sábado, 8 de febrero de 2025

Contrastes

CONTRASTES


Lo idéntico termina por no poder percibirse. Para que el ojo humano, o cualquier otro sentido, distinga algo, debe haber algún cambio necesariamente. Esa alteración que si capta la atención podrá ser más leve o más drástica. Cuando se da una variación muy pronunciada, podemos hablar de que se produce un marcado contraste, y por ello, se hace fácilmente perceptible. De ahí que haya animales que han desarrollado la extraordinaria habilidad de camuflarse para no ser vistos por sus múltiples depredadores. No destacar; mimetizarse de tal modo que nadie pueda detectar que estás; prácticamente haber logrado la invisibilidad.

No solo ocurre esto en lo que percibimos sensitivamente, también cuando recopilamos datos y se detecta que se producen tendencias mayoritarias, surge algún que otro dato muy dispar; observamos que contrasta con el resto. Los analistas suelen descartarlos de antemano por no considerarles demasiado significativos para el estudio que andan llevando a cabo. Distorsionan y entorpecen más que aclaran. Son solo contadas excepciones.

El ser humano que llega a tener experiencia fehaciente de la divinidad, percibe la enorme diferencia entre sí mismo y ese ser transcendente con el que ha entrado en íntima relación. Lo primero, si tiene ese privilegio inmenso, constata la validez absoluta de esa experiencia que ya jamás podrá olvidar, pues se trata de una experiencia fuera de lo común, mucho más real que todo lo vivido. Inmediatamente después es consciente del contraste inmenso que media entre nuestro ser tan imperfecto y el ser de Dios, esencia pura en nada alterada. Se siente indigno de encontrarse ante Él. En definitiva, alguien con experiencia de Dios queda transformado y ya no puede seguir siendo como antes de haberle sucedido. Justamente aquello que descartaban los analistas de información por irrelevante, aquello que marca la diferencia, que acaece rara vez, es en realidad para identificar la verdad intangible de lo que uno en realidad es.

Del mismo modo que el místico constata el contraste entre la divinidad y él, y por tanto, se ve, se siente, percibe y concibe mucho más en realidad tal y como se es, pues ha sido contemplado por el que es; también empezará a verse como más semejante a todos, a sentirse más cercano, más próximo a sus semejantes, y ya nada de lo humano le resulta ajeno.

En todas las lecturas, absolutamente extraordinarias, de este V domingo de tiempo ordinario se nos presenta esta misma excepcionalidad que marca el contraste entre el obrar meramente humano y el obrar distinto del hombre cuando se ha puesto a merced del Dios vivo. Primero el profeta Isaías que pasa de la incapacidad por motivos de impureza a la capacitación y plena disponibilidad para aquella misión que el Señor quiera encomendarle. Después, en el salmo 137, el salmista explica su disposición a tañer agradecido para el Dios que le ayuda en todo momento. Ojalá nuestras vidas sonaran a ese agradecimiento mantenido y hermoso en sí mismo, como una bella canción única e irrepetible.

También San Pablo en primera de Corintios expresa el sentimiento de reconocerse indigno ante el Resucitado que ni siquiera siendo uno de los Doce, sino precisamente un perseguidor de cristianos, le ha elegido a desempeñar la contraria, anunciar a los gentiles la vida que da Jesucristo vivo. Menudo contraste el que se produce en San Pablo mediante su conversón, como de la noche al día. Tan solo pasando por la conversión se puede llegar a la misión.

Y en el texto del evangelio es Pedro el que cuando realiza lo mismo que acababa de hacer, intentar pescar algo inútilmente en el mar de Galilea, pero de nuevo y según le pide Jesús, el resultado es completamente distinto: de no pescar nada a una pesca milagrosa, sobreabundante, inexplicable. Nada que ver cuando uno se basta a sí mismo, se cree autosuficiente, que cuando uno tan solo se sabe engranaje en el plan grandioso de la obra de Dios. Ahí ya no cuenta el mérito ni el logro personal, ahí lo asombroso es la grandeza de la humildad, la capacidad de servicio, la fidelidad y el compromiso, el contraste que acontece cuando le dejamos hacer a Dios en nuestras vidas.

