sábado, 23 de septiembre de 2023

Sui generis

 SUI GENERIS

A menudo las cosas no son como parecen. Con cierta frecuencia, y en contra de lo previsto, salta lo insólito y nos pilla descolocados. Creemos que nos sabemos de sobra lo que ocurre, lo que está ocurriendo y lo que ocurrirá; que todo se tiende a repetir una y otra vez de modo muy similar al de otras veces y, por tanto, sabemos muy bien a qué atenernos de antemano.

Los seres humanos concebimos todo a nuestra manera, y hasta no nos sienta demasiado bien cuando las cosas se nos alteran. ¿Qué sería de nosotros sin ese margen de suposición consistente en que todos siga siendo conforme ya era? ¿Dónde quedarían nuestras seguridades? ¿Qué podríamos conocer por el seguro método científico si no hubiese una repetición que probara sobradamente el cumplimiento de cualquier hipótesis? ¿A qué podríamos atenernos entonces? ¿De verdad podemos creernos que la vida transcurre una y otra vez por los derroteros acostrumbrados? ¿Todo es siempre tan sumamente monótono y anodino?

Pues a Dios tal vez le guste sorprendernos y de paso también despertarnos de nuestra recurrente modorra. Con sus inesperados guiños a lo mejor logra romper nuestras concepciones férreas, permitiendo que de vez en cuando surja un conejo en la chistera. Hay a quién puede no sentarle nada bien los imprevistos; hay quien no lleva bien que a veces sea necesario desaprender algo para poder aprender lo nuevo. Pero cuántas veces no hemos de rectificar, volver sobre nuestros pasos para poder retornar al camino correcto.

Las lecturas de este domingo XXV de tiempo ordinario (A) nos hablan del Dios que no está hecho a nuestra medida, sino de otro muy distinto al que el hombre suele proyectar a su medida. Un Dios que tiene unos planes, unos proyectos y unos modos, que no son los que cupiera esperar desde nuestras expectativas. Un Dios algo sui géneris, puesto que desborda nuestras pacatas concepciones, ni se adapta a lo que podíamos haber nosotros previsto, pero es el que es y tal cual es: el Dios auténtico. ¿Y si entonces las que hubiese que adaptar a la realidad fueran maneras de entender lo que es Dios? ¿Y si tratáramos de entenderle? ¿Y si nos ponemos a la escucha y nos dejamos sorprender?

El profeta Isaías nos previene de ello cuando profetiza que hay que buscar a Dios mientras se le encuentra: no al final, sino durante todo el trayecto que vamos recorriendo hasta dar con Él, porque se deja entrever también durante el camino. El problema sería no llegar a advertirlo, no saber encontrarnos con Él porque no le buscamos tal y como es. Nos anima a invocarlo sabiendo que lo tenemos muy cerca, es decir, que está aquí entre nosotros, en las entretelas de nuestras existencias, y por tanto, la invocación puede volverse íntima conversación. ¡Qué Dios este tan admirable como sorprendente!

Y en el Evangelio es el mismo Hijo el que nos presenta una parábola bien llamativa, la del propietario que manda a diferentes trabajadores sucesivos a su viña a lo largo de la jornada. Al terminar el día paga a todos igual según lo acordado, pero los que habían trabajado más horas reclaman más paga que los demás. No se alegran que haya contratado más trabajadores ni que sea con los últimos compañeros tan generoso como con ellos, por contra, se quejan y sienten injustamente tratados a pesar de que el dueño de la viña les paga lo que les dijo y que entonces les había parecido bien.

Desde luego, cuando pensamos así, solo en nosotros y en lo nuestro, y nos desentendemos del bien de los demás, no entendemos el mundo con la bondad, la generosidad y misericordia con la que Dios nos trata a todos sin distinciones. Desde luego que eso de que los últimos serán los primeros, y (por fin) los primeros últimos, no nos termina de entrar en la cabeza. Desde luego que este Dios tan sui géneris, que va más allá de la justicia según los hombres, para proponernos una justicia que se basa en la caridad, nos rompe todos los esquemas. Y qué bueno que sea así, y podamos empezar de nuevo, pero esta vez atisbando algo.

Sin embargo, este es el Dios cristiano, el Dios que se compadece y busca nuestro bien; es Dios del amor. ¿Puede haberlo mejor?


Pincha en el enlace para poder acceder al buenos días de esta semana:

https://sites.google.com/smprovidencia-alcala.es/buenosdaseso/septiembre/semana-39

jueves, 21 de septiembre de 2023

Reconocimiento

 RECONOCIMIENTO

Solo algunos, y no precisamente muy jóvenes, recordarán aquella famosa canción de Rubén Blades cuyo estribillo decía "la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida". Y en efecto es así, unas buenas, otras no tanto, pero en el transcurso de nuestras existencias van ocurriendo múltiples sucesos previsibles e imprevisibles. A estos últimos, los que de ninguna manera hubiésemos esperado, es a los que nos referimos con la palabra sorpresa.

¿Quién nos iba a decir a nosotros que la Cofradía de la Virgen del Val se iba a acordar de nuestro colegio? Pues así ha sido. El sábado pasado, varios miembros de La Provi acudieron a participar en la misa mayor que se celebraba a las 12:00 en la explanada de la ermita, presidida por nuestro recién nombrado obispo, D. Antonio Prieto Lucena. Cuando, al terminar la celebración, nos avisan para invitar al colegio, Santa María de la Providencia, a recoger el título por el que se nos comunica que nos han concedido una beca honorífica de la Cofradía de la Virgen del Val, para que La Provi esté más bajo el amparo y protección de la Santísima Virgen del Val, madre nuestra y patrona de nuestra ciudad.

