sábado, 24 de febrero de 2024

A fuego lento

 A FUEGO LENTO


De poco a nada bueno sirven las prisas, a pesar de que casi todo lo realicemos a toda prisa y a la remanguillé. Como si lo que importase es cumplir con el trámite y pasar a lo siguiente, y de esto a lo que vaya viniendo y así tratar de impedir que el exceso de tareas nos termine sobrepasando. El problema es que según nos vamos quitando de asuntos pendientes, entran otros tantos más, y continuamos con el agobio incesante e imparable. Y así vamos tirando, apagando uno tras otro los innumerables fuegos urgentes que surgen.

Pero los mayores y los sabios saben que el secreto de cualquier faena bien hecha consiste más bien dar en dar tiempo al tiempo, no precipitarse, no adelantar acciones precipitadamente, sino saber esperar con paciencia, es decir, sin prisa, pero sin pausa. Tal vez por ahí hemos de ir aprendiendo el secreto de la serenidad y la bendita parsimonia.

Y así, sin aceleramiento alguno, ya estamos en el segundo domingo de Cuaresma. Vamos a dar por supuesto que ya hemos empezado a tratar de vivir de manera acorde -es decir, según el corazón- con los tiempos en que estamos insertos, o al menos con los tiempos litúrgicos que la Iglesia nos va proponiendo para nuestro crecimiento en la fe y en la vida, y que, por tanto, a fuego muy lento se ha iniciado ya ese proceso cuaresmal en nosotros. Proceso de conciencia y conversión, proceso personal de mejora y evolución, proceso comunitario de vuelta a Dios. Por ello, si el domingo pasado se nos invitaba a salir de la comodidad y marchar al desierto, este domingo se nos pide seguir avanzando, eso sí, a fuego lento, pasito a pasito, sin prisa, pero sin pausa, para que no se detenga el proceso cuaresmal.

Adentrarse en el desierto, como ya quedó dijo, cuesta lo suyo, y es en verdad bien arriesgado; pero hoy toca, además, subir a la cima de la montaña. Está visto que a este Dios nuestro no le gusta que nos quedemos fuera de juego, a verlas venir, sino que la vida brote en nosotros sin cesar. Será porque es un Dios de vivos, y no de muertos vivientes, los que se han desvinculado ya de todo interés y motivación, los que solo saben lamerse las heridas y lamentarse, pero que no piensan cambiar nada de sí: los tibios, los indiferentes, los que no apuestan por el amor transformador. ¿Quieres ascender cuesta arriba hasta la cumbre de la montaña que se nos pone delante o mejor continuarás apoltronado sin siquiera divisar la cordillera que está ante tus ojos? Tú sabrás lo que quieres hacer con tu vida ¿Te animas a iniciar el ascenso o renuncias a la subida?

En el libro del Génesis se nos cuenta que Abrahán, aunque ocupado en numerosas tareas y responsabilidades, no dejó de hacer algo de desierto para seguir escuchando esa voz imperceptible de Dios que mana en lo profundo de nuestro espíritu, y allí descubrió que el amor es sobre todo renuncia, pero no renuncia a lo superfluo, sino renuncia a lo esencial, de lo contrario es sucedáneo de amor. Y es que solemos considerar que amar es poseer, tener y tener, satisfacer nuestros deseos y necesidades, pero apenas esa manera de amar es salir de uno mismo y de sus propias satisfacciones. Pero el amor, según saben los que de verdad han sabido lo que es el amor es salir de sí, renunciar y darse, es decir no poseer ciegamente, sino entregarse y sacrificarse por el bien de quien se ama, y además hacerlo en segundo plano, no buscando reconocimiento alguno. Posiblemente muchas madres tengan algo que opinar al respecto.

Pues ahí vemos a Abrahán, dispuesto a ascender la montaña tremenda de su propio sacrificio, pues incluso se siente impelido a renunciar a lo que más amaba, a lo que daba consistencia a todo para lo que había vivido: la vida de Isaac, su propio hijo. Sin embargo, Dios no le va a pedir que lo lleve a cabo, es Dios el que renuncia y se sacrifica a sí mismo en su propio Hijo, por un amor impensable a nosotros, sus hijos. 

