sábado, 26 de febrero de 2022

¿Dónde está el enemigo?


¿Dónde está el enemigo?



Nos dice el libro del Eclesiástico (Eclo 27, 4-7) que al final sale a relucir nuestra verdad en todo lo que decimos y en todo lo que hacemos. La vida, pues, nos enseña, pero también nos pone a prueba, y va saliendo a la luz la realidad de nuestro ser: nuestros aciertos, nuestras apuestas, nuestros amores, así como nuestros vicios y errores. Y por mucha careta y mentira en que tratemos de ocultarnos, siempre termina por descubrirse la grandeza y la miseria de lo que uno es o ha ido decidiendo ser. En esa misma línea, en el Evangelio de este domingo octavo de tiempo ordinario, Jesús nos dice que "al árbol se le conoce por sus frutos". 


Nos podemos imaginar que todo aquel que ha sido educado para ser agente de la KGB, o de la CIA, o de cualquier otra institución que actúa en lo encubierto, en la que el fin justifica los medios, habrá aprendido necesariamente a distorsionar el modo de entender la realidad y de concebir al otro, al semejante. No es de extrañar que los que perciben al otro como enemigo, precisan una cura urgente, o de lo contrario arrastran a cuantos puedan a la destrucción.


En estos momentos parece que volvemos a revivir la ominosa y lamentable situación de Europa atacada por los artífices del ver al otro como un enemigo a combatir y a toda costa terminar por imponer al otro la propia voluntad. Les parece bien -y hasta meritorio- volver a regar de sangre Europa, del mismo modo que siguen ensangrentando el resto del mundo con tal de engreírse como seres poderosísimos. Su maldad y su crueldad es asombrosa, pero no hace mella en su pútrida conciencia.


¿Dónde está el enemigo a combatir para estos depredadores de la libertad? Pues sí, digámoslo alto y claro: está en ellos mismos. Su proceso de maduración como persona ha sido tan deficitario que se han convertido en seres incapaces de amar y de amarse, de aceptar y aceptarse, de tolerar y tolerarse, de perdonar y perdonarse. ¿En qué se han convertido? ¿De dónde les surge tanto odio? ¿Adónde les lleva tanto odio? 


Por ahí deberían buscar la única victoria laudable y benéfica para todos. Traten de poner paz en su corazón. Dejen de ver a nadie como su enemigo, sino confíen y establezcan lazos desinteresados de benevolencia con los demás. Encuéntrense ya de una vez con el bien y la bondad que todos custodiamos en nuestros corazones. Déjense convertir a la misericordia del Dios misericordioso, hacedor de la vida y la libertad, y déjenos a todos vivir en paz. Sean ya de una vez humanos y no cainitas y fratricidas. Den una oportunidad a la paz.


¿Dónde está la batalla?


Sí, hay que dar la batalla, pero ni con sables ni cañones, ni tanques ni ametralladoras, ni con misiles y bombarderos. La única batalla que aún no se han atrevido a dar es la gran batalla que les espera dentro a todos los que no han logrado ver más que enemigos fuera. La batalla pendiente es la que no se han atrevido a protagonizar. Allí no pueden mandar a otros para que combatan y mueran por sus mezquinos intereses. Allí han de combatir ustedes a pecho descubierto contra sí mismos.


Atrévanse a derrotar a la maldad que acampa a sus anchas en su alma. Mírense a la cara con detenimiento. Enfréntense a su único enemigo, pues les está destruyendo por dentro. Y una vez pacificados -si es que se vencen-, vengan a propagarnos el bien a los cuatro vientos. Mientras tanto, lo mejor que pueden hacer es dejarnos a todos en paz.


