sábado, 8 de junio de 2024

Transparencia

TRANSPARENCIA


Qué bueno sería saber admirar todo según es, sin contaminación, sin distinción, sin retoques ni engaños. La realidad al natural. Sin embargo, no parece que los humanos estemos demasiado empeñados en descubrir ese mundo de la realidad en su completa verdad desnuda. Nos buscamos toda clase de subterfugios para huir de la verdad monda y lironda, de la verdad sencilla, de la cruda y real verdad sin más. Más bien queremos que la realidad amolde a nuestro gusto y parecer, y si no lo hace la rechazamos. La verdad nos desagrada, nos aburre, nos escandaliza y hasta nos puede llegar parece sospechosa.

Acostumbramos a vivir en la apariencia, en el ruido distorsionador, en la prisa apresurada que impide sopesar los hechos, cuando no en la manipulación y en la tergiversación interesada. Es como si mirásemos lo real con una cámara cuyo objetivo estuviese sucio y desenfocado, y aún así nos pareciese que lo que falla en realidad es problema del objeto a retratar, pero no nuestra lente. Y lo peor es que ni nos importa esta intolerancia a lo puramente real sin más. Ya decían que mientras nos den pan y circo, todos contentos. Preferimos con frecuencia la evasión y el engaño, la sosfisticación y el oropel, en lugar de la inmersión en la realidad tal cual es.

Con frecuencia anhelamos los parajes con aguas tranquilas y cristalinas, tal vez porque nos evocan justo aquello de lo que más carecemos: la calma y el bienestar conseguidos al ser y estar en lugar adecuados, donde uno debe estar y permanecer. Idealizamos paisajes opuestos a aquellos que nos hemos construido para habitar y que en realidad reconocemos inhumanos e inhóspitos. Es difícil que el hombre pueda encontrarse a sí mismo en estos enjambres de ruido y agitación en los que no queda tiempo para nada, apenas lo mínimo para un somero descanso, pues lo que importa es hacer y hacer, en lugar de solo ser.   

En la primera lectura de este décimo domingo de tiempo ordinario (B) escuchamos al Creador dirigiéndose a Adán: "¿Dónde estás?". Adán, consciente ya de su transgresión, elude el encuentro cordial, amigable, confiado y transparente con Dios. Bien podemos también sentirnos los destinatarios de esa misma pregunta que Dios ¿Dónde nos hemos situados? ¿Somos constructores de Edén aquí en la tierra? ¿Podemos tildar de transparente nuestra relación con el Creador, con la creación y con nuestros semejantes o más bien tratamos de evitarla?

En la segunda carta de San Pablo a los corintios se nos exhorta a fijar nuestra atención en lo que no se ve, es decir, a tratar de descubrir esa realidad que si nuestra mirada se queda en lo material, en lo caduco y pasajero, sino en la verdad esencial que solo puede llegar a descubrir patente la mirada transparente de la fe y del amor. En Cristo y por Él sí es posible transformar esa mirada espiritual.

En el evangelio según San Marcos también nos puede ayudar e revisar esa relación transparente con Dios. ¿Somos nosotros de los suspicaces que tanto en su mirada como en su juicio no llegan a reconocer limpiamente la verdadera identidad de Jesucristo? ¿Aquellos que veían doblez y maldad en el poder con el que actuaba Jesús o los que reconocen que Él es el Hijo? ¿Qué puede interferir en nuestra manera de reconocer quién es en verdad?

Solo los que logran ESCUCHAR de manera atenta, sincera y cristalina su palabra y tratan de cumplir en su vida la voluntad de Dios, podrán tener que ver con Él, llegar a ser incluso de la propia familia de Jesús. Al final, esta palabra que Jesús pronuncia es esclarecedora de lo que cada uno lleva dentro: permite que las aguas de nuestro ser se sosieguen y vayan sedimentando cualquier impureza. Llegar a tener una mirada y un corazón transparente y nítido para ver y escuchar a ese Dios que nos llama a reconstruir ese Edén fraterno en que todos podamos confiar los unos en los otros con total transparencia.

Va concluyendo el curso escolar 2023/24. Mucho habría que revisar y ponderar. Aquí solo vamos a apuntar que se aproximan las vacaciones, y por tanto, podremos disponer de más tiempo para aventurarse en esa aventura de reestablecer la relación transparente con ese Señor que te habita. Puede que desees hacer múltiples cosas, ir a muchos sitios y disfrutar de todo lo que puedas, pero ¿Y si además tratas de buscar esa voluntad de Dios en tu vida? ¿Vas a poder dedicar algún tiempo al recogimiento interior en es que la presencia de Dios se hace transparente? ¡Inténtalo!   


sábado, 1 de junio de 2024

A mesa puesta

 A MESA PUESTA




No debería ser difícil elogiar las cualidades de aquellas personas insignes con las que nos relacionamos. Tampoco debería resultar infrecuente encontrarnos con personas con esa manera excepcional de afrontar su propia existencia y compartirla con los demás. Ojalá sepamos reconocer la excelencia de las personas sencillas y amables, pues aunque estas cualidades, en principio, están al alcance de cualquiera, no parece que sea demasiado frecuente hallar tantos seres humanos que se empeñen en ejercerlas.

Dice la sabiduría popular que "quien tiene un amigo, un tesoro". Todos estaremos de acuerdo en que no puede ser más cierto el aserto, y si el susodicho amigo es de veras, y sabe estar cercano en la distancia, asequible en cualquier tesitura, y dispuesto a compartir y acompañar mientras dure el recorrido vital, entonces es que ese amigo vale más que el oro. A lo dicho podríamos añadir además que el que tiene un verdadero amigo, lo tiene para siempre. Consérvalo.

Entre estos amigos y personas excepcionales, tan dignas de ser elogiadas, una práctica común sería el ser acogedores e incluso el llegar a compartir la vida. Pero es que además, casi desde que el mundo es mundo (y creo que no fue precisamente ayer), es costumbre reconocida el ser hospitalarios y buenos anfitriones. Tanto el que invita como el invitado, deben sentirse distinguidos, el primero por poder acoger a quién se reconoce como distinguido, y el segundo por tener la deferencia de ser invitado, valorado y cuidado de tan generosa manera.

Aunque también se nos pueda venir a la memoria aquel artículo costumbrista de nuestro Mariano José de Larra en que, más que sentirse agasajado por el castellano viejo, hacerle sentir a gusto al invitado, más bien le incomoda, lo habitual es que cuando nos invitan a la mesa, todo esté cuidado para que disfrutemos tanto de las suculentas viandas, como de la conversación y la compañía. La intención de los anfitriones suele ser que uno se encuentre a las mil maravillas en ese tiempo compartido. Por ello, si en alguna ocasión semejante te ves, aprovecha el momento y también haz que el que te invitó se sienta reconfortado por haberte recibido y agasajado en su propio hogar, no vaya a ser que el castellano viejo termines siendo tú.

Este domingo celebramos la solemnidad del Corpus Christi, que aunque tradicionalmente se venía celebrando en jueves, se ha trasladado al domingo para facilitarnos la participación. Pues justamente es es este el significado de esta solemnidad litúrgica: nos han invitado al banquete de los amigos del Amigo. Ni en los más altas aspiraciones podíamos esperar a tanto: es Dios quien nos convida a su hogar y nos prepara con cariño la mesa. Allí acudimos como en su día los discípulos a celebrar la pascua, no solo la pascua judía, sino la pascua en que es Cristo el que se nos ofrece. Él nos transforma el pan y el vino es su Cuerpo y su Sangre. Nos alimenta consigo, para que nosotros también nos transformemos en Aquel que comemos.

Qué excelente oportunidad poder sentarse a la mesa con amigos, estrechar lazos de amistad y fraternidad, compartir tierno pan y selecto vino, el mismo que probaron en aquella memorada ocasión los amigos de Jesús, y poder sellar así ese pacto de vinculación vinculante con el Resucitado. Nada nos podrá separar del amor de Dios que compartimos. Pase lo que pase, vengan tiempos de bonanza como de prueba, este alimento que compartimos en la eucaristía nos vuelve invencibles en la fragilidad. Cristo, tú haces nuestro alimento. Nada puede ya faltarnos si tú nos sustentas. 

¡Qué necedad sería declinar esta invitación! ¡Qué craso error cometeríamos si no acudiésemos a su fiesta! Es Dios mismo el que se ha humanizado para compartir mesa con nosotros. ¡Cómo para perdérselo! ¿Acaso vas a rechazar al mejor de los amigos posibles? Revisa en tu agenda, y si no tienes hueco, házselo. Ven al banquete, no te quedes fuera. Todo está ya dispuesto, vas a mesa puesta y a ser tratado como amigo de Dios.

sábado, 25 de mayo de 2024

Actuar en consecuencia

 ACTUAR EN CONSECUENCIA


¡Qué bueno si al menos tuviéramos claro de dónde venimos! Es decir, el trayecto que hemos ido recorriendo hasta el momento hasta llegar a la situación presente. Porque en este mundo de quimeras y memoria volátil, tal vez pecamos de no recordar suficientemente el tesoro que acaudalamos: nuestro pasado y nuestra experiencia. Sepamos cuanto menos de nuestra historia individual como colectiva, ocupémonos ciegamente de banalidades y nada más que banalidades, y es seguro que tan solo alcanzaremos a ser lo que nos digan que somos. Tratemos, por tanto, de poner remedio, y si nos cuentan que hay que saber poco, mal y tergiversado lo que nos ha ocurrido, justamente esforcémonos en escapar de esa visión reductora y somera de la Historia, para desplegar con total libertad y consciencia la evantura de hacer historia particular con los demás. Sé protagonista y actúa en consecuencia.

