sábado, 31 de diciembre de 2022

Puestos a vivir

 PUESTOS A VIVIR


En ello estamos todos, en aquella noble aventura de ir viviendo. Cerramos un año, el 2022; un año que no ha sido ni mucho menos tan bueno como hubiéramos deseado. Pero es que los deseos son solo eso, deseos, buenas intenciones, aunque no todo lo que deseemos esté en nuestras manos conseguirlo. No por ello hay que desengañarse y dejar de desear, porque los seres humanos tenemos que tratar de tener los mejores deseos, y además, intentar llevarlos a cabo denodadamente. Podríamos incluso llegar a afirmar eso de "dime qué deseas y te diré quién eres". Desemos y desémonos lo mejor, y tratemos de alcanzar esas metas hacia las que nos apuntan los deseos. Se nos abre un nuevo año, contamos por tanto con un horizonte en el que tenemos licencia plena para desear, y desear que nuestros deseos se vuelvan realidad.

Al acabar un año es casi obligado hacer cierto balance, pero no necesariamente al modo que hacen los contables, ni tampoco uno demasiado apresurado, sino de un modo personal; ello nos permitirá ser mucho más conscientes de lo que hemos vivido en el año que se extingue, lo que se nos ha dado, lo que nos ha faltado, lo que nos ha sorprendido y no esperábamos, y tantas y tantas personas que me han acompañado en este recorrido temporal. La entrada de este blog quiere ser una invitación a realizar ese saludable ejercicio de reflexión personal: ¿Qué has aprendido? ¿Qué has descubierto? ¿En qué has mejorado? ¿Qué aspectos habría que enmendar o reforzar para ser más el que uno es? Si quieres puedes ayudarte de un papel y un bolígrafo, porque anotar a veces puede ayudar a pensar y expresar lo que uno piensa.

También es verdad que en el transcurso de este año se nos han ido personas muy queridas, pero además de recordarlas y echarlas de menos, vamos a tener una mirada agradecida por la huella hermosísima que nos han podido dejar. ¿Estás dispuesto/a a mantener vivo su legado? Tal vez esta sea la mejor manera para que los que ya se han ido perduren para siempre en nuestro amor. Entre otros, justo el último día del año fallecía, exhausto, tras una vida totalmente entregada a Dios y la Iglesia, el Papa emérito Benedicto XVI. Trataremos de mantener viva también su ejemplo y sus enseñanzas. Gracias a todos ellos.

Y, ¿cómo no? al terminar un año se nos abre otro lleno de oportunidades y retos, y debemos estar a la altura de lo que vaya viniendo. En estos últimos años hemos tenido que reaprender que nos necesitamos los unos a los otros, que lo que nos sobra es egoísmo e individualismo, y que solo saldremos adelante si nos apoyamos y somos para los demás. Tal vez este año toque seguir por este mismo camino de trabajar todos juntos en la superación de todos los problemas y en el aportar soluciones. En nuestro colegio así lo creemos y así tratamos de vivirlo día a día. Nos lo enseñaron las Hijas de Santa María de la Providencia, y es que además somos Educación y Evangelio, este es nuestro proyecto, nuestro empeño, nuestra ilusión. 

Puestos a vivir ya en el año nuevo que vamos a estrenar, sería oportuno también hacerse una lista de intenciones, vamos a avivar las ganas de desear y poner toda la carne en el asador para lograrlos. No desees en mediocre, ni en tacaño, ni en modo particular exclusivamente; puestos a desear deseo que desees un mundo más humano, como el que Jesús nos ha propuesto, un mundo en que reine la belleza y el bien, un mundo por el que merezca la pena apostar.

Y ya que tenemos unos deseos muy parecidos ¿no vamos a ponernos manos a la obra día a día y hombro con hombro? Cuenta conmigo, yo estoy contigo para ayudarte a alcanzar tus deseos. Y si quieres tú los míos. No tenemos ninguna lámpara maravillosa, ni tan siquiera una bonita varita mágica, pero tenemos la ilusión, la fe y la fuerza para levantarnos y luchar por ellos, y cuando luchamos juntos es muy difícil que nada pueda pararnos. Para Dios todo es posible, y para nosotros, con Él, también.

