sábado, 23 de diciembre de 2023

Estrellarse

 ESTRELLARSE


Pocos son capaces de mirar hacia arriba y quedarse prácticamente embobados y cautivados por la suma grandeza del cielo. Cada vez somos menos los que quedamos sobrecogidos ante la inmensidad admirable del firmamento que se despliega sobre nuestras cabezas mostrándonos lo que es él y a la vez lo que somos nosotros. Sin embargo, contra viento y marea, bien pudiera ser que pocos espectáculos sean más dignos de contemplar con serenidad y sin prisa alguna que la bóveda celestre estrellada. Me viene a la memoria un pasaje leído, y nunca olvidado, de Las memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, en el que nos cuenta como Adriano pasó toda una noche en vela contemplando las estrellas, y recuerda que fue una de las más hermosas y felices noches de toda su vida de emperador. Qué paradoja, pues de lo que confiesa haber disfrutado más es aquello que cualquiera puede experimentar con tan solo ser emperador de sí mismo: el misterio cautivador de la belleza de cualquier noche. ¿Quieres emociones fuertes? Estréllate ante lo inefable de tantos astros suspendidos y en perfecta armonía, lejanos, sí pero no desconectados.

Es cierto que como vivimos sumidos en la prisa y la ansiedad, como vivimos medidos de llenos en ciudades con cada vez más contaminación lumínica en calles y plazas, o porque simple y llanamente vivimos más pendiente de las pantallas luminosas que de la pura realidad simple y a la vez sorprendente, pues casi nadie se dedica prácticamente a contemplar el firmamento sin más, como quien pasea junto al mar olvidándose por unos instantes eternos de cualquier otra distracción, salvo los privilegiadísimos astrofísicos, los pocos fareros que queden todavía o pastores trashumantes. Y es que como no andemos con cautela, el tiempo termina devorándonos en lugar de ser el acantilado que nos permita disfrutar de una posibilidad privilegiada para solo ser y sentirse parte de este gran cosmos silente donde es posible que el mismísimo Dios nos haga un guiño y nos deje estupefactos de por vida

¡Qué hermosa puede ser la noche, y qué dichosa! ¡Qué clara y resplandeciente para el que se deja iluminar por el inmenso misterio en el que nos sentimos inmersos! Pero muy especialmente esta noche en que todo parece adquirir un tinte sacro. Es Nochebuena, todo nos habla de la gloria de Dios; todo se nos llena de ese Dios que se manifiesta y que apenas es descubierto. Este Dios amante que nos nace aquí en la tierra hostil de los hombres que aún no han aprendido siquiera a ser auténticos hombres; este Dios sutil que nos renueva la esperanza de que la historia -al menos la de cada uno- transcurra por otros caminos, con otros anhelos, con otras formas, sentidos y motivaciones. Sí, por eso esta noche es radicalmente distinta; cómo para perderse en los ajetreos y agobios de celebraciones que ignoran hasta lo que las está motivando.

Y es que esta es una noche perfecta, no para estrellarse contra la dura realidad del materialismo en que nos hemos instalado, sino bien al contrario, para estrellarse de maravilla y asombro, porque nunca estuvo el cielo tan estrellado ni tan cerca de la tierra, nunca Dios y el hombre se han aproximado tanto como la noche sagrada en que nace Dios, sí en la que el Eterno se hace menudo y sujeto al tiempo y al frío. Por eso ese niño que duerme en el regazo de María nos ha traído el cielo a la tierra, y por ello brillan así de alegres y con esa melodía las estrellas todas del firmamento, y uno, a poco que se lo proponga puede también estrellarse y quedar sobrecogido de emoción. ¿Puede el corazón del hombre aún aguardar tanto prodigio? ¿Puede aún ser capaz de asombro?

Si Él se hace pequeño, aprendamos también nosotros a hacernos pequeños y sencillos, solo así podremos ser capaces de contemplar lo más grande. Vayamos al portal y contemplemos allí en el pesebre a Dios entre pañales. Callemos perplejos, adoremos, cantemos, riamos, agradezcamos, pues hoy sí está fundada nuestra dicha, pues nunca en la tierra puede haber brotado tanto amor, un amor por todo lo humano y que a su vez nos humaniza y diviniza a nosotros.

Sí, esta noche es sagrada solo si sabes también dejar hacerte sagrado tú por su presencia entre nosotros. Recíbele en tu inocencia, cédele el puesto central en tu ser y serás Navidad con Cristo dentro. Préndete, brilla, estréllate, hoy ya el mundo está más lleno de Dios.

EL COLEGIO SANTA MARÍA DE LA PROVIDENCIA OS DESEA

FELIZ NAVIDAD



sábado, 16 de diciembre de 2023

Ser o no ser

 SER O NO SER


No vamos a tratar de Shakespeare, ni tampoco de su famoso personaje trágico Hamlet, más bien de lo contrario a la tragedia, de la alegría y el entusiasmo vital. Aunque sí que hemos tomado de dicho personaje su conocidísima disyuntiva: "ser o no ser, he aquí el dilema". Porque, lo quieras o no, todos y cada uno de nosotros nos vemos obligados o a vivir, ser y propiciar autenticidad con lo que somos, o, por contra, a hacer de nuestras vidas una lamentable farsa inconsistente, que no permite sacar lo que es -aunque haga las veces de serlo-, es decir, a llevar una vida decorado que en realidad no convence prácticamente a nadie, ni siquiera a uno mismo.

Cuestión esta verdaderamente transcendental y nada baladí de ser o no ser, pero sin embargo ¡cuánta irrealidad y cuánto engaño! ¡Cuánta apariencia y cuánta traición autoinfligida! Bastaría con ser o no ser de veras y con valentía, pero no fingirlo, sino cumplir y aceptar lo que uno quiera que sea. ¿De verdad a alguien le puede satisfacer la mentira? ¿De verdad la impostura sirve de algo? Tal vez las consultas de los terapeutas, y no tanto los libros de autoayuda, sean el lugar más adecuado para los que se han hecho alguna vez trampas a sí mismos.

Y mientras tanto va llegando la Navidad; parece que ya está a la vuelta de la esquina. Si uno se pone a calcularlo, nos quedan apenas unos días lectivos, y llegarán la Lotería, las vacaciones, y entonces irremisiblemente todos nos ponemos en modo fiestas de Navidad. Es decir, quieras o no, te apetezca más o menos, toca ser feliz o al menos aparentarlo, porque en Navidad, sí o sí, hay que estar felices y contentos, y comer perdices o lo que sea, porque es lo que toca. ¿Qué no te ves feliz del todo? No pasa nada, se maquilla un poco la situación, la cara, la indumentaria, la expresión o lo que haga falta y a forzar que eres banalmente feliz, tanto como cualquiera, pues no vas a ser tú menos. Y volvemos a lo mismo ¿ser o no ser aceptablemente feliz con lo que uno está siendo y viviendo?

Nuestro admirado escritor José Luis Martín Descalzo titula una de sus obras "Razones para la alegría" (ya de paso aprovecho para recomendar este libro como buen regalo navideño). Y es que tal vez o se decide ser uno mismo siendo alegre y sabiendo ser feliz, y para ello hay que hacer todo un trabajo de análisis y mejora de quién quiere ser uno, o, al final, no sabremos ni lograremos ser felices por más y más que tengamos. Desconozco si alguien ha llegado a publicar un libro titulado "Razones para la tristeza", pero si así fuese, también sería bueno ver cuáles son esas razones y esos motivos, pues puede que tengan que ver con frustración y falta de aceptación, aunque también se me ocurren otras de mucha enjundia.

Tradicionalmente este tercer domingo de adviento es conocido como domingo "Gaudete", esto es, alégrate. Vamos, que la Iglesia, más por sabia que por santa, nos exhorta a que saquemos hacia afuera ese derroche de alegría cristiana que llevamos dentro ¿O es que acaso no se nos nota? ¿Pero por qué? ¿A cuento de qué hemos de estar alegres con la que está cayendo por aquí, por allá y por acullá? Pues tal vez sí, porque ella, la Iglesia, nos hace mirar no al desastre en que vivimos sumidos, sino justamente a reconocer lo grandioso que de manera extremamente discreta puede llegar a suceder en medio del desastroso devenir.

El Adviento nos predispone a aclarar la manera en que hemos de mirar lo cotidiano para reconocer lo secreto, lo oculto, lo que se nos pasa desapercibido justamente porque precisa de nosotros una agudeza y sensibilidad nada habituales. Aunque lo tengamos delante de nuestras narices, enfrente, o en nuestro interior, parece que nos cuesta una enormidad reconocer lo no usual, dar verdadero valor a aquellas realidades espirituales, las más radicales y profundas, pues nos basta y sobra con la complejidad de lo superficial. Al final unos y otros estamos desbordados por completo con problemas y cargas, por lo que vamos cediendo poco a poco y terminamos confundiendo lo urgente con lo importante. Pero para eso viene el Adviento y nos susurra un modo de ser y estar mucho más centrado en lo que somos desde dentro, a prestar atención a esa acción maravillosa de Dios en nuestras vidas.

Las lecturas de este domingo ciertamente son para alegrarse, porque el que anunciaba el profeta Isaías, el que lleno de Espíritu viene a liberar al hombre de todo sufrimiento, el Salvador esperado se nos hace presente y nace aquí, en lo remoto y escondido, en lo menudo y humilde, en lo cierto y auténtico, y su luz es capaz de disipar y vencer toda tiniebla, interna y externa. Sí, es posible, San Juan el Bautista tampoco lo duda, él no es, pero viene el que sí es, y por ello San Juan es "la voz que clama en el desierto". ¿La escuchas? Si ni siquiera en el desierto eres capaz de escuchar atentamente la voz de Dios que clama en tú interior, no lograrás ser tú plenamente y esa luz prodigiosa y sagrada no prenderá en ti; pero si prendiese, ya la alegría inmensa que estalla y se expande por todo el universo, esa que encuentra eco en tu corazón, esa que nace en Belén y se propaga y que logra que cualquier lugar participe del singular nacimiento de Dios entre nosotros.