Agradecemos este honor recibido. La Virgen conoce bien el amor que la profesamos, tanto bajo la Advocación de Nuestra Señora del Val, como de Santa María de la Providencia. Es la misma madre de Jesús, la primera y mejor educadora en la ternura, el cariño y la fe. Es un verdadero lujo que nuestro colegio haya sido reconocido con esta beca. Algunos la habréis podido ver ya expuesta a la entrada del colegio.

Sí, para todos los que formamos La Provi es un verdadero lujo y un honor poder mostrar nuestra adhesión con la Virgen María, con Alcalá y con las familias que eligen nuestro colegio y nuestro estilo educativo.

Algún otro premio o reconocimiento hemos ido logrando a lo largo de los años, en gran medida por el esfuerzo y mérito de nuestros alumnos. De todos ellos nos sentimos orgullosos, puesto que nos han ayudado a seguir superándonos día a día, pero este, tan sencillo como hermoso se debe a la generosidad de María y los cofrades, que han sabido ver nuestro cariño por tan antigua como insigne advocación de la Virgen María. Queremos expresar nuestra alegría, nuestro agradecimiento y nuestra sorpresa. Queremos que esta distinción sea un acicate mayor aún para estar a la disposición de la diócesis de Alcalá. Muchas gracias, si ya estaba clara nuestra seña de identidad mariana, ahora queda ahún más patente.

¡Viva La Provi! ¡Viva Alcalá! ¡Viva Nuestra Señora del Val! 




sábado, 16 de septiembre de 2023

Sin medida

 SIN MEDIDA


En este mundo de cálculos, promedios y estimaciones todo se nos ha vuelto cuantificable y clasificable, tal vez en exceso. Parece que incluso la cantidad contante y sonante valiese más que la mera calidad. Tenemos los índices bursátiles, el producto interior bruto, la tasa de paro, los poderosísimos sondeos electorales, el interés neto, los pingües beneficios o el peso específico. Todo se haya sujeto al más estricto cómputo. Queremos ser exactos, y por eso no dejamos que se nos escape ni un solo decimal, ni un solo centavo, ni una milésima de segundo ni el mínimo gramo suelto. Queda así bajo la apariencia de estar todo bajo nuestro control, aunque en realidad más bien poco es lo que en realidad controlamos.

Cuentan los mitos griegos que había un tal Procusto, también conocido como Polipemón o como Damastes, que regentaba una posada en la que ofrecía hospedaje a los cansados caminantes. Cuando el viajero dormía tranquilo en el lecho, Procusto tenía la fea costumbre de amordazarle a la cama de hierro y ajustar el cuerpo de su hospedado con gran exactitud a las dimensiones de la cama, consiguiendo así que nada faltara o sobrase en su preciado camastro. Para que todo cuadrara a sus medidas, procedía salvajemente a alargar y desconyuntar los miembros de su víctima, o si fuese necesario a cortárselos.

No sé si alguno de nosotros, sin advertirlo siquiera, guardaremos alguna similitud con legendario Procusto, mostrando escasa flexibilidad para con los demás. Lo cierto es que a él le terminó ocurriendo exactamente lo mismo que él les hacía a sus invitados, porque se dice que Teseo le aplicó a él su misma medicina a modo de escarmiento, aunque ya de bien poco le sirviese esa última lección al cruel Procusto.     

En este domingo vigésimo cuarto de tiempo ordinario, el evangelio nos enseña que si a uno le perdonan, lo que corresponde es que también sepas perdonar a tus semejantes. Si Dios ha tenido "manga ancha" contigo ¿cómo no vas a obrar tú del mismo modo? En lugar de aplicar a otros los rígidos moldes con los que Procusto trataba a todos, lo mejor es aplicar el flexible "lecho" de la comprensión a los demás. Ser alto de miras en tus juicios, pero sobre todo alto y generoso de miras en la medida de tu corazón con los demás, porque cuando practicas el perdón hacia las faltas de los otros (y de las tuyas), les concedes una nueva oportunidad, y ya de paso te mejoras en calidad humana a ti mismo.

Perdona al que te perdona, aunque te cueste enormidades. Empieza por perdonar tú, para abrir así una dinámica de perdón y de vida reconciliada. Comienza por experimentar el perdón que procede de Dios, que nos ama hasta el extremo a todos y cada uno, y ya no podrás dejar de perdonar a los otros también, tanto sus pequeños defectillos como incluso hasta los grandes defectazos que puedan tener y cometer. Ensancha el lecho y el corazón.

Trata a los demás como quieres ser tratado también tú. Trata a los demás como a ti te trata el Señor, que tiene verdaderas entrañas de misericordia, y empezarás a tratar a los demás con las mismas entrañas de misericordia también tú. Intente mirar más a los demás con los mismos ojos que Dios nos ve, y entonces, no una ni dos, sino setenta veces siete podrás respirar en lo profundo el perdón sanador.

No sabemos la herida que aquejaba a Procusto para obrar con ese odio intransigente hacia los demás, posiblemente hubo una causa que explicase su modo de proceder, pero otro muy diferente hubiese sido el mito y su final, si en lugar de quedar marcado de manera definitiva por el dolor de la herida, se hubiese dejado llevar por el admirable don sanador del perdón que procede de Dios o de los hombres que saben perdonar. Ábrete a la renovación del perdón, por ahí tal vez empieces a dejarte ganar para el Reino de los cielos. Ama y podrás perdonar hasta lo inadmisible, porque el amor es mucho poderoso que el mal y el daño. Y si te cuesta mucho perdonar las ofensas, pídele a Jesús que te ayude a perdonar. Él todo lo puede, y con Él tú también.  



sábado, 9 de septiembre de 2023

Rizar el rizo

 RIZAR EL RIZO


ESCUCHAR la palabra de Dios, a diario, o al menos domingo a domingo, puede ser verdaderamente beneficioso para todos nosotros. En primer lugar, el beneficiario directo de la escucha es el que presta atención a esa palabra, se siente receptor interesado y se deja sondear por la palabra de Dios, palabra que es enteramente humana y a la vez revelada, es decir, iniciada e inspirada por la divinidad para iluminar nuestras existencias. El comienzo de toda vida espiritual en el hombre viene dado por esa disposición receptiva a la propuesta de Dios que nos sitúa, nada más y nada menos, como interlocutores suyos.