Para los gurús educativos en boga ya no importan demasiado ni los contenidos ni la memoria, porque a un click tenemos acceso al vasto conocimiento. Falso: la información, los datos acumulados no son conocimiento, se requiere análisis, integración con los conocimientos previos, asimilación, comprensión, interpretación, esto es, pensamiento. Ya nos avisaban los antiguos griegos de los peligros de abandonar la memoria como fuente de saber. Pero es que si hacemos dejación de la memoria y solo vale lo que nos cuentan los gestores del big data, pues es muy probable que nos terminen escamoteando por toda la escuadra la preciada verdad. Tenlo en consideración y trata de actuar en consecuencia. 

Como afirmaba George Santayana aquellos que desconocen la Historia están condenados a repetirla. Así es, pues la Historia no sería ya escuela, y por tanto, no sirve como trampolín desde el que comprender lo anterior, vivir el presente y proyectar el futuro, evitando caer en anteriores errores cometidos. Por poner un famoso ejemplo, Winston Churchill tuvo una actuación muy provechosa para la civilización europea porque conocía muy bien a los clásicos, sus batallitas y los avatares de la historia que a través de ellos nos llega. Saber lo acaeció en el pasado capacita para acertar en el aquí y al ahora, de igual modo que desconocerlo dificulta actuar con tino y en consecuencia. 

La persona que ha perdido la memoria, simplemente deja de saber quién es y quiénes también son  los otros que se encuentran entorno. Y este es un peligro mayor aún que embuclarse en los mismos errores. Si abandonamos el estudio del pasado, terminaremos por no saber quiénes somos e impediremos por ello llegar a ser nosotros. Jamás, por tanto, caigamos en el error de suponer que lo ocurrido anteriormente, nuestra biografía o nuestra historia, son irrelevantes. Importan y muchísimo.

Para descubrir la propia vocación en los procesos personales de discernimiento, es imprescindible revisar el periplo existencial y descubrir el lenguaje de Dios en nuestras vidas. Si vivimos con tanta rapidez, tanto ajetreo, tanta sobreinformación y tanta superficialidad, necesariamente se vuelve imposible hacer hueco a la introspección y a la claridad de quién es uno y lo que Dios y uno mismo quiere ser. ¿Cuándo hacemos tiempo de calidad para exponernos a esta lúcida revisión? Pues así no va entonces.

En la primera lectura de este domingo VIII de tiempo ordinario, solemnidad de la Santísima Trinidad, vemos como el pueblo de Israel, con Moisés, toma conciencia de ser pueblo elegido justo en el recuerdo de su predilección de Dios en la historia. Dios les acompaña en su periplo, y no conviene olvidarlo si quieren saber quiénes son y como encarar el porvenir. Hay que tener presente el itinerario recorrido para poder seguir hacia adelante por el camino adecuado; por los demás caminos uno se pierde.

Los apóstoles y nosotros hemos conocido a Jesús y su mensaje, hemos escuchado y comprobado que Él es quién dice ser: el Hijo de Dios vivo, que murió y resucitó por nosotros; que ascendió a los cielos y ahora está sentado a la derecha del Padre; Que nos entregó el Espíritu para que podamos cumplir con la misión que Él nos ha dado: llevar el evangelio a toda la creación. Tampoco podemos dejar de tener presente nuestra historia personal y colectiva, nuestra identidad y nuestra cultura, nuestra experiencia más profunda y nuestras certezas, para saber quiénes somos, qué no somos y de qué habremos de vivir para actuar en consecuencia con este Dios trinitario que nos habita. Olvidarlo sería necedad, mantener esa vida en nosotros, avivarla y compartirla libremente con todos los hombres de buena voluntad, hermanos e hijos del mismo Padre, es nuestra esperanza. Quien obra en consecuencia no fracasará, sino que sabrá ser feliz.       

sábado, 18 de mayo de 2024

Todos a una

TODOS A UNA

No importa de dónde vengas, ni lo que pienses, ni tus miedos, ni tus deseos, ni tus metas; no importa el color de tu piel, ni de tus ojos o de tu pelo; no importa tu edad ni tu pasado; no importan tampoco tus gustos o aficiones. No, en serio, el que importas eres tú, tal y como eres, único e irrepetible. Tú, sí, tú, y siéntete invitado al gran regalo de Pentecostés, con el que queda inaugurado este nuevo tiempo eclesial. Porque en este proyecto común de Dios para la humanidad, tiene cabida el proyecto que Dios dispone para ti. Si eres diferente y singular, si simplemente quieres ejercer tu libertad sin recortes, entonces tendrás perfecta cabida. Dios así te quiere y su proyecto así te necesita. Has sido seleccionado.

Se equivocan los que, desde el desconocimiento, piensan que en la Iglesia no prevalece la diversidad, la libertad y la pluralidad. Puede que justamente sea el lugar en donde mayor reconocimiento y estima se da a los distintos carismas, sensibilidades y estilos. La fiesta de Pentecostés es justamente el inicio plural y diverso de la Iglesia. No solo proclamamos nuestra fe en el Dios que integra tres personas divinas, el Dios Trinitario, sino que además, también la Iglesia está consituida por la unión de muchas iglesias, ritos, congregaciones y movimientos muy variados. Todo lo que promueva el Espíritu es querido, valorado, reconocido y plenamente necesario.

Si lo tuyo es la uniformidad, que todos piensen lo mismo, que todos deban desear y comportarse de modo muy parecido, que la diferencia sea exclusivamente apariencia; si tampoco admites la discrepancia, y te solivianta el que con rigor trata de buscar la verdad escondida, no la verdad oficial de lo políticamente correcto o del mero tópico; si admites ese clima de desencuentro actual, polarización y polémica que nos han hecho asumir como inevitable; si crees que el otro, el diferente a ti está totalmente equivocado, que es tu rival o tu enemigo; si lo ves todo en blanco y negro, sin matices, y el mundo se divide claramente en buenos (los tuyos) y malos (el resto); entonces estás muy necesitado del soplo del Espíritu, para sanarte de cierta tendencia fácil al fanatismo y la intolerancia, para nacer a un nuevo paradigma existencial en el cual la vida en comunión es posible y necesaria. ¡Bendito sea el Espíritu libertador y benefactor!

Tanto es así, que hoy tenemos dos versiones distintas en las que se nos narra de manera diferente la venida del Espíritu. Por un lado la que aparece recogida por el evangelista San Lucas en el Libro de los Hechos de los Apóstoles, y por otra, la del evangelio según San Juan. Una no anula a la otra, no se excluyen mutuamente, sino que se enriquecen y complementan. Por ello, si leemos ambas y las unimos, lo que nos transmiten resulta facilita que podamos entender mejor los beneficios que implica recibir el Espíritu Santo:  

1. Permite a los discípulos superar el miedo que les tenía atenazados y escondidos. Tener la confianza necesaria para atreverse y abrir nuevos caminos.

2. Les otorga una paz profunda e inigualable, que libera e integra todo su ser en la aceptación agradecida de la verdad de sus vidas.

3. Abre de tal manera sus entendenderas, que logran reconocer a Jesucristo resucitado, el que es y vive, y esto supone una nueva forma de entender desde la fe la presencia victoriosa de Dios sobre la muerte y el mal.

4. Se llenan de una alegría desbordante y prístina, no superficial y vana, sino de una alegría fundada en la certeza de la pascua y la vida nueva que emerge en todo lo que es, cuando se contempla en el amor de Dios. ¡Bendito sea el Espíritu libertador y benefactor!

5. Son enviados a la misión, a sembrar el Reino de Dios (de justicia, fraternidad, misericordia, concordia...) y posibilitar con su testimonio que en la tierra se inicie ya el cielo prometido.

6. Obtienen una identidad nueva, pues ya son seres bautizados por el Espíritu, y por tanto han nacido ya para la vida eterna, pues participan de la muerte y resurrección de Jesús.

7. Logran hacerse entender, entender y ser entendidos a través de diversas lenguas y culturas. Escuchan y proclaman la Palabra. Son ya valedores del encuentro y el diálogo.

8. Se les concede capacidad (y potestad) para perdonar los pecados y errores que el ser humano se empeña en seguir cometiendo. El mal ha sido y seguirá siendo superado por el amor y el perdón de Dios. ¡Bendito sea el Espíritu libertador y benefactor!

9. Y finalmente consiguen conformar unánimemente, en la riqueza de la pluralidad, en la humildad, la caridad y el servicio, el Cuerpo místico, la Santa Iglesia Católica. Todos nos incorporamos a ese Cuerpo y somos miembros dentro de él para desempeñar con agrado y generosidad nuestras particulares funciones en favor del bien común.

Pero además de todo lo dicho anteriormente, en esta festividad de Pentecostés, el Espíritu no concede sus siete dones para complementar y perfeccionar a los distintos fieles y comunidades según las necesidades que Él estime conveniente. Estos siete dones necesarios son: el don de sabiduría, el don de entendimiento, el don de consejo, el don de ciencia, el don de piedad, el don de fortaleza y el don de temor de Dios. ¿De cuál de ellos te sientes más necesitado para progresar como verdadero cristiano? Pues, recibas los que recibas, acuérdate que no son para ti, sino para ponerlos a disposición de los demás, ya que lo que uno recibe gratis, gratis a de poder ponerlo a disposición de todos.

¿Se puede pedir algo más que lo que el Padre a través de su Hijo nos dona mediante el Espíritu? ¿No es necesario disponerse a recibir la renovación y el impulso que el Espíritu nos concede? Nunca la Iglesia será inmovilista, sino en perpetua transformación por la acción del Espíritu en todos los que lo recibimos y nos comprometemos a vivir más espiritualmente.

Que nuestras comunidades estén prestas y dispuestas para dejarse hacer por el Espíritu que Jesucristo, anunció y prometió. Solo así seremos capaces de ser la Iglesia que Dios quiere y este tiempo necesita.