Esta es la diferencia que, aunque no se aprecie a juzgar precipitadamente y desde fuera, logrará que lo ordinario sea extraordinario, que todo revele su propio sabor y sus matices, porque está bien que así sea: que halla vida divina en uno mismo, armonía, acuerdo e ilusión. Dios no iguala, unifica y anula la diferencia ni en el sentir ni en el pensar, pero logra que la diferencia y el contraste sean conciliables y necesarios en la singularidad de lo real, porque como un canto ensalza la grandeza del que magistralmente todo lo creo y lo sigue propiciando sin fin.

Cada uno de nosotros cuenta, nuestra diferente identidad aporta en el plan salvífico de Dios. Siéntete llamado, con tus miserias e imperfecciones, al plan que Dios ha dispuesto para ti. Es el momento de dejar las barcas y las redes y seguirle adonde él quiera, adonde el nos necesite. Seamos Iglesia; hagamos Iglesia, seamos misión. Él sabe bien lo que hace, nosotros no.

domingo, 2 de febrero de 2025

Hasta la victoria final

HASTA LA VICTORIA FINAL


Podemos afirmar que estos son tiempos difíciles. Tampoco han debido ser fáciles otros pasados, ni lo van a ser casi seguramente los venideros. Esto es lo que hay: siempre se debe afrontar, encajar y tratar de superar aquellas contrariedades que la existencia nos va deparando. Aquí nadie se queda indemne, pues vivir debe afectarnos y por esto hemos ir aprendiendo a salir adelante, si es posible mejorados y con la mochila de recuerdos, experiencias y aprendizajes bien repleta. Si además has logrado estrechar buenos vínculos y preciadas amistades, entonces el trayecto vital ha sido, sin duda, bien ejecutado, adquiriendo en él ciertas maestría y sabiduría.

Tal vez las generaciones actuales, en su gran mayoría, han sido y son sobreprotegidos por sus padres, y por ello se encuentran en peor disposición para llevar a buen término su peripecia vital con audacia. En cualquier caso, las experiencias previa no deben determinar ni anular nunca la actitud libre con la que uno decida vivir. Es decir, que lo vivido marca e influye, pero jamás anula nuestra responsabilidad para interactuar con la realidad que se nos presenta.

Winston Churchill tampoco lo tuvo fácil, más bien le tocó enfrentarse a una situación endemoniadamente hostil, pero fue capaz de mantener la confianza plena en el triunfo último de la verdad y el bien, incluso en las más adversas circunstancias. Se dejó la vida en ello, y fue el gobernante que dijo que había que ir de derrota en derrota hasta la victoria final. Y es que en algunas ocasiones, uno ha de mantener la dirección correcta sin variarla ni un ápice, a pesar de que la decisión no sea del agrado de todos, cuando uno sabe que ha de actuar así, con arrojo, valentía y decisión, porque acaso tiene más amplitud de miras que el resto. No es locura, a veces se trata solo de mantener la sensatez.

Estamos acostumbrados a lo inmediato y a lo exclusivamente evidente. Y salirse de este minúsculo alcance nos cuesta horrores: ni miramos a medio o largo plazo, ni juzgamos tampoco más allá de las apariencias o de los intereses personales. ¿Cómo pues vamos a apostar por la esperanza contra toda esperanza? ¿Cómo vamos a ser capaces de un mínimo pensamiento utópico y transformador? ¿Dónde quedaron pues los grandes hombres movidos por ideales y una voluntad férrea? ¿Se extinguieron ya los héroes definitivamente? No, cada uno de nosotros está llamado a serlo. A presentar batalla y no dejarse vencer así por las buenas por un mundo cada vez más deshumanizado.

La Iglesia universal celebra este 4º domingo de tiempo ordinario, pasados cuarenta días de la Navidad, la solemnidad de la presentación del Señor en el templo y de la purificación de María, esto es, la fiesta de las candelas o de la Virgen de la Candelaria. Se presentan sus padres con el niño primogénito en brazos en el templo para cumplir lo que marca la ley mosaica, y allí hay un anciano y una anciana, Simeón y Ana, que reconocen que ese bebé es el Salvador, luz y esperanza de los hombres. Saben y proclaman su victoria. No puede ni podrá con Él ni el mundo ni el mal, ese niño es el mesías esperado y suya será la victoria final y definitiva. Los demás no aciertan a verlo, tan solo los dos ancianos que llevaban una larga vida piadosa. ¿En qué se basan para hacer semejante vaticinio? ¿No es muy arriesgado no limitarse a lo real sin más, en lugar de descubrir unas posibilidades insospechadas en un ser completamente normal a juzgar por su apariencia? ¿Qué tipo de victoria luminosa anuncian?