Esa es la montaña que hemos de subir para encontrarnos con el Dios vivo, el de la zarza ardiente, el que nos consume a fuego lento sin llegarnos a consumirnos; esa es la montaña transformadora que tenemos delante como reto y como oportunidad, la de la renuncia a todo lo que somos para que Él sea todo en nosotros; ese es el monte Tabor por el que toca ir ascendiendo esta Cuaresma (y seguramente toda nuestra vida) para ser enteramente de Dios, para que al igual que Jesucristo se transfigura delante de Pedro, Santiago y Juan, y de cada uno de nosotros, podamos empezar a transformarnos a fuego lento a su imagen y semejanza. Este es el proceso a hacer, el proceso en que Dios hace en nosotros y nosotros hemos dejarnos hacer y colaborar, tal y como hizo Abrahán. No dejemos, por tanto, de hacer caso a esa voz que surge de lo profundo de la nube: "Este es mi Hijo, el amado, escuchadlo", porque su palabra, escuchada y hecha carne y vida, arde y transforma. 

Dios, sin duda, es un cocinero magistral, domina los tiempos de cocción, la medida de sazón, la combinación más adecuada de sabores, las proporciones, o los golpes de calor. Confiar en sus manos de experto es andar sobre seguro. Pero nosotros, para transformarnos, hemos de pasar por el desierto y los desapegos, y subir además la cuesta de la renuncia, y aprender a ello lleva su tiempo. No te detengas, hay mucho camino que recorrer, mucho que Dios, con el fuego de su amor, es capaz de transformar en ti, para luego, a la vista de su transfiguración y de su triunfo (del que cada uno de los bautizados ya participamos), podamos bajar del monte y meternos ya en harina en la construcción del Reino. 

Exponte a ese Dios propicio y amigo. Exponte, esta Cuaresma, al fuego lento de su palabra, que prenda en ti y te lleve, mediante una oración viva, a esa relación íntima y transformadora. Exponte a la aventura del desierto y de la subida al Tabor. Exponte, confiado y sin reservas, a participar de esa experiencia sin igual de su transfiguración.  

sábado, 17 de febrero de 2024

Entrar en pánico

 ENTRAR EN PÁNICO

Iniciamos la Cuaresma oficialmente el pasado Miércoles de Ceniza, y ya deberíamos ir adentrándonos en ese arduo camino cuaresmal. Pero la cuestión es si estamos dispuestos a ello o tan solo a que vaya pasando poco a poco sin que nos afecte demasiado el itinerario cuaresmal y sus implicaciones. Si es posible, que pase la Cuaresma de puntillas, y de esta manera que logremos mantenernos al margen de ella. Quedarnos una vez más cómodamente en nuestra zona de suma comodidad, sin siquiera dar un paso, pues para qué adentrarse en ese incierto e incómodo periplo.

Bien pudiera ser que nuestra supuesta pereza e inmovilismo, lo que esté ocultando es otra razón más poderosa: nos da verdadero pánico adentrarnos en ese terreno resbaladizo de exponernos a conocer con rigor y ha experimentar lo que somos al natural, sin adornos, sin subterfugios ni engaños. Tomar conciencia de la cruda realidad de nuestras personitas: sus anhelos, búsquedas, desatinos, miserias, apegos, bloqueos, fragilidades, etc. Admitámoslo, puede ser un verdadero trago hacer frente al ser en que uno se va convirtiendo por las vicisitudes del día a día. 

Y es que el ser humano solo ve lo que quiere ver, y solo escucha lo que quiere escuchar, y solo se aplica y hace caso a lo que le viene bien o le apetece, y no lo que debe o le conviene. Y por ello, evitamos todo aquello que nos permita tomar conciencia de lo que no nos agrada de nosotros mismos. Evitamos sufrir y para ello huimos de ponernos en verdad ante aquella cara oculta de lo que sabemos que somos, pero no quisiéramos asumir.

Que nadie es perfecto, ni siquiera nosotros, lo damos por hecho. Las imperfecciones y los fallos de los demás nos saltan a la vista de manera inmediata y sin gran dificultad. Otra cosa diferente es mirarse a uno objetiva y subjetivamente, analizarse y trabajarse, porque ir asumiendo las propias vergüenzas es algo más que incómodo, es un proceso doloroso, pero necesario para aceptarse, sanarse, quererse y madurar. Solo si nos ponemos en verdad podremos avanzar tanto como personas, como espiritualmente.

Pues en Cuaresma toca lo que toca, y no otra cosa, y, o te adentras con Jesús en la soledad del desierto y te enfrentas a tus limitaciones y a la intemperie de lo que eres (con todo el riesgo a ser arreciado por todo tipo de tentaciones), o evitas toda molestia para prevenir a toda costa entrar en pánico. Hace falta arrojo y fuerza de voluntad, hace falta entereza y capacidad de decisión para abandonar el modo de vivir asumido por los no buscadores; hace falta ser un auténtico inconformista, para confiar y confiarse en la dura aventura del desierto y la soledad. Pero es paso obligado para poder encontrarse con el Absoluto. Quitarse de todo, empezando por lo mas superfluo, hasta quedarse ante la nada más absoluta, para poder ir llenándose con la plenitud del Ser que es, el único que colma de vida.