DÉJATE RENOVAR POR EL ESPÍRITU SANTO

sábado, 11 de mayo de 2024

Vasos comunicantes

VASOS COMUNICANTES


Que nadie se lleve a engaño; no todo es lo que a simple vista pudiera parecernos. Tanto es así que ni siquiera podemos estar demasiado seguros de aquello que hemos dado por sentado conocer. En propiedad ni siquiera conocemos con exactitud lo que precipitadamente afirmamos que no es, pues bien pudiese ser que tan solo lo desconocemos hasta el momento actual. Resulta por ello verdaderamente apasionante querer saber, indagar y cuestionarse. Para nada resulta vano este afán esencial del quehacer humano, bien al contrario, lo lamentable sería desentenderse de la posibilidad de llegar a saber.

Parece bastante claro que para conocer no solo nos es necesario un tipo de saber específico, sino que otros terminan siendo igualmente relevantes y, por tanto, se complementan entre sí, sin anularse entre sí las distintas aportaciones de los múltiples saberes. Las ciencias empíricas, la Filosofía, la Historia, la Teología, la Antropología, la Psicología... todas contribuyen al conocimiento humano. No basta una sola disciplina, de todas precisamos. ¡Ojalá comencemos ya a buscar enfoques más integradores del conocimiento, en lugar de la mera especialización!

Hoy en día gracias a los avances y nuevas teorías de la Física, se está renovando la concepción de lo que hasta ahora dábamos por seguro. En 1927 el físico Wener Heisenberg propuso el principio de indeterminación, según el cual, cuanta mayor certeza se busca en determinar la posición de una partícula, menos se conoce su momento ideal y, por tanto, su masa y velocidad. Esas propiedades de las partículas de la materia se encuentran en estado de superposición, con posibles valores diferentes de posición y momento ideal. Tal vez resulte demasiado compleja esta evidencia de que simultáneamente puedan darse valores muy distintos, dependiendo de la observación llevada a cabo. Bien puede ser, pero esta teoría es la que ha permitido el desarrollo de lo que hoy conocemos como física cuántica, teoría que va a transformar tanto nuestro mundo, como el modo como lo venimos concibiendo.

Sirva este improvisado excurso previo sobre la física cuántica para ejemplificar que lo que nos parece que pueda ser la realidad. No es por ello descartable que pueda darse un estado distinto que se nos ha estado pasando por alto. Así también, según nos cuentan las Escrituras, Jesucristo Nuestro Señor, el Alfa y la Omega, el que asciende a los cielos y regresa a la vera del Padre, sigue a la vez con nosotros. Se va y se queda. Está allí, en la eternidad, junto a Dios Padre intercediendo por nosotros, y sin embargo, también está aquí, presente y actuante en nuestro devenir temporal a través de la Iglesia, la comunidad de bautizados. Y esto puede ser así, tal y como algunos creemos, independientemente de que tú lo percibas, observes y cuantifiques o no.

En realidad Cristo, si se nos permite tirar de otro ejemplo de la Física, podríamos decir que funcionaría como los tradicionales vasos comunicantes: aúna humanidad y divinidad, tierra y cielo, está allí y aquí, ayer, hoy y mañana; y eso es una suerte inmensa, pues, además de las leyes de la Física y de la Lógica, el Amor también posee sus propias leyes operantes. Bien pudiera ser que una de ellas fuese que dónde está y es el Amado, ahí está y es también consigo el ser al que ama. Menudo trasiego de la divinidad estando presente en lo temporal y a la vez en lo eterno, en la tierra y en el cielo, en mí y en ti, fuera y dentro, en la materia e incluso en la no materia. ¿Cómo es esto posible? Para Dios, misterio inabarcable, todo es posible. Del principio de la indeterminación, al principio del amor transcendente que todo lo vincula prodigiosamente.

Es decir, Jesucristo, el hijo de María, murió, resucitó y resucita, y vive ya para siempre. Ahora, tras la fiesta de la Ascensión que hoy celebramos, deja de aparecerse glorioso a los apóstoles para perderse en los cielos. Deja de aparecerse y desaparece para hacerse visible solo por los ojos de la fe y el amor. Se marcha y se queda. Abramos los ojos para ver lo invisible. Reconozcamos su viva presencia mística y escuchémosle, pues nos deja bien clara la tarea encomendad: hemos de comunicar a todo hombre el Evangelio, la buena noticia que, cuando es escuchada y encarnada, nos transforma y salva. Hemos de expandir esa comunidad de creyentes, ofrecer la salvación por medio de una fe transformadora que va volviendo semejantes a Él a todo el orbe. El que quiera que la acoja y se incorpore por el bautismo al cuerpo de Cristo, que es su Iglesia, y vaya labrando el Reino de Dios ya en la Tierra.

Cristo ha subido al cielo, y por ello, cielo y tierra son vasos comunicantes, interrelacionados, superpuestos No olvidemos que el cielo, que se inicia en la vida terrena, es el mejor final para todo este trayecto vital; ni tampoco que nos salvaremos con y por los demás; ni que la Iglesia nos educa y permite ir dando pasos para acercarnos a ese cielo inmanente y transcendente, especialmente a través de la acción del Espíritu.

No era suficiente dejar de verle entre los vivos para aprender a verle radicalmente vivo, y aprender a reconocer que verdaderamente es él, el Señor resucitado y glorioso. Ahora hay se requiere dar un paso más, seguir avanzando en esta capacidad de descubrir al Viviente en la dimensión más profunda de la realidad, sondearle, intuirle, saber reconocer que lo espiritual también se vuelve evidente. Esa capacidad de ver más allá de lo sensible con el sentido de la fe, es ya sin duda participación en su resurrección gloriosa. ¿Y te lo vas a perder? 

sábado, 4 de mayo de 2024

Semejanzas

SEMEJANZAS




Consideramos el tiempo pascual como un tiempo nuevo, lleno de gracia para comenzar a ser de manera genuina y vibrante, es decir, a no vivir acomodados en una rutina monótona y, en definitiva, desprovista de ilusión. Vivimos, sí; seguimos vivos, sí, pero ¿cómo? ¿Estamos aprovechando con entusiasmo nuestras vidas o nos conformamos con solo que vaya pasando ésta sin demasiados sobresaltos? ¿En qué medida estás viviendo o desaprovechando el milagro de tu vida?

Hace tan solo un personaje notorio en la escena pública, de cuyo nombre no hemos de acordarnos, se preguntaba si le merecía la pena seguir con lo que venía haciendo. ¿A nosotros nos merece la pena seguir o hemos de encontrar nuevos caminos por los que aventurarnos en esto de la vida? ¿No será mejor no calentarse más la cabeza con tanta pregunta y dejar de leer este blog de inmediato? Allá tú con lo que haces, pues este blog no se hace responsable.

Para empezar, pretender entender ya es en sí algo notable. Preguntarse si hay alguna manera más acertada de empezar a poder ver la realidad de modo diferente y nuevo, es ya mostrar una inquietud encomiable.  Solo con este cambio inicial de actitud es posible abrir horizontes, ampliar posibilidades para que la vida que uno lleve pueda ser más plena. ¿A qué esperas?

En el evangelio de este domingo VI de pascua, San Juan nos transcribe las palabras de Jesús: "Os he hablado esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud" ¿Y qué es lo que nos encomienda el Hijo de Dios para que estemos rebosantes de esa alegría suya, de ese esplendor diáfano que solo se consigue cuando uno acierta de lleno entre lo que es y hace? ¿Acaso nos va a decir su secreto? Pues, como no podría ser de otro modo, el que no se reservó su vida para sí, nos comunica dónde está el quid de la cuestión más apremiante: "Que os améis los unos a los otros como yo os he amado". Que seamos semejantes a Él en ese amor radical hacia los demás, tal y como Él lo es.

Como Él es semejante al Padre en el amor que se profesan, así nosotros hemos de hacernos semejantes a Él en el amor que desde dentro nos surge y en el que establecemos también la semejanza con nuestros semejantes. Efectivamente, a través de su palabra, asimilada y activa en nosotros, y ayudados por su gracia, esa semejanza que ya llevamos por nuestra condición creatural, puede ir desarrollando esa intrínseca semejanza divina. Tan solo en eso consistirá aprovechar de lleno cada una de nuestras vidas. 

Poseemos una vocación absoluta a la realización del amor que portamos. Esta es nuestra esencia más profunda. Nacemos para el amor, somos amados y vivimos para amar. Cualquier otra manera de situarnos en la existencia solo nos dejará insatisfacción y desencanto.

Si miramos la vida de cualquier ser humano, su biografía, sus idas y venidas, sus triunfos y fracasos, sus errores y aciertos, salta a la vista que todo lo que hace es movido por esa necesidad acuciante de amar y ser amado. Igualmente podemos reconocerlo en la vida de cualquier personaje de ficción que vemos en las grandes obras de la literatura. Todo se reduce a la necesidad imperiosa de amar, aunque tantas y tantas veces, luego ni los personajes ni las personas sepamos llevar a cabo esa preciosa tarea. La mayor de las veces aprendemos a amar según nos han amado a nosotros, incluso aunque no haya sido de la mejor manera. ¿Dónde si no aprender a amar sino en la propia casa, la primera escuela del amor? Y por ello somos eternos aprendices en el amor. Que nuestro amar sea cada vez semejante al amor de Cristo.

Él nos amó primero y nos enseñó a amar sin doblez ni reserva alguna. Se trata de hacernos semejantes a Él en sus sentimientos y acciones. Amar a Dios y al prójimo con todo nuestro ser. Que salte a la vista que al menos en un pequeño grado, estamos volviéndonos semejantes al que asumió nuestra condición. Ninguna otra manera nos convertirá en seres dignos de aquel lugar en el que al final nos examinarán del amor, sí, el cielo, el deseable destino final de toda la aventura vital.

"Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos¨. Sabemos entonces lo que el Amigo nos ha revelado, conocemos el corazón del Padre, su entraña amorosa generadora de vida, seamos pues amigos del Amigo. Hagamos efectiva la semejanza con el Hijo del Hombre, y la vida será Vida, y todo merecerá la pena. Ahí está la fuente de la alegría, en ser transparentes y auténticos con el que es el camino, la verdad y la vida. Lo demás, es ir dando tumbos en los que nos vamos dejando una vida que se nos extingue.
  