Esto de ganar o de perder no es tan simple como se cree. No es ganar como se hacer en los videojuegos dejando malparados al resto. No es quedar por encima de los otros habiendo un solo ganador y el resto perdedores. Hay quien pierde para que los otros ganen. Hay victorias sobre uno mismo, que en definitiva son de las pocas gloriosas, aunque no se comenten. Ojalá aprendamos a dejarnos ganar por el que vence con amor al mundo, en lugar de tratar de ganar como lo en tiende el mundo, pasando por encima del resto.

Necesitamos urgentemente recuperar esa capacidad de no resignarse a ser meros receptores pasivos de lo real; a terminar siendo anodinos porque solo entendemos la vida de manera extremadamente aburrida. ¿Cuándo entenderemos que en lo cotidiano puede suceder lo extraordinario? ¿Cuándo abriremos los ojos y el corazón de par en par para descubrir cómo se sirve Dios de la normalidad para propiciar nuestra total liberación? Ese bebé que traen el brazos sus humildes padres es la luz que necesitamos y que evitará que no veamos la realidad tal y como está transida de gracia.

Por ello, como dijo el poeta metiéndose a profeta, que por improbable que parezca nada habrá sido soportado en vano, sino que habrá que confiar la fuerza inmensa del pequeño brote, y que en sí lleva la grandeza de un árbol enorme.

POR IMPROBABLE QUE PAREZCA

 

No desdeñes la fuerza incipiente con la que empieza el brote,
no vayas a caer en el mismo error de los que antaño sucumbieron
por no llegar a apreciar debidamente lo extraordinario
en lo que se suele pasar inadvertido.
Goliat se sabía ducho en mil batallas,
sobrado en el ejercicio de la violencia feroz e implacable;
pero surgió alguien que no parecía más que un débil muchacho,
incapaz de llevar a cabo cualquier proeza destacable,
y sin embargo, en lo frágil estaba agazapada una victoria rotunda;
contra todo pronóstico lo inaudito terminó por imponerse.
No estés tan seguro de que siempre el mal se sale con la suya,
ni de que el inocente está sentenciado de antemano,
sino más bien percibe que en la semilla
late adormecida una energía portentosa, posible e imparable.
No siempre sucederán las cosas como se cree el malvado,
por mucho que trame sus malas artes con todo tipo de maquinaciones,
pues hay oculta una claridad inocente que va a despuntar y que desconoce,
es la esperanza de los desesperados que terminará por estar fundada
en aquello que el corazón alumbraba
con ímpetu certero al ser una sencilla verdad si doblez ni engaño.
Puede ser que en lo menudo radiquen posibilidades insospechadas;
que un cambio imprevisto traiga la mutación emancipadora.
Trata de estar situado en el lado correcto:
no en el de los que juegan con las cartas marcadas
y muestran en sus rostros cierta sonrisa anticipada y complacida,
sino en el lado de los humildes,
los que aún apuestan por lo que es justo, necesario e irrenunciable;
aquellos que se vienen dejándose la vida por causa de un amor que no defrauda,
y, por ello, no se hacen ni a sí mismos trampas.
Ten por seguro que el alba definitiva despuntará algún día 
para los que lo han aguardo con firmeza el desprecio de los soberbios;
entonces, por fin, se iluminarán sus rostros tal y como habían soñado,
y nada habrá sido soportado en vano.
No eran utopías sus corazonadas, no,
sino el reconocimiento de la razón discreta,
que se abre paso y triunfa quedamente,
aunque tan solo sea vista acaso
por los que ven más allá del mero juicio apabullante.

viernes, 24 de enero de 2025

Todo en su sitio

 TODO EN SU SITIO


Hay personas para las que el orden es su pasión, especialmente válidas para encontrar el encaje a todo con una perfección extraordinaria. Algunos recordaréis al conocidísimo protagonista de la serie The Big Bang Theory, Sheldon Cooper, magistralmente interpretado por el actor Jim Parsons, que entre otros numeroso méritos, sabía encontrar el lugar en que debía estar todo de la manera más organizada. Incluso en un capítulo se pasa toda una tarde perfectamente feliz porque le dejan ordenar el desván caótico de su amigo Howard Wolowitz. Para él es una actividad divertida esa la de ordenar, aunque a otros muchos pueda parecernos la peor manera de distraernos. Lograr configurar un orden donde no existía, es también una labor loable, además de necesaria y conveniente.