Que el ser humano llegue a rechazar esa oferta extraordinaria -aunque comprensible y respetable- sería una gran imprudencia, porque con ese rechazo se impide que el mismo Dios Padre, impulse nuestra más profunda libertad, para quedarnos tan solo con un sucedáneo de libertad, que solo trata de acomodarse a la realidad e ir tirando de la manera que se pueda. Es verdad que ese rechazo resulta muy cómodo y te evita toda búsqueda radical, porque la persona se autolimita a escuchar lo que dice el mundo o la sociedad, pero que no lanza a llegar a escuchar más allá de la mera evidencia.

Pero si aceptamos esa escucha asidua de la palabra de Dios, si como deja traslucir la etimología de la palabra escuchar "inclinamos la oreja", se iniciará un proceso de crecimiento integral, donde el creyente va aceptando dentro de sí la levadura de la vida divina. ¡Oh, ser vasijas de barro, pero barro moldeado por el divino alfarero! Escuchemos su Palabra y dejémonos escuchar por ella.

En este vigésimo tercer domingo de tiempo ordinario, la propuesta que nos trae la escucha de la palabra nos viene a decir que no basta con ser responsables de lo que hacemos o dejamos de hacer cada uno de nosotros, sino que además, tenemos que asumir también cierta responsabilidad sobre las acciones y comportamientos de los demás. Sí, por eso hablamos de rizar el rizo, porque si ya nos cuesta asumir responsablemente las consecuencias de nuestros propios actos, además, si nuestros semejantes obran el mal, hemos también de hacérselo saber, para que sean conscientes de ello y puedan reconducir su actitud si así lo determinan.

Para nada entonces la indiferencia y el pasotismo. Primero saber escuchar para tratar de aclararse, tratar de discernir lo bueno, lo correcto y lo mejor para todos; y después, tratar de realizarlo consecuentemente. Pero si no tuviésemos ya bastante con ese imperativo moral personal e intransferible, además nos deberíamos comprometer con advertir a nuestros hermanos de sus fallos, no quedarnos callados; pero tampoco se trata de hacer sangre de los errores de los demás, sino hablar con ellos, intentando de hacerles ver que hay otras maneras más justas de proceder. Y esto, seguro, seguro, que nos causa más problemas, pero no podemos mirar para otro lado, haciendo dejación de los fallos de otros, porque somos también coresponsables los unos de los otros.

Ahora bien, de ahí a monitorizar continuamente a los demás y hasta tiranizar su comportamiento con nuestro parecer, convirtiéndonos en sus jueces, hay un salto demasiado grande. Hazle caer en la cuenta, sí, pero con corrección fraterna y nunca anulando su voluntad ni su libertad. Ni tampoco cumpliendo ese refrán que dice "consejos vendo, pero para mí no tengo", porque el primero que ha de tratar de obrar bien es uno mismo, y luego, si puedes y estás capacitado, ayudar al resto.

El apóstol San Pablo en la Carta a los Romanos nos lo dice hoy de una manera sencilla, clara y sumamente acertada: "Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera". ¿Le vamos a escuchar? ¿Lo vamos a llevar a nuestra vida y a nuestras relaciones?

¡Ánimo, es posible ir mejorándonos! 


    







viernes, 1 de septiembre de 2023

Siguiente trayecto

 SIGUIENTE TRAYECTO


A nadie se le escapa, incluso los más despistados o desinformados han llegado a enterarse a tiempo: se acabó lo que se daba, ha venido de nuevo septiembre y con él el final de las vacaciones estivales. No cabe alternativa y hemos de retomar la actividad académica, la vuelta a las clases, a los libros de texto y al estudio.

Pero ya desde el inicio, cuando vas a comenzar algo, conviene preguntarse por cómo lo vives: ¿con resignación o con ilusión? ¿con tristeza o más bien con alegría? Pues mientras lo piensas y validas tus sentimientos recuerda que todo comienzo, aunque al principio cueste, lleva en sí una esperanza, porque supone nuevos momentos por vivir, para encontrarse con los compañeros, nuevas propuestas, trabajos diferentes, retos, proyectos.

Date cuenta que en realidad el curso que ahora vamos a iniciar es una gran oportunidad, una gran aventura para vivir con tus semejantes y aprender con ellos a descubrir quién eres y lo que quieres realmente ser. ¿Vas a estar apático ante tanto bueno que te espera?

Recuerda también que la actitud con la que asumas este nuevo período depende en gran medida de uno mismo, ya que cada uno ha de tener la capacidad de gestionar sus propias emociones, enfocarse en positivo y no dejarse llevar por inercias o pereza. Merece mucho la pena empezar ya y con todas las ganas de que seas posible.

Recuerda que en La Provi se aprende y a la vez se pasa muy bien aprendiendo, pues aprender no es para nada aburrido, bien al contrario, aprender es siempre emocionante. ¿Aún no te has enterado? Pues prepárate, este curso 2023-2024 va a ser como una de esas atracciones espectaculares en las que os montáis al final de curso.

Desde la Fundación nos han propuesto un año más un lema que va a encauzar y orientar toda la labor educativa en los distintos colegios. Desde el nuestro nos sumamos entusiasmados al lema propuesto ESCUCHA. Efectivamente, saber escuchar a la realidad circundante, a uno mismo, a los otros (padres, abuelos, amigos, profesores, Dios) es fundamental. Si no sabemos escuchar porque estamos distraídos, no te enteras y no puedes aprender nada. Escuchar debe ser prioritario. Pero para escuchar hay que estar dispuesto a hacer silencio y sitio para tratar de entender con el corazón. ¿Estás dispuesto?

