sábado, 26 de marzo de 2022

APRENDER A EMPEZAR

 APRENDER A EMPEZAR


Todos hemos oído alguna vez que una imagen vale más que mil palabras. No sé si esto será así, porque en lo de establecer el valor a una imagen o a una palabra siempre habrá gran margen de variación, pues la mayor de las veces establecemos lo que valen las cosas según lo dicte el precio de mercado, sometido a la ley de la oferta y la demanda. Posiblemente dependerá también de qué imagen o qué palabra sea, porque hay imágenes que pierden su vigencia tan rápido o más que muchas otras palabras, mientras otras perduran en el tiempo sin desgastar ni un ápice de su valor.

La parábola que Jesús nos presenta en el cuarto domingo de Cuaresma es de esas palabras que conservan con absoluta rotundidad ese valor excepcional: la parábola del hijo pródigo. ¿Quién puede leer este evangelio y no percibir una honda resonancia dentro de sí? ¿Cómo no volver a leerla pasándola por el corazón?

Será porque estas palabras de Jesús permiten que nos reconozcamos en una experiencia de las más hermosas que nos es dado identificar. Un padre que no juzga los errores cometidos por su hijo, sino que en lugar de recriminar, abraza y facilita la reconciliación entre ambos. Tal vez ese abrazo, ese gesto -descrito magistralmente por Jesús- vale más que mil imágenes.

Quién más o quien menos puede verse reflejado en cualquiera de los tres personajes principales que protagonizan la parábola. Hemos sido algunas veces como el hijo pródigo, y hemos decido alejarnos y vivir al margen de los que nos que sabían amar. Tal vez en ciertas ocasiones no hemos sabido valorar y corresponder a ese amor genuino que se nos daba, bien porque lo dábamos por hecho o porque el amor a nosotros mismos nos dominaba. El hijo que regresa y con humildad se reconoce fracasado, arrepentido, pero con ganas de aprender a empezar, pero ya con la lección aprendida del amor, y desea corresponder a ese amor de su padre.

También, alguna vez, hemos podido parecernos al padre y perdonar sin hacer preguntas, porque el amor prevalecía por encima de los errores, discrepancias y heridas. Ese es el amor de Dios, ese que es sobreabundante y desmedido, ese que abraza restaurando todo nuestro ser a veces tan maltrecho. Qué belleza la de esas personas duchas en conceder con naturalidad a los demás ese perdón que transforma al que lo siente. ¡Cuánta necesidad tenemos de esas personas que aman así sin doblez y con ganas! ¡Cuánta necesidad tenemos de ese Padre que perdona amando a los que estamos aprendiendo a ser hijos, a perdonar y ser perdonados!

Y, finalmente también podemos identificarnos con el hijo mayor, que no sabe ser hermano, que no conoce la misericordia del padre y que se siente incapaz de perdonar, porque ni se conmueve ni se alegra por el regreso de su hermano, ya que entiende que la justicia según los hombres, y que por tanto el que la hace la paga. 

Es buen momento para aprender a perdonar, perdonarnos y ser perdonados. Es la única manera sana que se me ocurre para aprender a empezar de nuevo a vivir, y a tratar de ser nuestra mejor versión y la de los demás y la de este nuestro mundo. Solo así podrá ser posible. Aprendamos de Dios a perdonar dando vida y vida en abundancia. Porque ni en muchas imágenes ni en otras tantas palabras aprenderemos el valor de perdonarnos, sino en el gesto del abrazo en el que el uno nos fundimos al otro en algo verdaderamente valioso. 

Abrazar tal ver sea el arte de aprender a empezar. Pues empecemos desde ya a superar pandemias, individualismos y guerras con más y más abrazos, reconciliaciones y encuentros.





sábado, 19 de marzo de 2022

LO QUE NO SE VE

 LO QUE NO SE VE


Si algo podríamos afirmar respecto del comportamiento de los humanos actuales es su escasa capacidad de atención. Vamos tan deprisa por la vida, y bombardeados por tantos y tantos estímulos, que nos dispersamos y nos perdemos en infinitas naderías. Cuando se va de lo uno a lo otro en tiempo récord, y aún así los 1440 minutos que tiene el día se nos agotan en una frenética actividad sin sentido, viene a ser prácticamente imposible detenerse en nada, ni captarlo, ni profundizar en ello, ni comprenderlo. Tal vez por ello actuamos más de lo que pensamos y compramos más de lo que necesitamos.

A menudo nos movemos en la más estricta de las superficialidades. No abunda el pensamiento crítico, aunque sí las fakes y los populismos, porque no somos dados a los matices ni las particularidades. Demandamos el pensamiento ya prefabricado y facilón. Solemos ver en blanco o negro, y listo para llevar con solo aceptar pulsando cómodamente en la pantalla de cualquiera de nuestros diversos dispositivos. Pero la realidad, sea del ámbito que sea, suele ser compleja y requiere tiempo, análisis y discernimiento. ¿Pero quién tiene tiempo para ello?