Y nos dice hoy San Pablo: "Estad alegres" porque si vivimos consagrados a ser según el Espíritu y viviendo para amar y realizar el bien, todo, absolutamente todo, poseerá sentido y sobrecogedora belleza. Si quieres y se lo permites, las promesas de antaño que se cumplieron a su debido tiempo, se seguirán cumpliendo y puedes esperar lo inesperable, porque una vez más sabes de quién te has fiado.   



sábado, 9 de diciembre de 2023

Tirar la toalla

 TIRAR LA TOALLA


Se decía hace tiempo que los jóvenes actuales se frustran con facilidad, que como se lo han dado con suma facilidad, a cambio de ningún esfuerzo o logro, cuando no consiguen lo que quieren, se frustran mucho, y, airados o desanimados, no ven otro camino que tirar la toalla. Supongo que como en toda afirmación genérica habrá un gran margen de error, y que por tanto, dentro de nuestros jóvenes actuales tendremos de todo, unos que se frustran a las primeras de cambio y otros que, aunque les fastidie no lograr a la primera lo que se proponen, persisten en el intento a ver si en algún momento lo acaban consiguiendo. Esta diversidad de posibles actitudes ante el fracaso ha debido de darse en todo tiempo y lugar, aunque eso sí, cuando desde bien pequeño se ha tenido que luchar para sobrevivir, había que renunciar a casi todo y arremangarse para aportar, parece que el músculo del tesón sí que se desarrollaba bastante más que cuando uno se acostumbra a que se lo den ya hecho..

Y un poco nos puede ir pasando a todos, los jóvenes y los no tan jóvenes, pues hasta el más pintado pasa por momentos de bajada de ánimo, es decir, de bajón, porque aunque hagas todo lo posible, la realidad, más dura y terca que el diamante, es poco proclive a escuchar y concedernos nuestros sueños y deseos. Tampoco pedimos tanto; pero nada, que nos damos de bruces con unas circunstancias poco favorables. Ahora bien, como dijimos anteriormente, unos tirarán la toalla, mientras otros se crecerán y darán aún más de si por salirse con la suya.

Si uno mira la cruda actualidad de frente, pues lo normal es que o se ponga a llorar o salga huyendo por dónde buenamente pueda. ¡Qué poco halagüeño es el momento histórico que nos ha tocado vivir! Aunque es posible que ningún otro momento haya sido un jardín de rosas desde aquella ocasión en que por mordisquear un poco una manzana, fuimos expulsados sin contemplaciones del Edén para el que estábamos originalmente hechos. Desde entonces, entre unas cosas y otras, no hemos levantado cabeza: pobrezas y miserias, robos, discordias, enfrentamientos, guerras, pandemias, injusticias, atrocidades... 

Es decir, lo de menos fue la controvertida cuestión de la manzana, lo más grave estaba por venir. Y en esas estamos todavía, pues bien mirado que aunque se nos llene fácilmente la boca de proclamas espléndidas sobre el progreso, los derechos y el bienestar, seguimos poco más o menos en lo mismo: nuevas pobrezas y miserias, nuevos robos, nuevas o antiquísimas discordias, enfrentamientos, guerras, pandemias, injusticias, atrocidades. Más de lo mismo; lo de siempre. ¿Cómo no nos van a entrar ganas de tirar la toalla definitivamente?

Sin embargo, hoy, como siempre, más que nunca no solo no hemos de desistir, de desanimarnos y tirar la toalla; todo lo contrario, hemos de liarnos la manta a la cabeza y clamar ante lo que pasa. Esa voz que clama en el desierto, pues aunque estemos solos, aunque seamos pocos y pintemos aún menos, lo único digno que podemos hacer es rebelarnos, alzar la voz y anunciar con todas las consecuencias esa palabra profética que denuncia y anuncia.

Pongámonos a trabajar ya en serio por ese cielo nuevo y esa tierra nueva deseada y vislumbrada ya por los profetas del Antiguo Testamento. Vistámonos con piel de camello o con cualquier otra indumentaria, pero hemos de reclamar ese mundo contrario al que nos siguen llevando los poderosos. No nos acomodémonos a este mundo materialista y superficial que está hecho contra el ser humano. Sabemos que Dios va ha realizar una intervención definitiva que permita seguir luchando esperanzados por salvar al hombre de toda opresión y pecado, ya sea externo o interno, pues hemos sido creados para el amor y por el Amor. Nada puede apagar esa inmensa luz que llevamos dentro. Esa inmensa y frágil luz que nos anima a no desistir, a no tirar la toalla, sino a esperar activamente al Salvador que viene. Preparémonos ciertamente a acoger su venida.

Esta es la misión fundamental del Adviento: tomar aliento, hacer sitio despojando de nosotros todo lo que no sea auténtico y favorezca la venida de Jesucristo. Reilusionémonos, es posible, es verdad, va a pasar, al menos en uno mismo, pero por algo se empieza. No misnusvaloremos la fuerza, el sentido y el poder de lo pequeño, pues justamente en lo pequeño, lo sencillo, lo humilde y lo discreto es donde actúa portentosamente el Altísimo. Dejémonos hacer por Él. Esta es la tarea del Adviento, ni más ni menos, como para tirar la toalla cuando puede producirse lo mejor, lo esperado a la vez que inesperable.

Esperemos y no desesperemos, escuchemos y escrutemos su palabra, Él llega, aunque el mundo no esté dispuesto nuevamente a recibirle, pero tú sí. Todo lo hará nuevo y podrás descubrir esa tierra nueva y ese cielo nuevo en el que tienen cabida Dios y el hombre.   







sábado, 2 de diciembre de 2023

En un cerrar y abrir de ojos

 EN UN CERRAR Y ABRIR DE OJOS


En un solo instante y sucede, apenas dura un cerrar y abrir de nuevo los ojos y ya está, todo ha cambiado, ha ocurrido algo que todo lo ha vuelto diferente. Puedes estar mirando al cielo embobado esperando que surja esa estrella fugaz, te permites un parpadeo, y ya te lo has perdido, porque la estrella fugaz es eminentemente rauda y veloz en su ígnea caída precipitada. Todo el tiempo infinito del universo, enormes distancias siderales, y sin embargo, todo sucede súbitamente, en un ya que se pierde de nuevo en la inmensa vastedad del universo. O lo ves o te lo pierdes. O estás ahí ,y lo vives en vivo y en directo, o ya llegaste tarde, aunque solo sea por el desliz de un brevísimo parpadeo.

Uno de los mejores novelistas de la primera mitad del siglo pasado, Stefan Zweig, examinando la gran maestra que es la historia, supo reconocer que todo puede cambiar de una manera imprevista en un solo momento, en una simple decisión, y así lo cuenta en su famoso libro Momentos estelares de la humanidad. Y si es esto así ¿Quién puede estar suficientemente atento para percibirlo? ¿No nos hará falta un sexto sentido para estar en el momento y lugar indicado para no perdernos el comienzo de esa transformación?

Otro grande de la escritura, Umberto Eco, del que acaso hayamos ya hablado, en La isla del día antes, plantea como el protagonista se encuentra geográficamente justo en la zona que cambia la franja horaria;  si permanece en el barco es ya el día siguiente, mientras a pocos metros, ya en la isla es todavía el día anterior. Efectivamente, hay un cambio importante, pero también solo pequeños presentes de un proceso.

De igual manera la semana que dejamos es ciclo litúrgico A, pero de la noche al día se ha producido una alteración oficial que apenas hemos notado, a partir de ahora, y en todo lo que queda de año, ya estamos en otras coordenadas, nos encontramos ya en el ciclo B. No solo hemos cambiado de evangelio, pues seguíamos a San Mateo, y ahora por contra a Marcos, sino que hemos reiniciado nuestro itinerario espiritual. Como cada uno de nosotros al cumplir un año más, ya se nos va notando el peso de la experiencia, y por tanto, se supone, que también hemos ido madurando. ¿Habremos de verdad logrado avanzar aunque solo sea un pequeño tramo en nuestro camino de madurez cristiana? ¿Se nos nota?

Pero si terminamos cayendo en la cuenta de mantener viva la espera del tiempo final, del final de los tiempos, justamente empezamos aludiendo a la espera como actitud fundamental del discípulo. ¿Qué hemos de esperar? ¿No hemos empezando diciendo que si esperas con el corazón anhelante de dejas de escudriñar el firmamento?

Pues sí, empezamos el tiempo de Adviento. Hemos de despertar de la modorra infinita en que nos vamos poco a poco sumiendo. Como un niño recién nacido que está ávido de aprendizajes, así hemos de recomenzar de nuevo nosotros. Atizar las brasas de la fe, la esperanza y la caridad (si es que no se nos apagaron ya definitivamente) para vivir en llamas de amor vivas. Vivamos atentos y expectantes del cielo y de todo cuanto pase bajo el cielo. Cada momento es digno de ser vivido con suma atención, pues ese cambio drástico e imperceptible en nuestra historia puede acontecer y que nos pille con el telón de los párpados echados.

Sí, algo enorme e insólito -y a la vez tremendamente discreto- va a ocurrir, y ya pronto. Que no te encuentre ni en la isla del día de antes ni en la del día de después. Sincroniza tu corazón con ese anuncio que ya viene por el cielo y que tan solo pudieron reconocer y seguir tres magos astrólogos. Mira las estrellas, mira lo que brilla o ha de brillar (que no son precisamente las luces de neón led de las plazas, calles y escaparates de tantas poblaciones). Eres capaz de intuir y aventurar lo que ya esperamos que pase. Lo singular, lo extraordinario está bien próximo, y como no hagas el camino del Adviento, te lo perderás.

Por ello, Jesucristo nos despierta hoy con una exclamación rotunda: ¡Velad! Aguardad, va a ocurrir una intervención definitiva en la vida de la humanidad: el Dios omnipotente, omnipresente y omniabarcante, se encarna y hace hombre. ¿Que se sale de toda lógica humana? Por supuesto, aún mucho más que esa estrella fugaz, pero solo si sabes mirar descubriendo la verdad y la belleza cautivadora del misterio, por encima de una racionalidad a veces demasiado reductora.   

Ni parpadees, escruta el cielo estrellado, pon toda la ilusión de que eres capaz, y toda la confianza que puedas. No te adormezcas, vela, espera con corazón alegre. No hace falta que pienses tu pequeño deseo, porque uno mucho más grande, en verdad inmenso e impensable, se nos va a cumplir.