Aprovechemos pues este tiempo pascual para afianzar la amistad con el Resucitado, para hacernos semejantes a Él, y por tanto, como todos sus amigos, los santos, también lograr ser semejantes a ellos. De verdad, amigo, que te merecerá la pena.



sábado, 27 de abril de 2024

Llenos de vida

 LLENOS DE VIDA


¿Qué tendrá la vida que a todos nos resulta sobrecogedora y maravillosa? En algunos momentos nos hemos sentido pletóricos de vida, exultantes, vigorizados por el entusiasmo, pero otras veces también nos hemos podido sentir con las fuerzas escasas, como al límite, exhaustos. Contamos ya con experiencia de ambos estados, así como de algunas otras ocasiones en que ni lo uno ni lo otro, tan solo nos encontramos en un término medio aceptable de vitalismo.

¿De dónde nos viene esa fuerza vital? ¿Solo de conseguir aquello que hemos deseado tanto? ¿Puede ser éste un modo serio de perseguir la felicidad? Tal vez nos sirva durante un tiempo: desear, hacer lo que sea necesario para lograrlo, conseguirlo finalmente y pese a quien pese, para volver a empezar de nuevo a desear y perseguir insaciablemente más deseos. Pues bien sabido es que el corazón humano tiende a no encontrar nunca la satisfacción completa en las posesiones y los logros. ¿No habrá que encontrar una manera más efectiva y afectiva para rebosar de vida? ¿Una manera de perseguir la felicidad no consentiría más que tender a lo que nos falta, justamente en atender a aquello que no nos falta?

La vida, por tanto, es un grandísimo regalo, y en principio está llena de múltiples oportunidades insospechadas. ¡Qué triste puede llegar a ser eso de estar triste por no saber captar la gratuidad del don de la vida! A veces nos pueden llegar a lastrar la alegría nuestras preocupaciones, el exceso de trabajo, los temores, los fracasos o cualquier otro condicionante. Si no preguntémosles a los terapeutas. Pero que quede bien claro: nadie está obligado a tratar de ser feliz, menos aún tratando de ser o de aparentar aquello que no se es. Quizá sí pueda ser posible superar todo lo negativo y empezar a vivir en positivo sin dejarse llevar por un deseo desenfrenado y consumista, ni tampoco limitándose a vivir como mandan los cánones que nos indican cómo se ha de vivir. Porque si vives exclusivamente como dicen los expertos que se consigue la felicidad, con mucho conseguirás esa felicidad de estereotipos, pero no la felicidad que tú buscas y necesitas.

¡Cuantos problemas y frustraciones nos vienen de las relaciones que se rompen! Habíamos puesto toda la carne en el asador de amar a esa persona, pero, por unos motivos o por otros, esa relación se resquebraja y pierde. Lo que nos llena más de vida sin duda, a unos y a otros, es el amor. Amor de cien Kilates ¿dónde encontrarlo? Relaciones estables que crecen y son para siempre motivo de verdadera alegría ¿en los cuentos o películas románticas? No solo, pues en el evangelio de este domingo se nos indica: hemos de permanecer unidos al Hijo como los sarmientos a la vid, para rebosar de su vida y poder dar fruto abundante.

Nuestro Padre es el labrador, el que se ocupa de cuidar y cultivar la Vid. Si mantenemos esa unión esencial de vida con Cristo, con su palabra animada por el Espíritu; si permanecemos injertados a este cuerpo de Cristo que es la comunidad cristiana, estrechando lazos fraternos en la caridad y abiertos a abrazar a todo ser humano, no nos faltará el sabio cuidado de nuestro Padre, y daremos mucho fruto, porque estaremos rebosantes de vida. 

Lo que hoy ocurre, con tal vez demasiada frecuencia, es que sabemos amarnos muy pobremente, sin llegar a superar el límite de ego. Son solo amores pasionales, egoístas, furtivos y posesivos; solo amores de usar y tirar, que vienen ya van con la obsolescencia programada. Todo resulta pasajero, nada estable, nada firme. Pudiera estar pasando que hayamos terminado siendo víctimas de la volubilidad de las emociones más que de una apuesta que conforma nuestra libertad. Sin embargo, la propuesta de Jesús es firme, hemos de optar y permanecer, y solo así tendremos vida.

Ciertamente, se trata de vivir vinculados al que es el Amor, de manera que ese amor suyo habite y viva en nosotros. Ese amor que da vida muriendo al sí mismo, para entregarse en bien y vida verdadera para los demás, es el que no se extingue, el que no se resquebraja, sino que perdura. Bien lo dice Juan en la primera lectura: "no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras". Es decir, vivir auténticamente ese amor fontal que brota en aquellos que permanecen en Él y Él en ellos.

¿Pero es posible un amor así que supera cualquier diferencia y cualquier impedimento? ¿Hay  acaso algo imposible para Dios? ¿Podemos amar desde el cuerpo, el alma y el espíritu, esto es con todo el ser? Pues al parecer sí, pero que no te lo cuenten. Si quieres, tendrás que vivirlo y experimentarlo.

sábado, 20 de abril de 2024

No caer en el engaño

 NO CAER EN EL ENGAÑO


Ninguno de nosotros somos nuevos en esto del vivir, ni nos acabamos de caer hace poco del guindo, mas no parece que terminemos de aprender ni espabilar nunca del todo, y por ello, somos presa fácil para los embaucadores. Los empeñados en salirse con la suya a toda costa, taimados y arteros, terminan por volver a camelarnos todas las veces que quieran. Una y otra vez, por más información y experiencia que tengamos, volvemos a equivocarnos, a no elegir la mejor de las opciones disponibles, a errar y meter la pata. ¿Qué nos pasa? ¿Cómo es posible?

Es cierto que si solo tenemos en cuenta la probabilidad, las posibilidades de equivocarnos son muchas, mientras que las de acertar es tan solo una. Pero aún así, es como si no llegáramos a desarrollar un sexto sentido necesario para dar con la verdad, y seguimos prefiriendo pseudoverdades, meras apariencias, trampantojos y decorados, antes de la verdad monda y lironda.

Tal vez habría que diseñar una serie de estrategias para no seguir cayendo tan a la ligera en el engaño. Hoy en día, en la sociedad de la sobreinformación y de los "influencers" de turno, de las "fakes" de toda condición, se nos hace aún más imperiosa la necesidad de andarnos con extrema cautela. Aquel "ten cuidado" que nos decían nuestras madres y abuelas, se nos ha quedado pequeño, ahora habría más bien que decir "estate bien alerta" y de lo que te digan, no te creas ni la mitad. Ten cautela. Piensa y decide por ti mismo en lugar de dejarte llevar por lo que digan las mayorías, por muy aplastantes que estas puedan ser.

El primer fallo que podemos cometer a la hora de vislumbrar lo cierto, sin duda es bajar la guardia, creernos tan listos, tan seguros de nuestra capacidad para distinguir entre lo bueno y lo malo, lo cierto y lo falso, que sobrevaloramos en mucho nuestras propias capacidades. Hay que hilar muy fino para acertar, y además tener talento para descubrir la aguja de lo verdadero en el pajar o lodazal de los engaños.

El segundo error metodológico que podemos cometer es ni siquiera poner en duda la información que nos llega, conceder a todas el mismo marchamo de autenticidad. Craso error, pues hasta a las agencias de información y a los periódicos, que deberían contrastar la información que publican, también le han dado más de una ves gato por liebre. Ya no digamos a los políticos, que controlan muchísimo tanto lo que dicen como lo que callan, y por tanto pecan bastante de ladinos, a ellos también. creyeron ciertas diferentes informaciones que después se demostró que no había por dónde cogerlas. De caer en el engaño no se libra nadie, es mal extendido, y por ello, consuelo de tontos felices.

Y es que el saber delimitar con exactitud milimétrica en cada caso en dónde trazar el límite exacto entre la confianza y el escepticismo, es tarea que requiere la pericia del más experto de los cirujanos, y aún con esas, que en ese preciso momento tenga el pulso firme, cuente con la luminosidad más favorable, y se halle presente el mismo Sócrates como gran consejero de discernimiento mayéutico.

Un tercer factor que podría explicar nuestra obcecada propensión al yerro, podría consistir en que nos preocupa más bien poco eso de perseguir la verdad. Sabemos que esta suele ser escurridiza, y que es meterse en camisas de once varas eso de buscarle tres pies al gato. Que lo busquen otros más esforzados, pues lo mío es más bien quedarme cómodamente instalado es esas verdades a medias,   

Seguramente tendríamos que seguir examinando los posibles errores de apreciación más frecuentes que solemos cometer, pero excede con creces nuestras posibilidades, y por ello, antes de terminar cayendo también en el engaño, será prudente dejarlo en este punto. Sobre todo recordando que los decidores de verdades, verdades molestas, no se han caracterizado por tener un final feliz. Pensemos en el citado filósofo o en cualquiera de los profetas de antaño, o de tiempos más recientes. Pudiera ser entonces que además de errores involuntarios cometidos al tratar de acertar a apreciar la verdad, lo que puede estar ocurriendo realmente es que la verdad nos desagrada y hasta nos enfurece conocerla.

"La piedra que desecharon los arquitectos es ahora en la piedra angular", es decir, hartos de levantar soberbios edificios, pasaron por alto lo fundamental, esa pieza que mantiene en pie todo el arco. ¡Craso error! Pues lo que sucedió ayer sigue sucediendo ahora, como implacable ley de la naturaleza humana. Sí, sabemos mucho y de mucho, pero aprendemos poco para distinguir lo importante sin caer en el engaño. Cuántas veces llegamos a ser algo burdos para no perdernos en la hojarasca, en el oropel y el mero adorno, sin llegar a percibir lo valioso, que queda intacto, aunque lo tengamos delante.