Señores de la guerra -hipócritas, en el lenguaje evangélico-, hagan el favor de sacarse primero la viga de sus ojos y entonces verás claro… para apostar por la vida de los ucranianos y de todo hombre de buena voluntad.






domingo, 20 de febrero de 2022

COMO DOS GOTAS DE AGUA

 COMO DOS GOTAS DE AGUA



Quien ha subido alguna vez a la montaña, y ha recorrido cumbres, laderas, bosques y valles, se habrá tenido que encontrar necesariamente con arroyos, fuentes y pequeñas cascadas en las que corre el agua con una claridad y una frescura insólitas. Parece que esa agua nos remitiera por su pureza al mismo paraíso terrenal, a ese orden originario descrito al comienzo del Génesis, tan remoto hoy en el tiempo y en el espacio para nosotros, los urbanitas del siglo XXI. ¡Qué remanso de paz! ¡Qué sereno ambiente natural! Uno quisiera contagiarse de esa idílico sosiego. ¿Es posible?

Los antiguos no entendían la creación artística exactamente igual a como nosotros la entendemos hoy. Para ellos era fundamental que toda creación artística fuera armónica y proporcionada, pero, además, que fuese mimética, es decir que copiara, no solo lo real, sino también otras grandes obras artísticas precedentes, que a su vez se basaban en las ideas platónicas, que eran los cánones a imitar. Y si no cumplía con esa mímesis, no podía ser considerada con propiedad arte.

Así ese agua transparente del que hablamos no solo se adapta a la orografía del terreno por el que va transcurriendo, sino puede también reflejar aquellos paisajes en su superficie, si esta se encuentra tranquila, convirtiéndose así en un espejo natural. De forma parecida, quizás, nosotros podríamos llegar a copiar esa belleza pacificada que vemos en el entorno dentro de nosotros.

Pero hoy deberíamos acercarnos a otra fuente, a otras aguas aún más prístinas, las preciosas palabras de Jesucristo en el evangelio de este domingo séptimo de tiempo ordinario (Lc 6, 27-38): "Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará..."

Qué locura si llegáramos a imitar el modo de amar de Dios Padre, ese mismo que Jesucristo realizó completamente con su vida. Todo lo perdonó, todo lo dio, todo por entero hasta el escándalo, pues fue capaz de amar incluso a los que le tenían a Él por un enemigo. Él devolvía bien por mal, bendiciendo a los que le maldecían, amando sin medida a todos.

Imitemos pues a los mejores modelos para alcanzar la mejor versión posible de nosotros; y el mejor modelo es Cristo, el que nos muestra y nos explica cómo hemos de amar, y seamos parecidos a Él, como dos gotitas de agua, que reflejan prodigiosamente en pequeño aquello inmenso que les ilumina. Imitemos su modo de actuar y nuestra vida será arte auténtica y valiosísima.


 

sábado, 12 de febrero de 2022

Otro mundo

 OTRO MUNDO



Tal vez uno de los grandes males de este mundo nuestro -que acumula muchos e inmensos-, sea el de la indiferencia generalizada. Aquí a veces parece que cada uno va a lo suyo exclusivamente. Y así nos va. Hace apenas unas semanas se nos muere congelado de frío y soledad un hombre caído en una calle céntrica de París, sin que ningún transeúnte se pare a preguntar, a tratar de ayudar o al menos dar aviso a algún teléfono de emergencias. Desolador, pero cierto.

Si no movemos un dedo por ayudar a un anciano que está a nuestro lado, seguramente tampoco vamos a movilizarnos por auxiliar a otros que ni siquiera vemos.

No ayuda mucho enterarnos que, días después, mueren congelados dos bebés en un campo de refugiados de Siria. Esta es la bofetada que nos propina este mundo, pero nosotros seguimos a lo nuestro, a nuestros problemas, a nuestros agobios, a nuestra actividad frenética, a este vivir sin parar y sin saber bien ni por qué ni para qué. Hartos de hartura y de distracciones múltiples para que no tomemos conciencia del mundo inmundo en el que estamos metidos. 

Al parecer debemos estar enfermando de indiferencia. ¿No nos estaremos deshumanizando? ¿Y hay algún modo de frenar esto? ¿Es posible otro mundo? ¿Podemos empezar a gestar otro modo de habitar este mundo para transformarlo en otro bien distinto?

Sí, claro que sí. Para empezar no quedándose cómodamente sin hacer nada de nada para que la pandemia de indiferencia deshumanizadora se siga extendiendo. Después que te duele el dolor de los otros, pues será que aún conservas un corazón que siente y se conmueve. Y Después, junto a otros ponerse a aportar soluciones.