¡Ponte ya en modo Adviento! ¿A qué esperas?



sábado, 25 de noviembre de 2023

Las cuentas claras

 LAS CUENTAS CLARAS


De antemano sabemos que tarde o temprano todos hemos de rendir cuentas. Nos guste más o menos. uno termina siendo el resultado del proceso de aquello que ha ido haciendo con mayor o menor acierto en el tiempo del que se ha dispuesto para ello. Y sí, el Dios cristiano, que nos concede toda la libertad del universo para que logremos ser la persona que determinemos, al final también nos pedirá que le rindamos cuentas. Es inevitable, pero al mismo tiempo es muy razonable.

No nos debe extrañar, pues en las costumbres asumidas funcionamos de modo semejante. Uno entra en el supermercado y va echando a la cesta de la compra una serie de productos según su antojo, pero antes de abandonar el establecimiento ha de abonar el precio de lo adquirido. Así también uno elige un restaurante, luego pide a la carta y, según lo que haya solicitado, así le llegará la cuenta con el montante de lo consumido y su respectivo IVA, porque, además, hay que tributar a las primeras de cambio.

Pues de igual modo que los griegos hacían una libación a los dioses, cediéndoles una parte del contenido de su copa, a nosotros, cada vez que consumimos, se nos requiere también una parte sustancial del importe pagado para que nos la administren los políticos, que son los que se ocupan del bien común y del reparto equitativo, a pesar de que siga habiendo una desigualdad apabullante y preocupante en la sociedad. En ese sentido, poco o casi nada ha cambiado el mundo y su equidad desde la época de Jesús hasta la nuestra: muchos contribuyen para que unos pocos decidan el reparto que más les conviene.

Y tras esta inoportuna digresión, y retomando el asunto de tener que rendir cuentas y no de tributos, los estudiantes se lo saben muy bien: primero vienen las clases con sus explicaciones, después los ejercicios y los trabajos, y, finalmente, hay que terminar rindiendo cuentas en los exámenes. No hay escapatoria. Con lo cual uno puede demostrar si verdaderamente ha aprendido algo, y, por tanto, sabe dar cuenta de lo que se le pregunta, hacer el ejercicio, la traducción o resolver el problema.

Y es que importa mucho poder contar con esa libertad esencial para decidir lo que hago con mi vida en el día a día, pero de igual modo, es fundamental contar también con la fortuna de poder rendir cuentas de lo hecho, explicar lo que uno sabe, lo que uno es, porque lo ha ido realizando tramo a tramo. Por contra, nunca asumiríamos lo que hacemos, y educar pasa por ayudar a asumir que somos responsables de aquello que hacemos y, además, también, de aquello que ni hemos intentado hacer porque ni nos preocupamos en ello o directamente nos desentendimos.

Si hace unas semanas Jesucristo nos presentaba el sorprendente programa para ser discípulos suyos y tratar de impulsar aquí en la tierra el Reino de los Cielos, es decir, la propuesta de las bienaventuranzas, hoy en el conocido pasaje de Mateo 25, se nos anuncia que al final de los tiempos vendrá la ocasión de rendir cuentas ante Él de todo lo que hicimos o dejamos de hacer con nuestras vidas, mientras nos ejercitábamos en esto tan crucial de vivir la vida. Entonces, ante Cristo, Rey del Universo, le preguntaremos: Señor, cuándo te vimos con hambre o con sed, o enfermo, o forastero, o desnudo o preso? Porque todo cuenta, y resulta que lo que hacemos al hermano se lo hacemos al mismo Cristo. ¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo es posible que hasta los pequeños gestos de amor cuenten? Pues sí, afortunadamente, lo que hagamos por cualquiera de estos pequeños, se nos tiene en cuenta.

Así que avisados estamos, tarde o temprano, cuando llegue el tiempo de la vendimia, nos examinarán del amor, como decía el poeta. Entonces habrá que aclarar las cuentas, presentar el balance final, y reconocer cuánto amor recibimos y cuánto amor produjimos; porque de eso, sobre todo, es de lo que va la trayectoria existencial y la verdad hecha vida. Todo lo demás, por muy importante que ahora pueda parecernos, en bien poco queda.

Resulta pues curioso, y hasta justo, que los que vivieron uniendo, estrechando relaciones y amando, cuando pase este tiempo y llegue el definitivo, seguirán en el amor y la comunión recíproca con Dios y con todos, frente a aquellos que hicieron división de sus vidas, conflictos, separaciones, desunión y falta de entendimiento, quedarán desligados del plan eterno al que estamos llamados.

Por tanto, mientras tengamos tiempo, no lo malgastemos en discusiones, sino en pequeños gestos de amor y caridad, de encuentro, fraternidad y misericordia, porque eso es lo que cuenta cuando tengamos que rendir cuentas al Señor. Vive, pues, más sensatamente encontrándote con todos y sirviendo a cada uno, porque en esto encontrarás la plenitud aquí en la tierra y muy posiblemente también en el cielo. No te quedes al margen del bien y del amor, pues de seguro que tu vida, por no haber aprendido a amar llana y sencillamente, se habrá malogrado.  

    



sábado, 18 de noviembre de 2023

AFANES

AFANES



Tan solo una pequeña hormiguita puede servirnos de gran ejemplo. Salvo los niños chiquititos, prácticamente nadie les presta ni la más mínima atención a estos minúsculos animalillos que recorren afanosos el suelo. Son tan insignificantes en su tamaño y peso que, salvo que estén intentando hacerse con una miga de nuestro alimento, ni percibimos siquiera su presencia. Prestamos mucha más atención a lo que es obvio y grande que a lo menudo y discreto. Y es que somos así, ¡cómo para detenernos entonces en aquello que escapa a nuestros burdos sentidos! Solemos hacer la vista gorda, porque nos trae más cuenta y no deparamos en sutilezas. 

Sin embargo, bien mirado, las hormiguitas han sido alguna que otra vez puestas como ejemplo de laboriosidad y empeño. Eran aquellos otros tiempos, donde se consideraba un gran valor el esfuerzo. Hoy en día nos va más eso de ser cigarra que de ser hormiga. El que va de listo es el mejor considerado: aquel que dice pasárselo muy bien y es experto en no hacer nada de provecho, aquel que se dedica a perder el tiempo a todas horas, o aquel que vive del cuento o al menos del trabajo de los otros. Y eso incluso sabiendo de antemano que a la larga al vago redomado no le suele ir demasiado bien. Da igual, porque lo que importa ahora es tan solo lo inmediato y concreto, ya que plantearse más allá acaso es insensatez y locura. Además, las teorías están muy bien, pero la práctica nos aconseja inclinarnos una y otra vez por lo más fácil, por el camino más corto para conseguir lo que queramos, y hasta si hace falta hacer (y hacernos a nosotros mismos) todo tipo de trampas.

Y es que, aunque a la hormiga le resulta de lo más normal comportarse movida por su continuo afán, a nosotros los humanos personas del siglo XXI, cada vez se nos está olvidando más conducirnos por grandes afanes, personales y colectivos -a los que llegamos a llamar utopías-, y nos apresuramos a recoger y disfrutar los frutos de aquello que no nos hemos trabajado. Exigimos, pero no damos. Nos frustramos, pero apenas hemos sudado la camiseta. Ay, si al menos fuésemos un poquito hormiguitas constantes y laboriosas, que prosiguen infatigablemente en la tarea y la persecución de los afanes.

Poniendo otro ejemplo, entre los muchos que podríamos plantearnos, al peregrino le mueve un afán, que es llegar a un lugar para él especial y sagrado. Para lograrlo ha de avanzar sin desfallecer una jornada y otra también, superando todo tipo de obstáculos y dificultades, porque persigue su afán, y ello da sentido a todo lo que hace y vive, y a todo el empeño y el esfuerzo que pone en ello. Al final, poco a poco, lo va logrando y se siente inmensamente feliz por haberlo conseguido.

Justamente de eso deberíamos hablar hoy. El tiempo litúrgico llega ya a su fin, a su ocaso, y las lecturas de este domingo nos hacen caer en la cuenta de lo que hemos hecho hasta ahora, del afán que nos ha movido y del empeño que hemos de poner día a día, momento a momento, para lograr llegar a la meta. Porque lo que es muy seguro es que, si no tenemos ni siquiera meta ni afán que alcanzar en nuestra vida, tendremos la actitud de la cigarra, y viviremos en la inconsciencia y la inconstancia, verdaderamente lejos de la actitud mucho más acertada de la hormiga o del peregrino.

Sí, conviene recordar que siempre termina por llegar el fin, que en la famosa fábula era el invierno; y que allí ya no sirven engaños, escusas o componendas, ahí se nos impone la verdad desnuda y solo cuenta ya lo que hemos ido haciendo hasta entonces. El peregrino al acabar descubre que lo verdaderamente importante no fue llegar al lugar sagrado que se fijó al comienzo, sino todos y cada uno de los momentos que vivió con afán mientras llegaba, es decir, la perseverancia en el esfuerzo y el cambio producido en él mismo al proseguir en su empeño.

Así a nosotros, como se nos recuerda en el evangelio, se nos confían unos talentos y un tiempo de entera libertad para sacarles todo el partido que podamos en bien de todos. Podemos, día a día, ir incrementando el valor de lo que somos mediante todo aquello bueno que vayamos haciendo, pero para ello, hemos de tener y mantener ese bendito afán, constancia y fuerza de voluntad, porque de lo contrario, llegará el tan temido invierno, y habremos de dar cuenta de lo que hemos hecho con nuestros días, y no sabremos ni dónde meternos, pues nada de nada hemos hecho, salvo descansar de estar cansados.

Pídele a María, a Santa María de la Providencia, cuya festividad vamos a celebrar juntos toda esta semana, que te ayude a vivir tu vida con verdadero afán, con ilusión, y a ser provi con todos y para todos; que no te falten nunca las fuerzas para seguir afanado en tus más nobles afanes, pues, al final, esa será la mejor manera de poner en práctica todos esos talentos admirables que posees, dándote a los demás. ¿Te atreves? ¿Te animas? Recuerda que te juegas mucho en ello. 

