viernes, 24 de enero de 2025
Todo en su sitio
sábado, 18 de enero de 2025
El granito de arena
EL GRANITO DE ARENA
A veces puede parecernos que sufrimos una pandemia de indiferencia, de tan extendida que está por doquier. Nadie se ocupa de nada ni de nadie, salvo de lo exclusivamente suyo, desentendiéndonos de todo aquello que no responde a sus particulares intereses. Cada uno debe atender a sus numerosísimos problemas, como para estar pendientes de los del vecino. Sin embargo, no siempre ha sido así. Podemos afirmar que lo específico del ser humano es que se ocupa, atiende, cuida y remedia las necesidades de sus semejantes. Por tanto, esa epidemia de indiferencia de los unos respecto a los otros, de desvinculación con los demás, que caracteriza a las sociedades posmodernas, podría incluso terminar acabando con lo más esencial y singular de nuestra especie, nuestra propia humanidad.
Es conocida la anécdota que protagonizó la famosa antropóloga Margaret Mead, cuando fue preguntada por un alumno suyo sobre el primer signo reconocible de civilización humana. Ella refirió con exactitud que ese vestigio fue encontrado en un yacimiento prehistórico en un esqueleto con fémur curado. Se trataba de un adulto que habiéndose roto la pierna en la juventud, no fue abandonado por el grupo, a pesar que debía ser alimentado por los demás sin que cazara, y en lugar de eso, se le alimentó y cuidó hasta su restablecimiento. Para el verdadero ser humano su semejante no es una carga, sino una responsabilidad, porque somos personas y nos hemos de prestar ayuda en cualquier ocasión que se preste. Demuestra, por tanto, este hallazgo, que entre nuestros antepasados humanos ya nos cuidábamos muy mucho de no desatender a los otros, reconociéndolos como valiosos en sí mismo y merecedores de nuestra implicación con ellos.
Sería aconsejable que en la coyuntura actual, caracterizada por mucho adelanto tecnológico, pero escaso progreso ético, que los seres humanos superásemos las diferencias, el sectarismo cerval, el individualismo paralizante y la indiferencia, y procurásemos los unos y los otros el bien de todos. El papa Francisco a la nuestra como la sociedad del descarte. Nos resulta más sencillo, excluir al que precise ayuda, como si esa actitud fuese digna del ser humano.
Aunque desde altas instancias vemos como se permiten abandonar a su suerte al que le ocurre una adversidad, los que queremos ser consecuentes con nuestra humanidad no debemos desentendernos de las necesidades y problemas que afectan al resto de hombres y mujeres, cercanos o alejados de nuestra inmediatez. Que siempre nos interpele buscar el bien del prójimo tanto como el nuestro propio, al menos porque conservamos un mínimo de humanidad y un resto del pasado humanismo que siempre evidenció nuestro compromiso con el débil, el vulnerable, el afectado. Muy mal nos irá de aquí en adelante si los poderosos, propensos a aferrarse al poder, consiguen que permanezcamos desunidos y completamente a merced de sus frecuentes injusticias. Que no logren terminar por deshumanizarnos, por mucho que se empeñen en ello.
Qué bien nos ilustra el comportamiento de María en el conocido pasaje de las bodas de Caná. Ella está bien atenta a lo que ocurre, detecta la necesidad y se anticipa a solicitar a su Hijo que intervenga. No está dispuesta a dejar que los novios queden en mal lugar y los invitados a la fiesta tengan que terminar la celebración precipitadamente porque ya no les queda vino.
No hace mucho el cardenal D. Carlos Osoro insistía ante las situaciones no admisibles que identificaba: "Habrá que hacer algo", y era él el primero que trataba de poner remedio. Ayudar, intervenir, no es quedar bien o salir en la foto, es porque uno no puede quedarse de brazos cruzados o mirar a otra parte ante el sufrimiento de cualquier hermano. María no dudó en ayudar; Jesús iba remediando toda dolencia que encontraba sin dejar de atender a todos; a los miles de voluntarios anónimos que supieron las consecuencias de las recientes riadas, les faltó tiempo para acudir a prestar su ayuda.