¡¡¡MUY FELIZ 2023!!!  

sábado, 24 de diciembre de 2022

No tan solo apariencias

 NO TAN SOLO APARIENCIAS


Con qué frecuencia decimos u oímos que si sí, que si no; que si verdadero, que si falso; que ni fú ni fa; que ni blanco ni negro, ni verde ni marrón, sino todo lo contrario; que si eso lo será para ti, que porque tú lo digas; y hasta que todo vale, porque en realidad hemos terminando devaluando aquello que cae en nuestras manos y termina valiendo poco o nada. Por tanto, si todo acaba siendo solo producto de consumo, sin que nos percatemos, terminan dándonos el cambiazo y nos presentan un estupendísimo sucedáneo de la Navidad, con abundancia de adornos, luces y regalos, pero tan solo un espejismo de  la auténtica fiesta religiosa.

Quizás vivimos en tiempos de demasiada aceleración y de mucha confusión, y hasta podríamos decir que de ocultación y de ofuscación. Resulta que no es fácil aclararse en esta maraña de significados alternativos y divergentes tan en boga. Por lo que es lógico llegar a plantearse: ¿Y yo dónde me sitúo en todo esto de la Navidad? ¿Qué es para mí? ¿Cómo he de vivirla?

Ciertamente no es sencillo orientarse entre tanta confusión. Precisamos esa estrella fugaz que nos vaya orientando desde el oropel de los palacios a la desnudez insólita de portal. Pues no era previsible que algún momento fuera a ocurrir algo tan imprevisible como que Dios nos nazca. Entonces todo ese decorado prefabricado, aparece como una inmensa farsa aburridísima que funciona con tremenda eficacia para que no nos enteremos de nada y sigamos atrapados por las innumerables distracciones. Tal vez muchos prefieran seguir en el engaño que descubrir la realidad y asumirla. Para ellos la Navidad es solo un cambio temporal de decorado, pero sin sentido alguno.

Hoy, sin embargo, en el comienzo del Evangelio de San Juan se nos afirma sin medias tintas lo impensable, con lo que no contábamos, que realmente acontece: Dios se hace hombre y asume nuestra humilde condición iluminándola, esclareciéndola y dignificándola. Y entonces, de igual manera que no quisieron aceptar en su día esa misteriosa y admirable verdad de la irrupción de Dios en la tierra, tampoco ahora, pasados los siglos, seguimos sin concederle ni la mínima credibilidad a este hecho que ha transformado nuestra historia y nuestras historias, tachándolo de locura, insensatez o pura leyenda inverosimil.

En este mundo de miras exclusivamente pragmáticas, cómo vamos a aceptar por buena semejante noticia: que viene  el Dios todopoderoso a asumir nuestra carne, que Dios se nos hace pequeño, frágil, mortal y vulnerable. ¿Puede ser Dios así? ¿Nos puede cabernos a nosotros esta buena nueva insólita en la mollera? ¿Y acaso nos puede caber en el corazón? Evidentemente no, y sin mucho cabilar, nos apresuramos a seguir cabilando en nuestras sensatos asuntos, sí, esos que salen por las pantallas a todas horas.

Pero también hay algunos pocos que no se dejan llevar solo por las apariencias, y que en esa luz especialísima que brillaba la noche eterna en que nació el Salvador, descubren una bellísima verdad tal vez solo reservada a los sencillos, a los que permanecen en velan y son capaces de escuchar en el silencio del firmamento estrellado los cantos de los ángeles que anuncian la gloria de Dios, la encarnación del Enmanuel.

Cada uno de nosotros puede ser de los que se quedan con las apariencias, que por las razones que sean se ven sometidos a su imperio, o por el contrario, de los que se dejan sorprender por lo inaudito: ese Dios apasionado por los hombres, capaz de, contra todo pronóstico, asume nuestra pequeñez y nuestra grandeza.

Si decides ser de los que sí acogen esa luz que brilla en las tinieblas, podrás llegar a descubrir, admirar, emocionarte y adorar a ese Niño Dios que nace sin alaracas, en lo discreto; que toma por trono un humilde pesebre de un establo, en una remota aldea llamada Belén. Ese Dios no es según este mundo, aquí no tiene sitio un Dios que viene en pobreza y sin suntuosidades, un Dios que no se impone por la fuerza, el poder o el engaño, sino que se ofrece en la fragilidad del amor.