¿Qué sentidos habremos de activar para reconocer al Resucitado que está bien vivo y presente en nuestras vida? ¿Es que solo unos, a los que tachamos muy a la ligera de ingenuos, son capaces de descubrir esa vida sobrenatural que anima y fundamenta la natural? ¿Seguiremos desechando esta piedra angular también nosotros? ¿Podemos permitirnos de nuevo rechazar al Buen Pastor? Porque algunos desempeñan el papel o el oficio, pero cuando viene la hora de la verdad, con solo verle las orejas al lobo de lejos, abandonan de inmediato al rebaño, pero el que es de verdad se queda, se enfrenta y da la vida si hace falta. ¿Acaso no ha dado Jesucristo la vida por nosotros? ¿Acaso no se ha enfrentado a una muerte ignominiosa para salvarnos? ¿Acaso necesitamos prueba alguna más para reconocer su autenticidad? Jesús es quien dice ser, en Él no hay engaño.

Si eres de Cristo, si crees en Él, si escuchas su voz y le sigues, si te alimentas de su cuerpo y de su sangre, eres hijo de Dios, porque te permaneces en Él y Él en ti. Ten muy cierto que esto no es caer ni en el engaño ni en el desengaño, tampoco es caer, sino más bien crecer, porque empieza a desarrollarse en ti esa vida divina que va desplegando la semejanza con el Hijo, el Resucitado, el Salvador. Espabila, agudiza tu capacidad para rastrear la única vedad que llena y pacifica tu vida, o sigue dando tumbos por ahí sin saber nunca de cierto en que farsa andas sumido. Pero cuando te hayas encontrado con la Verdad, lo sabrás; ahí no hay engaño que valga.  

   





sábado, 13 de abril de 2024

Bola extra

BOLA EXTRA


¡Qué fastidio! ¡Qué faena! Cuántas veces pasa lo mismo. Cuando mejor me lo estaba pasando, había conseguido  desligarme de todo lo que había a mi alrededor, va y de golpe se acaba la partida. ¡Qué poco dura lo bueno! Enseguida concluye aquello que nos agrada. Queremos más, queremos que continúe, pero ni en el juego, ni menos aún en la vida, se nos da tregua. Todo se termina, todo se acaba, independientemente de lo que a nosotros nos gustase, pues el tiempo de goce y disfrute no suele adaptarse a nuestros deseos.

Y al revés también sucede. Cuando deseáramos que se acabara algo cuanto antes, se alarga y alarga, y se nos termina haciendo interminable, larguísimo e insoportable. Pero es que la realidad no tiene en verdad costumbre de acomodarse excesivamente a nuestros gustos, antojos y caprichos. Es verdad que puede resultar frustrante, aunque esto dependerá siempre de cómo te lo quieras tomar.

Sin embargo, ciertas veces surge lo inesperado: se nos concede bola extra con la que no contábamos, y entonces la partida, a pesar de lo que cabía esperar, no se acaba sino que prosigue como renovada, con más ganas e ilusión, porque no estamos para perder la oportunidad que se nos regala.

Pues así, aunque no nos demos ni cuenta, nos sucede ahora, en este tiempo pascual, tiempo de derroche de gracia, de oportunidad para resetearnos y volver a empezar, pero con una vida nueva que procede del amor de Dios. Ni en los mejores sueños hubiésemos podido imaginar una bola extra tan inmensa y valiosa: una nueva vida verdadera que no se agota.

A aquellos miembros del pueblo de Israel que habían exigido que Jesucristo, el justo, muriera en la cruz, imprevisiblemente se les concede la partida extra de la fe. A nosotros que tantas veces tampoco hemos apostado por creer en su palabra y en su persona, Cristo nos ha dado la vida y ha vencido a la muerte por todos para que todos tengamos su bola extra y ganemos con Él, en su amor, la partida. Sería gran insensatez no querer beneficiarse de ese inmenso don que se nos concede: una partida en el Reino de Dios para gozar sin término. Creer y crear este mundo nuevo donde el mal es superado definitivamente, donde todos podemos ser felices con los demás.

Los discípulos tampoco eran capaces de asumir que al que tenían delante era el mismo Jesús, al que habían visto perecer en la cruz. ¿Cómo es posible? ¿Cómo va a estar vivo el que estuvo muerto? ¿Qué hacemos entonces con nuestra rígida lógica, pues es del todo inconcebible? Se me ocurre que no sería demasiado descabellado abandonar las concepciones pacatas y limitantes, para pasar a un nuevo modo de estar, comprender y vivir. No cabe otra, es un nuevo nacimiento al que la resurrección de Jesucristo una y otra vez nos conmina. Él está vivo y desea que también tú lo estés.

Esta es la auténtica bola extra que hemos de aceptar o rechazar. ¿Quieres pasar de la muerte y el pecado al bien y la gloria o quedarte tal y como ya estás? ¿Prefieres que se te imponga un rotundo GAME OVER o un nuevo comienzo en mayor libertad? No parece demasiado difícil decidirse, pero siempre has de elegir por ti mismo. Morir para renacer implica dejar atrás y superar mucho, y no todo el mundo está dispuesto a liberarse, a ser liberado.

Si finalmente eres capaz de revivir estarás de lleno en la fiesta de la pascua, y notarás ese manantial de vida y de alegría para compartir con los demás. Es posible empezar. Es posible vivir en el amor y para el amor. ¿Tienes alguna oferta mejor? Te ha tocado una bola extra, ¿la aprovecharás?

sábado, 6 de abril de 2024

Rompiendo moldes

ROMPIENDO MOLDES


Nada es lo que parece. Nadie tampoco resulta ser aquel que nos habíamos pensado. Y es que concebimos la realidad con unos patrones fijos y limitantes, que nos ayudan a entenderla, pero al final terminan convirtiéndose en unos moldes que impiden abrirnos a lo real tal y como es. No es nada fácil pensar el mundo, la vida, sin acabar reduciéndola a nuestros pensamientos, es decir que termine siendo como yo me he imaginado que es.

¡Qué grandes aquellos que son capaces de ver más allá de lo consabido; que alcanzan a descubrir matices y rostros inéditos de lo real; que se salen de los moldes en los que con excesiva comodidad vamos encasillando la realidad. Precisamos de mentes abiertas y creativas, que no sucumban a la tentación de ir estrechando y anquilosando las ideas en ideologías, el pensamiento en teorías, y la palabra en palabras desgastadas, apagadas, sin emoción, sin significado ni vida.

Es más fácil cambiar la propia imagen, el aspecto, cambiar de vestuario, cambiar de aires, cambiar de lugar de residencia, cambiar lo exterior (ya de por sí cambiante), que estar dispuesto a cambiarse a uno mismo, la forma de entender el mundo, los propios pensamientos y chiclés, la manera de prejuzgar aplicando nuestros sesgos habituales. Esto requiere un trabajo serio y concienzudo. Cambiar de apariencia está al alcance de cualquiera, pero cambiar lo que uno es y hace, es decir, transformarse, ya son palabras mayores.

¿Quién puede ser tan abierto de entendederas para ser capaz de ver siempre de modo nuevo todo lo que tiene delante? ¿Quién, en lugar de permitir que su masa gris se vaya tornando en un gris ceniciento y plomizo, logra descubrir el colorido irrepetible con que puede ser vivido cada momento? Pues sí, haberlos haylos: seres que llegan a hacer surf con la rutina, a disfrutar como críos al menor descuido, a cambiar de perspectiva para llegar a apreciar todos los matices posibles, todos los significados y conexiones que puedan establecerse. El conocimiento, la comprensión de la existencia será lo que sea, pero nunca una tarea aburrida o monótona. Hay que espabilarse, hacer que las neuronas se mantengan curiosamente activas, perspicaces e indagadoras, o, por contra, sumirse en una insoportable modorra.  

Ojalá nos las veamos de esa manera escudriñadora ante la palabra de Dios. Ojalá el evangelio nos ejercite en ese mirar que busca comprender lo no evidente, para no terminar siendo un mero ser que más que vivo y despierto, solo sobrevive cual rumiador de hastío, tópicos y banalidades. Jesucristo es un gran revulsivo a nuestra inercia durmiente. Él no permite que andemos pensando como siempre se ha hecho, sino que pensemos y vivamos de modo nuevo y libre. No solo resucita Él rompiendo los moldes de la muerte, sino que además hace que la lógica de lo que creemos posible e imposible se nos desmadre. Por ello, ¿Qué será imposible para el que se aventura por las sendas de la fe, del riesgo a confiar? La fe no es solo atreverse a creer en lo que no se ve, sino sobre todo a crear lo que no se ve. No hay mayor fuerza creativa que el amor, que es capaz de superar cualquier impedimento y cualquier límite.

Justamente es esta capacidad de romper nuestros estrechos moldes y preconcepciones raquíticas es suficiente prueba de su divinidad, pues lo propio de Dios es trastocarnos enteramente la forma en que uno se posiciona ante la vida, lo que uno es capaz de ver, de creer y de realizar. Pues Dios siempre libera, salva restaura, amplía. A lo mejor eso del hombre viejo y del hombre nuevo que propone San Pablo, tiene mucho que ver con el volver a nacer que le pedía Jesús a Nicodemo. Jesucristo resucita, no hay piedra suficientemente pesada que pueda evitarlo. Jesucristo resucita saltándose todas nuestras evidencias, y no hay Sanedrín, ni Imperio Romano capaces de impedir que se sepa. Únicamente una libertad pasiva, indolente e indiferente, perfectamente conducida, puede ocasionarte que te quedes al margen de la vida resucitadora que conlleva adherirte a Jesús.

