viernes, 25 de noviembre de 2022

En preparación

En preparación


Lo cierto que uno está siempre preparándose para lo que pueda acontecer en el futuro. Y es muy conveniente no dormirse en los laureles, sino ir haciendo acopio de experiencia, de apendizajes, y de todo tipo de reservas, para tratar de asegurarse el porvenir. Ya lo pudimos aprender de aquella excelente fábula de la hormiga y la cigarra. Pero tal vez al tratar de tenerlo todo tan atado y bien atado se nos esté pasando algo básico por alto: nada menos que vivir. Mientras la cigarra se dedicaba solo a difrutar holgazaneadamente, la obcecada hormiguita trabajaba con total dedicación. Una pasó frío, la otra solitaria abundancia.

Unos no quieren ni pensar en el porvenir, tal vez porque les tiene más que escamados; otros, precisamente por la incertidumbre, tratan de acumular todo tipo de recursos de manera incesante. ¿Vivir despreocupadamente o vivir con la preocupación constante de salvar los muebles? ¿Acaso son las dos únicas posturas posibles? ¿Y cuál de ellas es la acertada?

Justo este domingo es el primero del tiempo de Adviento, por tanto, comenzamos un nuevo año litúrgico y celebrativo. Por ello las lecturas nos proponen una nueva manera de estar viviendo: la espera ilusionada. Tal vez los despreocupados al estilo de la cigarra no esperan nada y viven inconscientemente un ahora irresponsable, pero los otros tampoco esperan nada, al menos nada bueno, y por ello tratan de hacer todo lo posible por tenerlo todo bajo control por ellos mismos, como si eso fuera posible. Pero Jesucristo una vez más nos descoloca y nos avisa de que hemos de estar preparados y espectantes, porque todo puede cambiar de la noche a la mañana.

Hemos de estar preparados, porque algo nuevo y de gran alcance va a surgir de pronto y lo más seguro es que nos pille con el pie cambiado. ¿Qué puede ser esto tan esclarecedor? Pues la venida del Hijo del hombre, el Mesías, el que había de venir. Por tanto, levantémonos, dejemos de vivir como si esto no fuese a ocurrir o como si no fuera con nosotros. "La noche está avanzada, el día se echa encima". Hemos por tanto de tratar de ser seres de luz y para la luz, constructores del Reino de Dios, Reino de justicia y comunión. ¿Lo intentamos?

Debemos por tanto estar atentos y alertas. Ni ser meras cigarras, ni tampoco solo abnegadas hormigas, sino ser como aves que ansían la libertad del cielo y se preparan para muy pronto empezar a volar. Dejemos las comodidades, las distracciones, las tristezas y pasividades, comienza la cuenta atrás. El Señor viene a nuestro encuentro y hemos de transformarnos en seres más capaces de Dios. Viene el Hijo del Hombre a nuestro encuentro y hemos de estar preparados para alzar las alas y comprobar que si te fías de Él puedes llegar a volar.

Sé que es muy difícil salir de las rutinas, romper con los moldes a los que nos hemos ido acostumbrando, pero sabes bien que eso no es suficiente para que tu vida pueda considerarse feliz del todo. Mira dentro ¿qué horizonte esperas? ¿Te basta con ser cigarra u hormiga o has nacido para ser Hijo de Dios? Levántate, se acerca el día de nuestra liberación. Él ya viene y eso lo cambia todo. Comienza, confía, ilusiónate, prepárate, adiestra tu corazón en el noble arte de esperar al que es el Amor.

Una tierra nueva y un nuevo cielo están por venir, sumarse a la lucha para que sean posibles exige una transformación profunda en nosotros. Ahora por fin va a ser posible el cumplimiento de nuestros mejores sueños. Ya están a nuestro alcance. Jesucristo viene a vencer. ¿Vas a propiciar su venida con tu actitud?  




viernes, 18 de noviembre de 2022

Save yourself

 SAVE YOURSELF

Sea usted autosuficiente, autónomo, hágase a sí mismo, aíslese de los demás por precaución y asepsia social, permanezca en su mundo individual bien protegido. Si alguna vez necesita algo, no tiene más que clicearlo en su dispositivo y se lo acercamos. Así de fácil y asunto arreglado. Parece ser esta la tendencia por la que va decantándose la sociedad digital en la que nos movemos, nos guste o no.