Además, siempre hay un rico trasfondo que no percibimos, pero que suele ser determinante. No solo hay que considerar lo visible o evidente, con frecuencia, justamente lo que no percibimos a la primera es lo que puede explicar el porqué de los fenómenos. No pretendo que seamos tan sagaces como el mismísimo Sherlock Holmes, pero sí deberíamos caer más en la cuenta de lo que falta y tratar de indagar más, salvo que queramos no descubrir el quid de la cuestión.

El aire no lo percibimos, pero sin él tampoco podemos seguir percibiendo. Los sentimientos, los valores o ideales, las causas y motivos, los intereses, el móvil ni se nos pasan por la cabeza cuando precipitadamente interpretamos lo que nos va ocurriendo. Y así nos va. Necesariamente erramos y volvemos a errar, pues no hemos contemplado bien esa parte crucial que subyace.

Pero lo que no se ve importa, e importa mucho, más aún si nos lo tratan de ocultar.

San José -festividad que hemos celebrado este sábado- también estaba en lo oculto, pero su tarea y discreta es fundamental: ser el padre de Jesús y el marido de Santa María. Fue un hombre humilde, trabajador, fiel, soñador, amante, creyente y capaz de dar su vida por los demás. Pero que supo mantenerse en dónde no se le veía. ¿Por qué? Seguramente porque él sí que veía lo que los demás no veían.

Jesús de Nazaret ve más allá, frente al modo de juzgar de sus coetáneos, que se quedan en las apariencias y en los prejuicios, Él ve en lo profundo de la persona -llamémoslo corazón-, y por eso es capaz de rehabilitar a marginados, enfermos y pecadores.

En las lecturas de este tercer domingo de Cuaresma se nos relata la experiencia de Moisés ante la zarza ardiente. Es capaz de distinguir la singularidad de esa zarza y percibe lo sagrado, porque ve más allá, escucha más acá, y se produce el encuentro con la realidad de Dios, esa que nosotros, tan adictos a la superficialidad damos por superada, y consigue ver y descubrir lo que no se ve.

En la parábola que emplea Jesús también podemos ver por qué el labrador decide no arrancar la higuera que no daba fruto, y se compromete a seguir esforzándose para que en la próxima temporada dé una cosecha abundante. No se deja llevar por las primeras impresiones y por criterios meramente productivos, sino que confía, cuida y espera.

Hoy la higuera somos tú y yo, y ten por seguro que Él va a poner todo de su parte para que tú logres sacar tu mejor versión.

sábado, 12 de marzo de 2022

¿Buscas emociones?

 ¿BUSCAS EMOCIONES?

Vivimos en una sociedad que algunos han calificado la sociedad del aburrimiento, otros del ocio. Es cierto que, el que más o el que menos, busca resquicios por donde escapar de las rutinas y de la monotonía en que estamos normalmente instalados, para tener la sensación de estar viviendo una vida libre, por lo menos en algunos momentos, una vida elegida.

Muchos parecen que viven de manera exclusiva a la espera de que llegue el viernes y puedan desconectar de las obligaciones, aunque las más de las veces lo que hacemos es volvernos a conectar a otra pantalla, la del móvil o a la gran pantalla, la del televisor, y a consumir series y series y más series. Es fácil, con el mando a distancia puedes elegir a la carta qué tipo de emoción sentir. Pulsas y ni a parpadear.

Seguramente, debido a ese aburrimiento aletargado, también buscamos emociones fuertes, practicamos deportes de riesgo, viajamos, pretendemos ser eternamente jóvenes, vamos rápido y más rápido, pero las veinticuatro horas de cada jornada se nos quedan cortas. Y nos sube la tensión arterial, y saltamos a las primeras de cambio, tenemos mucha ansiedad, insomnio, depresión, infartos, insatisfacción generalizada, suicidios, etc. 

Algo nos debe estar pasando. Aprovechemos este impasse cuaresmal para al menos caer en la cuenta, tomar conciencia, y si fuera posible, tras un buen diagnóstico, podemos dar con el mejor tratamiento que nos ayude a saber estar en cada momento en el lugar que estamos, sin esa urgencia por estar haciendo otra cosa y en otro lugar. ¿Será esto posible?

Es asombroso el comienzo de la primera lectura del Génesis de este 2º Domingo de Cuaresma: "En aquellos días, Dios sacó afuera a Abrahán y le dijo: Mira el cielo, cuenta las estrellas si puedes". Mucho se ha insistido en la necesidad de mirar adentro durante la Cuaresma para tratar de reconocer cómo estamos, para buscar esa propia profundidad; sin embargo, también es un tiempo para mirar afuera y cuestionarnos cómo miramos.