Así que ya sabes, no hay excusa que valga, porque:

si este año quieres aprovechar
habrás de ponerte a ESCUCHAR👂

¡¡¡MUY BUEN CURSO!!!


jueves, 22 de junio de 2023

JUNTOS SOMOS MÁS PROVI

 JUNTOS SOMOS MÁS PROVI


Lo primero agradecer a la parroquia de Santiago y a su párroco, José, que nos haya acogido una vez más. Pero también hacer extensible el agradecimiento a todos vosotros, alumnos, antiguos alumnos, profesores y familias por estar aquí, por venir a agradecer a ese Dios que nos ha ido acompañando a lo largo de todos estos días, de todo el curso y de todos los cursos que hemos pasado hasta ahora en La Provi. Pues el amor de nuestro Dios es inmenso y sin hacerse notar nos cuida y quiere siempre para nosotros lo mejor. Hoy venimos a esta eucaristía a expresárselo: Gracias, Padre, por todo lo recibido de ti durante este año. 


Como estamos entre amigos y reunidos delante de nuestro Padre, que todo lo comprende y perdona, aprovecho para haceros una confidencia: a mi no me gusta predicar, sino escuchar, porque soy consciente de todas mis carencias y quiero seguir aprendiendo. Si a pesar de esto estoy aquí hablandoos es porque me lo habéis pedido, no porque yo lo quiera. Vamos que me ha tocado. 


Porque decía uno de los más eminentes teólogos de los últimos años que el creyente es ante todo un oyente de la Palabra. Y la Palabra, así con mayúsculas, es Jesucristo. Por lo tanto, para aprender mucho hay que escuchar muy bien y mucho, pero aún todavía más, si en lo que queremos progresar es como cristianos, dejar de escucharnos tanto a nosotros y más al Hijo de María. Ella nos dice en el pasaje que leemos aquí el día de la Providencia “Haced lo que Él os diga”. Que cada uno de los presentes examine si escucha a María, y si hacemos caso de su recomendación: ¿Escuchamos a nuestros padres? ¿Escuchamos a nuestros profes? ¿Escuchamos a nuestros sacerdotes y catequistas? ¿Escuchamos a Jesucristo? ¿O somos como un cántaro agrietado que nunca es capaz de retener nada? Pues, fijaos, de ello va a depender quiénes logremos ser. 


No sé si os habréis dado cuenta de cómo ha empezado el apósito San Pablo en la segunda carta a los Corintios, en la primera lectura de hoy: “Ojalá me toleraseis unos cuantos desvaríos”, justamente así, quiero comenzar yo hoy, sabiendo que a vuestros profesores les tenéis que aguantar muchos desvaríos, pero muy especialmente a mí, que a veces empiezo a soltar mis reflexiones, y es como las tormentas, ya parará. Es verdad que a veces también nos toca aguantar también muchos desvaríos vuestros. Lo bueno es que los que os graduáis hoy ya no vais a tener que aguantar ningún desvarío más, salvo el de ahora, este de hoy va a ser el último sermón (pero para el resto no). 


Vemos en el Evangelio de hoy como los apóstoles se sienten necesitados de Dios, de poder ejercitarse en la oración, en la conversación con Dios Padre. Sin embargo, nosotros tratamos de vivir muchas veces de espaldas a Dios, sin tratar de escucharle, de tenerle presente, de descubrirle en nuestras vidas, de no buscar su voluntad, y no tener una relación de confianza e intimidad, porque eso es la oración, una auténtica relación de amor recíproco. 


Y yo me pregunto y os pregunto ¿Cómo podemos aspirar a ser personas libres sin esa relación liberadora con el amor del Padre? ¿Cómo pretendemos ser medianamente felices sin cultivar esa dimensión profunda de nuestro ser, la espiritualidad? Sin embargo, los apóstoles le piden a Jesús que les enseñe a rezar, porque detectan que no es algo marginal en sus vidas, sino fundamental para realizar su identidad. 


La Virgen María, al igual que todos los grandes santos, fueron principalmente hombres y mujeres orantes. También nosotros si queremos hacer lo que Él nos dice escuchemos cómo nos enseña Jesús a rezar y a hacer de esa oración la manera de conducir con acierto nuestras vidas. Es cierto que hay muchas maneras de rezar e incluso también mucha oraciones que han compuesto diferentes autores para facilitarnos a nosotros las palabras con las que podemos hablar y lo que deberíamos sentir, sin embargo, nosotros tenemos un gran tesoro que no sabemos ni descubrir ni valorar, tenemos la mismas palabras que Él nos enseñó para dirigirnos al Padre, es decir, el propio Hijo, que conoce a fondo la intimidad de Dios y el corazón del hombre (pues Él es Dios y hombre) nos muestra cómo ha de ser nuestra oración. 


No se trata de emplear grandes palabras, altisonantes y muy elaboradas, sino al contrario, sencillas y sentidas, naturales, auténticas y salidas desde lo más profundo de nuestro ser, porque hablamos a Dios, pero al Dios que nos ama y escucha como Padre. Para dirigimos al Padre que no es exclusivo mío, sino de todos los hermanos, y por eso empleamos el posesivo plural, Padre nuestro que estás en el cielo, por encima de todos y todo, no atrapado en lo material y mundano, sino en el cielo, en lo inmenso. 


Luego le pedimos que venga a nosotros su reino, a lo más profundo de nosotros habite ese reino de justicia, misericordia, acogida, verdad, ternura, amor, y que por ello impulsemos en nuestro mundo la voluntad de bien que él desea para todos. 