Las lecturas de este primer domingo no solo nos hablan de desierto, también nos hablan de alianza entre Dios y el hombre. Precisamente ese paso por el desierto, ese exponerse a cualquier mal (interno o externo), es el que al final permite establecer el encuentro con el Dios de la alianza. Dejar atrás una forma de ser escindida, para empezar a llevar una nueva vida vinculada y con sentido.

Muchos son los libros que nos muestran el viaje como un itinerario iniciático. Pues el desierto efectivamente también es una manera de transformarse y volver a nacer. Uno es el que parte y se adentra en la espesura de arena, soledad y silencio, y otro muy distinto el que regresa habitado por el Dios del encuentro. No te encontrarás con Él en los libros, sino en el misterio de tu propia existencia, solo ahí se revela; solo ahí arde la zarza.

A aquellos que han experimentado al Dios que vive en el desierto se les podrá reconocer porque regresaron transformados. Basta con verles el rostro, adusto, y sin embargo, apacible y sonriente; basta con mirarles a los ojos, les brillan de un modo nada corriente; basta con escucharles las palabras, pues resuenan con la ternura de Dios. Si quieres ser uno de ellos, has de vivir en modo Cuaresma, pues el desierto está en ti, y si quieres, puedes adéntrate.

No temas Él siempre te acompaña y ampara, pero allí en pleno desamparo, sentirás el abrazo de quien ha hecho contigo una alianza a la que nunca falta, una alianza perpetua. Haz de esa alianza el modo de conectarte con todos y todos, y por tanto tu modo de vivir. Es posible. Todo es posible en Cuaresma. Transfórmate.

     

sábado, 10 de febrero de 2024

¿Quién te has creído?

¿QUIÉN TE HAS CREÍDO?



Aparentemente vamos por la vida muy seguros, o al menos con la percepción clara de saber muy requetebien lo que somos, y, por supuesto, lo que son todos los demás, y a qué podemos atenernos en cuanto a cada uno de ellos. Es algo tan supuesto, tan obvio, tan patente, que para qué vamos a plantearnos lo que no sé por qué no vamos a dar por seguro. Pero tal vez de ahí nazcan muchos de nuestros errores de cálculo, porque damos por supuesto y admitimos demasiado a la ligera y precipitadamente nuestras consideraciones. Bien saben esto los viven de la manipulación y del engaño, y, por supuesto, lo utilizan en su beneficio.

De aquellos grandes sabios que en el mundo han sido, los que nos han precedido y son poseedores de tan contrastada solvencia intelectual, como son Sócrates o el valenciano Juan Luis Vives, hemos sabido que antes de aprender algo nuevo, conviene desaprender los equívocos que solemos tomar por certezas. Pues si ya en los fundamentos del saber vamos errados, cómo va a tener consistencia todo conocimiento que sobre cualquier prejuicio levantemos. Vano será el esfuerzo; tiempo perdido en esa ardua labor de búsqueda de la verdad, aunque tan solo sea nuestra verdad de andar por casa tratando de entender nuestro pequeño mundo.

Todo este curso andamos insistiendo una y otra vez en la importancia de escuchar, pues como los seres humanos nos dejamos a menudo influir por el entorno, y el actual no se caracteriza por el noble arte de la escucha, sino por el juicio inmediato sobre el otro o sobre cualquier cuestión, sin haber escuchado ni sopesado cuáles son sus razones, su postura, sus problemas o intención. Si no escuchamos no nos podremos enterar de quién es el ser humano que tengo delante, qué le puede estar pasando, de si llego a entenderle y en qué puedo auxiliarle. Pero es que sin escucha interior tampoco sabré quién soy realmente y no podré llevar una a existencia acorde con lo que verdaderamente soy. Y ya no hablamos de si también me niego a mi mismo la posibilidad de escuchar a Dios, a Aquel que mejor y siempre anda siempre dispuesto a escuchar a sus hijos.