Hay mucho que hacer. No se trata de convertir el agua en vino, que de eso ya se encarga el que convierte en vino en su propia sangre. Más bien consiste en intentar echar una mano, de ayudar en lo que se necesite, de colaborar. Si hay que quitar barro en Valencia se hace; si hay que hay que ceder el sitio a una persona mayor, se cede; si hay que recoger alimentos, se recogen; si hay que hacer compañía y sostener al que está triste, pues se acompaña; si hay que ser Provi en alguna ocasión o a diario, se hace y muy gustosamente, pues en todas esas acciones que lleves a cabo por humanidad y por amor desinteresado, serás tú el que estarás convirtiendo tus actos en el mejor de los vinos, el más selecto, con el que se brinda en el Reino de los Cielos.
Si te es posible aporta tu granito de arena, porque entre los granitos de arena de todos y cada uno tendremos, aquí en la tierra, un verdadero paraíso. No lo olvides. No dejes de hacerlo, porque seguirás siendo enteramente humano tú y tratando como humanos a tus semejantes. ¿Existe mayor belleza que esa? ¿Vamos acaso a dejar que nos arrebaten lo más característico de nuestra condición?
Siempre va a haber ocasión de actuar, de intervenir, de ir a socorrer. Solo hay que estar pendiente y disponible para aportar tu granito de arena. Escribió Gabriela Mistral este inolvidable poema El placer de servir:
Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco, sirve la flor, sirve la tierra.
Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú;
Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú;
Donde haya un esfuerzo que todos rehúyen, hazlo tú.
Sé tú el que aparte la piedra del camino,
el que ponga fin al problema,
Pero qué triste sería el mundo si todo en él estuviera hecho;
si no hubiera un rosal que plantar,
Tenemos en nuestra mano la hermosa alegría de servir.
No caigas en el error, de que sólo se hacen méritos con los grandes trabajos;
hay pequeños servicios que nos hacen más humanos:
Aquel que critica, éste es el que destruye,
El servir no es faena de seres inferiores.
Dios, que es el Creador y la luz, sirve.
Pudiera llamarse así: “El que Sirve”.
Y tiene sus ojos en nuestras manos, y nos pregunta cada día:
¿Serviste hoy? ¿A quien?
¿Al árbol, a tu amigo, a tu madre?
sábado, 11 de enero de 2025
Por el agua
POR EL AGUA
Dicen que para gustos están los colores. Y debe ser verdad, porque cada cuál ve e interpreta la misma realidad de desde su propio prisma, llegando a apreciaciones muy distintas. Unos nos opinan que ya no llueve como antaño, que si el cambio climático y el calentamiento, el enfriamiento, que si los chemtrails famosos, que si los ciclos climáticos, las bajas o altas presiones, la sequía o las terribles riadas. Lo que a unos les parece mucho, a otros siempre poco y a otros solo suficiente. Está visto que nunca llueve ni lloverá a gusto de todos. ¿Qué le vamos a hacer? Lo importante es que llueva para que tengamos agua en abundancia para todo y para todos, y puestos a pedir que los cielos nos traigan un agua limpia de contaminantes.
Y es que, al margen de lo que cada uno opine o de sus gustos particulares, el agua es absolutamente necesaria para la vida, para que la vida (biológicamente hablando) pueda seguir su curso evolutivo. El problema es que el ser humano no es reductible en exclusiva a mero ser vivo, sino que posee en sí un germen espiritual y de sentido que le incita a ser más que algo que nace, crece, se reproduce y muere sin más. A diferencia del resto de seres vivos. también necesitados de agua, el ser humano es un alguien autoconsciente y con una identidad única, y con unas pretensiones de transcendencia irrenunciables. Habrá algunos que con pan y circo tendrán suficiente, pero al final con eso no nos basta, y precisamos de un agua que despierte y sacie es ser insondable exclusivo hasta ahora en los humanos.
