VASOS COMUNICANTES
Que nadie se lleve a engaño; no todo es lo que a simple vista pudiera parecernos. Tanto es así que ni siquiera podemos estar demasiado seguros de aquello que hemos dado por sentado conocer. En propiedad ni siquiera conocemos con exactitud lo que precipitadamente afirmamos que no es, pues bien pudiese ser que tan solo lo desconocemos hasta el momento actual. Resulta por ello verdaderamente apasionante querer saber, indagar y cuestionarse. Para nada resulta vano este afán esencial del quehacer humano, bien al contrario, lo lamentable sería desentenderse de la posibilidad de llegar a saber.
Parece bastante claro que para conocer no solo nos es necesario un tipo de saber específico, sino que otros terminan siendo igualmente relevantes y, por tanto, se complementan entre sí, sin anularse entre sí las distintas aportaciones de los múltiples saberes. Las ciencias empíricas, la Filosofía, la Historia, la Teología, la Antropología, la Psicología... todas contribuyen al conocimiento humano. No basta una sola disciplina, de todas precisamos. ¡Ojalá comencemos ya a buscar enfoques más integradores del conocimiento, en lugar de la mera especialización!
Hoy en día gracias a los avances y nuevas teorías de la Física, se está renovando la concepción de lo que hasta ahora dábamos por seguro. En 1927 el físico Wener Heisenberg propuso el principio de indeterminación, según el cual, cuanta mayor certeza se busca en determinar la posición de una partícula, menos se conoce su momento ideal y, por tanto, su masa y velocidad. Esas propiedades de las partículas de la materia se encuentran en estado de superposición, con posibles valores diferentes de posición y momento ideal. Tal vez resulte demasiado compleja esta evidencia de que simultáneamente puedan darse valores muy distintos, dependiendo de la observación llevada a cabo. Bien puede ser, pero esta teoría es la que ha permitido el desarrollo de lo que hoy conocemos como física cuántica, teoría que va a transformar tanto nuestro mundo, como el modo como lo venimos concibiendo.
Sirva este improvisado excurso previo sobre la física cuántica para ejemplificar que lo que nos parece que pueda ser la realidad. No es por ello descartable que pueda darse un estado distinto que se nos ha estado pasando por alto. Así también, según nos cuentan las Escrituras, Jesucristo Nuestro Señor, el Alfa y la Omega, el que asciende a los cielos y regresa a la vera del Padre, sigue a la vez con nosotros. Se va y se queda. Está allí, en la eternidad, junto a Dios Padre intercediendo por nosotros, y sin embargo, también está aquí, presente y actuante en nuestro devenir temporal a través de la Iglesia, la comunidad de bautizados. Y esto puede ser así, tal y como algunos creemos, independientemente de que tú lo percibas, observes y cuantifiques o no.
En realidad Cristo, si se nos permite tirar de otro ejemplo de la Física, podríamos decir que funcionaría como los tradicionales vasos comunicantes: aúna humanidad y divinidad, tierra y cielo, está allí y aquí, ayer, hoy y mañana; y eso es una suerte inmensa, pues, además de las leyes de la Física y de la Lógica, el Amor también posee sus propias leyes operantes. Bien pudiera ser que una de ellas fuese que dónde está y es el Amado, ahí está y es también consigo el ser al que ama. Menudo trasiego de la divinidad estando presente en lo temporal y a la vez en lo eterno, en la tierra y en el cielo, en mí y en ti, fuera y dentro, en la materia e incluso en la no materia. ¿Cómo es esto posible? Para Dios, misterio inabarcable, todo es posible. Del principio de la indeterminación, al principio del amor transcendente que todo lo vincula prodigiosamente.
Es decir, Jesucristo, el hijo de María, murió, resucitó y resucita, y vive ya para siempre. Ahora, tras la fiesta de la Ascensión que hoy celebramos, deja de aparecerse glorioso a los apóstoles para perderse en los cielos. Deja de aparecerse y desaparece para hacerse visible solo por los ojos de la fe y el amor. Se marcha y se queda. Abramos los ojos para ver lo invisible. Reconozcamos su viva presencia mística y escuchémosle, pues nos deja bien clara la tarea encomendad: hemos de comunicar a todo hombre el Evangelio, la buena noticia que, cuando es escuchada y encarnada, nos transforma y salva. Hemos de expandir esa comunidad de creyentes, ofrecer la salvación por medio de una fe transformadora que va volviendo semejantes a Él a todo el orbe. El que quiera que la acoja y se incorpore por el bautismo al cuerpo de Cristo, que es su Iglesia, y vaya labrando el Reino de Dios ya en la Tierra.
Cristo ha subido al cielo, y por ello, cielo y tierra son vasos comunicantes, interrelacionados, superpuestos No olvidemos que el cielo, que se inicia en la vida terrena, es el mejor final para todo este trayecto vital; ni tampoco que nos salvaremos con y por los demás; ni que la Iglesia nos educa y permite ir dando pasos para acercarnos a ese cielo inmanente y transcendente, especialmente a través de la acción del Espíritu.
No era suficiente dejar de verle entre los vivos para aprender a verle radicalmente vivo, y aprender a reconocer que verdaderamente es él, el Señor resucitado y glorioso. Ahora hay se requiere dar un paso más, seguir avanzando en esta capacidad de descubrir al Viviente en la dimensión más profunda de la realidad, sondearle, intuirle, saber reconocer que lo espiritual también se vuelve evidente. Esa capacidad de ver más allá de lo sensible con el sentido de la fe, es ya sin duda participación en su resurrección gloriosa. ¿Y te lo vas a perder?
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