Pues hoy, en este sentido, para variar un poco, pero sobre todo para completar nuestras carencias, y al mismos tiempo los remedios que tenemos al alcance, habría que añadir que no solo hemos de aprender a escuchar, sino que además hemos de aprender a mirar y mirarnos. ¿Así que hemos de desaprender la manera en que escuchamos y miramos la realidad? Pues parece que puede sernos de gran beneficio empezar a ver sin suponer, y de escuchar con verdadera atención. No se trata tanto de creer que ya sabemos, sino de constatar que no nos enteramos tan bien como habíamos supuesto, que podemos mejorar nuestra capacidad de ver y escuchar para empezar a apreciar de nuevo lo que tengo delante de los ojos y ante los oídos.

Desaprendamos cuanto antes a juzgar ¿quién soy yo? ¿Quién me he creído para poder juzgar por encima del hombro a los demás? ¿En qué fundamento me baso? ¿En una mera impresión? ¿En lo que me ha llegado? Porque demasiadas veces nos basamos en estereotipos, en etiquetas impuestas que todos llevamos, porque nos colocamos con gran facilidad. No, el ser humano no es una etiqueta, si le reducimos a eso es que hemos de empezar urgentemente una cura de desaprendizaje radical, para evitar distorsiones y cegueras autoasumidas.   

En las lecturas de hoy -qué suerte inmensa poder ajustar habitualmente nuestra óptica a la luz del evangelio- nos damos cuenta que, frente a la manera establecida de considerar a los leprosos en tiempos de Jesús, y, por tanto, de marginar y excluirlos, Jesús sabe mirar de otra manera, de una manera totalmente diferente. ¡Ojalá llegáramos a mirarnos los unos a los otros así! ¿Leproso de qué? Ser humano doliente, ser humano necesitado ¿O es que la etiqueta impuesta de leproso ya anula lo fundamental del hombre. Porque si lo anula, entonces los desposeemos de su dignidad intrínseca, y ya podemos justificar y dar por bueno cualquier maltrato, cualquier exceso. 

Efectivamente, mucho nos jugamos en esto de ver a través de las etiquetitas, porque sin darnos cuenta, sin ser conscientes, estaremos asumiendo discriminaciones injustificables, pero evitables. De eso se trata, de aprender a ver en verdad y a escuchar con nitidez desde el corazón, ya que la ignorancia de las leyes (las del amor) no justifica la falta. Empecemos cuanto antes a desaprender a comportarnos como seres escindidos de nuestros semejantes, y aprendamos a vivir con y para los demás, es decir, de forma humana y fraterna. ¿Es mucho pedir?

Hoy, quizás, sea un momento propicio para revisar qué etiquetas te has puesto o te han puesto y llevas a cuestas; pero, de igual manera, para tomar conciencia de las etiquetas que tú puedes ir proyectando y asumiendo como buenas respecto a los demás.

Aunque la lucha contra la lepra está ya muy avanzada, posiblemente podamos hablar de nuevas lepras. Una de ellas bien puede ser esa de imponer sambenitos por doquier y sin justificación alguna. Otra de las lepras más pujantes puede ser la de la tan expendida indiferencia, o el individualismo, el narcisismo, el materialismo, los apegos, etc. Pues acude al Salvador que se acerca y con esa mirada que escucha, que conoce y ama, que no sabe de etiquetas, te dice: "Quiero: queda limpio". así de fácil, así de auténtico.

NO DEJES PASAR ESTA OCASIÓN, PÍDELE QUE CURE TUS INCOHERENCIAS




 

domingo, 4 de febrero de 2024

Recargar las pilas

RECARGAR LAS PILAS


Dicen nuestros mayores, buenos conocedores del refranero español y de ese sentido común que se adquiere con la experiencia, que hombre prevenido vale por dos. Y efectivamente, desde hace ya algunos años, andamos siempre pendientes de no quedarnos en la reserva, o lo que viene a ser aún peor, sin nada de batería en el móvil. ¡Qué va a ser de nosotros si por un momento nos situamos fuera de juego por no poder disponer de nuestro móvil! Casi, casi sería una tragedia, algo así como protagonizar un pequeño apocalipsis final de manera anticipada. ¡Qué duro debe ser que el mundo siga su curso, y yo me quede al margen, porque he perdido toda posibilidad de estar conectado! ¡Qué adversidad tan inasumible estar sin batería por unas pocas horas, buscando desesperadamente un enchufe en el que poder recargar! ¡Dios nos libre de una desgracia semejante!