Acabamos de celebrar el acontecimiento más extraordinario de la historia, la encarnación y nacimiento de Dios, el Dios humanado, Jesús de Nazaret. Y hoy, para cerrar el periodo de la Navidad, llegamos al momento en el que este Dios entre nosotros quiere ser aún más semejante a nosotros y acude hasta el Jordán para ser bautizado como otro más. En nada se distingue Él del resto de personas que expresan con ese gesto de pasar a través de las aguas su deseo de comenzar a ser de manera nueva y más auténtica. El que viene a bautizar con el Espíritu quiere también surgir de las aguas, inaugurar así un tiempo nuevo, abrir un horizonte preñado de esperanza para todos.
En ese momento las aguas ya no son el elemento natural que usamos para hidratarnos y para limpiarnos las adherencias físicas y morales que pueden afear y lastrar, a partir de ahora, con el paso del Salvador, el bautismo de Juan se convierte en sacramento que infunde nueva vida espiritual e identidad divina. Efectivamente precisamos, por tanto, el agua para vivir, pero necesitamos igualmente pasar pasar por el agua bautismal para obtener una vida no exclusivamente material y mortal, también para tener vida, y vida en abundancia. Una vida que nos viene del Dios que da su vida.
De modo similar a como hacemos la entrada en este mundo, saliendo de las aguas del seno materno, de nuevo, para el comienzo de una vida como ser también espirituales, hemos de surgir de las aguas bautismales. Esta vida espiritual que surge tras las aguas, implica una inserción en Aquel que desde entonces nos bautiza con Espíritu, y por tanto, nos confiere la participación en su muerte y resurrección. Después del bautismo somos seres nuevos y renovados. Estamos ya insertados en el que nos da la vida eterna, pues la vida que nace de las aguas bautismales desconoce la muerte.
Jesús le explica a Nicodemo que había que nacer de nuevo del agua y del Espíritu para participar de la vida de Jesús, ser semejantes a Él e ir realizando esa semejanza en la plena libertad que concede el Espíritu. Ciertamente somos materia, pero no exclusivamente materia, tal y como algunas concepciones antropológicas reductoras pretenden. Y por el bautismo recibimos la gracia para transformar y animar con el Espíritu esa materia humana.
Al igual que el propio Jesús, que quiso pasar a través del agua y del Espíritu, nosotros tengamos esa capacidad de nacimiento para ser por completo hombres y mujeres con cuerpo, alma y espíritu. Es a ello a lo que estamos llamados a completar e integrar. ¡Qué grandeza la del ser humano! Para esa grandeza y dignidad hemos nacido, y mediante el agua es Dios mismo el que nos va a ayudar a realizarlo. ¿Se puede aspirar a algo más grande?
domingo, 5 de enero de 2025
Carta de los Reyes
CARTA DE LOS REYES
Estimados amigos de toda edad:
Ya sabemos que no es nada frecuente que seamos nosotros los que nos dirijamos, siempre es al contrario, pero en esta ocasión, permitidnos que lo hagamos. Estamos en deuda con todos vosotros, pues llevamos años y años recibiendo innumerables cartas vuestras, y, creednos, no disponemos del tiempo ni la ocasión oportuna para contestaros a cada uno de vosotros con la atención y consideración que os merecéis todos. Nos ha sido prácticamente imposible hasta ahora, por lo que aprovechamos para tratar de contestaros a todos juntos a la vez. Espero que sepáis disculpadnos, os lo rogamos.
Ser anciano no tiene, en realidad, demasiado mérito, pues mientras nos dedicábamos a desempeñar lo mejor posible nuestro singular cometido, los años han ido sucediéndose, y poco a poco, ya contamos con tantos que perdimos la cuenta de ellos hace mucho tiempo. Los días, las semanas, los meses y los años, son grandes regalos que a menudo se nos van pasando desapercibidos, pero, creednos, lo son, y por ello, como tal deberíamos recibirlos: con asombro y gratitud, nunca con pesar, como si fueran otra carga más.