No todos somos así; muchos otros nos caracterizamos por vivir sujetos a un desorden aceptable y asumible para ir tirando, pero dentro del desorden siempre existe cierto orden, pues no llegamos a sucumbir en el maremágnum de papeles y enseres que pululan donde buenamente se les dejó. Como ejemplo de este desorden vagamente controlado, podríamos proponer al gran detective Sherlock Holmes, más dado a poner en orden sus ideas que su apartamento.
 
Y otros, sin embargo, hay, que si nadie lo remedia, terminan por desaparecer en una aglomeración caótica y creciente de cachivaches dispares en la que ya no es posible habitar humanamente. Como en todo hay extremos; habrá que saber huir a tiempo de ellos, evitando tanto caer en el imperio perfecto del orden extremo, como en el absoluto desorden.

Cualquiera que sepa mirar la realidad con cierta profundidad, descubrirá que esta es variada y admirable por su complejidad, por su belleza y por su orden intrínseco. Los científicos descubren las reglas y patrones que subyacen en todo aquello que acontece en la naturaleza. Ya lo miremos a simple vista, a través de un microscopio o telescopio, simplemente constataremos que dichas formas simétricas y combinadas está ahí reiterándose según un orden misterioso en el que ensimismarse, pero al cual ni siquiera solemos prestar atención.

Sería admirable igualmente que si volviésemos la atención sobre nosotros mismos, encontrásemos también un orden interno que brotara de cada uno de nosotros hacia afuera. Por contra, la mayor de las veces hemos de añadir algo de orden y belleza artificial para camuflar aquello que no resulta armónico de por sí a simple vista. No todo se haya perfectamente en su sitio, y con la cirugía, los trucos de maquillaje o el retoque fotográfico, al menos lo externo del hombre pasa por seguir el sacrosanto canon estético del momento.

Si pudiésemos apreciar la belleza interior de una persona, tal vez habría que verla al natural en la expresión de sus gestos, su mirada, su semblante, su calma, su integridad, su bondad, su comprensión, su saber estar, su cuidado, su cordialidad, su respeto y muchos otros indicios para reconocer el orden interior al que obedece su comportamiento. Ahí no puede haber lugar para el engaño, pues salvo que alguno se sienta observado y esté fingiendo o figurando, los actos que alguien realiza, pueden mostrarnos con claridad quién es y lo que pretende. Unos se mostrarán orgullosos, otros humildes; unos interesados, otros desinteresados. Por lo que hacemos y por el cómo lo llevamos a cabo, todo el mundo debería conocer al que tiene delante y también a sí mismo si se para a analizarse.

Este domingo III de Tiempo Ordinario celebramos El Domingo de la Palabra de Dios. Bien pudiera ser que haya que reconocer el papel que desempeña la escucha nutriente de esa palabra viva para empezar a ordenar el interior y las obras del oyente de la palabra, es decir, del hombre nuevo. Si es verdad que por diversos motivos tendemos al desorden interior (emocional, psicológico, racional, moral, relacional y espiritual), la escucha atenta y perseverante de esa voz de Dios que nos aportan los textos que nos presentan a Cristo y su mensaje, constituyen un filón extraordinario para que el comienzo del orden bello y divino se vaya formando en nosotros.

Los hombres y mujeres que andamos con nuestro desorden a cuestas, podemos poner orden en la realidad mediante el ejercicio de la palabra, nombrando e identificando la realidad, y estableciendo relaciones ajustadas en la complejidad de la realidad que nos envuelve. Sin la palabra ni el lenguaje, no habría comprensión ni capacidad de control consciente y crítico en nuestra existencia. Pero es que además, con la palabra podemos entendernos y ponernos de acuerdo entre varios, sabiendo los límites que hemos de respetar para la convivencia. Necesitamos de la palabra humana y también de la palabra divina, pues somos nada más y nada menos que los interlocutores de Dios,

Dejémonos de apariencias, poses y superficialidades. Cambiemos sobre todo por dentro, abandonando lo que destruye y acogiéndonos a lo que regenera. La palabra de Dios facilita la acción del Espíritu. Dejémonos hacer por él. Aspiremos a esa sin igual belleza de ser nosotros mismos según el orden libre de Dios. Tratemos de ser más a imagen y semejanza del Hijo, y menos mundanos en medio del mundo caótico en el que nos ha tocado vivir. Aportemos nuestro orden espiritual para ordenar nuestras comunidades. 