Ya ni conoces a los vecinos de tu bloque. Como mucho si eres algo simpático, extrovertido y hasta dotado de cierto desparpajo, osarás intercambiar algún saludo en el descansillo o en el ascensor. Puede que hasta te lo devuelvan con cortesía. Pues en realidad no es necesario que conozcas el nombre de los otros semejantes con los que día a día te cruzas, -total ¿para qué?- si tienes bien asumida la máxima de que lo más conveniente es tratar de mantenerte lo más al margen de la existencia de los otros. Cuanto más desconocido, mejor. Cada uno a lo suyo en exclusiva, y todos contentos (o no).

Lo que está en juego es que sigamos siendo personas, integrándonos activamente en ese tejido al que llamamos sociedad o, si ampliamos un poco más la perspectiva, incluso nos atreveríamos a nombrar como humanidad. Está en juego que podamos seguir reconociéndonos todavía como humanos. ¿Eso es lo que nos cabe esperar con el transhumanismo o aún hay peores sorpresas?

En 1624 el poeta inglés John Donne hablaba en un poema titulado "Ningún hombre es una isla" de la profunda interconexión que hay entre todos los hombres que como tal se reconocen y tratan. Nada de lo que le pasa al otro me puede dejar indiferente, sino que me afecta, me repercute, me importa. Recientemente el profesor Nuccio Ordine, refiriéndose a esos versos, ha publicado un libro titulado "Los hombres no son islas" para reivindicar el papel de la literatura como antídoto contra el individualismo feroz en el que está cayendo progresivamente nuestra sociedad posmoderna.

Por todo ello, constatamos que advertencias hay a montones, por si alguien quiere tenerlas en cuenta y tratar de poner remedio a esa trampa del egocentrismo. El sentido común y la propia experiencia de cada uno nos lo dejan también bien palpable: nos necesitamos los unos a los otros. Que nadie se lleve a engaño, por tanto, si no tengo nada que ver contigo ni con nadie, no voy a ser feliz, como mucho un infeliz que no tendrá con quién compartir ni lo bueno ni lo malo, ni lo exterior ni lo interior, ya que estaremos completamente solos y aislados los unos de los otros. ¿Tan difícil resulta asumirlo? Sin ti no puedo ser realmente yo mismo.

Hoy se celebra la solemnidad litúrgica que concluye el año: Jesucristo, Rey del Universo. Y de forma chocante y paradógica, resulta que Jesucristo reina desde la cruz, justamente entregando la vida por los demás, tanto por los buenos como por los malos, amando sin medida. No viste ni de armiño ni lleva cetro, pero, sin embargo, algunos le hemos reconocido como el único rey, el que ejerce el poder en la entrega, en la mansedumbre, en la humildad y en la desposesión. 

Culmina el año y a la vez la existencia mortal del hombre Jesús, antes de su resurrección. Ahí, clavado en el madero, nos muestra su manera de ser Rey, y Rey nada menos que del universo, esto es, un nuevo orden más espiritual de religación fraterna. ¿Cómo lo iban a comprender las autoridades judías o romanas, que se dejaban llevar más por las apariencias? No es concebible que un ajusticiado en la cruz sea Rey, ya que así no mueren los reyes, sino los malechores, por mucho que en el cartel se declare que es Rey. Es más, le llegan a recriminar entre burlas que se salve a sí mismo. Es todo lo que tiene que hacer para mostrarse rey a la manera de los hombres, no a la de Dios. Ni más ni menos, como hace cualquier hijo de vecino, mirar solo por uno mismo.

Pero este Dios cristiano es justamente el que viene a salvarnos a nosotros, no a sí mismo, y eso es lo que hace: nos salva del consabido "sálvate a ti mismo"; nos salva de este individualismo pertinaz que pervierte lo que somos; y nos salva de una vida meramente biológica y terrenal para ofrecernos una vida sin término en el amor infinitamente misericordioso de Dios. Este Rey humilde es el verdadero, el vencedor de la muerte, el que comparte su reino con nosotros y se pone nuestra misma corona, de sinsabores y fracasos, para aliviarnos. Es el Rey del sacrificio, el Rey del amor hasta el extremo. Solo en su Reino los hombres no somos islas aisladas, sino hermanos con un corazón valiente, que se levantan cada día para ser para los demás.