También le pedimos que no nos falte el pan a ninguno, pero el pan que alimenta el cuerpo, el pan que alimenta la cabeza y el corazón, que es el pan de su palabra, y el pan que alimenta el espíritu, que es el pan que es cuerpo de Cristo, que no nos falte ese pan que nos alimenta, sana y transforma. Ojalá tengamos verdadera hambre de saciarnos y compartir esos panes que Dios nos da. 


Le pedimos después que nos ayude a perdonarnos entre nosotros, de la misma manera que Él nos perdona, porque comprendemos que todos podemos fallar. Le pedimos también que nos ayude a ser más libres y por ello ser capaces de salir indemnes de toda posible tentación, porque vamos aprendiendo a elegir bien el bien, pero nos reconocemos necesitados de su fuerza para enfrentarnos al mal.


Por lo tanto, el padrenuestro es una oración para rezarla pero sobre todo para tratar de hacerla vida, para vivirla. Y así tenemos que tratar de vivir, hoy los alumnos de 4º dejáis La Provi, y por ello, además de ser para los demás, tenéis que portar una singularidad ejemplar: tratad de escuchar al que nos escucha, tratad de vivir orando y orar viviendo. Sabed que es posible y deseable. Pueden ocurrir muchas y diferentes cosas, pero si sois hombres y mujeres de oración, con esa vida interior cuidada y cultivada, podréis afrontar y superar todo. No estáis solos ni contáis nada más que con vuestras propias fuerzas, Santa María de la Providencia no os va a dejar de la mano. Tenedlo por seguro. No lo olvidéis nunca. Tampoco que este es y será siempre vuestro cole y vuestra casa. 

AQUÍ OS ESPERAMOS





domingo, 11 de junio de 2023

Voracidad

 VORACIDAD


En este mundo complejo y global, mientras unos apenas tienen algo que llevarse a la boca, otros pareciera que nunca están saciados. Para los primeros su demanda sería el alimento básico para poder sustentarse y sobrevivir; sin embargo, para los otros, hartos de todo, les posee un hambre pertinaz, un apetito exponencial que ni les sirve para alimentarse, pues están ya sobrealimentados, ni tiene fin. Unos perecen de inanición, otros se encuentran en una vorágine de deseos cada vez más insatisfechos.

Los humanos que poblamos este bendito planeta bien pudiéramos diferenciarnos, a grandes rasgos, en los habitantes del Tercer Mundo y en los que habitamos los países desarrollados, la mal llamada sociedad del bienestar. Pero dentro de esos mundos que hemos separado, a su vez, hay algunos muy pocos ricos entre los más desfavorecidos, al igual que hay cada vez más pobres en medio de las sociedades materialistas y opulentas. A unos y otros nos devora una hambre, pero una hambre distinta.

Y ante esta situación de desigualdad generalizada, que si no hemos aceptado del todo, tampoco hacemos demasiado para reequilibrarla, se planta Jesús y nos dice que Él es el pan vivo, y que no solo de pan vive el hombre. Y es que, además del alimento que nutre el cuerpo y restablece las fuerzas físicas, este pan, que junto a las patatas, la leche, o las lentejas, a las que todos tendríamos derecho, el ser humano de verdad también precisa alimentar el espíritu. 

A veces esa hambre loca que nos devora a los occidentales, es una hambre atroz y feroz que nos lleva a consumir cada vez más y más, pues nuestro deseo siempre va a desear más: más ropas, más energía, más objetos, más alimentos de todo tipo, más ocio, más dispositivos, más relaciones, de lecturas, de viajes, de experiencias, de más y más. Tal vez, por ese camino desorbitado acabamos siendo, en mayor o menor medida, adictos a lo que se nos pongan por delante. ¿No será porque lo que en verdad demandamos no es nada de todo lo que el mercado trata de ofrecernos? ¿No será que portamos un hambre y una sed mucho más profunda y que solo puede calmar el Dador de plenitud?

Este pan que Jesucristo parte ante los discípulos de Emaús, cuando estos le reconocen resucitado, es el Cuerpo de Cristo que es consagrado en la eucaristía, el único pan que puede calmar nuestra hambre de Dios. Jesús mismo, en la Ultima Cena nos dice que ese pan y ese vino son su carne y su sangre, que sigamos haciendo esto en memoria suya. Y eso precisamente es lo que hemos seguido haciendo desde entonces hasta hoy, para que sea Él el alimento verdadero que nos da esa Vida que no da ningún otro alimento.

Porque somos lo que comemos, si comemos al mismo Jesús en las especies sacramentales, también nos vamos haciendo Cuerpo de Cristo. Es esto lo que hoy celebramos en este domingo del Corpus. Y si somos el mismo Cuerpo que Él nos alimenta, ¿no habremos de tener las mismos sentimientos que Él? ¿El mismo amor que se da?¿Las realizar las mismas acciones suyas para que a través de la Iglesia siga salvando Cristo?

Paremos de tanta voracidad mundana y admiremos la lógica del don que se deja entrever en ese pequeño fragmento de pan que contiene al mismo Dios que se entrega, parte y comparte con todos nosotros. Adoremos su misterio. Dejémonos transformar por ese pan que ya es cuerpo de Cristo, que sacia y revierte la voracidad del ego por la generosidad del amor. 

Qué hoy, solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, sea Él nuestro alimento espiritual, para que tengamos verdadera hambre de comunión y fraternidad.       





sábado, 3 de junio de 2023

Inconcebible

 INCONCEBIBLE


No ha mucho que en la sala de profesores de nuestro colegio, andaban reunidos algunos profesores recordando aquella conocida frase de Wittgenstein "de lo que no se puede hablar es mejor callar". Mucho habría que profundizar y matizar, y con rigor, para poder abordar el pensamiento del eminente filósofo austriaco. Por no ser este ni el momento ni el lugar para ello, lo relegamos a la espera de una ocasión más oportuna. Hoy nos proponemos aún el más difícil todavía: tratar de hablar de lo inconcebible, y, por tanto, ciertamente indecible e impensable. Sí, de antemano queda asumida la irresponsabilidad de tal intento, pero aún así proseguimos.