Aparte de precisar cargar las baterías de nuestros dispositivos electrónicos, aún mucho más necesario es poder cargar nuestras propias pilas como seres humanos. Y esto es, en verdad cosa seria, porque cualquiera que nos vea, a poco observará que andamos prácticamente extenuados. ¿Qué ha pasado con nuestras fuerzas? Si estamos bien alimentados, bien dormidos y descansados, como es que vagamos cabizbajos y con las energías al límite. Vamos al gym, al spa, al físio, a la casa rural, a las terapias de todo tipo, y a lo que haga falta para estar medio bien, con buen ánimo y las pilas a tope recargadas, pero nada, es empezar la semana y ya estamos flojos y fofos. Por lo que llegar al viernes, nos cuesta Dios y ayuda.

El médico nos va confirmando problemillas, pero que en sí, la mayor parte de las veces no deberían ser los únicos causantes de nuestro contumaz cansancio. ¿Qué nos pasa? ¿Qué puede estar pasándonos? ¿Qué motiva este agotamiento existencial tan persistente? El filósofo surcoreano afincado en Alemania, Han Byung Chul, ha analizado y propuesto una serie de causas que hemos de tener en cuenta. Tal vez vivimos sometidos a una continua actividad. Hemos asumido que debemos estar siempre haciendo y rindiendo, pero quizás este exceso de actividad más que empoderarnos y realizarnos, nos termina esclavizando. Paradójicamente somos cada uno de nosotros los que nos hemos autotiranizado y sometido al continuo rendimiento. Por ello, resulta tan común no tener sitio en la agenda prácticamente ya para nada más, es decir, están tan sobrecargadas como sus dueños. Y si te sientas un momento en el sillón, o caes rendido, o estás pensando en cantidad de tareas que están pendientes cual espada de Damocles. Y así, claro, no hay quién viva, o al menos que viva con las energías al completo.

En tiempos de Jesús aún no vivíamos en "la sociedad del cansancio" y cada uno encontraba más o menos tiempo para realizar sus tareas, pero solo aquellas que pudiese llevar a cabo, y por tanto, disfrutando de cierta calma y sin tantísima ansiedad. Pero no se vayan ustedes a figurar que eso era Jauja, pues otros problemas había, y no de poca monta precisamente. Leemos que Jesús tampoco paraba. Aunque se echó unos singulares colaboradores, a los que conocemos como apóstoles, para que le ayudaran; aún así estaba por completo volcado a su misión. Iba y venía, recorría todo el territorio de Galilea proclamando un nuevo tiempo de gracia para el ser humano. De paso, atendía con creces todas las necesidades de todo aquel que le salía al encuentro, que eran muchos, pero Él no claudicaba. ¿De dónde sacaba las fuerzas? ¿Cómo podía estar en misión a todas horas y todos los días del año? ¿Cuándo paraba?

Sin embargo, aunque estuviese también cansado (que lo estaba, porque hasta se nos dormía en la barca), sacaba tiempo para lo que no nosotros no sacamos. "Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar". No se quedó repanchingado en la cama (si es que no durmió sobre el suelo), sino que como algo esencial e irrenunciable para Él, se aparta para unirse a la Fuente de la que mana de verdad la fuerza y el sentido de toda la existencia, de toda actividad: Dios, el amor de Dios.

A ver si va a ser que previamente a tanta actividad febril y urgente, hemos de priorizar y cultivar nuestra dimensión espiritual. Tal vez hemos de empezar a cuidar y cultivar nuestra intimidad con el Dios que nos propicia y mantiene la vida. Ese Dios que conoce cada una de las estrellas por su nombre, y que es nuestro Padre, al que podemos acudir siempre para que nos abrace, consuele, ayude, nos acoja, en definitiva, nos recargue las pilas. ¡Qué bueno disponer de ese cargador universal al que en cualquier tiempo y lugar podemos conectarnos y entrar en su descanso!

Pues eso, menos agobios, menos ansiedad, menos actividad, y más contemplación, más amor, más trato íntimo con el Señor. Porque solo eso llena nuestro hondón humano. Y solo así también podremos dar a los demás de ese amor del que nos ha colmado. El tiempo de oración es necesario, no es un tiempo perdido, aunque sea un tiempo no productivo, pero es un tiempo rico, precioso y fundamental. Sin él no seremos más que monigotes o marionetas en manos de una voraz actividad sin sentido y de un ritmo trepidante, pero prácticamente sin energías para ejercer como seres humanos que puedan construir una sociedad en la que podamos seguir viviendo todos con las pilas recargadas, con sencillez y una auténtica alegría.

Os invito a que reflexionéis en esta semana tres cuestiones: ¿Qué desgasta mis energías? ¿Qué realmente siento que me vuelve a recargar las pilas? ¿Cuándo saco tiempo de calidad para la oración y para lo importante? A ver si así podemos empezar a mejorarnos.