Si experimentas al Dios que verdaderamente nace entre nosotros, todo cambiará, porque reconocerás al que realmente es el camino, la verdad y la vida. Ya no te podrán convencer para que te quedes solo con las apariencias, has descubierto al Rey que te descubre quién eres y todo por lo que merece vivir y amar.

Es tiempo de Navidad, de encuentro, de cercanía y reconocimiento entre Dios y los hombres, entre los hombres y Dios, no solo en la ternura de María que acoge el temblor del Niño Dios, de la mirada atenta y agradecida de San José o de la sencilla alegría compartida de los pastores, también entre nosotros, para que el nacimiento vuelva a acontecer y sepamos de nuevo sentirnos verdadera familia reunida en torno al portal. 

DIOS HA NACIDO,

ES NUESTRA VERDAD,

       ES NAVIDAD EN TODA LA TIERRA       






sábado, 17 de diciembre de 2022

Los patucos

 LOS PATUCOS


En verdad tenemos mucha suerte. Bien podríamos detenernos en repasar todos esos regalos inmensos que la vida nos ha concedido. Pero hoy solo querría fijarme tan solo en uno de ellos: nuestras benditas abuelas. Porque si una madre es una madre -como ciertamente lo es-, entonces una abuela es la madre de la madre, o la doblemente madre, o no sé si ya excediéndonos un poco, la madre al cuadrado, la requetemadre o la supermadre.

Tal vez por ello en español tenemos esa expresión de "no tiene abuela", para referirnos a aquel sujeto que como no tiene quién cuente sus propias excelencias, -las abuelas son muy diestras y objetivas en dicha tarea- ha de recurrir a elogiarse reflexivamente, lo que no siempre está bien visto por la audiencia. Por tanto, es mejor que de cada uno de nosotros hablen nuestas abuelitas; y si ya están allá arriba en el cielo, que sigan hablando y presumiendo de nietos con los ángeles, pues es seguro que se han de entender bien entre ángeles.

Una de las preciosas tareas que desde el principio de los tiempos han asumido las abuelas, es la de confeccionar unos maravillosos patuquitos para el bebé que va a nacer. De lana o de ganchillo ningún bebé debería nacer sin su colección de comodísimos y celentitos patucos, y eso a sabiendas de que a los nenes les gusta mucho llevar los piececillos al aire, tal vez por si en algún momento les apetece llevárselos a la boca, costumbre esta muy extendida afortunadamente solo entre los bebés.

Pues bien, yo no sé si Santa Ana habría podido tejerle algo similar a unos patucos a su nietecito; tampoco sé si al partir en la burrita les dio tiempo a meterlos en el petate, pero es seguro que como buena madre, también sería magnífica abuela, y que de haber podido le hubiese tejido los más primorosos patuquitos para el Niño Dios. Tal vez, toda abuela cuando se pone a hacerle los patucos a su nieto también se los teje al Salvador, porque no hay bebé que no sea parecidísimo a ese Chiquirritín al que alude el famoso villancico.

Pero ¿y nosotros? La llegada es ya inminente. José, María y el pequeñín ya están muy cerca de Belén. ¿Has tenido tiempo de prepararle unos patucos al Niño? Porque no importa que otros ya se los hayan tejido, lo que verdaderamente importa es que cada uno de nosotros esperemos su llegada tal y como la espera una madre o como la espera una abuela el nacimiento de aquel que ya antes de nacer va iluminando nuestra vida.

A algunos nos da por mirar mucho el firmamento buscando esa estrella fugaz que brilla de modo insólito y por ello es única y especial. Es una sana costumbre esta de mirar expectantes, tanto hacia arriba como en derredor. Porque saber mirar descubriendo discretas maravillas es en realidad todo un arte al alcance de cualquiera. A lo mejor aprender a mirar así es lo propio de este tiempo de Adviento.