Si esto es así, poco a poco, además formaremos parte activa de una comunidad de creyentes. Es ahí también donde la Palabra debe ayudarnos a generar estructuras llenas de hermosura. Decíamos que en la naturaleza había un orden prodigioso; pero no es menos cierto que en la Iglesia y en la sociedad, nosotros debemos ser los promotores de ese orden comunitario y social: todos a una, integrados, favoreciendo el bien común, el bien de todos. Dios quiera que esa palabra poco a poco nos vaya  transformando interiormente a todos y seamos capaces de transformar asimismo este mundo tan carente de belleza y armonía en tantas ocasiones.

sábado, 18 de enero de 2025

El granito de arena

 EL GRANITO DE ARENA


A veces puede parecernos que sufrimos una pandemia de indiferencia, de tan extendida que está por doquier. Nadie se ocupa de nada ni de nadie, salvo de lo exclusivamente suyo, desentendiéndonos de todo aquello que no responde a sus particulares intereses. Cada uno debe atender a sus numerosísimos problemas, como para estar pendientes de los del vecino. Sin embargo, no siempre ha sido así. Podemos afirmar que lo específico del ser humano es que se ocupa, atiende, cuida y remedia las necesidades de sus semejantes. Por tanto, esa epidemia de indiferencia de los unos respecto a los otros, de desvinculación con los demás, que caracteriza a las sociedades posmodernas, podría incluso terminar acabando con lo más esencial y singular de nuestra especie, nuestra propia humanidad.

Es conocida la anécdota que protagonizó la famosa antropóloga Margaret Mead, cuando fue preguntada por un alumno suyo sobre el primer signo reconocible de civilización humana. Ella refirió con exactitud que ese vestigio fue encontrado en un yacimiento prehistórico en un esqueleto con fémur curado. Se trataba de un adulto que habiéndose roto la pierna en la juventud, no fue abandonado por el grupo, a pesar que debía ser alimentado por los demás sin que cazara, y en lugar de eso, se le alimentó y cuidó hasta su restablecimiento. Para el verdadero ser humano su semejante no es una carga, sino una responsabilidad, porque somos personas y nos hemos de prestar ayuda en cualquier ocasión que se preste. Demuestra, por tanto, este hallazgo, que entre nuestros antepasados humanos ya nos cuidábamos muy mucho de no desatender a los otros, reconociéndolos como valiosos en sí mismo y merecedores de nuestra implicación con ellos. 

Sería aconsejable que en la coyuntura actual, caracterizada por mucho adelanto tecnológico, pero escaso progreso ético, que los seres humanos superásemos las diferencias, el sectarismo cerval, el individualismo paralizante y la indiferencia, y procurásemos los unos y los otros el bien de todos. El papa Francisco a la nuestra como la sociedad del descarte. Nos resulta más sencillo, excluir al que precise ayuda, como si esa actitud fuese digna del ser humano.

Aunque desde altas instancias vemos como se permiten abandonar a su suerte al que le ocurre una adversidad, los que queremos ser consecuentes con nuestra humanidad no debemos desentendernos de las necesidades y problemas que afectan al resto de hombres y mujeres, cercanos o alejados de nuestra inmediatez. Que siempre nos interpele buscar el bien del prójimo tanto como el nuestro propio, al menos porque conservamos un mínimo de humanidad y un resto del pasado humanismo que siempre evidenció nuestro compromiso con el débil, el vulnerable, el afectado. Muy mal nos irá de aquí en adelante si los poderosos, propensos a aferrarse al poder, consiguen que permanezcamos desunidos y completamente a merced de sus frecuentes injusticias. Que no logren terminar por deshumanizarnos, por mucho que se empeñen en ello.