¡VIVA LA PROVI! ¡SÉ TÚ TAMBIÉN PROVI!





sábado, 11 de noviembre de 2023

Preparados, listos, ¡YA!

 PREPARADOS, LISTOS, ¡YA!


Como es normal, la vida sucede según lo esperado, y, por tanto, sabemos bastante bien lo que cabe esperar que siga sucediendo. En principio está muy bien que suceda así, porque nos permite andar tranquilos y confiados, pues sabemos bien a qué atenernos y cómo resolver cuanto vaya produciéndose en nuestros días venideros. De lo contrario, cuando uno no tiene cierto control sobre lo que nos sucede y vivimos sujetos a un margen de incertidumbre muy grande, se nos dispara la ansiedad, porque nos encontramos totalmente indefensos. No hace tanto que hemos pasado por una lamentable situación totalmente desconocida en que prácticamente nadie sabía cómo había que actuar con acierto. Me estoy refiriendo a la pandemia que nos pilló desprevenidos y nos ha dejado todavía bastante maltrechos.

Por contra, ocurre también que cuando todo es previsible, nos va poco a poco invadiendo una modorra que produce vivir sumidos en una aparente y constante rutina. En esta sentido se puede incluso llegar a escuchar a alguien que se queje de que su vida es gris, monótona, anodina, porque no le ocurre nada especial. Esas personas tratan de compensar esa falta de expectativas vitales tratando de consumir emociones fuertes, y para consumir su dosis de adrenalina y soltarse del todo la melena, practican deportes de riesgos o se toman una bebida muy energética, porque es que si no el día a día se les vuelve cuesta arriba, insoportable y, sin comerlo ni beberlo, la ilusión y el ánimo se les termina cayendo por los suelos. Andemos, pues, con ojo para no pisar o tropezar nosotros con esos ánimos que ciertos sujetos arrastran por las calles como si fuesen sus propias sombras.

No sé, pero tal vez la solución esté, como tantas otras veces, lejos de ambos extremos: ni depender absolutamente de que ocurran en nuestras vidas sucesos fuera de lo común, ni tampoco en buscar algo forzado y artificial que nos ponga a mil revoluciones. Más bien, la sensatez aconsejaría aprender a vivir cada momento de manera que en sí mismo sea ya insólito, irrepetible, único y cautivador. ¿Es esto posible? ¿Es posible mantener una disposición atenta y abierta ante lo que nos sucede sin que nos adormezca y hastíe? ¿No es acaso la vida suficientemente estimulante de por sí?

En la primera lectura de este domingo XXII de tiempo ordinario se nos propone que vivamos buscando ante todo la sabiduría, que eso ya da pleno sentido al vivir; que perseguir la sabiduría realmente supone la prudencia consumada. Que andar percibiendo la sabiduría que permanece velada en lo cotidiano nos librará de otros afanes menos meritorios. ¿Y entonces como es que no tratamos de vivir más sabiamente? Si el precioso salmo 62 exclama desde lo más profundo del corazón del salmista que "mi alma está sedienta de ti, que mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agotada, sin agua" ¿cómo es posible entonces que nosotros no reconozcamos también en el fondo de nuestro ser ese anhelo de sabiduría y de Dios. ¿Cómo vamos a vivir sin buscarle a Él, que es la Sabiduría?

Sí, nuestras vidas han de estar en continua búsqueda de lo que nos da el sentido y la verdadera felicidad. Cuando la existencia es vuelve espera que no desespera ni desiste, cuando uno se mantiene activo propiciando ese encuentro secreto e inmensamente feliz con el Dios que en todo y en todos habita, el Dios entrañable y apasionado por los hombres, ya nada puede resultar anodino o sin sentido, sino vibrante, sorprendente y fascinante.

El propio Jesús nos habla de eso mismo a través de la parábola de las diez doncellas, que de noche aguardaban la llegada del novio con el que van a casarse. La mitad de ellas fueron prudentes y se prepararon, mientras que la otra mitad no aprovechó ni se dispuso adecuadamente para poder recibirle. Cuando finalmente llegó el esperado esposo no fueron precavidas, pues no habían llevado el aceite de la ilusión y el entusiasmo pasa saber iluminar en la noche y poder advertir que ya llegaba.

No sé si nos deberíamos más identificar con las vírgenes prudentes o con las insensatas. Lo fácil, bien es verdad, es despistarse, desilusionarse, desmotivarse, terminar por bajar la guardia y dejar de atender a lo fundamental, es decir, a esa sabiduría de vivir amando la vida y todo lo que nos depara. Lo fácil es no acertar a vivir, desentendiéndose de la pasión que nos habita. Lo normal es no ser tampoco precavidos y no saber hacer acopio del aceite del amor habitual y cotidiano. Mucho me temo que más que aburrirnos la vida, nos vamos poco a poco hastiando de nosotros mismos, pues va a ser que en gran medida todo depende de la actitud que en ella mantenemos.

Sin embargo, para el enamorado, para el que ama a otro ser con todo su ser, todo le recuerda de continuo al amado: las estrellas, la brisa, el rumor del arroyo, una canción, cierto lugar... ¿Cómo va a adormecerse o amodorrarse el enamorado? ¿Qué amor ardiente sería ese que a la mínima se apaga? Tan solo el ejercicio del amor nos va a mantener despiertos y expectantes, el Amado, la Sabiduría, viene por todos los caminos, está ya tan próximo. ¿No lo notas? ¿No se te inflama el corazón con su cercana presencia? ¡Ay si acertáramos a vivir como verdaderos amantes! ¡Ay si estuviésemos constantemente preparándonos para ese Dios, misterio de cercanía, que viene a hacerse uno con nosotros. ¡Qué preciosa la vida es cuando se vive así, al filo del continuo encuentro!

Recuperemos la pasión por la vida, la gratuidad y el don de cada día. Recuperemos la ilusión por compartir momentos preciosos con todos los que nos salen al encuentro. Que vivir amándonos sea nuestro irrenunciable empeño. Sí, es posible mantener despierta la pasión por el Reino y la fraternidad. Para eso, y no para cualquier otra cosa, estamos vivos.

Preparémonos, estemos listos, porque el ya, no del pistoletazo de salida, sino el de la llegada, es cada ahora. Preparados, listos, ¡YA!

sábado, 4 de noviembre de 2023

Dar ejemplo

 DAR EJEMPLO


Un filósofo español actual, Javier Gomá Lazón, insiste con acierto, una y otra vez, en la necesidad imperiosa no solo de llevar una buena conducta en tanto que ciudadanos civilizados y educados, sino, sobre todo, en mantener una conducta ejemplar. Por tanto, aunque esté muy de moda lo soez y lo chabacano, y lo horrible circule rápidamente por las redes como la pólvora, hemos al menos de intentar cierta elegancia en los modales, en los gustos y en los intereses personales, en el buen decir, en el trato amable y cortés, huyendo de lo vulgar e infame, por mucho éxito que esto tenga, pues antes de tratar cosechar famas perecederas, deberíamos más bien esforzarnos en el cultivo de uno mismo (cultura) y tratar de sacar el mejor yo posible, en todo lugar y momento, para estar al menos estar satisfecho quien uno llega ser. Al menos como antaño se decía: tratar de causar buena impresión por la cultura, la prudencia y el respeto.

Nos consta que siempre se educó para ello, para que cada persona, en lugar de ser zafio y vulgar, fuese alguien prudente y respetuoso; que se le notase la buena educación recibida en la manera de hablar y en los buenos modales. Porque los valores que uno lleva dentro afloran en cualquier situación en que se mueve, y por ello se vuelve manifiesto. Asimismo, si uno carece de la más mínima educación, en todo lo que realice irá quedando en evidencia sus carencias. Por ello, a los educandos se les proponía el ejemplo de personas admirables que sirviesen como modelos de esfuerzo, de pasión y búsqueda del conocimiento, caritativos, honrados, que se sacrificaban por los demás, grandes pensadores, por su nobleza, santos piadosos, etc.

Es cierto que la sociedad ha cambiado mucho y lo que antes se consideraba modélico, hoy ya no suele serlo tanto, y acceden a la pódium de la fama y popularidad justamente los que tienen un comportamiento nada ejemplar en los negocios, en los deportes, en la política o en la convivencia con sus semejantes. Parece que todo vale mientras a uno mismo le beneficie, porque para el individualista, el egocéntrico y narcisista, los demás solo cuentan si le sirven a su interesado fin (culto a uno mismo). ¿Realmente una sociedad puede admirar a los que no propician ese debido bien común que revierte en toda la sociedad? Pues si esto fuese así, entonces no vamos precisamente bien como comunidad humana, puesto que la transmisión de los grandes valores está fallando tanto en casa y como en la escuela. Otros, menos apropiados, menos bienintencionados, pero más avispados se habrán ocupado entonces de asumir la tarea de transmitir la mala educación y las peores costumbres.

Sin embargo, el evangelio de hoy no deja lugar a dudas nos pide integridad "no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen". Ellos fingen, se desdicen, aparentan y engañan, es decir, distan mucho de ser ejemplares y modélicos. Nada, pues, de pretender destacar o pasar por encima de los demás. El evangelio, que es un modelo de conducta con plena vigencia, nos propone con absoluta radicalidad la ejemplaridad: "El primero entre vosotros será vuestro servidor", esto es, el que realmente se distingue por su grandeza es el que se hace pequeño y sencillo para engrandecer al otro. El que encuentra su felicidad en hacer felices a los demás y hacerles el bien.

Yo sé, pero es que este modelo de conducta me recuerda tanto a aquello de lo que hablábamos el miércoles pasado en este blog: la santidad. ¿No son ellos los más ejemplares? Sin duda. Pero lo mejor es que cada uno, si quiere puede ser santo, llegar a ser santo o al menos esforzarse en serlo, ir configurándose con Cristo en los sentimientos, pensamientos y acciones. ¿Acaso hay alguna manera mejor de realizar todo el bien y bondad que llevamos dentro?