A partir de este domingo da comienzo un nuevo año litúrgico y un nuevo tiempo fuerte de celebración y transformación, el Adviento. Un nuevo inicio, una nueva actitud, una nueva venida, pues el que nacerá en el pesebre está llamado a reinar en este fascinante universo que compartimos.




sábado, 12 de noviembre de 2022

LA QUE SE AVECINA

 LA QUE SE AVECINA

Pues sí, quien más o quien menos, todos estamos preocupados de la que se nos avecina; lo mostremos o no, lo comentemos o no, la preocupación va por dentro. Sin ánimo de ser catastrofista, pero viendo cómo se están poniendo las cosas, y con la que nos está cayendo encima, el que más o el que menos ya no sabemos ni dónde meternos, dónde parapetarnos, dónde ponernos a salvo de la quema. Habrá quien optará por el consabido "sálvese quien pueda" mientras que otros permanecerán en el barco hasta el final, ocupados en tratar de salvar a cuantos más. ¡Qué gran diferencia entre los individualistas y aquellos que saben ser para los demás en toda circunstancia! Con estos últimos se puede contar siempre y da gloria estar a su lado aprendiendo a ser verdaderamente humanos.

Se acerca la celebración del día de la Virgen de La Divina Providencia, y por tanto la fiesta grande de nuestro colegio, que no solo lleva ese nombre, sino que, gracias a las Hijas de Santa María de la Providencia, nos consta que Ella nos cuida y guía en nuestro día a día escolar. Ya hemos iniciado de nuevo los preparativos y ya estamos un año más llenos de ilusión esperando que llegue el día. ¡Qué gran colegio y qué inmejorable advocación mariana la que bajo su protección nos acoge!

Entonces, a pesar de la que se nos avecina, logramos mantener la calma al saber que, por mucho que nos auguren  desastres (cambio climático, guerras, carestías, pandemias, crisis de todo tipo...) nosotros contamos con nuestra Madre, nuestra protectora, y confiamos en la Divina Providencia que nunca nos ha abandonado ni lo va a hacer. Nos sentimos cuidados, seguros y amados como hijos y que, a pesar de los pesares, el amor de María y de Dios constituyen el mayor de los amparos y nuestra firmeza. Que, aunque nos la estén avecinando con saña, saldremos adelante también de la bendita mano de Santa María de la Providencia.

Pero no solo constatamos que se nos avecina lo peor, es que además al llegar al final del año litúrgico y cerrar el ciclo, en el propio evangelio se nos habla de fin de los tiempos, y de diversas catástrofes que vendrán; mas Jesús nos indica que no nos dejemos embaucar, que confiemos, porque pase lo que pase hemos de perseverar en el bien y seguir confiando. Y es que tal vez el presente, ese tiempo único en que transcurre la existencia, tiene mucho de pasado que se acaba y que está dando paso a un futuro. Es en el ahora en el que todo acaba y surge de nuevo. ¿A qué temer entonces el futuro? ¿A qué angustiarse por la que se avecina? ¿No será lo mejor abandonarse a ese amor providente de Dios mientras seguimos apostando por el Reino? Levántate, aspiremos a los mejores valores, por los que sabemos que merecen la pena. Lo que se avecina es solo el decorado en el que se forjan y afloran los héroes, no los apocados.

Sí, seremos ilusos y utópicos, tendremos fe y pasión por los hombres, pues reconocemos que en medio de la tormenta ya se va gestando la calma; que el mal no tiene -ni puede tener, ni va a tener- la palabra definitiva. Que aunque se esté avecinando lo terrible, también estamos bregando para que se avecine un mundo más hermoso y mejor. ¿En qué lado te posicionas? ¿Nos quedamos en el lamento inútil o esperamos a ese Dios que se hará hombre una vez más para mostrarnos lo que puede llegar a ser toda una historia de salvación?  ¿Qué te dice el corazón? ¿Puedes escuchar su relincho o vas a dejar que se extinga el tiempo y toda esperanza?

EL FUTURO DESEADO ESTÁ PRESENTE YA EN NUESTRO AHORA




sábado, 5 de noviembre de 2022

ENTORNO AL FUEGO

 ENTORNO AL FUEGO


Han llegado ya los primeros fríos; las temperaturas inician ya ese descenso progresivo; avanza el otoño; se contrae la tierra por nuestras latitudes, y al mismo tiempo también nuestra alma parece otoñarse. Volvemos a sacar los jerséis, las mandas, las botas y los abrigos. Buscamos caldearnos por dentro y por fuera, y añoramos aquella estampa antigua en que se solían reunir entorno al fuego y callar, para escuchar crepitar las llamas mientras consumen un viejo leño. ¡Qué tiempos!