Pero analicemos el proceso personal de ruptura de moldes y canalizaciones por las que con docilidad dejamos que transcurran nuestras vidas. Primero los Doce eran solo pescadores, su afán era hacer su trabajo para vivir. Pero se encuentran con Jesús que les desinstala y han de dejarlo todo para convertirse en discípulos. Ahí no acaba todo, no es aún suficiente, pues aunque han roto ciertos moldes, aún la vida no transcurre con entera disponibilidad y frescura: han de pasar por el fracaso rotundo de la crucifixión de Jesús y superarlo. Experimentan la liberación completa en la relación pascual con Cristo resucitado. Es entonces cuando ya se les abren los ojos y entienden las escrituras. Ahora ya sí se les han caído todos los moldes y muros; ahora la vida es sin más como es, radicalmente nueva y extraordinaria. Ya no son ni meros pescadores, ni siquiera discípulos, ahora son plenamente apóstoles, que no pueden callar aquello que han presenciado.

Y es que tal vez la resurrección no es lo que ocurre después de muertos, la resurrección o vida nueva que nos regala el Viviente opera ya en esta vida, la transforma absolutamente. Luego, además, también, esa vida nueva, continúa tras la muerte, porque proviene de Dios y es eterna. La pregunta por tanto que deberíamos hacernos es: ¿Qué vida estas dispuesto a dejarte vivir? ¿Cuál quieres vivir? Decídelo y decídete.

¡Vive!

sábado, 30 de marzo de 2024

Saber vencer

SABER VENCER


La noche es poderosa, la oscuridad insondable. Cuando carecemos de luz, la vida puede llegar a ser terrible. Es normal temer cuando en derredor reina la tiniebla. Tal vez, tras siglos de desastres, guerras y miserias, hemos acabado por hacernos a la idea de que la existencia en realidad es francamente dolorosa. Preferimos, por ello, mirar a otro sitio, buscarnos un reducido mundo confortable, y seguir tirando como se pueda, hasta que lleguen los verdaderos problemas, inevitables, a los que no cabe mas que mirar cada a cara y tratar de afrontarlos como se pueda, para luego, y con la ayuda que sea, rehacerse y seguir tirando con otra cicatriz más, con otra herida. El que más o el que menos, todos sabemos el sabor amargo de la derrota y salado de las lágrimas.

Dice el poeta Jaime Gil de Biedma aquello de "Que la vida iba a en serio uno lo empieza a descubrir más tarde", y efectivamente, a la que avanzamos por la vida vamos constatando la seriedad de la existencia, la dureza de lo real, que no se anda con miramientos con nadie; y ante tanto dolor constatable uno puede terminar frustrado, desengañado, amargado, desmotivado, enfadado, o simplemente harto y cansado. Los antiguos parece que eran educados de otra manera, pues afrontaban las vicisitudes y estrecheces de la vida con otro talante y ánimo. Sin embargo, nosotros no nos caracterizamos por venirnos precisamente arriba ante las acometidas del destino, sino más bien al contrario, solo sabemos echar para delante en las situaciones medianamente fáciles de cada día. Si vienen mal dadas, damos la estampida y "sálvese quien pueda".

Es verdad que hay muchas personas anónimas muy luchadoras, que afrontan cada día innumerables dificultades. A los que la vida no se lo ha puesto nada fácil y han tenido que empezar desde cero y con todo en contra. Pero, por otro lado, están los que recurren con suma facilidad a cualquier vía de escape: se evaden, se quejan de continuo, o echan la culpa de todo a los demás, en lugar de asumir la lucha y tratar de aportar soluciones a los problemas de todo tipo que van llegando. Unos sufren, dan lo mejor de sí y van aprendiendo a ser verdaderos seres humanos, mientras otros se quedan instalados en una ignorancia paralizante por no tratar de afrontar la realidad de lo que son y lo que hay delante. El miedo les impide dar cualquier paso.

No, es verdad, la vida no es solo un valle de lágrimas, pero tampoco un cuento de hadas. En la vida se llora y se ríe; se te rompe el alma alguna que otra vez, pero también te dan la mano o te abrazan. Es necesario ir descubriendo que la grandeza y la belleza de la vida está en esa mezcolanza irrepetible de sufrimiento y alegrías por las que todos pasamos. No nos quedemos solo con una parte de la esencia de la vida, asumámosla tal y como es, por completo, cuanto antes y sin engaños.

A pesar de ello, lo que resulta incomprensible es que el ser humano, consciente o inconscientemente, decida optar por el mal, por la sombra. Es decir, en vez de amar, ayudar y consolar al que sufre, se pueda poner a acrecentar el dolor del sufriente. Lo vemos a diario; basta encender la televisión (o cualquier otro medio) y constatamos la inmensa crueldad del ser humano con sus semejantes. ¿Por qué? Pero no solo en los medios de comunicación, en el comportamiento de tantos, que no saben convivir promoviendo el bien del otro y con el otro, sino que actúan únicamente movidos por su interés tiránico y ciego. Todos los demás y todo lo demás, les es indiferente. Para ellos la vida es más un campo de batalla que un hospital de campaña. Se dejan llevar por un mal injustificable.

En los primeros versículos del evangelio de San Juan leemos que "la luz brilló en las tinieblas, pero los hombres la rechazaron", y esto que se nos cuenta pasó, pasa y pasará. En estos días hemos asistido y revivido la pasión de Jesús, el que es luz de las naciones, y el camino, la verdad y la vida. Pero es rechazado por los hombres, pero no sin más, sino reprimido con todo el ensañamiento del que somos capaces los hombres cuando nos obcecamos en el mal. Al que nos proponía una manera luminosa de ser humanos y vivir haciendo el bien, y nada más que el bien, a ese lo anulamos con toda la contundencia posible. Bajo ningún supuesto vamos a permitir que comience a florecer esa luz del amor de Dios. El aparato del mal, como sigue siendo habitual desde el comienzo inmemorial de los tiempos, se pone a funcionar con una frialdad y precisión asombrosas. Y el Hijo de Dios es inmolado en la cruz en medio de burlas. ¡Qué buenos profesionales hemos llegado a ser de la maldad! ¡Qué excelentes habitantes de las tinieblas!

Sin embargo, se ha producido una vez más, como aquella primera vez -pues es en sí la misma vez- que la muerte es vencida; que la luz maravillosa del amor de Dios atraviesa y rompe la piedra haciendo que el Crucificado viva. A partir de ahora, el mal no tiene por qué tener la palabra definitiva. La resurrección de Cristo supone la victoria del bien y de la vida sobre el mal, la oscuridad y la muerte. Ahora podemos participar de la vida del Resucitado; morir al pecado de la falta de amor, para conformarnos con el amor luminoso que Jesucristo nos dona.

¡Cristo ha resucitado! Ahora cada uno puede elegir si ser de la luz o de la oscuridad, propiciar, cuidar y proteger la vida, o seguir afianzando esta antiquísima cultura de la muerte, la destrucción y el sufrimiento. Es posible cambiar, es posible resucitar con Él, empezar a vivir construyendo vínculos con Dios, con uno y con los demás. No a la mentira, ni a la maldad, ni al ego desenfrenado y arrasador, sino empezar a actualizar la caridad y la fraternidad. Es aún posible la victoria, comienza por vencerte a ti mismo y su victoria será también la nuestra.

La noche será poderosa, pero la mañana es aún más luminosa e invita a la alegría y la esperanza. La luz, por pequeña que sea al comienzo, va a ir apagando la oscuridad y termina por imponer su claridad. Ojalá en todos nosotros comenzara también a disiparse toda sombra, todo mal, todo nudo, toda herida, para dejarnos vencer por la luz del Señor que nos resucita. ¡Pásate a la luz! ¡Pásate a esta vida sin igual!

¿TE ATREVES A DEJARTE RESUCITAR POR EL RESUCITADO?   

  

   


   

sábado, 23 de marzo de 2024

Saber perder

SABER PERDER


Bueno, bueno, a simple vista parece como si todos hubiéramos nacido para el triunfo, para destacar y subirnos al pódium cuanto antes. Por todos los lados se nos educa para aspirar a lograr puestos de prestigio y reconocimiento. Pero el problema empieza cuando nos percatamos que en realidad no hay tantas vacantes para poder saciar nuestras aspiraciones particulares. Vivimos en una sociedad ansiosamente competitiva. Todos quieren ser los primeros y ocupar esos puestos de honor. Qué duro, por tanto, es asumir la derrota, quedarse fuera, al margen de las expectativas que nos habíamos formado, porque, salvo para esos triunfadores que han acaparado los mejores puestos, a los demás nos queda conformarnos con las migajas restantes. E incluso para esas migajas hay hasta tortas.

Pero lo importante es que hemos asumido ese discurso: es apremiante hacerse con el triunfo, ganar al rival, ser superior, cueste lo que cueste. Vamos, que el famoso lema de que lo importante es participar (o ese otro de que Hacienda somos todos) no se lo ha creído nunca nadie ni siquiera un poquito. Hemos reducido tanto la fórmula de la felicidad, que solo nos reconocemos felices si se nota que somos más que los otros, es decir, que los hemos superado. Sin embargo, a nadie se le escapa que precisamente es al revés, que el buen deportista se esfuerza en superarse día a día a sí mismo. Esa, y no otra es la victoria que merece la pena, aunque nadie la perciba, porque uno sabe que es real, y por tanto no hay nada que demostrar a nadie.

Así se entiende el comportamiento de los representantes políticos, que a toda costa ansían llegar a hacerse con el poder, aunque no para servir ni para buscar una sociedad más justa e igualitaria, sino para beneficiarse pronto y mucho de todo lo que puedan. No pasa nada, todo se compra; el político de estos tiempos disimula y tergiversa, aunque cada vez menos, pues ya no se trata ni siquiera de guardar las formas. Todo vale, lo que haga falta para llegar a cumplir mis fines y mis deseos, caiga quien caiga y pese a quien pese. Y es que además nos hemos acostumbrado a conceder licencia a la guerra salvaje y sucia de los aspirantes a poderosos. Y si no, obsérvese el comportamiento de dichos representantes políticos, en mayor o menor medida, tras unas elecciones todos han ganado. Asumir el fracaso es tabú sacrosanto 100% evitable en la carrera de los prestigiosos prestidigitadores de opinión pública.