Podríamos empezar justo por la sentencia con la que Jesús termina hoy su evangelio: "Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido". El camino de la ejemplaridad no pasa por el autoengreimiento, la soberbia y el orgullo, sino por la aceptación de lo que uno es y el cariño para desde ir estableciendo en la cordialidad. En verdad somos tan poca cosa, pero estamos llamados a lo más grande: el servicio desinteresado, a la ayuda mutua, a la ejemplaridad y ¿por qué no? también a la santidad. Y eso lo ha de decidir y llevar a cabo uno mismo y nadie más.

martes, 31 de octubre de 2023

Y tú, ¿a qué aspiras?

 Y TÚ, ¿A QUÉ ASPIRAS?


Hace años se solía escuchar bastante esta expresión que hoy ya ni se oye: "Y tú, ¿a qué aspiras?" No siempre se formulaba por verdadero interés en los planes futuros de la persona a la que se preguntaba, sino más bien como sinónimo de esta otra expresión: "Pero ¿de qué vas?" o "Pero a ti qué te pasa". Es decir, se trataba de hacer caer en la cuenta al interlocutor que su actitud no parecía muy coherente. Tal vez ya no cabe pedir a nadie demasiada coherencia en el comportamiento, y quizás sea por eso que la expresión "¿A qué aspiras?" ha entrado definitivamente en desuso.

Y es que bien pudiera habernos pasado que de tanto mirar y mirar las pantallas, pues nuestro mundo ya es enteramente digital y hasta virtual, hayamos ido desarrollando una aguda miopía que nos impide mirar más allá. ¿Cómo vas a preguntar a nadie por sus aspiraciones, es decir, por sus proyectos a largo plazo, cuando solo nos ocupamos de lo más inmediato? Sin embargo, como decía Julián Marías padre, el ser humano es el animal que proyecta a futuro, que hace planes y tiene aspiraciones. Entonces, si renunciamos a nuestras proyecciones tal vez estemos también cediendo parte de lo que esencialmente somos. ¿Empezamos a preocuparnos ya por la deriva de lo humano, y tratamos de enmendarla en lo posible, o mejor la dejamos estar así a la deriva?

Cuando uno pierde esa visión de largo alcance, tanto sobre uno mismo como sobre la sociedad, aparte de hacer dejación de la propia capacidad de orientar nuestra vida de manera responsable, va a desencadenar otra serie de preocupantes consecuencias, ya que si no me interesa el porvenir tampoco tiene demasiado interés ni el pasado ni la historia. Con que el que ostenta el poder nos presente y repita machaconamente un relato verosímil, nos basta y nos sobra. Y qué contentos con seguir confirmando nuestras ideas, una y otra vez, en nuestras pantallas, en lugar de activar de manera libre nuestra capacidad de búsqueda y proyección. ¡Qué comodidad vivir sin plantearse demasiados asuntos complejos!

Pues, sintiéndolo mucho, vuelvo a tirar del pasado para comprenderme a mí mismo, a los otros y a nuestro presente, y poder así orientar las posibilidades que se abren en el futuro. Y recurro al gran tesoro del evangelio, a ver qué nos dice hoy, día de Todos los Santos. Una vez más el evangelio no nos defrauda, sino todo lo contrario, resulta verdaderamente actual y esclarecedor, puesto que nos hace caer en la cuenta de esa incipiente miopía que impide que despleguemos un tiempo que desborda los estrechos márgenes de la mera sucesión de momentos presentes. Este aquí y ahora no lo es todo; hay un más allá de plenitud y sentido en este aquí y ahora de nuestra existencia. Y es que Jesús capta y expresa lo que vivimos también con la mirada ilimitada de Dios a la par que de hombre.

¡Qué sumamente hermoso que el día de Todos los Santos se nos hable de bienaventuranzas y de hombre y mujeres bienaventurados! Todos nosotros estamos llamados a aspirar a lo máximo, no a quedarnos ni en la superficie ni en lo mediocre. Con eso no basta para realizarnos como persona. Estamos llamados a la comunión con Dios. Que nada ni nadie impida que seamos según el amor de Dios y para el amor de Dios. Vivamos esa apertura al amor ya con nuestros semejantes. Vivamos la santidad ya en la bienaventuranza presente, y a la vez futura, en la fraternidad del Reino de los Cielos aquí ya en la tierra. ¿Hay mayor belleza? ¿Se puede aspirar a más?

Si, hoy recordamos que debemos y podemos ser santos, igual que todos los santos y santos que ya nos han precedido. ¿Cómo se nos puede llegar a olvidar esa vocación fundamental a la santidad de todo cristiano? Trata de ser santo día a día y en medio de todas las circunstancias y vicisitudes que nos acontezcan. Trata de convertir en bienaventurada tu vida y la de los demás, y en esa forma de vivir y ser para los demás: hallaras la dicha completa.

Como nos dijo el Papa Francisco: no nos dejemos arrebatar ni la fe, ni la esperanza, ni la caridad, sino, por contra, que sean las que las ejerzamos cotidianamente en nuestro caminar. Resulta que hay santos en la puerta de al lado.

sábado, 28 de octubre de 2023

Ponte tres en uno

 PONTE TRES EN UNO

La intemperie, el paso inclemente del tiempo, la acumulación de polvo y suciedad, la falta de uso, u otros muchos posibles motivos van inutilizando paulatinamente el funcionamiento de todo mecanismo inventado por el hombre. Cuando lo que iba bien y funcionaba perfectamente se va deteriorando y, poco a poco ya no abre como al principio: un candado, una bisagra, una cerradura, una maquinaria, etc. podremos sustituirlos por otro nuevo u optar por repararlos. Habrá también quienes sin pensarlo demasiado sucumbirán a la primera y más perentoria solución: aplíquese con denuedo la fuerza extrema, un par de golpes secos y, o se termina de romperse o por ceder y volver a funcionar. Otros, más avezados y prudentes que los primeros, tirarán de la fórmula secreta y recurrirán al prodigioso aceite limpiador y lubrificante "Tres en 1", porque, además, con alta probabilidad, este ungüento repondrá el mecanismo a su estado primigenio de uso en cuestión de segundos.

Y es que o se cuidan con esmero los artefactos y herramientas, o terminan por resultar ineficaces e inservibles, acabando en la basura o, en el mejor de los casos, en el punto limpio como testigos mudos de un tiempo que ya pasó y de una utilidad que también se perdió. Pues tarde o temprano lo que no sirve se termina por arrinconarse y finalmente se descarta o recicla.

Tal vez a muchos de nosotros nos vendría bien cierto mantenimiento físico, intelectual, religioso y moral, no sea que, sin apenas notarlo, también vayamos perdiendo destreza, lucidez y acierto. ¿Cómo hacer, pues, para impedir ese deterioro en nuestra actitud y actualidad y poder responder a los retos que nos impone continuamente el presente? ¿Acaso podríamos nosotros descargarnos la última versión del programa humano y más humano para seguir funcionando? ¿Dónde se puede encontrar ese software que precisa nuestro corazón para mantenerse en modo vital? ¿No habrá alguna App resolutiva para poder orientarse en las coordenadas de nuestra existencia sin terminar perdiendo el sentido? ¿O tendremos también nosotros que recurrir al Tres en 1 para mantenernos en perfecto estado de funcionamiento, independientemente de la edad que uno tenga?

Pues sí, existiese ese bálsamo que todo nos lo sana, tanto dentro como fuera, y por tanto, administrado de manera recurrente y generosa, permitiría que nuestra competencia humana no se deteriorase, sino que incluso se incrementara conforme la vamos ejercitando. ¡Qué fácil y sencillo podría resultarnos para mantenernos como personas plenamente operativas!

¡Existe! Escuchad y ponedlo en prácticas, pues el arreglo y la reparación que necesita nuestra humanidad está completamente garantizada. Es el mismo Jesús el que nos da esta fórmula secreta e infalible: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser" y "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Esta es la clave: el amor sin medida, pues en esencia somos amor y nos debemos al amor, tanto a Dios como al prójimo, pues ambos amores son inseparables.

Ejercitémonos en ese amor constante que no hace distinción de personas; amemos a todos y las veinticuatro horas del día. Un amor que, en definitiva, es más que uno, porque viene de Dios, y que ama a través de nosotros. Un amor al que le debemos tanto nuestra vida como la de todos los demás. Un amor que nos habita con misteriosa profundidad y que hemos de saber encarnar en pro de la vida y la felicidad de todos los que nos rodean (los prójimos).

¿Cómo podríamos separar ese amor divino y humano, trinitario y fraterno sin fracturarlo? ¿Cómo no corresponder desde el servicio de nuestras vidas a ese amor recibido? ¿Cómo no repartirlo y acrecentarlo como la mejor vocación que podamos llevar a cabo? Estamos llamados al amor, fuente de cordialidad y convivencia, y no a la guerra ni a las hostilidades y los desencuentros. Dejémonos de excusas, pues es urgentísimo volver a ser seres humanos "reparados" por el amor de Dios y capaces de seguir funcionando para el amor y la entrega desinteresada.

Y si aún no sabes amar porque se te dañó tu capacidad de amar, ya sabes: aplícate cuanto antes el Tres en uno del amor de Dios, y aprenderás a amar en libertad. Repárate, escucha y ama con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todo tu ser entero y unificado. Siente y ábrete al amor de Dios, déjate amar y, superando la cerrazón del egoísmo, ábrete al amor con los demás. Debería ser tu prioridad, tu propósito: integrar corazón, cabeza, alma, voluntad, espíritu y acción para amar más y mejor. Empieza ya y no dejes de amar en toda oportunidad que se te produzca, para eso has sido creado. Amar siempre merece la pena y la vida. 

    

sábado, 21 de octubre de 2023

Salir trasquilado

SALIR TRASQUILADO

Yo creo que a nadie nos gusta que nos tomen el pelo; otra cosa bien distinta es que de vez en cuando nos gasten alguna bromita con la mejor intención, y siempre para reírse con nosotros y no de nosotros. El sano humor y la alegría siempre son necesarios, y hasta beneficiosos, entre verdaderos amigos. Por la misma razón tampoco se nos ocurriría tratar de burlarnos de los demás, pues en consecuencia lo que no te gusta que te hagan a ti, tampoco deberías quererlo para otros. Aunque esto es algo claro y transparente, no está de más recordar que en esta semana por la convivencia que nuestro colegio va a celebrar juntos en estos días, pueda servirnos para seguir permitiéndonos seguir cuidando el buen clima en nuestras relaciones.

