sábado, 19 de marzo de 2022

LO QUE NO SE VE

 LO QUE NO SE VE


Si algo podríamos afirmar respecto del comportamiento de los humanos actuales es su escasa capacidad de atención. Vamos tan deprisa por la vida, y bombardeados por tantos y tantos estímulos, que nos dispersamos y nos perdemos en infinitas naderías. Cuando se va de lo uno a lo otro en tiempo récord, y aún así los 1440 minutos que tiene el día se nos agotan en una frenética actividad sin sentido, viene a ser prácticamente imposible detenerse en nada, ni captarlo, ni profundizar en ello, ni comprenderlo. Tal vez por ello actuamos más de lo que pensamos y compramos más de lo que necesitamos.

A menudo nos movemos en la más estricta de las superficialidades. No abunda el pensamiento crítico, aunque sí las fakes y los populismos, porque no somos dados a los matices ni las particularidades. Demandamos el pensamiento ya prefabricado y facilón. Solemos ver en blanco o negro, y listo para llevar con solo aceptar pulsando cómodamente en la pantalla de cualquiera de nuestros diversos dispositivos. Pero la realidad, sea del ámbito que sea, suele ser compleja y requiere tiempo, análisis y discernimiento. ¿Pero quién tiene tiempo para ello?

Además, siempre hay un rico trasfondo que no percibimos, pero que suele ser determinante. No solo hay que considerar lo visible o evidente, con frecuencia, justamente lo que no percibimos a la primera es lo que puede explicar el porqué de los fenómenos. No pretendo que seamos tan sagaces como el mismísimo Sherlock Holmes, pero sí deberíamos caer más en la cuenta de lo que falta y tratar de indagar más, salvo que queramos no descubrir el quid de la cuestión.

El aire no lo percibimos, pero sin él tampoco podemos seguir percibiendo. Los sentimientos, los valores o ideales, las causas y motivos, los intereses, el móvil ni se nos pasan por la cabeza cuando precipitadamente interpretamos lo que nos va ocurriendo. Y así nos va. Necesariamente erramos y volvemos a errar, pues no hemos contemplado bien esa parte crucial que subyace.

Pero lo que no se ve importa, e importa mucho, más aún si nos lo tratan de ocultar.

San José -festividad que hemos celebrado este sábado- también estaba en lo oculto, pero su tarea y discreta es fundamental: ser el padre de Jesús y el marido de Santa María. Fue un hombre humilde, trabajador, fiel, soñador, amante, creyente y capaz de dar su vida por los demás. Pero que supo mantenerse en dónde no se le veía. ¿Por qué? Seguramente porque él sí que veía lo que los demás no veían.

Jesús de Nazaret ve más allá, frente al modo de juzgar de sus coetáneos, que se quedan en las apariencias y en los prejuicios, Él ve en lo profundo de la persona -llamémoslo corazón-, y por eso es capaz de rehabilitar a marginados, enfermos y pecadores.

En las lecturas de este tercer domingo de Cuaresma se nos relata la experiencia de Moisés ante la zarza ardiente. Es capaz de distinguir la singularidad de esa zarza y percibe lo sagrado, porque ve más allá, escucha más acá, y se produce el encuentro con la realidad de Dios, esa que nosotros, tan adictos a la superficialidad damos por superada, y consigue ver y descubrir lo que no se ve.

En la parábola que emplea Jesús también podemos ver por qué el labrador decide no arrancar la higuera que no daba fruto, y se compromete a seguir esforzándose para que en la próxima temporada dé una cosecha abundante. No se deja llevar por las primeras impresiones y por criterios meramente productivos, sino que confía, cuida y espera.

Hoy la higuera somos tú y yo, y ten por seguro que Él va a poner todo de su parte para que tú logres sacar tu mejor versión.

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