos de bajada de ánimo, es decir, de bajón, porque aunque hagas todo lo posible, la realidad, más dura y terca que el diamante, es poco proclive a escuchar y concedernos nuestros sueños y deseos. Tampoco pedimos tanto; pero nada, que nos damos de bruces con unas circunstancias poco favorables. Ahora bien, como dijimos anteriormente, unos tirarán la toalla, mientras otros se crecerán y darán aún más de si por salirse con la suya.

Si uno mira la cruda actualidad de frente, pues lo normal es que o se ponga a llorar o salga huyendo por dónde buenamente pueda. ¡Qué poco halagüeño es el momento histórico que nos ha tocado vivir! Aunque es posible que ningún otro momento haya sido un jardín de rosas desde aquella ocasión en que por mordisquear un poco una manzana, fuimos expulsados sin contemplaciones del Edén para el que estábamos originalmente hechos. Desde entonces, entre unas cosas y otras, no hemos levantado cabeza: pobrezas y miserias, robos, discordias, enfrentamientos, guerras, pandemias, injusticias, atrocidades... 

Es decir, lo de menos fue la controvertida cuestión de la manzana, lo más grave estaba por venir. Y en esas estamos todavía, pues bien mirado que aunque se nos llene fácilmente la boca de proclamas espléndidas sobre el progreso, los derechos y el bienestar, seguimos poco más o menos en lo mismo: nuevas pobrezas y miserias, nuevos robos, nuevas o antiquísimas discordias, enfrentamientos, guerras, pandemias, injusticias, atrocidades. Más de lo mismo; lo de siempre. ¿Cómo no nos van a entrar ganas de tirar la toalla definitivamente?

Sin embargo, hoy, como siempre, más que nunca no solo no hemos de desistir, de desanimarnos y tirar la toalla; todo lo contrario, hemos de liarnos la manta a la cabeza y clamar ante lo que pasa. Esa voz que clama en el desierto, pues aunque estemos solos, aunque seamos pocos y pintemos aún menos, lo único digno que podemos hacer es rebelarnos, alzar la voz y anunciar con todas las consecuencias esa palabra profética que denuncia y anuncia.

Pongámonos a trabajar ya en serio por ese cielo nuevo y esa tierra nueva deseada y vislumbrada ya por los profetas del Antiguo Testamento. Vistámonos con piel de camello o con cualquier otra indumentaria, pero hemos de reclamar ese mundo contrario al que nos siguen llevando los poderosos. No nos acomodémonos a este mundo materialista y superficial que está hecho contra el ser humano. Sabemos que Dios va ha realizar una intervención definitiva que permita seguir luchando esperanzados por salvar al hombre de toda opresión y pecado, ya sea externo o interno, pues hemos sido creados para el amor y por el Amor. Nada puede apagar esa inmensa luz que llevamos dentro. Esa inmensa y frágil luz que nos anima a no desistir, a no tirar la toalla, sino a esperar activamente al Salvador que viene. Preparémonos ciertamente a acoger su venida.

Esta es la misión fundamental del Adviento: tomar aliento, hacer sitio despojando de nosotros todo lo que no sea auténtico y favorezca la venida de Jesucristo. Reilusionémonos, es posible, es verdad, va a pasar, al menos en uno mismo, pero por algo se empieza. No misnusvaloremos la fuerza, el sentido y el poder de lo pequeño, pues justamente en lo pequeño, lo sencillo, lo humilde y lo discreto es donde actúa portentosamente el Altísimo. Dejémonos hacer por Él. Esta es la tarea del Adviento, ni más ni menos, como para tirar la toalla cuando puede producirse lo mejor, lo esperado a la vez que inesperable.

Esperemos y no desesperemos, escuchemos y escrutemos su palabra, Él llega, aunque el mundo no esté dispuesto nuevamente a recibirle, pero tú sí. Todo lo hará nuevo y podrás descubrir esa tierra nueva y ese cielo nuevo en el que tienen cabida Dios y el hombre.   







sábado, 2 de diciembre de 2023

En un cerrar y abrir de ojos

 EN UN CERRAR Y ABRIR DE OJOS


En un solo instante y sucede, apenas dura un cerrar y abrir de nuevo los ojos y ya está, todo ha cambiado, ha ocurrido algo que todo lo ha vuelto diferente. Puedes estar mirando al cielo embobado esperando que surja esa estrella fugaz, te permites un parpadeo, y ya te lo has perdido, porque la estrella fugaz es eminentemente rauda y veloz en su ígnea caída precipitada. Todo el tiempo infinito del universo, enormes distancias siderales, y sin embargo, todo sucede súbitamente, en un ya que se pierde de nuevo en la inmensa vastedad del universo. O lo ves o te lo pierdes. O estás ahí ,y lo vives en vivo y en directo, o ya llegaste tarde, aunque solo sea por el desliz de un brevísimo parpadeo.