Es sabido que nos suele gustar tener todo bien seguro, planificado y bajo control. Nos da seguridad que cualquier cuestión esté bajo nuestros parámetros y medidas preconcebidas. Hoy casi podríamos apuntar que lo propio de nuestro tiempo sean los datos, las magnitudes, lo mensurable, cuantificable y cierto, y con ellos, parece que sí pudiemos manejarnos relativamente bien, llegar a ciertas constataciones, y hasta tomar prácticas decisiones ajustadas a lo conveniente. Y si no se puede, para eso tenemos el big data, los logaritmos computacionales y la IA, para que tomen las decisiones oportunas, bien porque no queramos tomarnos las molestias de pensar por nosotros mismos, bien porque no sabemos ya ni pensar ni qué pensar, o simple y llanamente porque eso de ejercer nuestra libertad nos pesa demasiado, y hemos resuelto ya tan compleja cuestión delegando nuestra libertad responsable a las máquinas. ¿Al menos nos sentimos responsables de esta decisión delegatoria?

Pues ante la celebración litúrgica de hoy no caben demasiadas seguridades ni controles, sino todo lo contrario: asumir nuestra pequeñez. Hay que apechugar con que la cuestión de Dios nos bien muy, pero que muy grande; y que, en definitiva, ante los grandes misterios, tanto el lenguaje y los conceptos se nos quedan demasiado mermados. Por eso decíamos que hoy vamos a tratar de abordar a grandes trazos lo inconcebible e inabarcable de la Santísima Trinidad. ¿Y por qué? Pues porque aún a riesgo de equivocarnos, sí que algo podemos conocer mediante conjeturas e intuir.

El Dios cristiano, el Dios vivo que conocemos por la revelación y por la encarnación de Jesucristo, es un Dios que en sí mismo es un gran problema, porque es uno y es trino a la vez. ¡Toma contradicción! (o no). ¿Cómo resolver con la mera razón la antinomia de ser uno solo y a la vez plural? Pues, efectivamente, saltando la lógica habitual para ser lanzados a la ilógica del espíritu, o a la lógica sobrecogedora de lo numinoso. El misterio de Dios ante el que nos hemos de situar en la vida tarde o temprano, si pretendemos que esta sea congruente con nuestra inquietudes más profundas, nos deja sin andamiaje; pero no por ello debemos de tomar conciencia de su realidad incuestionable. Dios escapa de nuestras concepciones, y ello es, entre otras cosas, porque es más que un Dios meramente pensado, sino un Dios real y presente, anterior y superior a toda concreción conceptual.

El Dios cristiano, nuestro Dios, es uno solo y a la vez tres personas en continua interacción recíproca. Es Padre, y es Hijo, y es Espíritu, por tanto unicidad plural o pluralidad unívoca. Es unidad centrípeta y a la vez centrífuga, dinamismo puro y salvífico. Es origen de todo y potencia de todo. Es amor expansivo, don inclusivo. Vitalidad inconcebible, pero no incognoscible en la medida en que somos criaturas suyas, hechas a su imagen y a su semejanza. Es palabra y oración. Es vida y vida en abundancia. Es instante y eternidad presente.

Si quieres saber algo más sobre el apasionante misterio de la Santísima Trinidad, lo mejor es que además de la teología apofántica y del evangelio, trates por ti mismo de entrar en ese misterio vivo en que sin saberlo vives. Descalzándote ante lo más sagrado para descubrir en tu propio ser esa agua viva que mana y fluye. Porque la Trinidad es canto de agradecimiento y sobrecogimiento, es participación y magma poético.

En el siglo XIV un monje inglés desconocido escribió un tratado titulado La nube del no saber. Tal vez pueda servirnos para atisbar con el corazón que hemos de vivir trinitariamente, como nos muestra Jesús, en lugar de aislarnos en un individualismo desvinculado de todo y todos. ¿Te resulta inconcebible? Pues es un buen comienzo.    




sábado, 27 de mayo de 2023

Más vida

MÁS VIDA


La aceptación es siempre la primera forma en que uno va asumiendo lo que es y lo que se vive. Pero cuánto nos cuesta aceptar la vida tal y como es, aceptar a los demás tal y como son, aceptarnos a nosotros mismos tal y como somos, y hasta aceptar que sea Dios el que ocupe el lugar de Dios en nuestras vidas, y no nosotros, ni cualquiera de los múltiples ídolos que se nos antoje en cada momento. Por tanto, bendita aceptación que nos impide seguir renegando de todo y todos, para empezar a valorar y agradecer tanto de tantos. 

Ponerse en verdad ante uno y ante Dios, que como decía la Santa, es justamente en lo que consiste la gran virtud de la humildad, solo va a ser posible si pasamos por el saludable umbral de la aceptación. Porque solo en la humilde aceptación es posible comenzar a despojarse de lo accesorio, de todo aquello que nos impide ser y avanzar hacia lo que realmente somos: buscadores de esa agua viva recibida que sacia y hace brotar torrentes impensables en el interior. 

Precisamos desinstalarnos de tanta superficialidad que, en lugar de facilitar que nos aceptemos y nos asumamos, promueve que tendamos a juzgar y condenar lo que no encaja con nuestro modo de concebir, lo que no concuerda con nuestros propios prejuicios. No, no nos quedemos, por tanto, en una simpleza reductora que no admite que la vida y que la realidad son múltiples, diversas y plurales. Solo así podremos favorecer de manera efectiva la acción del Espíritu en nosotros, que, de modo único y profundo, nos capacita para una libertad sin engaño.