En principio, nadie nace para perder, ni tampoco hay que buscar intencionadamente la derrota. No obstante, uno, mire donde mire, no ve más que personas que tratan de seguir adelante con múltiples derrotas a cuestas y retratadas en sus rostros. Y no digo nada si, en lugar de mirar hacia afuera a los que pasan al lado, uno decide mirarse hacia atrás y hacia adentro de sí. No digo que no haya triunfadores, que los habrá, especialmente esos que se han vencido y superado a ellos mismos; pero lo que sí hay muchos que van de triunfadores netos, y alardean mucho del éxito y prestigio alcanzado, tal vez sin darse mucha cuenta que casi todo en su vida es simple decorado, tramoya y apariencia, que apenas viene un golpe de realidad, y se desmonta su triunfalismo como un castillo de naipes.

Aún así, también nos insisten en que hay que saber perder ocasionalmente; saber aceptar los propios fallos y aprender de ellos. Ser humildes. Afrontar sensatamente que ni se puede ganar siempre ni todos. Que en la vida no todo posee la misma importancia. Que el mundo no se acaba porque haya habido algún problema con el que no habíamos contado. Que es posible volver a empezar de nuevo y tratar de afrontar aquello que vaya viniendo. Que es posible seguir echándole ganas, aliento y fuerza de voluntad para proseguir, pues una batalla perdida no implica derrota completa e irreversible, sino más bien ir de derrota en derrota y tiro porque me toca. Nunca darlo todo por perdido del todo y frustrarse a las primeras de cambio.

Ay, humanos, qué prestos estamos a olvidar aquello de "sicut transit gloria mundi" (así pasa la gloria del mundo) o también que todo es, en definitiva, mera vanidad de vanidades. O no aprendemos o no queremos terminar de aprender. Se hace imprescindible para aceptar el fracaso -el propio y el ajeno-, el sano hábito de la lectura de grandes obras de literatura. Allí encontramos nobles derrotados, que habiendo apurado con libertad su existencia, no salieron precisamente airosos de tanta aventura y desventura. Resulta paradójico que sea la ficción la que nos tenga que enseñar a reconocer los derroteros de la dura realidad, pero así es. Una vez más, aquel que veía gigantes, es el que nos enseña a ver los molinos. Gracias a Cervantes damos por bueno que las cosas no suelen ser lo que parecen, y que el triunfo aparente puede ser un gran fracaso, tal y como el fracaso estrepitoso, en realidad, encierra un verdadero éxito. Pero es que Cervantes ni era ni deportista competitivo al uso ni político profesional de turno, sino escritor empeñado es superarse en su escritura. Alcanzar cierta altura literaria con gran voluntad, pasión y esfuerzo mantenido.

Pero no solo hay que ir a beber a las aguas literarias para descubrir la transparencia capaz de reflejar a las claras lo manifiesto, que tenemos la Historia como maestra siempre disponible a ofrecer generosa su gran lección. Y además contamos con la Historia Sagrada. En estos días celebramos un hecho histórico de enorme transcendencia, un acontecimiento que vuelve a producirse en nuestras calles y plazas de nuestras villas. Celebramos el suceso que cambió la historia y la convirtió en historia de salvación: Jesucristo muere en la cruz. Es decir, Dios hecho hombre entrega su vida para darnos a nosotros Vida. Muere para matar la muerte ya para siempre. Él muere para que nosotros tengamos Vida.

El mesías, el esperado que irrumpe en Jerusalén aclamado con cantos de júbilo, el Salvador, es el acaba de la peor manera posible que podamos concebir. Pasa de cien a cero de manera precipitada. Cabe preguntarse ¿ha triunfado de nuevo el mal?. Los hombres no han sabido reconocer, admirar, aceptar y seguir al que es la Luz del mundo. Hemos vuelto a exterminar a un inocente con una violencia inusitada. La crueldad manifiesta de los seres humanos no se reserva nada ante una víctima dócil que asumió la ternura, el perdón y el amor como forma radical de vida.

Ese mundo rotundo de triunfadores y poderosos jamás va aceptar como válida la debilidad y el sacrificio. Sin embargo, ese fracasado escarnecido, ese condenado a muerte mediante falsos testimonios, es el vencedor. Miradle en el pódium del Gólgota. Su victoria la logra en la derrota: vence al mal y la muerte. Nada ya va a ser igual. Dios ha derramado su sangre inocente porque es amor del bueno. En Él somos salvos de nuestros propios engreimientos, pues descubrimos que la vida es para entregarla sin reservas. Resulta que ganando se pierde uno a sí mismo, y viviendo con el Perdedor es como se gana esa vida plena y eterna que Él nos regala.     

Y en este horizonte de no dejarse engañar por lo aparente, pues nunca son las cosas iguales a la vista del hombre pragmático y negociador, que a los ojos de Dios. Es a este Dios que se entrega, al que nos enfrentamos una vez más al adentrarnos en esta Semana Santa para descubrir lo que somos. Para unos la Semana Santa solo será un tiempo vacacional; para otro será una oportunidad para curiosear en tradiciones ancestrales; para otros, sin embargo, será un tiempo para amar al que tanto nos ama.

Sabed que, pase lo que pase, el amor incondicional y verdadero nunca es un fracaso, sino, bien al contrario, amar sin trampa ni traición alguna es siempre la única victoria incontestable. Bienvenido a la pasión de Nuestro Señor Jesucristo, que afronta una vez más por amor a nosotros. Aprende a participar de su triunfo dejándote amar.

sábado, 16 de marzo de 2024

Tomarse en serio las cosas serias

 TOMARSE EN SERIO LAS COSAS SERIAS



Tarde o temprano hay que empezar por tomarse en serio las cosas serias, porque en definitiva, nuestras vidas son cosa seria y complicada. Vamos a empezar por tomándonos en serio la Cuaresma, tiempo apropiado para plantearse un cambio en serio y definitivo. ¿Qué es la Cuaresma? ¿Para qué la Cuaresma? ¿Qué sentido tiene volver a pasar por la Cuaresma año tras año? ¿Cuántas llevas ya vividas? ¿En qué te han ayudado a vivir tu fe? ¿Han servido las anteriores Cuaresmas para desarrollar esa vida de fe, a acrecentar esa semejanza con Cristo? ¿Es necesario tratar de nuevo tratar de aproximarse al porqué de la Cuaresma? Pero empecemos a tratar de responder, en lugar de seguir proponiéndonos más preguntas.


  1. Oportunidad


La Cuaresma es una gran ocasión, es una gran oportunidad que la Iglesia, a través del calendario litúrgico, nos propone e invita a celebrar de lleno, sin medias tintas. Ojalá queramos esta vez, por tanto, vivirla no como una más, sino intensamente y con pleno sentido.


Conviene aprovechar este tiempo y este espacio que se nos ofrece para hacer un recorrido, atravesar, pero también para tratar de hacer hogar y morada en el desierto, es decir, aprender a vivir con nosotros, con lo mínimo, en plena libertad y totalmente ante Dios. La Cuaresma debiera ser una experiencia radical en la que descubrir que, por encima de todas nuestras necesidades, hay una gran necesidad latente, perentoria, esencial y existencial, y esa experiencia necesaria no ha de ser otra que vérselas con uno mismo y con Dios. Situarse sin engaños ni tapujos ante Dios, ponerse en verdad ante la verdad de Dios. Exponerse, sin más superando todo reparo y todo miedo.


Pero si ya estamos bautizados, si ya nos hemos insertado en la vida de Cristo y formamos parte de la Iglesia. ¿Qué sentido puede tener entonces volver a pasar y a repetir una nueva Cuaresma? ¿Vamos a tratar en esta ocasión de que nos sirva para cambiarnos al menos en algo?


La Cuaresma es primeramente un tiempo propicio para despertarnos, porque en el devenir de las noches y los días, en contra de lo que debería pasar, nos vamos adormeciendo poco a poco. Qué bueno, en verdad, poder romper con las rutinas, pues, al final, terminamos repitiendo y repitiendo lo mismo y con la misma actitud (mismos lugares, mismos gestos, mismas palabras, mismos pensamientos). Hasta pudiera parecer que nuestras vidas cotidianas transcurren por unos raíles rígidos; que se nos va apagando, progresivamente y sin querer, la ilusión de vivir resucitando. Terminamos viviendo como si Dios no fuera Alguien vivo, resucitado y resucitador. La enorme novedad de ser cristianos, que nunca no se agota, que siempre se ha de descubrir, se nos escurre entre las manos, y ese hacernos vivir en la gratuidad, en el agradecimiento, en la alegría, en el asombro, en el amor que no se gasta con la entrega, sino que se acrecienta, termina quedando sepultado e incluso olvidado. La Cuaresma, por tanto, viene a ayudarnos para que despertemos el corazón, el oído, a que vibremos en el reconocimiento consciente de Dios.


La Cuaresma es una gran oportunidad porque podemos conseguir acortar el espacio que nos separa de Dios si acertamos a desinstalarnos parcialmente del mundo, de nuestras manías y vicios adquiridos podremos volver a sentir y a querer según el amor de Dios.


La Cuaresma es un itinerario. Os invito a realizar de modo muy esquemático ese recorrido de la Cuaresma a través de las lecturas de los distintos domingos de Cuaresma. Los distintos jalones de este itinerario van a ser: alimento, desierto, montaña, señales, gratitud y libertad.


  1. Alimento


“Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero” dice el salmo 119. Efectivamente, todo el año, pero muy en especial en este tiempo cuaresmal hemos de leer, y dejarnos leer, vivamente por la palabra de Dios. Para hacer frente a esa vida anodina, rutinaria, acomodada que podemos llegar a tener los cristianos; para que de esta manera pueda empezar a ser una vida vivida con fe verdadera y transformadora necesitamos adherirnos a la palabra de Dios. Solo, alimentados por su palabra de manera constante, además de por los sacramentos, podremos empezar a cambiar y a progresar como discípulos de Cristo, porque solo sus palabras son alimento y luz para nuestro peregrinar: “El Espíritu es quien da la vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida” (Jn 6, 63). Tanto es así que, sin empaparnos de su palabra, no podemos empezar a adentrarnos por el camino cuaresmal.