Qué bien nos ilustra el comportamiento de María en el conocido pasaje de las bodas de Caná. Ella está bien atenta a lo que ocurre, detecta la necesidad y se anticipa a solicitar a su Hijo que intervenga. No está dispuesta a dejar que los novios queden en mal lugar y los invitados a la fiesta tengan que terminar la celebración precipitadamente porque ya no les queda vino.

No hace mucho el cardenal D. Carlos Osoro insistía ante las situaciones no admisibles que identificaba: "Habrá que hacer algo", y era él el primero que trataba de poner remedio. Ayudar, intervenir, no es quedar bien o salir en la foto, es porque uno no puede quedarse de brazos cruzados o mirar a otra parte ante el sufrimiento de cualquier hermano. María no dudó en ayudar; Jesús iba remediando toda dolencia que encontraba sin dejar de atender a todos; a los miles de voluntarios anónimos que supieron las consecuencias de las recientes riadas, les faltó tiempo para acudir a prestar su ayuda.

Hay mucho que hacer. No se trata de convertir el agua en vino, que de eso ya se encarga el que convierte en vino en su propia sangre. Más bien consiste en intentar echar una mano, de ayudar en lo que se necesite, de colaborar. Si hay que quitar barro en Valencia se hace; si hay que hay que ceder el sitio a una persona mayor, se cede; si hay que recoger alimentos, se recogen; si hay que hacer compañía y sostener al que está triste, pues se acompaña; si hay que ser Provi en alguna ocasión o a diario, se hace y muy gustosamente, pues en todas esas acciones que lleves a cabo por humanidad y por amor desinteresado, serás tú el que estarás convirtiendo tus actos en el mejor de los vinos, el más selecto, con el que se brinda en el Reino de los Cielos.

Si te es posible aporta tu granito de arena, porque entre los granitos de arena de todos y cada uno tendremos, aquí en la tierra, un verdadero paraíso. No lo olvides. No dejes de hacerlo, porque seguirás siendo enteramente humano tú y tratando como humanos a tus semejantes. ¿Existe mayor belleza que esa? ¿Vamos acaso a dejar que nos arrebaten lo más característico de nuestra condición?

Siempre va a haber ocasión de actuar, de intervenir, de ir a socorrer. Solo hay que estar pendiente y disponible para aportar tu granito de arena. Escribió Gabriela Mistral este inolvidable poema El placer de servir:

Toda naturaleza es un anhelo de servicio.
Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco, sirve la flor, sirve la tierra.
Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú;
Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú;
Donde haya un esfuerzo que todos rehúyen, hazlo tú.
Sé tú el que aparte la piedra del camino,
el que ponga fin al problema,
el que ponga luz donde los demás perdieron esperanza,
el que salpique gozo en los corazones tristes.
Pero qué triste sería el mundo si todo en él estuviera hecho;
si no hubiera un rosal que plantar,
un niño que peinar,
o una misión, o una empresa que emprender.
Tenemos en nuestra mano la hermosa alegría de servir.
No caigas en el error, de que sólo se hacen méritos con los grandes trabajos;
hay pequeños servicios que nos hacen más humanos:
ordenar una mesa, ordenar unos libros, peinar una niña.
Aquel que critica, éste es el que destruye,
tú sé el que sirve.
El servir no es faena de seres inferiores.
Dios, que es el Creador y la luz, sirve.
Pudiera llamarse así: “El que Sirve”.
Y tiene sus ojos en nuestras manos, y nos pregunta cada día:
¿Serviste hoy? ¿A quien?
¿Al árbol, a tu amigo, a tu madre?

sábado, 11 de enero de 2025

Por el agua

POR EL AGUA


Dicen que para gustos están los colores. Y debe ser verdad, porque cada cuál ve e interpreta la misma realidad de desde su propio prisma, llegando a apreciaciones muy distintas. Unos nos opinan que ya no llueve como antaño, que si el cambio climático y el calentamiento, el enfriamiento, que si los chemtrails famosos, que si los ciclos climáticos, las bajas o altas presiones, la sequía o las terribles riadas. Lo que a unos les parece mucho, a otros siempre poco y a otros solo suficiente. Está visto que nunca llueve ni lloverá a gusto de todos. ¿Qué le vamos a hacer? Lo importante es que llueva para que tengamos agua en abundancia para todo y para todos, y puestos a pedir que los cielos nos traigan un agua limpia de contaminantes.