Así, si aspiramos a más vida, a más plenitud, a más libertad y a más felicidad, lo primero que habremos de hacer es aceptar sin más lo que hay, llegando incluso a maravillarse de ello, porque es en sí bueno, hermoso y amado tal cual es. Después, a ser posible, habremos de favorecer el vaciamiento de todo aquello que nos va impidiendo ser, y solo ser, esencial y radicalmente. Tampoco esto es fácil, porque para construir nuestra identidad a menudo procedemos a levantar una torre con todo aquello que percibimos como necesario, y al final, esa torre tan segura se termina convirtiendo en una muralla en la que poco a poco nos hemos encerrado sin pretenderlo, no permitiendo ni la entrada de nada ni nadie, pero tampoco la salida. Abramos las compuertas al Espíritu transformador.

Y finalmente, tras la aceptación y la apertura, ya solo nos resta dejarnos soplar por ese aliento divino que enciende el fuego que no quema, pero alienta; dejarnos hacer por la acción de Dios mediante el Espíritu que Jesucristo nos dona. Ese Espíritu suelta, libera y diversifica, a la vez que consolida la unidad fundamental entre los creyentes.

No seamos como el mundo trata de imponernos, haciendo imposible el entendimiento entre los hombres, mediante el enfrentamiento y la confrontación constantes. Entre los que se polarizan, dividen y enfrentan no mora el Espíritu. Entre los que promueven la concordia y el encuentro en la caridad, sí mora el Espíritu apacible. Para pertenecer al cuerpo místico de Cristo resucitado, y donador del Espíritu, que es la Iglesia, hay que dejarse hacer y ser guiados, soltar amarrar, dejarse conducir por Aquel que maneja con extrema pericia esta paradójica arca eclesial. 

Vemos en la foto una imagen del bosque frondoso en el que nace una senda. En el bosque hay más que madera, hay más que árboles individuales juntos en un mismo lugar; en el bosque hay mucha vida, hay un ambiente común, hay una armonía bien perceptible, hay un silencio habitado, un rumor, insectos, flores, arbustos, fuentes, piedras, aves con sus variados cantos, y otros diversos habitantes. En el bosque siempre surgen nuevos caminos. Solo hay que descubrirlos y adentrarse. Tal vez la Iglesia que promueve el Espíritu deba ser como un bosque, donde todos aportamos vida y todos tenemos nuestra misión y nuestro sitio. En el bosque reinan la calma, la inmensidad, la belleza; que sea así en la comunidad donde está Su Espíritu, que también se noten esa armonía de la vida plural, esa paz y esa belleza admirable.  

Recibamos hoy alegres el Espíritu prometido. Estamos muy necesitados de Él para afrontar los retos que el presente nos está proponiendo. Tan solo siendo fieles al Espíritu recibido podremos ser verdaderas piedras vivas, o árboles frondosos, de la nueva humanidad que estamos llamados a construir. Hemos de creer y crear desde los dones recibidos, para poder llevar a cabo la nueva evangelización que el mundo de hoy precisa. Ante el riesgo de la sociedad despersonalizada y desvinculada, el humanismo cristiano, plural y diverso, puede lograr que de nuevo todo florezca por el mismo Espíritu dador de vida.

¡MUY PROVECHOSO PENTECOSTÉS! 







sábado, 20 de mayo de 2023

El turno es nuestro

EL TURNO ES NUESTRO


Nos pasamos la vida preparándonos, pero nunca uno suele sentirse verdaderamente preparado para lo que pueda venir. Es más cómodo que otros nos hagan las cosas, o al menos que nos ayuden a solventarlas, pero así no funciona la mayor parte de las veces. Termina llegando el momento en el que te la ligas tú, te toca tratar arreglártelas por ti mismo, y comprobar que mal que bien, también eres capaz de afrontar los distintos atolladeros por los que toca pasar.

De igual manera que los niños aprenden a andar de la mano de sus padres, hasta que llega el momento decisivo y se sienten capaces de lo que anteriormente no podían, así también nosotros hemos de soltarnos y comenzar por nosotros mismos, aunque no nos demos ni cuenta que hay Alguien pendiente de nuestros posibles tropiezos.

Un ejemplo de este estilo es el que año tras año vamos comprobando cuando nuestros alumnos llegan a cuarto de la ESO, culminando una etapa educativa, y no les queda otra que abandonar el colegio donde han estado muy bien instalados y tranquilos. Porque si tenían cualquier problemilla, siempre sabían a quién recurrir, y no les iba a faltar una mano amiga que les ayudase y guiase. Aquí, se sentían muy seguros, porque efectivamente lo estaban. Ahora llega el momento en que este tramo vital tan agradable se les acaba. Hay que ir rompiendo el cascarón para atreverse a ver cómo es el mundo ahí fuera. No pasa nada, lleváis muy buen equipaje, el que os han dado en casa y el que os hemos tratado de aportar en vuestra querida Providencia. Confiad, pues lo que tenga que venir será manejable y os seguirá ayudando a superaros aún más.

A los primeros apóstoles les pasa hoy lo mismo que a nosotros, que no nos lo terminamos de creer, que cuando nos llega el momento de la verdad, de dar los primeros pasos, nos entran los temblores, las inseguridades, y puede incluso que hasta nos flaquee la confianza en nosotros mismos. Hoy asistimos a la solemnidad de la Ascensión de Cristo resucitado a los cielos, el retorno al seno del Padre. Regresa al lugar del que vino tras compartir su existencia con sus discípulos. Él vuelve a ocupar su sitio sin desentenderse de nosotros, pero nosotros notamos su falta, aunque seguimos percibiéndole presente sacramental y espiritualmente. No nos ha abandonado, pero el turno es ahora nuestro.