Salir fuera es apartarse, desinstalarse de la óptica práctica y superficial en la que nos movemos. Empezar a apreciar que tal vez algo muy importante se nos está escapando; que ese vacío o hastío que nos impulsa a tratar de escapar de todo, hasta de nosotros mismos, no es la única manera de vivir: también se puede contar las innumerables estrellas. Salgamos -también de nosotros mismos- y busquemos en el cielo; busquemos ese cielo estrellado que está ahí, pero que entre edificios y polución nos está velado contemplarlo. 

Salgamos afuera, descubramos la emoción intensa de la noche bellísima. Escrutemos en la oscuridad esa luz verdadera con la que se puede lucir como humildes estrellas. Sí allí habita Dios, tanto en la inmensidad del cosmos abierto, como en la pequeñez de un corazón despierto, que ama y sueña y desea sonar con una peculiarísima melodía.

¿Quieres encontrarte con el Dios vivo? ¿Prefieres emociones fuertes y fugaces o emocionarte verdaderamente? ¿Eliges vivir de apariencias o experimentar el agua que apaga la sed? Pues si deseas esto segundo, sal fuera y afina el oído, para que bajo las brillantes estrellas te orientes hacia donde resuena el manantial que no se agota. 

Quién sabe, tal vez desde ese cielo exterior, Dios esté ahora mismo contando las estrellas de los que saben mirar hacia arriba siendo niños todavía.

domingo, 6 de marzo de 2022

Tu rostro interno

 Tu rostro interno

Parece que la temporada de mascarillas llega a su fin; parece también que ahora vienen otros tiempos donde el peligro es distinto, aunque no menos terrible. Hemos cambiado los virus, la peste que nos asolaba, por otra maldad aún más feroz e inhumana: la guerra.

Al menos poco a poco iremos recuperando los rostros, la verdad de nuestras caras expuestas que muestran quienes verdaderamente somos. Incluso se dice que la cara es el espejo del alma. Y sí, hay personas que con solo pararse a contemplarlas el rostro y la expresión, ya se les pueden apreciar retazos inconfundibles de la belleza de su alma.

Hemos comenzado la Cuaresma. Es un tiempo propicio para busca en nosotros esa cara oculta, ese rostro que permanece velado aunque nos quitemos toda máscara o mascarilla, porque no es un rostro externo, que se pueda maquillar; es el rostro oculto al que no nos atrevemos a asomarnos. Ese sí que es verdaderamente el rostro de nuestra alma, y si queremos conocernos sí habrá que ser capaces de buscar dentro nuestro rostro interno.

Jesús, tras su bautismo en el Jordán, se aventura en esa búsqueda de sí mismo y se adentra en el inhóspito desierto, donde nada ni nadie puede distraernos de nosotros. Allí, al desierto interior, hemos de tratar de ir nosotros también. Dejar el acomodo fácil en la superficialidad cotidiana, todos los trajines y tareas, y trata de partir más allá. Hacer una verdadera experiencia de desierto, de soledad, de intemperie, de búsqueda y encuentro con nuestra más profunda verdad. Solo allí nos encontraremos a solas con el Viviente, pero antes hay que enfrentarse a ciertas pruebas.

El mismo Hijo se expuso a las tentaciones (Lc 4, 1-13), donde el que ya había tentado a Adán, ponía a prueba incluso la propia identidad divina de Jesús por tres veces. Si el sagaz embaucador, tratando de aprovechar la debilidad de Cristo, pues tenía hambre por los días de ayuno, trata primero de hacerle fallar con la tentación de lo material (convertir las piedras en panes), después con la tentación del poder y del dominio, y finalmente con la tentación de utilizar al mismo Dios para lograr reconocimiento. En toda ocasión el Hijo del hombre le hace frente con la palabra de Dios que Él mismo encarna.

El que hace la voluntad del Padre vence siempre sobre el engaño del tentador. Busquemos, por tanto, esa voluntad de Dios en el rostro interno de nuestra alma. Busquemos la cercanía con Dios de manera denodada en este tiempo cuaresmal. La presencia de Él en tu corazón, la oración íntima, facilitará la iluminación de ese bello rostro tuyo aún sin descubrir. Adéntrate en ese desierto inevitable con la seguridad de que habitado por Jesucristo, y a la escucha atenta de su palabra, podrás sortear cualquier peligro y tentación, hasta llegar a descubrir la mejor versión humana de ti, ese rostro que mira y es mirado por el Amado.

¿Te atreves a andéntrarte en ese desierto a buscar el verdadero manantial? Empieza la Cuaresma detectando cuáles son tus puntos débiles. Ten por seguro que es ahí donde serás tentado. Y confía, en Cristo, podrás ser tentado, pero no vencido.