Pues a mí, que aún no he aprendido a tejer buenos patucos, me gustaría ver esa estrella en el brillo de tus ojos porque esperas como una abuela el nacimiento del Niño, con los blandos y suaves patucos dispuestos en las manos, y con un pesebre humilde, cálido y sencillo en el corazón. Es el Niño Dios, es el Redentor, y aunque no haya sitio en la posada, tal vez en tu vida sí que podría encontrar un hogar de acogida.

sábado, 10 de diciembre de 2022

En buenas manos

 EN BUENAS MANOS


Pasito a pasito, sin demasiadas demoras, vamos recorriendo el camino del Adviento y aproximándonos a la insólita maravilla del encuentro con el Señor, que viene a nuestro mundo haciéndose hombre por todos nosotros. ¿Pero en verdad estamos recorriendo ese camino o tan solo dejando pasar el tiempo sin preparar absolutamente nada? ¿Aún no te estás preparando? Has podido decorar tu hogar con motivos navideños externos, pero ¿has ido incrementando la luz de las velas que semana a semana hemos ido encendiendo para iluminar también la tiniebla, espesa o tenue, que nos aleja del Dios humilde que nos va a nacer?

Lo fácil siempre es recurrir una buena excusa para poder justificar esa inercia pasiva que nos caracteriza a la hora de tomar cualquier iniciativa en lo espiritual. "Es que no he tenido tiempo" solemos aducir para no tener que asumir ninguna responsabilidad, pero es que venimos de un gran puente (Constitución e Inmaculada) en que algo sí nos habría dado tiempo a comenzar. ¿Qué nos bloquea entonces? ¿Necesitas un Adviento XXL?

Si te decides a "advientarte", podrás ir reconociendo que, frente a lo que pudiera parecer, se puede llegar a descubir que, pese a lo que pese y pase lo que pase, en realidad andamos en buenas manos, las manos de Dios, de la ternura de Dios, la entraña misericordiosa de este Dios que se conmueve ante la vulnerabilidad del hombre y la asume de manera incondicional. Tal vez sea imposible concebir un Dios que ame tanto y de tal manera: acompañando y sustentando siempre, pero siempre en segundo plano, con manos invisibles de madre. ¡Qué suerte, qué privilegio poder recorrer la vida con esa paz profunda que da la confianza en Dios.

El profeta Isaías, en la primera de las lecturas de este tercer domingo de Adviento, nos muestra como ilumina su corazón contemplar anticipadamente la belleza de lo que podemos esperar de ese Dios con nosotros, que se hace carne de nuestra carne, y viene a transformar lo árido en fértil, a concedernos una fuerza capaz de hacer asumir nuestra propia libertad, y cómo podemos ya entonar juntos himnos y poemas llenos de júbilo. Esa es la intervención esperada del Mesías que viene, y al que nos disponemos a recibir con ilusión esa venida esperada.

Y en el Evangelio Juan confirma a través de las pruebas de algunos testigos, pues el está en prisión, que se confirman las profecías mesiánicas: los ciegos ven, los enfermos sanan... Porque cuando llega el que tenía que venir, todo es posible: recuperar la esperanza, el ánimo, la ilusión, el cariño, la alegría, el amor gratuito y desinteresado, la confianza, la afabilidad, la reconciliación. Por Él, que irrumpe en nuestra realidad divinizándonos, somos sanados y recuperamos nuestra plena libertad; una libertad hecha para amar, sanar y abrazar a los hermanos.

Te aguardamos, Niño Dios, ven pronto a poner remedio a nuestro mundo herido. Tú eres la luz que resplandece; la sencillez sin pretensiones ni artificio en que recuperamos la autenticidad; Tú eres la paz que pacifica y unifica sin requerir de tratados ni rendiciones, sin vencedores ni vencidos; Tú eres la verdad buscada en lo más profundo de nuestra razón y nuestro corazón, la que colma y calma nuestro anhelo de sentido; Tú eres el amor de Dios que nos comprende, acepta y perdona; Tú eres la fuerza del débil, la justicia y la esperanza de los que no nos resignamos a un mundo deshumanizado, inhóspito e insolidario. Por ello, ansiamos ver ya tu rostro y sabernos de nuevo en buenas manos.

Encendamos otra vela más, la tercera, que nos permita ir distinguiendo el camino por el que el que es amor se nos aproxima. Avancemos en esta espera esperanzada. Dejémonos iluminar por el Dios hecho hombre que ya llega. Alégrate, confía, espera.



sábado, 3 de diciembre de 2022

El cabreo del profeta

 EL CABREO DEL PROFETA


Se acercan épocas de grandes excesos. Los occidentales, al parecer movidos por ese espíritu navideño tan bien publicitado por las grandes marcas y cadenas comerciales, nos animan a hacer verdaderos dispendios y a cebarnos a base de bien. Seguramente sea por nuestro bien, para sobrellevar mejor las frías temperaturas invernales.