Sin embargo, no todas las personas llevan esa recta intención a la hora de tratar y convivir con los demás. Tal vez algunos se crean más o mejores que los demás, y por tanto, para ellos sería correcto engañar o manipular al resto. Tristemente es demasiado frecuente hoy en día recibir bulo tras bulo en los medios de comunicación, por lo que, o estás avisado e hilas fino en el marasmo de informaciones dispares, o, por exceso de candidez, habrás de vivir engañado y confundido.

Un buen ejemplo, y contra toda sensatez y cautela, lo vemos en el evangelio de hoy Domingo XXIX, ya que a los que ostentan el poder, gente ducha en el robo, la tergiversación de la verdad, la manipulación y el engaño, tratan de poner a prueba la capacidad de discernimiento de Jesús, al que llamaban ya entonces Maestro. ¿Pero cómo se les puede ocurrir que van a pillar en un renuncio a Jesús, el Hijo de Dios? ¿En qué cabeza cabe que le iban a saber liar con sus subterfugios para que cayese fácilmente en su trampa? La sola pretensión de considerarse capaces de poder atraparle, deja manifiesto no solo la maldad de su corazón, sino también la torpeza e ignorancia de sus mentes. Jesús es el Camino, la Verdad, y la Vida, y por tanto, todo intento de apagar esa luz está destinada al fracaso. Ciertamente no reconocían al que tenían delante.

Tienen delante al que, como muy bien habían declarado, ni se fía ni de las apariencias, ni de los vanos halagos, ni se deja atrapar en preguntas, puesto que es el verdadero Maestro y conoce la importancia de las preguntas para distinguir exactamente entre la verdad y lo que no lo es: lo admitido sin pensar, lo políticamente correcto, lo que, en definitiva, permite que se mantengan (y hasta terminen pudriéndose) tal cual están y se dan por hecho todas las cosas, el status quo.

Aún así que se le acercan algunos fariseos y herodianos, tan ladinos y seguros de su malintencionada sagacidad y, después de presuntamente alagarle, pues le dicen que Él no juzga según las apariencias, le proponen la consabida preguntilla capciosa: "¿es lícito pagar impuestos al César?". Y es que si contestaba que sí, ya podían ponerle en contra del pueblo que le seguía, pues entonces se declaraba partidario de colaborar con el imperio romano que ocupaba sus territorios y les expoliaba con gran cantidad de impuestos. Pero si contestaba que no, se ponía oficialmente en contra del poder político establecido, y por tanto, sería considerado un insurgente más, un proscrito al que habría que poner a buen recaudo cuanto antes.

Sí, Jesús, acertadamente les responde a su vez con otra pregunta "¿De quién son esta cara y esta inscripción" (de la moneda con la que pagáis los impuestos)? Pues, ahí lo tenéis. "pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Ni más ni menos. Es decir, no mezcléis, no confundáis, no embadurnéis: a cada uno lo suyo, lo político por un lado y lo religioso por otro.

Que no nos confundan tampoco a nosotros. No siempre los problemas son lo que parecen o lo que quieren que parezcan. Incluso una guerra puede parecer que enfrenta a pueblos y religiones distintas, pero tal vez utilicen a pueblos y religiones como escusas fáciles de enfrentamiento y división, cuando en realidad son conflictos que obedecen a otros intereses geopolíticos ocultos, y los pueblos, las religiones y el ser humano de a pie, somos las víctimas. 

¿A qué lado te sitúas, eres prorruso o proucranianio? ¿Propalestino o proisraelí? ¿Del César o de Dios? No, esa no es la pregunta, sino ¿Estás a favor del hombre, de la vida, de la justicia y los derechos humanos? ¿Estás a favor de la paz, la convivencia y la voluntad de entendimiento? ¿Estas por el bien o por el mal? ¿Eres de Dios? Pues habrá que dar a Dios lo que es de Dios, es decir, todo el bien y el amor de que seas capaz, esto es, dar mucho y buen fruto.

Pero además, Jesús, con su respuesta deja zanjada la separación entre religión y gobierno, que no deben estar unidas, pues cada una de ellas ha de dedicarse a lo suyo propio; aunque sí sería conveniente entenderse por el bien de los hombres, del desarrollo de sus condiciones de vida y su libertad.

Por ello, los misioneros, dedicados en cuerpo y alma a encarnar el evangelio y a promover el Reino de Dios, no cejan de trabajar por la promoción del ser humano, la justicia y el bien común, porque es una exigencia radical del evangelio, inseparable del anuncio de la buena nueva que sana y salva. Hoy domingo del Domund, les tenemos bien presentes, oramos por ellos y, en la medida de nuestras posibilidades, colaboramos con ellos.

Ojalá los gobernantes desde su papel tratasen de contribuir también a la paz, la justicia, la convivencia y el bien de los pueblos. Tal vez, sobra ideología, que termina enfrentando a los hombres y países, y falta amor. Tal vez nos falta astucia para no caer en embelecos y empezar a distinguir mejor la verdad. Jesús lo tenía claro, ni se dejó Él embaucar, ni debemos tampoco nosotros dejarnos embaucar por los embaucadores de un u otro lado, sino que busquemos a Dios y sus obras. Tratemos de ser misioneros de ese mundo fraterno, donde en lugar de armas y monedas (o denarios), de intereses y lucro desmedido, haya pasión por el hombre y caridad.

Y que los que fueron con intención de tomarle el pelo a Jesús, o aquellos que siguen intentando tomárnoslo a nosotros, terminen quedando trasquilados una vez más.

CONVIVAMOS EN PAZ LOS UNOS CON LOS OTROS,

EN EL COLE Y EN TODA LA TIERRA.  


sábado, 14 de octubre de 2023

Dejarte en leído

DEJARTE EN LEÍDO


Con gran frecuencia nos comunicamos entre unos y otros empleando Whatsapp. Esta nueva forma de comunicación es práctica, sencilla, cómoda, barata y rápida, por lo que es comprensible que en muy poco tiempo se nos ha terminado convirtiendo en una herramienta imprescindible en nuestro día a día. Tal vez incluso podríamos sospechar que hasta hacemos de dicho modo de comunicación un uso abusivo. Pero de eso no toca hablar en este momento.

Por ello no nos resulta extraña la nueva expresión "me ha dejado en leído", es decir, que le has escrito a alguien y ni se ha molestado en contestarte. Vamos, que ni siquiera uno es merecedor para esa persona ni de un mísero sí o un no, simplemente te ignora o te deja pospuesto para mejor ocasión. En este ritmo de vida que llevamos como podemos, donde predomina lo inmediato, hacerle esperar a uno un cierto tiempo en responder resulta del todo inasumible e inaceptable, incluso pudiendo suponer que el interlocutor de mi mensaje puede encontrarse ocupado en otra tarea en el momento en que yo le he escrito. No nos importa, reclamamos atención total e inmediata. Por tanto, nos enfurecemos enseguida  en lugar de concederle al menos el beneficio de la duda o de cierta pausa en la respuesta.

Menos aún nos gustaba cuando algún amigo o compañero invitaba a todos los del grupo, o al menos a los más selectos, pero no a nosotros. Eso sí que supone un motivo sustancial para el enfado, la furia y la mayor de las tristezas, porque cómo iba a ser yo el único que se iba a quedar fuera de la fiesta.

Pues en esta ocasión el evangelio -XXVIII domingo T. O. (A)- nos presenta la situación justamente al revés, es el mismo Dios el que nos ha preparado una magnífica fiesta, en la que como proclama el profeta Isaías no va a faltar nada de nada, sino que, por contra, va a sobrar de lo mejor de lo mejor. Es la mejor de las fiestas posibles y nos invita por el Whatsapp de entonces, que eran los profetas, los voceros de Dios. Así que nos llega la invitación del mismo Dios de la mano de esa gente tan comprometida y servidora, pero nosotros le hacemos el mayor de los desplantes y le dejamos en leídos.

Tal vez pueda ocurrir que con la que está cayendo, no estamos para más fiestas que la nuestra, en la que seamos nosotros los únicos y exclusivos protagonistas. O puede que haya otras fiestas que parecen cautivarnos más que la que Dios está ofreciendo, otros caminos divergentes, otras propuestas alternativas, muchas otras formas de alejarnos de la fiesta de la concordia y la fraternidad. Escucha, sopesa y decide consecuentemente si en esa boda está tu lugar.

Habría también que plantearse si somos merecedores de esa magnífica invitación. A juicio del artífice de la fiesta sí que lo somos, el nos considera dignos invitados a la fiesta de bodas de su Hijo, otra cosa muy distinta es que nosotros nos hagamos verdaderos merecedores de ese extraordinario evento al que el mismo Dios Padre nos convida.

La fiesta no va a dejar de celebrase, independientemente de que nosotros decidamos acudir o no. Todo está ya preparado desde la eternidad, es el banquete de bodas del Cordero, la celebración del amor esponsal del Hijo y los que hicieron de su vida un seguimiento del Amor a todos. Va a ser memorable; pues todos estamos llamados a participar y celebrarlo a lo grande, con la verdad de lo que uno es. Sin embargo, tú, ¿piensas dejar la invitación en leídos? ¿Vas a inventarte una excusa para declinar la invitación? ¿Te vas a quedar al margen de la celebración?

Pues entonces ¡ánimo, vente a la boda! y no olvides venir con tus mejores galas, revestido con la belleza sinigual de la fe, la esperanza y la caridad. No hay indumentaria más adecuada para ir a esta gran fiesta.

sábado, 7 de octubre de 2023

Romper la baraja

 ROMPER LA BARAJA


En múltiples ocasiones, y tras grandes esfuerzos, logramos ponernos de acuerdo para realizar una actividad conjunta entre diferentes. Todos asumen su respectiva función, respetan las reglas y saben a qué atenerse y qué esperar. Sin embargo, también conocemos que no siempre salen las cosas como se desean y termina por romperse la baraja del acuerdo, disolverse el pacto establecido, las buenas maneras, y aquí paz y después gloria, cada uno tira por su lado. La vida parece más un camino de encuentros y desencuentros porque estos primeros llevan ya la fecha de caducidad.