Este domingo celebramos la campaña contra el hambre. Ayudemos, colaboremos, hagamos posible ese otro mundo que Jesús reclama hoy con fuerza en el Evangelio de las bienaventuranzas. Tengamos hambre de justicia. Miremos al ser humano como Él nos enseña a mira: posibilitando, dignificando, amando, poniendo remedio a toda necesidad. Construyamos juntos ese Reino de Dios, y este mundo será otro. ¿Puede haber un empeño más hermoso y urgente?

Sí, claro que sí es posible. Podemos hacerlo posible si vencemos nuestra indiferencia y actuamos más desde el corazón luchando por un mundo más humano y fraterno.

¿VAMOS A UNIR NUESTRAS MANOS POR LA MEJOR VERSIÓN DEL MUNDO?

  

domingo, 6 de febrero de 2022

Mar adentro

 MAR ADENTRO


Siempre más allá, siempre la propuesta de Dios nos invita a no quedarnos en lo conocido, en lo seguro, más bien al contrario, a romper con lo establecido, con las inercias adheridas, con lo habitual y cómodo.

Hoy se habla mucho de innovación, ya que en un mundo cambiante por la aparición de las nuevas tecnologías, hay que adaptarse a esas nuevas oportunidades que se nos ofrecen para seguir estando al día. Y es bueno que no nos quedemos desfasados en los métodos que empleamos para realizar nuestros objetivos. Sin embargo, el encuentro con Jesús lanza a un replanteamiento más radical, a dar un giro copernicano a nuestras vidas, porque ese encuentro con el Resucitado lo pone todo patas arriba. Hay un antes y un después, si quieres. Supone un reinicio completo y a empezar de nuevo. No según tus propias expectativas y conjeturas, sino según el plan de Dios, que es siempre más arriesgado.

En el Evangelio de San Lucas de este domingo V de Tiempo Ordinario se nos dice hoy:

"Subiendo a una de las barcas, la de Simón, le pidió que se apartase un poco de tierra. Se sentó y se puso a enseñar a la multitud desde la barca. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: —Boga lago adentro y echa las redes para pescar. Le replicó Simón: —Maestro, hemos bregado toda la noche y no hemos sacado nada; pero, ya que lo dices, echaré las redes. Lo hicieron y capturaron tal cantidad de peces que reventaban las redes."

¿Cómo vamos a arriesgar en los tiempos tan inciertos que estamos pasando? ¿Es que hemos perdido la cabeza? ¿No habrá por el contrario que aferrarse a lo seguro y conocido?

Pues para nada, justamente eso: perdamos no solo la cabeza, sino también enteramente el corazón. Démosle una oportunidad a la propuesta aparentemente insensata de Jesús e internémonos en ese inmenso mar del del amor de Dios. Quedemos a la merced del oleaje de su espíritu y seremos llevados a los bancos de peces que el quiera, no a los que nosotros con nuestros cálculos habríamos pensado. Solo así alcanzarás tu mejor versión y la pesca será sobreabundante, impensada, extraordinaria, porque nos hemos dejado llevar por Él, que nos habrá convertido en pescadores de hombres o en lo que sea su voluntad.

No cambiemos solo las formas y maneras -aunque sea muy necesario-, cambiemos también los fines y las metas. Porque aspiramos a realizar en sueño muy grande que nos excede con creces, pero para el que podemos faenar ayudados por la gracia de Dios que transforma a simples pescadores en apóstoles, a perseguidores en perseguidos, y a pecadores en santos.

¿Te atreverías?

Para ser discípulo hay que saber dejar a tiempo -ahora- las redes en que nos dejamos atrapar por nosotros mismos, y lanzarse a la aventura más hermosa jamás soñada: el Reino de Dios. Por mapa llevas el Evangelio, por vela el corazón en el que sopla el viento del Espíritu. Tu singladura merece muchísimo la pena. Rema mar adentro y verás.

SUELTA LAS RIENDAS Y REMA MÁS ADENTRO