La verdad es que o no sabemos, o no queremos, o nos hemos acostumbrado ya a ese tipo sobrealimentación navideña. Nos pasamos todo el año haciéndo régimen para mantener la linea, o simplemente llevando una comedida dieta saludable, pero en llegando el final de año nos apetece darnos una buena tanda de atracones.

¿Y qué va a hacer uno si no cuando se reune con la familia, los amigos, los compañero del trabajo o los que en ese momento toque? Pues eso, jugar a la lotería y zampar y bridar sin comedimiento ni mesura. No nos tocará la primera, pero el despilfarro no nos lo quita nadie, y hacemos como si nos hubiese tocado y comienza la ingestión desproporcionada de calorías. Luego ya vendrá la cuesta de enero y de febrero --y hasta de la tira de meses más. según se está poniendo la vida-- para tratar de ponerse a dieta y hacer algo de ejercicio tratar de bajar las reservas adheridas. Tranquilos, que hasta la operación bikini queda aún mucho trecho.

Sin embargo, al más grande de los nacidos de mujer, el profeta Juan el Bautista, le da por hacer todo lo contrario que a nosotros (o tal vez a nosotros lo contrario que a él). Se pone su drástica piel de camello y ¡hala!, al desierto a alimentarse de bichitos y miel silvestre. Debe ser que esa rigurosa disciplina que sigue, de soledad extrema y absinencia de toda distracción, ayuda mucho a descubrir la presencia de Dios y a entender que nuestras formas de vivir actuales no están muy en consonancia con su voluntad. Parece ser que, haciendo un poco de silencio, uno alcanza a descubrir quién es, qué ha de hacer y qué palabras debe comunicar. Primero escuchar y escucharse, para luego saber lo que merece ser dicho. Pues uno vuelve completamente transformado de esa experiencia real de Dios en el desierto y convertido además en todo un profeta.

Como profeta, Juan, el primo de Jesús, habla con fuerza, anuncia y grita bien alto que ya llega ese renuevo del tronco de Jesé, ese brote vigoroso que inaugura de una vez para siempre el Reinado de Dios, donde se podrá restaurar la confianza y la paz, la justicia y la equidad, donde todos podremos al fin convivir en un entorno fraterno y de bendición.

Aquello que propuso el profeta Isaías no tiene por qué ser mero sueño utópico sino realidad palpable y contrastada. Ahora es ese tiempo anunciado de dar cumplimiento a la propuesta de reconciliación que Dios nos ofrece con Jesús, el Salvador. Aunque, como nos indica el profeta, hay mucho que allanar para que sea esto posible, porque a primera vista este mundo no está ni preparado ni dispuesto para ACOGERLE. Es esta la clave: desinstalarnos de nuestro modo de vida acelerado y superficial, individualista y centrado en exceso en lo material y volvámonos a lo sencillo y lo humilde, a lo compartido, a lo gratuito. Sí la Navidad es todavía posible.

Esto no parece difícil, pero lo debe ser, porque por eso se nos cabrea el profeta, que siendo un hombre de Dios como es, termina perdiendo la paciencia porque, al igual que los fariseos y saduceos, solo miramos por nosotros mismos y por las apariencias, y así ni que vengan del desierto a decirnos la verdad, ni que tengamos las Escrituras que profetizan esa venida del Señor, ni siquiera que el mismo Dios se haga hombre; nosotros seguiremos a lo nuestro, empecinados en mantener una sociedad lo menos humana posible, donde no haya ni un solo resquicio para Dios en nuestras vidas. Lo verdaderamente grave sería que tampoco nosotros nos cabrearamos con lo que a poco que miremos, vemos que está pasando.

Pues recuerda, generoso lector, que por el bautismo recibido, de agua, pero también de Espíritu y fuego, también tú estás también llamado a anunciar y construir ese hermoso Reino. O acaso se te ocurre un plan mejor que hacer. Levántate, ya llega y es tiempo de empezar a dar fruto.