Parece que nos cuesta horrores entendernos los unos con los otros, pero cuando más o menos lo logramos, poco dura la alegría en casa del pobre, ya que a las primeras de cambio cualquiera se sale por la tangente. Y esta triste realidad es constatable en todo lugar y desde que tenemos recuerdo de las peripecias de los seres humanos sobre la tierra. Nada, o al menos poco, nos debe sorprender hoy en día el comportamiento excesivamente cerril y desleal de nuestros representantes políticos, que en lugar de buscar posturas tendentes a construir lo común para bien de todos, se afanan en exclusivamente por lo suyo, forzando los acuerdos que marcaban las reglas del juego. Resulta sorprendente lo rápido que lo echamos todo a perder por arrimar exclusivamente el ascua a nuestra sardina. ¿Cómo vamos a pedirles a nuestros representantes que procedan de modo ejemplar y distinto al que nosotros solemos  ajustándonos?

Pero como hemos dicho no es nada nuevo ese modo de proceder, ya el profeta Isaías muestra su enfado cuando el pueblo de Israel opta por alejarse de su Dios, que les sacó de la esclavitud y les constituyó como pueblo próspero, libre y singular. Ellos prefieren romper con el acuerdo y andar obcecadamente por un camino que no es el de Dios, sino el de la injusticia y la deslealtad.

Es como si cuando viviésemos según nuestra complacencia, se diera rienda suelta al pillaje y la maldad. A ver si va a resultar acertado aquello que decía Dostoievski en Los hermanos Karamazov, "cuando Dios no existe, todo esta permitido". Tal vez, una y otra vez, a lo largo de la vida personal y colectiva, necesitamos alejarnos de Dios, tanto física como espiritualmente, para poder hacer lo que se nos antoja, especialmente si es algo poco honroso. Pero aún así las culpas de nuestros desaciertos se las echamos a Aquel que suele terminar siempre cargando con nuestras culpas y pagando los cristales rotos.

Una y otra vez el Dueño y Señor de la viña nos confía el mundo a los seres humanos, y nuestro mundo particular a cada uno de nosotros, deposita nuestro pequeño mundo en nuestras manos confiando en nuestra capacidad. pero una y otra vez recibe el mismo pago: la ingratitud, la queja y la protesta. Una y otra vez, día tras día desde los tiempos remotos, nos otorga la oportunidad de un nuevo día para que hagamos germinal la semilla del bien, y hagamos de este tiempo y lugar un mundo donde crezca la paz, la fraternidad, la gratitud, la generosidad, el perdón, la alegría y el apoyo. Pero, una y otra vez, con fatídico empeño no lo logramos nunca.

No debería resultarnos nada sorprendente que a ese Dios todopoderoso le deberían entrar unas ganas irrefrenables de romper la baraja de manera definitiva; sin embargo, cuando va a romperla, se encuentra que hemos sido nosotros los que hemos roto previamente la baraja que nos había entregado. Pero, Él, con una renovada capacidad de amor vuelve a sacarse una nueva baraja de la manga y concedernos una nueva oportunidad de hacer algo digno con ella, pero volvemos a hacerle trampas con las cartas. Tal vez tratamos de ganar con trucos y engaños al Dios que se deja ganar por amor.

Duros de cerviz y entendimiento es verdad que somos, porque bastaba con tratar de cumplir aquello que nos dice hoy San Pablo en la segunda lectura cuando les dice a los Filipenses: "todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable; todo lo que es virtud o mérito tenedlo en cuenta". Sin embargo, preferimos seguir viviendo justamente de modo contrario: practicar la injusticia, vivir en la mentira y el engaño, discriminar, no respetar, ser deshonestos y avariciosos, materialistas, consumistas, individualistas y desagradecidos al olvidar los dones que le debemos a Dios. ¿Es sensato nuestro proceder? ¿Es acertado? ¿A dónde nos conduce este modo de vida?

Al final, queramos o no, se quedarán con el Señor únicamente los que hayan remar a contracorriente, priorizar el amor a Dios y al prójimo de forma decidida e inseparable. El Señor no va a renunciar a su sueño y a su promesa, aunque solo se quede para aquellos que supieron conformar su vida según la voluntad de Dios y, por tanto, se mantuvieron en todo momento a la escucha y siguieron sus pasos. Felices los que en lugar de ingratitud, son capaces de devolverle parte de lo recibido de Dios, y se hacen dignos de haber sido depositarios de tanto don y tanta ternura, entregándole los frutos de sus acciones y lo más preciado de su ser. ¿Tan difícil es atenerse al amor con entrega y lealtad? Somos de Él y a Él nos debemos. ¿Puede haber mejor uso de nuestra libertad?

viernes, 29 de septiembre de 2023

Nobleza obliga

 NOBLEZA OBLIGA



Aunque nos cueste tener que reconocerlo, los hombres de bien no solo se han de comportar escrupulosamente de manera ejemplar, sino que además, el cumplimiento con el deber debe resultarles connatural a su condición. Parece mentira tener que recordarlo, pero como dicta la máxima con la que hemos titulado la entrada de nuestro blog, lo que uno es debe saltar a la vista de los que nos conozcan y presencien nuestro comportamiento, no tanto para que reconozcan la nobleza con la que obramos y vivimos, sino principalmente para que cada uno de nosotros se mire en el espejo de su actuar y poder reconocerse a sí mismo. Porque tal vez, además de una belleza externa, tan valorada hoy en día, habría que saber descubrir una belleza interna, que tiene que ver más con los valores (con la verdad y la justicia) con los que uno conduce su vida.  

Y si hay algo que pudiera considerarse como bastante generalizado hoy en día seguramente sea el actuar de modo poco noble e incluso ruin, o también no actuar cuando se hubiese esperado que actuáramos porque la situación lo requería. ¿Qué nos está pasando como sociedad? ¿No se puede esperar algo más digno de los humanos? A las primeras de cambio hacemos dejación de lo que deberíamos cumplir, parece como si nada nos obligara, como si el ejercicio de la propia libertad se hubiese relajado de tal modo que sucumbimos a la primera ocasión obrando más por antojo que por consecuencia.

Vemos demasiados ejemplos de representantes políticos, altos cargos o empresarios inmensamente poderosos, dispuestos a llevar a cabo cualquier apaño con tal de obtener sus turbios fines. Ni su palabra, ni su conciencia, ni la palabra dada, ni tampoco su prestigio les marca límite alguno. Pudiera ser que en su desmedido narcisismo lo único que cuenta para ello es su ego tiránico que ni tiene en cuenta a nada ni a nadie. Para ellos el fin justifica cualquier medio para obtenerlo. Hacen lo que les da la gana sin atenerse a nada, aunque luego traten de ocultar sus fechorías con una turba incontable de embustes. ¿Es que acaso todo está permitido? ¿Cualquier comportamiento es igualmente presentable?

Cuando aún quedaba gente dispuesta a llevar a cabo sacrificios en bien de los demás, se podía recurrir a la sentencia "nobleza obliga", es decir, que sabían atenerse a la forma correcta de actuar, a no elegir simplemente lo fácil o lo que más les interesaba, porque la alta concepción de uno mismo modelaba las acciones. Trataban de hacer lo correcto, sintiéndose obligados por la nobleza intrínseca de toda persona.

Pero si descendemos a nuestro terreno de juego, en nuestro día a día, en nuestros barrios, en nuestras calles, e incluso en nuestro centro escolar, parece que también podemos encontrar personas que solo atienden a lo que les viene en gana, que dejaron ya la nobleza muy atrás, y que si hay que pasar por encima de los demás, del respeto y las normas, pues se pasa, porque en el fondo saben que todo vale y si alguien se percata, se niega y asunto concluido.

El Evangelio de este domingo XXVI de tiempo ordinario (A) nos sitúa ante la parábola de los dos hijos. Uno le dice a su padre que hará lo que le ha pedido, pero después, no se siente impelido a obedecer a su padre, no le obliga ni nobleza, ni nada ni nadie, porque se cree dueño y señor absoluto de sí mismo, además de no responsable de su palabra. Por contra, el segundo hijo, aunque en primer lugar rechaza ir, posteriormente recapacita y advierte que la condición de hijo sí obliga a hacer caso a su padre y va a la viña a echar una mano a su padre.

Tal vez nosotros podemos plantearnos si somos de los privilegiados, los nobles nada nobles en realidad, que nos sentimos por encima de los demás y de toda norma moral, que no tenemos que responder de nuestros actos ante nadie (ni siquiera nosotros mismos), o si somos somos más bien de los que reconocemos que como seres humanos conscientes y libres, y hemos de procurar tener un comportamiento intachable.

Ese padre bien pudiera ser Dios. Si le escuchamos y queremos ser verdaderos hijos y consecuentes con nuestras elecciones, Él está siempre pronto a escucharnos, a querernos y a perdonarnos de todo corazón. ¡Qué suerte tenemos! Contamos con un Padre al que nobleza obliga que nos pide que también nosotros seamos de verdad nobles, sinceros, humildes y cariñosos los unos con los otros, amando como Él nos ama. Otro mundo bien distinto sería este, si tratásemos de ser más nobles y rectos en nuestro proceder y en nuestro trato. La nobleza no se hereda, sino que sale o no de cada uno de nosotros.

Enlace al buenos días de esta semana:

BUENOS DÍAS ESO - SEMANA 40 (google.com)

sábado, 23 de septiembre de 2023

Sui generis

 SUI GENERIS

A menudo las cosas no son como parecen. Con cierta frecuencia, y en contra de lo previsto, salta lo insólito y nos pilla descolocados. Creemos que nos sabemos de sobra lo que ocurre, lo que está ocurriendo y lo que ocurrirá; que todo se tiende a repetir una y otra vez de modo muy similar al de otras veces y, por tanto, sabemos muy bien a qué atenernos de antemano.

Los seres humanos concebimos todo a nuestra manera, y hasta no nos sienta demasiado bien cuando las cosas se nos alteran. ¿Qué sería de nosotros sin ese margen de suposición consistente en que todos siga siendo conforme ya era? ¿Dónde quedarían nuestras seguridades? ¿Qué podríamos conocer por el seguro método científico si no hubiese una repetición que probara sobradamente el cumplimiento de cualquier hipótesis? ¿A qué podríamos atenernos entonces? ¿De verdad podemos creernos que la vida transcurre una y otra vez por los derroteros acostrumbrados? ¿Todo es siempre tan sumamente monótono y anodino?