Antes de elevarse nos deja bien claras las pocas instrucciones necesarias para hacer fructificar su legado. Ahora es tiempo de misión, justo la que Él nos deja encomendada. Y solo se podrá asumir esa misión, y acertar en ella, si procedemos tal y como nos indica. Observemos los verbos empleados por Jesús. Comprobamos que están mayoritariamente en imperativo y son: id, haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos, enseñándoles y sabed. Constituyen toda una hoja de ruta propuesta para la construcción de la gran comunidad de discípulos de Jesús, ese Dios encarnado que vence a la muerte con la rotunda fuerza de su inmenso amor; que redime al hombre y nos convierte a todos en hermanos e hijos del mismo Dios. 

Por tanto, para ser y hacer Iglesia en primer lugar hemos de ponernos en movimiento (id) abandonando comodidades y seguridades, aventurarse, salir en libertad buscando hacer el bien y la voluntad del que es el Bien, porque es su Reino el que vamos a construir.

Para ser y hacer Iglesia después hemos de tratar de ser testigos fieles, creíbles y capaces de contagiar ese entusiasmo por el seguimiento a Jesús. Y este ofrecimiento es para todo ser humano, independientemente de su cultura y lengua, entre otros motivos porque todos andamos sedientos de la buena noticia de Jesús, y que solo esta puede calmar las más hondas inquietudes del ser humano. 

Para ser y hacer Iglesia también hemos de pasar por el bautismo, o lo que es lo mismo, volver a nacer de nuevo como criaturas renovadas en las que ya Cristo mora. Dejémonos pues hacer por su gracia transformadora. Es Él, mediante el sacramento bautismal, el que nos hace pertenecer a la Iglesia, que es su cuerpo. Expándase, con la singular vocación de cada uno, ese cuerpo eclesial de Cristo por toda la faz de la tierra. Todos tenemos cabida y misión en su proyecto.

Para ser y hacer Iglesia hay que asumir la preciosa tarea de enseñar al Señor de la Vida y mostrar lo que hace Él con nuestras vidas. ¿Cómo enseñar la reconciliación si no estamos reconciliados? ¿Cómo enseñar la misericordia si no somos misericordiosos? ¿Cómo enseñar la oración si no vivimos en oración? ¿Cómo enseñar lo que es la Providencia si no somos Providencia? Solo siendo buenos discípulos podremos enseñar al Maestro.

Y todo sabiendo que es Él el que importa, Él el que salva, Él al que hay que anunciar, y que nosotros solo somos trabajadores de su viña, meros servidores agradecidos a Dios y a los hombres. Pero sin olvidar que asumiendo este compromiso por la misión, encontramos nuestra felicidad y el sentido pleno a lo que somos.

Por tanto ¿qué hacemos todavía mirando al cielo? Cuando tenemos que empezar ya a realizar sus obras. 

 





sábado, 13 de mayo de 2023

No a las tristes despedidas

 NO A LAS TRISTES DESPEDIDAS

A muy pocos les deben gustar las despedidas, pues separarse de lo que uno ama es siempre penoso. Más aún cuando no se trata de separarnos de algo, sino de alguien muy amado y querido con el que se ha compartido la vida. Si, además, esa separación es definitiva e irreversible, la experiencia más que dolorosa, habría que calificarla ciertamente de desgarradora. Como mucho uno trata de retener ciertos momentos en la memoria, aferrarse a tanto bueno vivido con esa persona de la cual nos alejamos.

Es cierto que la muerte impone ese corte brutal en nuestras relaciones, pero hay otras situaciones que también obligan a las personas a no poder seguir permaneciendo físicamente juntas, distanciarse, pero en estos casos al menos podemos mantener activa la vinculación comunicándonos con frecuencia por el medio que se pueda o prefiera.

En el evangelio del VI Domingo de Pascua, Jesús es muy consciente de lo que va a suponer su vuelta al Padre. No desea separarse de sus discípulos y se hace cargo del sentimiento de abandono que va a producir en sus discípulos, y por tanto, nos aclara que si el amor que les une es auténtico, se va a mantener; que la vida que él nos ha traído no puede quebrarse con la separación, y que hay maneras de permanecer presentes, aún cuando la muerte, u otras circunstancias, nos tratan de separan. Sí, la separación es tan solo aparente y la unión se puede mantener viva en el Espíritu, porque no solo somos materia, sino que la materia está avivada por el Espíritu, y este no perece, no se aleja, se mantiene, y hasta se incrementa, cuando se está dispuesto a amar y ser amado contra viento y marea.

Y en esa no despedida, en esa negación de la cesura, en esa presencia resucitada y resucitante nos hallamos ahora. Cristo ha vencido a la muerte y con ello la vida triunfa y no se interrumpe, se transforma, se amplifica y espiritualiza. Este es el tiempo de la Iglesia. Nuestro tiempo. Tiempo para revivir y dar vida. Tiempo para proclamación, la alegría y el testimonio. Tiempos nuevos de creer y de crear, porque Él está con nosotros y entre nosotros. Cómo no desbordar de gozo cuando es su Espíritu el que ha impedido toda separación y la despedida es imposible "porque yo sigo vivo".

Ahora ya solo vivir consiste en amarle y dejarse amar por Jesucristo resucitado; aprender a amar a todos con ese mismo amor suyo y con Él estarás bien vivo. El presente hay que vivirlo en modo pascua, con unos ojos, un corazón y unas manos llenos de Espíritu.

Era verdad que el amor vence la muerte, la separación y las tristes despedidas. Solo el amor, desde el Espíritu, capacita para la cultura del encuentro. Porque cuanto esa vida íntima con Cristo sea más profunda, más podremos vivir con la libertad del Espíritu que Él nos da. Verás entonces como crecen los vínculos en una preciosa primavera con ecos de eternidad.

NO ES TIEMPO DE DESPEDIDAS, SINO DE VERDADEROS ENCUENTROS