Qué bueno, y a la vez que necesario, hacer el recorrido cuaresmal día a día descubriendo, meditando y saboreando el evangelio. Verdaderamente es, y ha de ser, su palabra escuchada la luz que ilumina nuestros pasos en el cotidiano sendero.


  1. Desierto


“En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto”(Mc 1,12). Puede parecernos difícil y hasta arriesgado eso de adentrarnos por un terreno inhóspito, donde solo habitan las alimañas, donde escasea el agua, no hay más que arena y piedras. Pero es precisamente allí adonde condujo el Espíritu al Señor, allí a solas ante el Padre, bajo un cielo inmenso y cuajado de estrellas, nada ni nadie puede distraernos del encuentro rico y recíproco con el Padre. Allí, rodeado de soledad e inmensidad, allí que no hay donde esconderse ni de uno mismo, allí no hay engaños ni excusas que valgan, allí uno está a merced del Espíritu, disponible, accesible, abierto, pero también a merced del tentador.


Sí, uno ha dejarlo todo para encontrarse radicalmente con Dios, pero para no sucumbir ante las sucesivas acometidas del maligno (que sabe hacer muy bien su trabajo y que va a incidir justo en nuestros puntos más débiles, se ha de ir pertrechado con esa palabra de Dios contra la que nada puede cualquier acechanza del enemigo. No temas: la primera tentación es la de no querer adentrarse en el desierto de la verdad, no aceptar el reto de tener que elegir entre Dios y el mundo, pero es obligatorio pasar la prueba, atravesar el desierto y salir fortalecido por la experiencia del Dios vivo, el que nunca nos deja y el que, en medio del desierto, conduce hasta fuentes tranquilas, hasta los manantiales de un agua que salta en nosotros como fuente de agua viva.


¿Estás dispuesto a adentrarte en esa experiencia transformadora de desierto que el Espíritu nos propone o te paralizan los aullidos que ya llevas tú a tu desierto?


  1. Montaña


Ascender a la montaña cuesta lo suyo. Acabamos de dejar atrás (o no) el desierto y ahora toca seguir subiendo, tomar altura, elevarnos, sacar fuerza de flaquezas para llegar a las regiones donde el aire es más puro, donde solo son capaces de subir algunas aves especialmente dotadas. Allí en lo alto de la cima uno se siente más cerca del cielo de de quien lo hizo, uno contempla su gran pequeñez y divisa a lo lejos también la pequeñez del mundo en que estamos insertos. ¡Mira los problemas, los agobios, los quehaceres y las prisas, resultan verdaderamente minúsculos desde aquí! No es de extrañar que como San Pedro exclamemos: ”¡Qué bien se está aquí!(Mc 9,5b)


Abre bien los ojos, acostúmbrate a mirar en la montaña, pues aquí se puede descubrir una zarza ardiendo que no se consume, aquí se percibe con certera claridad la índole real de lo sagrado. ¿No lo ves? Pasa como una leve nube que lleva la brisa, y es Dios que está en la nube. ¿No lo escuchas? Es un susurro y es una voz atronadora que dice “Este es mi hijo amado, mi predilecto, escuchadle” (Mc 9,7b). 


Cómo cambian las cosas, uno mismo y hasta la orientación que uno asume en la vida cuando ha escuchado la voz del Señor que nos presenta a su Hijo transfigurado. Hay un antes y un después. Uno se ha sentido tan cerca de Dios que hasta le ha escuchado en exclusiva decir lo que ya para siempre, más que un mandato impuesto, se nos convierte en la búsqueda continua de su voluntad, amar sus palabras que solo se alcanzan en la gran montaña del silencio. Que esa voz, que ese Hijo nunca dejen ya de ser los que te indiquen por dónde, hacia dónde y cómo vivir a partir de ahora.


  1. Señales


Y ahora, conociendo de antemano que Cristo, ese al que escuchamos, acompañamos y que nos prepara la mesa, su mesa, es el Hijo que vence a la muerte. Ahora toca regresar, volver a los caminos, a las barcas, a las faenas, sí pero ahora ya con una luz que nos nace de dentro.


Hay quien pide señales evidentes, “¿Qué signos nos muestras para obrar así?” (Jn 2,18b). Hay a quien le resulta imposible realizar la ruta de la fe, pues no confía lo suficiente para aventurarse. Sin embargo, a nosotros, ahora que vivimos para él y desde Él, ayudando y amando a todos los que están como ovejas que no tienen pastor, no nos resulta demasiado difícil soltar las inseguridades y los miedos, para seguir tras los indicios y señales de sus mandatos. Ahora somos llamados a llevar la ley de Dios inserta en nosotros a todos, pues se nos dice que "Él sabía lo que hay dentro de cada hombre” (Jn 2,25b). Llamados a vivir como él nos enseña, en gratuidad y con misericordia. Ahora estamos llamados a trabajar como jornaleros en su viña, a ser sus testigos, a anunciar y construir el Reino de Dios ya aquí en la tierra.


Puede parecer verdaderamente difícil la tarea que nos ha sido encomendada. Hemos de abrir los ojos a los que todavía no ven, abrir el corazón y las entrañan a los que lo tienen atenazado por el egoísmo o por el miedo, hemos de enseñarles la ley nueva, la del amor. Puede parecer excesiva la tarea, pero al mismo tiempo no puede ser más hermosa, y además, no estamos solos, Él nos acompaña y fortalece, está en medio de todos nosotros en todo quehacer, Él nos acompaña.


Hagamos el camino juntos, reconozcamos las señales que nos indican de qué manera se construye, vive y ensancha la Iglesia. Y es que cumpliendo los mandamientos, la ley del Señor y las bienaventuranzas, podremos avanzar por el camino sin extraviarnos, porque atendemos a las marcas que nos va poniendo.


  1. Gratitud


Tampoco podemos avanzar en este camino cuaresmal si no nos sentimos privilegiados por todo lo que recibimos de Dios: la vida, nuestra condición, la libertad, el bautismo, el perdón, la gracia, la comunidad, la naturaleza, pero sobre todo que Él mismo nos entrega la vida de su Hijo. Nos reserva a María, se encarna y asume y salva la naturaleza humana. Podemos ser hijos de la luz, hijos en el Hijo, y que nuestras obras en gratitud, muestren a los hombres esa preferencia por la luz, su luz.


Admitamos, valoremos, agradezcamos y desarrollemos el tesoro de esa filiación divina. Nos regalan la vida divina, ¿Vamos a escatimarle a Dios algo? ¿Podemos reservarnos algo o habremos más bien de entregarnos por entero a Dios con gratitud y generosidad? ¿Cómo vamos a vivir tristes o desesperanzados cuando nos sabemos tan amados? Vivamos pues esa fiesta de la fraternidad, realicemos obras hechas según Dios. Transformemos este mundo hostil y deshumanizado en un mundo conforme al amor de Dios. “En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios” (Jn 3,21).


Sabemos que Jesucristo, tras la muerte en la cruz, resucita. ¿Acaso no hemos de vivir en acción de gracias por la nueva vida que nace de su Espíritu?


  1. Libertad


Ha llegado la hora, el cumplimento. La Cuaresma desemboca sí o sí en la Semana de Pasión y ésta en la Resurrección y en la vida nueva. No nos engañemos, hemos de hacer todo este camino cuaresmal para acortar distancias con el Señor (esta es la finalidad de la Cuaresma). Hemos de realizar este itinerario de depuración y desprendimiento para sabernos y sentirnos junto a Él que entra a dar en Jerusalén a dar su vida. Que entre el Amor en nuestras vidas, Él se une sin reservas a cada uno de nosotros, Él se entrega y nos rescata. En Él se nos perdonan todos los pecados, todas las lealtades y desobediencias. Hemos de estar despiertos, velar y orar. Participemos de su sacrificio, porque: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna” (Jn 12,24).


No solo creemos en ti, no solo creemos la verdad de tu palabra y queremos cumplirla. Queremos ser justamente como nos dices. Está en juego nuestra libertad, que es justamente vivir para siempre contigo.


La Cuaresma por tanto no consiste en repetir lo que ya sabemos, sino más bien de vivir de otra manera lo que ya sabemos, con más intensidad, con más implicación, con más autenticidad y valor. La Cuaresma es liberación porque vamos logrando ser más conforme a Dios. Es un tiempo de gracia y conversión, de búsqueda, esfuerzo y descubrimiento. Dejémonos cambiar por la acción del amor de Dios es nuestras vidas.


  1. Hacer vida


Para terminar estas reflexiones personales en abierto, qué mejor que hacerlo con un poema de J. L. Martín Descalzo, sacerdote, poeta, escritor y periodista, que nos regala este poema, que es también oración, y por tanto, una oración llena de temblor y belleza. Tal vez si hacemos nuestro este modo de relacionarnos con el señor, podamos llegar a vivir así en modo cuaresmal, en presencia del Señor. Que así sea.


NADIE NI NADA


Nadie estuvo más solo que tus manos

perdidas entre el hierro y la madera;

mas cuando el pan se convirtió en hoguera

nadie estuvo más lleno que tus manos.

 

Nadie estuvo más muerto que tus manos

cuando, llorando, las besó María;

mas cuando el vino ensangrentado ardía

nadie estuvo más vivo que tus manos.

 

Nadie estuvo más ciego que mis ojos

cuando creí mi corazón perdido

en un ancho desierto sin hermanos.

 

Nadie estaba más ciego que mis ojos.

Grité, Señor, porque te habías ido.

Y Tú estabas latiendo entre mis manos.


José Luis Martín Descalzo