Uno de los mejores novelistas de la primera mitad del siglo pasado, Stefan Zweig, examinando la gran maestra que es la historia, supo reconocer que todo puede cambiar de una manera imprevista en un solo momento, en una simple decisión, y así lo cuenta en su famoso libro Momentos estelares de la humanidad. Y si es esto así ¿Quién puede estar suficientemente atento para percibirlo? ¿No nos hará falta un sexto sentido para estar en el momento y lugar indicado para no perdernos el comienzo de esa transformación?

Otro grande de la escritura, Umberto Eco, del que acaso hayamos ya hablado, en La isla del día antes, plantea como el protagonista se encuentra geográficamente justo en la zona que cambia la franja horaria;  si permanece en el barco es ya el día siguiente, mientras a pocos metros, ya en la isla es todavía el día anterior. Efectivamente, hay un cambio importante, pero también solo pequeños presentes de un proceso.

De igual manera la semana que dejamos es ciclo litúrgico A, pero de la noche al día se ha producido una alteración oficial que apenas hemos notado, a partir de ahora, y en todo lo que queda de año, ya estamos en otras coordenadas, nos encontramos ya en el ciclo B. No solo hemos cambiado de evangelio, pues seguíamos a San Mateo, y ahora por contra a Marcos, sino que hemos reiniciado nuestro itinerario espiritual. Como cada uno de nosotros al cumplir un año más, ya se nos va notando el peso de la experiencia, y por tanto, se supone, que también hemos ido madurando. ¿Habremos de verdad logrado avanzar aunque solo sea un pequeño tramo en nuestro camino de madurez cristiana? ¿Se nos nota?

Pero si terminamos cayendo en la cuenta de mantener viva la espera del tiempo final, del final de los tiempos, justamente empezamos aludiendo a la espera como actitud fundamental del discípulo. ¿Qué hemos de esperar? ¿No hemos empezando diciendo que si esperas con el corazón anhelante de dejas de escudriñar el firmamento?

Pues sí, empezamos el tiempo de Adviento. Hemos de despertar de la modorra infinita en que nos vamos poco a poco sumiendo. Como un niño recién nacido que está ávido de aprendizajes, así hemos de recomenzar de nuevo nosotros. Atizar las brasas de la fe, la esperanza y la caridad (si es que no se nos apagaron ya definitivamente) para vivir en llamas de amor vivas. Vivamos atentos y expectantes del cielo y de todo cuanto pase bajo el cielo. Cada momento es digno de ser vivido con suma atención, pues ese cambio drástico e imperceptible en nuestra historia puede acontecer y que nos pille con el telón de los párpados echados.

Sí, algo enorme e insólito -y a la vez tremendamente discreto- va a ocurrir, y ya pronto. Que no te encuentre ni en la isla del día de antes ni en la del día de después. Sincroniza tu corazón con ese anuncio que ya viene por el cielo y que tan solo pudieron reconocer y seguir tres magos astrólogos. Mira las estrellas, mira lo que brilla o ha de brillar (que no son precisamente las luces de neón led de las plazas, calles y escaparates de tantas poblaciones). Eres capaz de intuir y aventurar lo que ya esperamos que pase. Lo singular, lo extraordinario está bien próximo, y como no hagas el camino del Adviento, te lo perderás.

Por ello, Jesucristo nos despierta hoy con una exclamación rotunda: ¡Velad! Aguardad, va a ocurrir una intervención definitiva en la vida de la humanidad: el Dios omnipotente, omnipresente y omniabarcante, se encarna y hace hombre. ¿Que se sale de toda lógica humana? Por supuesto, aún mucho más que esa estrella fugaz, pero solo si sabes mirar descubriendo la verdad y la belleza cautivadora del misterio, por encima de una racionalidad a veces demasiado reductora.   

Ni parpadees, escruta el cielo estrellado, pon toda la ilusión de que eres capaz, y toda la confianza que puedas. No te adormezcas, vela, espera con corazón alegre. No hace falta que pienses tu pequeño deseo, porque uno mucho más grande, en verdad inmenso e impensable, se nos va a cumplir.

¡Ponte ya en modo Adviento! ¿A qué esperas?