Pues a Dios tal vez le guste sorprendernos y de paso también despertarnos de nuestra recurrente modorra. Con sus inesperados guiños a lo mejor logra romper nuestras concepciones férreas, permitiendo que de vez en cuando surja un conejo en la chistera. Hay a quién puede no sentarle nada bien los imprevistos; hay quien no lleva bien que a veces sea necesario desaprender algo para poder aprender lo nuevo. Pero cuántas veces no hemos de rectificar, volver sobre nuestros pasos para poder retornar al camino correcto.

Las lecturas de este domingo XXV de tiempo ordinario (A) nos hablan del Dios que no está hecho a nuestra medida, sino de otro muy distinto al que el hombre suele proyectar a su medida. Un Dios que tiene unos planes, unos proyectos y unos modos, que no son los que cupiera esperar desde nuestras expectativas. Un Dios algo sui géneris, puesto que desborda nuestras pacatas concepciones, ni se adapta a lo que podíamos haber nosotros previsto, pero es el que es y tal cual es: el Dios auténtico. ¿Y si entonces las que hubiese que adaptar a la realidad fueran maneras de entender lo que es Dios? ¿Y si tratáramos de entenderle? ¿Y si nos ponemos a la escucha y nos dejamos sorprender?

El profeta Isaías nos previene de ello cuando profetiza que hay que buscar a Dios mientras se le encuentra: no al final, sino durante todo el trayecto que vamos recorriendo hasta dar con Él, porque se deja entrever también durante el camino. El problema sería no llegar a advertirlo, no saber encontrarnos con Él porque no le buscamos tal y como es. Nos anima a invocarlo sabiendo que lo tenemos muy cerca, es decir, que está aquí entre nosotros, en las entretelas de nuestras existencias, y por tanto, la invocación puede volverse íntima conversación. ¡Qué Dios este tan admirable como sorprendente!

Y en el Evangelio es el mismo Hijo el que nos presenta una parábola bien llamativa, la del propietario que manda a diferentes trabajadores sucesivos a su viña a lo largo de la jornada. Al terminar el día paga a todos igual según lo acordado, pero los que habían trabajado más horas reclaman más paga que los demás. No se alegran que haya contratado más trabajadores ni que sea con los últimos compañeros tan generoso como con ellos, por contra, se quejan y sienten injustamente tratados a pesar de que el dueño de la viña les paga lo que les dijo y que entonces les había parecido bien.

Desde luego, cuando pensamos así, solo en nosotros y en lo nuestro, y nos desentendemos del bien de los demás, no entendemos el mundo con la bondad, la generosidad y misericordia con la que Dios nos trata a todos sin distinciones. Desde luego que eso de que los últimos serán los primeros, y (por fin) los primeros últimos, no nos termina de entrar en la cabeza. Desde luego que este Dios tan sui géneris, que va más allá de la justicia según los hombres, para proponernos una justicia que se basa en la caridad, nos rompe todos los esquemas. Y qué bueno que sea así, y podamos empezar de nuevo, pero esta vez atisbando algo.

Sin embargo, este es el Dios cristiano, el Dios que se compadece y busca nuestro bien; es Dios del amor. ¿Puede haberlo mejor?


Pincha en el enlace para poder acceder al buenos días de esta semana:

https://sites.google.com/smprovidencia-alcala.es/buenosdaseso/septiembre/semana-39

jueves, 21 de septiembre de 2023

Reconocimiento

 RECONOCIMIENTO

Solo algunos, y no precisamente muy jóvenes, recordarán aquella famosa canción de Rubén Blades cuyo estribillo decía "la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida". Y en efecto es así, unas buenas, otras no tanto, pero en el transcurso de nuestras existencias van ocurriendo múltiples sucesos previsibles e imprevisibles. A estos últimos, los que de ninguna manera hubiésemos esperado, es a los que nos referimos con la palabra sorpresa.

¿Quién nos iba a decir a nosotros que la Cofradía de la Virgen del Val se iba a acordar de nuestro colegio? Pues así ha sido. El sábado pasado, varios miembros de La Provi acudieron a participar en la misa mayor que se celebraba a las 12:00 en la explanada de la ermita, presidida por nuestro recién nombrado obispo, D. Antonio Prieto Lucena. Cuando, al terminar la celebración, nos avisan para invitar al colegio, Santa María de la Providencia, a recoger el título por el que se nos comunica que nos han concedido una beca honorífica de la Cofradía de la Virgen del Val, para que La Provi esté más bajo el amparo y protección de la Santísima Virgen del Val, madre nuestra y patrona de nuestra ciudad.

Agradecemos este honor recibido. La Virgen conoce bien el amor que la profesamos, tanto bajo la Advocación de Nuestra Señora del Val, como de Santa María de la Providencia. Es la misma madre de Jesús, la primera y mejor educadora en la ternura, el cariño y la fe. Es un verdadero lujo que nuestro colegio haya sido reconocido con esta beca. Algunos la habréis podido ver ya expuesta a la entrada del colegio.

Sí, para todos los que formamos La Provi es un verdadero lujo y un honor poder mostrar nuestra adhesión con la Virgen María, con Alcalá y con las familias que eligen nuestro colegio y nuestro estilo educativo.

Algún otro premio o reconocimiento hemos ido logrando a lo largo de los años, en gran medida por el esfuerzo y mérito de nuestros alumnos. De todos ellos nos sentimos orgullosos, puesto que nos han ayudado a seguir superándonos día a día, pero este, tan sencillo como hermoso se debe a la generosidad de María y los cofrades, que han sabido ver nuestro cariño por tan antigua como insigne advocación de la Virgen María. Queremos expresar nuestra alegría, nuestro agradecimiento y nuestra sorpresa. Queremos que esta distinción sea un acicate mayor aún para estar a la disposición de la diócesis de Alcalá. Muchas gracias, si ya estaba clara nuestra seña de identidad mariana, ahora queda ahún más patente.

¡Viva La Provi! ¡Viva Alcalá! ¡Viva Nuestra Señora del Val! 




sábado, 16 de septiembre de 2023

Sin medida

 SIN MEDIDA


En este mundo de cálculos, promedios y estimaciones todo se nos ha vuelto cuantificable y clasificable, tal vez en exceso. Parece que incluso la cantidad contante y sonante valiese más que la mera calidad. Tenemos los índices bursátiles, el producto interior bruto, la tasa de paro, los poderosísimos sondeos electorales, el interés neto, los pingües beneficios o el peso específico. Todo se haya sujeto al más estricto cómputo. Queremos ser exactos, y por eso no dejamos que se nos escape ni un solo decimal, ni un solo centavo, ni una milésima de segundo ni el mínimo gramo suelto. Queda así bajo la apariencia de estar todo bajo nuestro control, aunque en realidad más bien poco es lo que en realidad controlamos.

Cuentan los mitos griegos que había un tal Procusto, también conocido como Polipemón o como Damastes, que regentaba una posada en la que ofrecía hospedaje a los cansados caminantes. Cuando el viajero dormía tranquilo en el lecho, Procusto tenía la fea costumbre de amordazarle a la cama de hierro y ajustar el cuerpo de su hospedado con gran exactitud a las dimensiones de la cama, consiguiendo así que nada faltara o sobrase en su preciado camastro. Para que todo cuadrara a sus medidas, procedía salvajemente a alargar y desconyuntar los miembros de su víctima, o si fuese necesario a cortárselos.

No sé si alguno de nosotros, sin advertirlo siquiera, guardaremos alguna similitud con legendario Procusto, mostrando escasa flexibilidad para con los demás. Lo cierto es que a él le terminó ocurriendo exactamente lo mismo que él les hacía a sus invitados, porque se dice que Teseo le aplicó a él su misma medicina a modo de escarmiento, aunque ya de bien poco le sirviese esa última lección al cruel Procusto.     

En este domingo vigésimo cuarto de tiempo ordinario, el evangelio nos enseña que si a uno le perdonan, lo que corresponde es que también sepas perdonar a tus semejantes. Si Dios ha tenido "manga ancha" contigo ¿cómo no vas a obrar tú del mismo modo? En lugar de aplicar a otros los rígidos moldes con los que Procusto trataba a todos, lo mejor es aplicar el flexible "lecho" de la comprensión a los demás. Ser alto de miras en tus juicios, pero sobre todo alto y generoso de miras en la medida de tu corazón con los demás, porque cuando practicas el perdón hacia las faltas de los otros (y de las tuyas), les concedes una nueva oportunidad, y ya de paso te mejoras en calidad humana a ti mismo.

Perdona al que te perdona, aunque te cueste enormidades. Empieza por perdonar tú, para abrir así una dinámica de perdón y de vida reconciliada. Comienza por experimentar el perdón que procede de Dios, que nos ama hasta el extremo a todos y cada uno, y ya no podrás dejar de perdonar a los otros también, tanto sus pequeños defectillos como incluso hasta los grandes defectazos que puedan tener y cometer. Ensancha el lecho y el corazón.

Trata a los demás como quieres ser tratado también tú. Trata a los demás como a ti te trata el Señor, que tiene verdaderas entrañas de misericordia, y empezarás a tratar a los demás con las mismas entrañas de misericordia también tú. Intente mirar más a los demás con los mismos ojos que Dios nos ve, y entonces, no una ni dos, sino setenta veces siete podrás respirar en lo profundo el perdón sanador.

No sabemos la herida que aquejaba a Procusto para obrar con ese odio intransigente hacia los demás, posiblemente hubo una causa que explicase su modo de proceder, pero otro muy diferente hubiese sido el mito y su final, si en lugar de quedar marcado de manera definitiva por el dolor de la herida, se hubiese dejado llevar por el admirable don sanador del perdón que procede de Dios o de los hombres que saben perdonar. Ábrete a la renovación del perdón, por ahí tal vez empieces a dejarte ganar para el Reino de los cielos. Ama y podrás perdonar hasta lo inadmisible, porque el amor es mucho poderoso que el mal y el daño. Y si te cuesta mucho perdonar las ofensas, pídele a Jesús que te ayude a perdonar. Él todo lo puede, y con Él tú también.