Y es que hoy es raro disponer de una cálida chimenea en ninguno de nuestros modernos pisos. Seguimos llamándolas hogares, pero, aunque tengan wifi 5G, carecen de ese hogar en que el calor de la lumbre se expandía para todos. Algunos incluso recurren a las tecnologías para suplir el fuego verdadero, y proyectan en la pantalla de su smart TV, un simulacro de hoguera, que, aunque ni quema ni echa humo, aparenta arder y crea un clima sumamente agradable y decorativo.

Este domingo Jesús nos habla del fuego, de la luz, de la llama inextinguible. Algunos saduceos, trataban de tenderle una trampa a Jesús; para ello le cuentan una parábola y le formulan una pregunta capciosa sobre la vida eterna, en la que ellos no creían. Pero Jesús les recuerda el episodio de la zarza ardiente, esa llama que permitió que Moisés, mientras pastoreaba en el monte Horeb, percibiera la presencia del Dios Viviente. ¿Cómo es posible descubrir en lo ordinario el misterio insondable de lo extraordinario? ¿Se puede acaso atisbar esa experiencia de Dios en medio de esta vida gris y apresurada que llevamos?

Sí, definitivamente hay seres portadores de fuego; hay personas que se han aproximado a ese fuego incombustible, a esa zarza ardiente e inédita; hay seres que han descubierto quiénes eran verdaderamente a la luz inequívoca de Dios. No son frecuentes entre las multitudes, cierto, pero están entre nosotros. Hablan más pausadamente; divisan un horizonte que a los demás se nos escapa; escuchan y callan de otra manera, como si les fuera el alma en ello; y hasta puedes percibir una luz distinta y más afable en su mirada. El Papa Francisco se refiere a ellos como los santos de la puerta de al lado: personas que con su vida se asemejan a Jesucristo, y por ello viven para los demás, haciéndonos todo el bien que pueden.

Frente a estos saduceos incrédulos e interesados (no olvidemos que eran tan prácticos que para seguir instalados en el poder, colaboraban de buen grado con el invasor romano), que reducen toda vida a nuestro paso por la tierra, y niegan la posibilidad a que ese Dios, que es amor comprometido, amor que se encarna y da la vida por nosotros, rompa con los límites de la muerte y nos abra definitivamente una vida que no se extingue, un fuego poderoso y cautivador, el del amor eterno.

Puede parecernos que es algo reciente esto de solo dar pábulo a lo evidente y mensurable, pero antes de la aparición del método científico ya se daba el mismo sesgo que limita todo a lo evidente y previsible. Pero sabemos que en última instancia la vida humana es mucho más, rica, variada y compleja, como para reducirla a unos moldes excesivamente simplistas. Con los ojos de los saduceos jamás Moisés hubiera descubierto esa zarza ardiente, aunque pasara a su lado, porque se salía de sus esquemas, de sus expectativas y sus juicios anticipados. Tal vez para dejarse atrapar por la zarza que arde y no se consume, tal vez haya que tener más ojos de poeta -o de científico- que de bien acomodado saduceo. 

En estos días primeros del mes de noviembre nos hemos acordado de aquellos santos anónimos que nos precedieron, esos que ya gozan del banquete eterno. Y también nos hemos acordado de todos los difuntos que ya se nos fueron. Todos los que nos dejaron, partieron, pero los recuerdos, el amor y el agradecimiento que nos dejaron hacen que permanezcan vivos -y bien vivos- en nuestro corazón y en nuestra memoria. Nadie nos va a convencer que la muerte puede acabar con todo y con todos, sabemos que el amor es más fuerte que la muerte, y que Dios, que es un Dios de vivos y no de muertos, no deja que ninguno perezca, sino que vivamos para siempre.

Creemos en el amor, el amor que es fuente verdadera de vida, y de una vida tan plena que perdura y supera todo mal. Este es el Dios Padre de Jesús, en el que Él creía y el que resucitó a su Hijo y con Él a todos los que hemos optado por amar y vivir para siempre.

Que bueno sería que pudieras acercarte en algún momento a ese fuego del hogar, en el que arde lo sagrado, y pudieras simplemente permanecer descubriendo que efectivamente el misterio de Dios está perceptible en la vida, una vida inextinguible, un amor que no cesa ni se consume. Calla, escucha y que en tu corazón arda el amor y la esperanza.