NO TAN SOLO APARIENCIAS
Con qué frecuencia decimos u oímos que si sí, que si no; que si verdadero, que si falso; que ni fú ni fa; que ni blanco ni negro, ni verde ni marrón, sino todo lo contrario; que si eso lo será para ti, que porque tú lo digas; y hasta que todo vale, porque en realidad hemos terminando devaluando aquello que cae en nuestras manos y termina valiendo poco o nada. Por tanto, si todo acaba siendo solo producto de consumo, sin que nos percatemos, terminan dándonos el cambiazo y nos presentan un estupendísimo sucedáneo de la Navidad, con abundancia de adornos, luces y regalos, pero tan solo un espejismo de la auténtica fiesta religiosa.
Quizás vivimos en tiempos de demasiada aceleración y de mucha confusión, y hasta podríamos decir que de ocultación y de ofuscación. Resulta que no es fácil aclararse en esta maraña de significados alternativos y divergentes tan en boga. Por lo que es lógico llegar a plantearse: ¿Y yo dónde me sitúo en todo esto de la Navidad? ¿Qué es para mí? ¿Cómo he de vivirla?
Ciertamente no es sencillo orientarse entre tanta confusión. Precisamos esa estrella fugaz que nos vaya orientando desde el oropel de los palacios a la desnudez insólita de portal. Pues no era previsible que algún momento fuera a ocurrir algo tan imprevisible como que Dios nos nazca. Entonces todo ese decorado prefabricado, aparece como una inmensa farsa aburridísima que funciona con tremenda eficacia para que no nos enteremos de nada y sigamos atrapados por las innumerables distracciones. Tal vez muchos prefieran seguir en el engaño que descubrir la realidad y asumirla. Para ellos la Navidad es solo un cambio temporal de decorado, pero sin sentido alguno.
Hoy, sin embargo, en el comienzo del Evangelio de San Juan se nos afirma sin medias tintas lo impensable, con lo que no contábamos, que realmente acontece: Dios se hace hombre y asume nuestra humilde condición iluminándola, esclareciéndola y dignificándola. Y entonces, de igual manera que no quisieron aceptar en su día esa misteriosa y admirable verdad de la irrupción de Dios en la tierra, tampoco ahora, pasados los siglos, seguimos sin concederle ni la mínima credibilidad a este hecho que ha transformado nuestra historia y nuestras historias, tachándolo de locura, insensatez o pura leyenda inverosimil.
En este mundo de miras exclusivamente pragmáticas, cómo vamos a aceptar por buena semejante noticia: que viene el Dios todopoderoso a asumir nuestra carne, que Dios se nos hace pequeño, frágil, mortal y vulnerable. ¿Puede ser Dios así? ¿Nos puede cabernos a nosotros esta buena nueva insólita en la mollera? ¿Y acaso nos puede caber en el corazón? Evidentemente no, y sin mucho cabilar, nos apresuramos a seguir cabilando en nuestras sensatos asuntos, sí, esos que salen por las pantallas a todas horas.
Pero también hay algunos pocos que no se dejan llevar solo por las apariencias, y que en esa luz especialísima que brillaba la noche eterna en que nació el Salvador, descubren una bellísima verdad tal vez solo reservada a los sencillos, a los que permanecen en velan y son capaces de escuchar en el silencio del firmamento estrellado los cantos de los ángeles que anuncian la gloria de Dios, la encarnación del Enmanuel.
Cada uno de nosotros puede ser de los que se quedan con las apariencias, que por las razones que sean se ven sometidos a su imperio, o por el contrario, de los que se dejan sorprender por lo inaudito: ese Dios apasionado por los hombres, capaz de, contra todo pronóstico, asume nuestra pequeñez y nuestra grandeza.
Si decides ser de los que sí acogen esa luz que brilla en las tinieblas, podrás llegar a descubrir, admirar, emocionarte y adorar a ese Niño Dios que nace sin alaracas, en lo discreto; que toma por trono un humilde pesebre de un establo, en una remota aldea llamada Belén. Ese Dios no es según este mundo, aquí no tiene sitio un Dios que viene en pobreza y sin suntuosidades, un Dios que no se impone por la fuerza, el poder o el engaño, sino que se ofrece en la fragilidad del amor.
Si experimentas al Dios que verdaderamente nace entre nosotros, todo cambiará, porque reconocerás al que realmente es el camino, la verdad y la vida. Ya no te podrán convencer para que te quedes solo con las apariencias, has descubierto al Rey que te descubre quién eres y todo por lo que merece vivir y amar.
Es tiempo de Navidad, de encuentro, de cercanía y reconocimiento entre Dios y los hombres, entre los hombres y Dios, no solo en la ternura de María que acoge el temblor del Niño Dios, de la mirada atenta y agradecida de San José o de la sencilla alegría compartida de los pastores, también entre nosotros, para que el nacimiento vuelva a acontecer y sepamos de nuevo sentirnos verdadera familia reunida en torno al portal.
DIOS HA NACIDO,
ES NUESTRA VERDAD,
ES NAVIDAD EN TODA LA TIERRA
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