Y es que, al margen de lo que cada uno opine o de sus gustos particulares, el agua es absolutamente necesaria para la vida, para que la vida (biológicamente hablando) pueda seguir su curso evolutivo. El problema es que el ser humano no es reductible en exclusiva a mero ser vivo, sino que posee en sí un germen espiritual y de sentido que le incita a ser más que algo que nace, crece, se reproduce y muere sin más. A diferencia del resto de seres vivos. también necesitados de agua, el ser humano es un alguien autoconsciente y con una identidad única, y con unas pretensiones de transcendencia irrenunciables. Habrá algunos que con pan y circo tendrán suficiente, pero al final con eso no nos basta, y precisamos de un agua que despierte y sacie es ser insondable exclusivo hasta ahora en los humanos.

Acabamos de celebrar el acontecimiento más extraordinario de la historia, la encarnación y nacimiento de Dios, el Dios humanado, Jesús de Nazaret. Y hoy, para cerrar el periodo de la Navidad, llegamos al momento en el que este Dios entre nosotros quiere ser aún más semejante a nosotros y acude hasta el Jordán para ser bautizado como otro más. En nada se distingue Él del resto de personas que expresan con ese gesto de pasar a través de las aguas su deseo de comenzar a ser de manera nueva y más auténtica. El que viene a bautizar con el Espíritu quiere también surgir de las aguas, inaugurar así un tiempo nuevo, abrir un horizonte preñado de esperanza para todos.

En ese momento las aguas ya no son el elemento natural que usamos para hidratarnos y para limpiarnos las adherencias físicas y morales que pueden afear y lastrar, a partir de ahora, con el paso del Salvador, el bautismo de Juan se convierte en sacramento que infunde nueva vida espiritual e identidad divina. Efectivamente precisamos, por tanto, el agua para vivir, pero necesitamos igualmente pasar pasar por el agua bautismal para obtener una vida no exclusivamente material y mortal, también para tener vida, y vida en abundancia. Una vida que nos viene del Dios que da su vida.

De modo similar a como hacemos la entrada en este mundo, saliendo de las aguas del seno materno, de nuevo, para el comienzo de una vida como ser también espirituales, hemos de surgir de las aguas bautismales. Esta vida espiritual que surge tras las aguas, implica una inserción en Aquel que desde entonces nos bautiza con Espíritu, y por tanto, nos confiere la participación en su muerte y resurrección. Después del bautismo somos seres nuevos y renovados. Estamos ya insertados en el que nos da la vida eterna, pues la vida que nace de las aguas bautismales desconoce la muerte.

Jesús le explica a Nicodemo que había que nacer de nuevo del agua y del Espíritu para participar de la vida de Jesús, ser semejantes a Él e ir realizando esa semejanza en la plena libertad que concede el Espíritu. Ciertamente somos materia, pero no exclusivamente materia, tal y como algunas concepciones antropológicas reductoras pretenden. Y por el bautismo recibimos la gracia para transformar y animar con el Espíritu esa materia humana.

Al igual que el propio Jesús, que quiso pasar a través del agua y del Espíritu, nosotros tengamos esa capacidad de nacimiento para ser por completo hombres y mujeres con cuerpo, alma y espíritu. Es a ello a lo que estamos llamados a completar e integrar. ¡Qué grandeza la del ser humano! Para esa grandeza y dignidad hemos nacido, y mediante el agua es Dios mismo el que nos va a ayudar a realizarlo. ¿Se puede aspirar a algo más grande?

domingo, 5 de enero de 2025

Carta de los Reyes

CARTA DE LOS REYES


Estimados amigos de toda edad:

Ya sabemos que no es nada frecuente que seamos nosotros los que nos dirijamos, siempre es al contrario, pero en esta ocasión, permitidnos que lo hagamos. Estamos en deuda con todos vosotros, pues llevamos años y años recibiendo innumerables cartas vuestras, y, creednos, no disponemos del tiempo ni la ocasión oportuna para contestaros a cada uno de vosotros con la atención y consideración que os merecéis todos. Nos ha sido prácticamente imposible hasta ahora, por lo que aprovechamos para tratar de contestaros a todos juntos a la vez. Espero que sepáis disculpadnos, os lo rogamos.