Y de eso queríamos hablaros, desde que empezamos a ejercer como dadores de regalos, no hemos descuidado nuestra tarea nunca. A ella nos hemos dedicado siempre con la misma ilusión y el mismo empeño, aunque no podemos decir lo mismo de las personas a las que les entregábamos los presentes. Todo y todos han cambiado: lo que anteriormente era gratitud, hoy casi se ha convertido en exigencia y queja. Parece que antes siempre acertábamos con lo poco que podíamos dejar en cada casa, a cada niño, y hoy nada es suficiente, siempre quieren más y más. Tanto es así que ya nosotros estamos pensando si pedirnos la jubilación anticipada para dedicarnos a cualquier otra labor. Que sea lo que Dios disponga, pues nosotros somos felices con solo seguir siendo obedientes y generosos, como hemos venido haciendo.
Hoy en día, al menos en esta sociedad occidental, parece que se da demasiado importancia a lo material, a lo accesorio, a lo que nos dicen unos y otros a través de los medios de comunicación y la publicidad que es lo valioso. Cuánto mayor precio tenga una mercancía, parece que es mejor. Sin embargo, desde aquella primera vez, allí en Belén, nosotros tres descubrimos que lo importante es acercarse al misterio, es decir, hacerse presente, y entregarse uno mismo. Bien es verdad que uno ha de llevar consigo quién es y lo que es, con sus aciertos y sus fallos, con sus penas y alegrías, con sus capacidades y con sus limitaciones, y tratar de expresarlo de alguna manera, a través de algo simbólico. Nosotros, ya lo sabéis, escogimos el oro, el incienso y la mirra. Esa vez acertamos.
Tengo que decir que los que en realidad recibimos un regalo inmenso, un regalo que en modo alguno no se ha quedado desfasado ni ha perdido su vigencia, fuimos nosotros. Aquel bebé fue nuestro gran regalo: poder verle, sentirle, acogerle y adorarle ¡Qué privilegio! ¡Qué emoción!. Nos dimos cuenta inmediatamente que toda la sabiduría que habíamos adquirido con nuestro esfuerzo humano, tan solo fue la causa de nuestra motivación para ponernos en camino e ir hasta allí a adorarle. Allí recibimos un pedacito de eternidad incombustible, y ya nunca hemos dejado de ser reyes, sabios o magos.
¡Cuánto nos gustaría que pequeños y grandes aprendieran a recibir también ese regalo! Desde entonces, para nosotros ya todo es regalo: el tiempo, las compañías, los trabajos, la simpatía, la belleza, la paz. Sí, creednos, desde que nos encontramos con Él, el Niño Dios, todo puede ser regalo que se da y se recibe en la gratuidad del amor.
Lo que debe estar pasándonos a los hombres y mujeres de hoy es que, al acudir poco ya al pesebre en el que duerme sereno el Hijo de Dios, pues andamos más pendientes de esos vanos regalos de los anuncios, que envolvemos después en preciosos papeles, en lugar de regalarnos los unos a los otros, perdonarnos, pasar más tiempo juntos, aprender a encontrarnos y convivir como hermanos. Bien están todos los regalos materiales, los detalles, pero no olvidemos que la alegría compartida, el cariño mutuo, la comprensión y la cercanía, son el mejor regalo, ese que no se compra en ninguna gran superficie, sino que brota en la ternura del corazón.
Que tengamos, por
tanto, todos una epifanía, una presencia real de Dios pequeño, humilde y
sencillo, entre nosotros, y todo nos será don y regalo. No perdamos la
esperanza ni la ilusión, para nosotros sigamos llevando a cabo nuestra labor
año tras año, con la misma fidelidad y entrega con la que adoramos aquella vez
a Jesús.
Vuestros, Melchor, Gaspar y Balthasar.