Ser anciano no tiene, en realidad, demasiado mérito, pues mientras nos dedicábamos a desempeñar lo mejor posible nuestro singular cometido, los años han ido sucediéndose, y poco a poco, ya contamos con tantos que perdimos la cuenta de ellos hace mucho tiempo. Los días, las semanas, los meses y los años, son grandes regalos que a menudo se nos van pasando desapercibidos, pero, creednos, lo son, y por ello, como tal deberíamos recibirlos: con asombro y gratitud, nunca con pesar, como si fueran otra carga más.

Y de eso queríamos hablaros, desde que empezamos a ejercer como dadores de regalos, no hemos descuidado nuestra tarea nunca. A ella nos hemos dedicado siempre con la misma ilusión y el mismo empeño, aunque no podemos decir lo mismo de las personas a las que les entregábamos los presentes. Todo y todos han cambiado: lo que anteriormente era gratitud, hoy casi se ha convertido en exigencia y queja. Parece que antes siempre acertábamos con lo poco que podíamos dejar en cada casa, a cada niño, y hoy nada es suficiente, siempre quieren más y más. Tanto es así que ya nosotros estamos pensando si pedirnos la jubilación anticipada para dedicarnos a cualquier otra labor. Que sea lo que Dios disponga, pues nosotros somos felices con solo seguir siendo obedientes y generosos, como hemos venido haciendo.

Hoy en día, al menos en esta sociedad occidental, parece que se da demasiado importancia a lo material, a lo accesorio, a lo que nos dicen unos y otros a través de los medios de comunicación y la publicidad que es lo valioso. Cuánto mayor precio tenga una mercancía, parece que es mejor. Sin embargo, desde aquella primera vez, allí en Belén, nosotros tres descubrimos que lo importante es acercarse al misterio, es decir, hacerse presente, y entregarse uno mismo. Bien es verdad que uno ha de llevar consigo quién es y lo que es, con sus aciertos y sus fallos, con sus penas y alegrías, con sus capacidades y con sus limitaciones, y tratar de expresarlo de alguna manera, a través de algo simbólico. Nosotros, ya lo sabéis, escogimos el oro, el incienso y la mirra. Esa vez acertamos.

Tengo que decir que los que en realidad recibimos un regalo inmenso, un regalo que en modo alguno no se ha quedado desfasado ni ha perdido su vigencia, fuimos nosotros. Aquel bebé fue nuestro gran regalo: poder verle, sentirle, acogerle y adorarle ¡Qué privilegio! ¡Qué emoción!. Nos dimos cuenta inmediatamente que toda la sabiduría que habíamos adquirido con nuestro esfuerzo humano, tan solo fue la causa de nuestra motivación para ponernos en camino e ir hasta allí a adorarle. Allí recibimos un pedacito de eternidad incombustible, y ya nunca hemos dejado de ser reyes, sabios o magos.

¡Cuánto nos gustaría que pequeños y grandes aprendieran a recibir también ese regalo! Desde entonces, para nosotros ya todo es regalo: el tiempo, las compañías, los trabajos, la simpatía, la belleza, la paz. Sí, creednos, desde que nos encontramos con Él, el Niño Dios, todo puede ser regalo que se da y se recibe en la gratuidad del amor.

Lo que debe estar pasándonos a los hombres y mujeres de hoy es que, al acudir poco ya al pesebre en el que duerme sereno el Hijo de Dios, pues andamos más pendientes de esos vanos regalos de los anuncios, que envolvemos después en preciosos papeles, en lugar de regalarnos los unos a los otros, perdonarnos, pasar más tiempo juntos, aprender a encontrarnos y convivir como hermanos. Bien están todos los regalos materiales, los detalles, pero no olvidemos que la alegría compartida, el cariño mutuo, la comprensión y la cercanía, son el mejor regalo, ese que no se compra en ninguna gran superficie, sino que brota en la ternura del corazón.

Que tengamos, por tanto, todos una epifanía, una presencia real de Dios pequeño, humilde y sencillo, entre nosotros, y todo nos será don y regalo. No perdamos la esperanza ni la ilusión, para nosotros sigamos llevando a cabo nuestra labor año tras año, con la misma fidelidad y entrega con la que adoramos aquella vez a Jesús.

 

Vuestros, Melchor, Gaspar y Balthasar.