domingo, 30 de enero de 2022

A POR LO MÁS VALIOSO

 

A POR LO MÁS VALIOSO



En la primera carta de San Pablo a la comunidad de los Corintios, que se ha leído este domingo IV de Tiempo Ordinario, nos encontramos con párrafos admirables. En uno de ellos se nos dice que deberíamos "Aspirad a los carismas más valiosos. Y ahora os indicaré un camino mucho mejor. Aunque hable todas las lenguas humanas y angélicas, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo estruendoso. [Aunque posea el don de profecía y conozca los misterios todos y la ciencia entera, aunque tenga una fe como para mover montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque reparta todos mis bienes y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve."

Es una verdad de Perogrullo que si pretendemos ser la mejor versión posible, habremos de seguir el consejo de San Pablo y aspirar a los carismas más valiosos. Sin embargo ¿qué es lo más valioso? ¿Podría ser que lo que es muy valioso para mí no lo sea para ti en modo alguno? ¿Dependería en último caso de los valores con los que cada uno decide vivir su vida o lo más valioso lo es para todos los seres humanos independientemente de sus circunstancias?

Para respondernos a esta pregunta, tal vez demasiado complicada, te invito a que rebobines tu historia, a que vuelvas a pasar por la memoria del corazón tu biografía: ¿cuál o cuales han sido los momentos más felices de tu vida? ¿Cuales los menos felices? Puedes tomarte todo el tiempo que precises e interrumpir aquí la lectura de esta entrada, porque vale la pena sondearse a uno mismo con alguna que otra frecuencia.

Pudiera equivocarme, pero muy posiblemente tus momentos esterares habrán sido -y ten por seguro que lo serán-  aquellos en los que te sentiste verdaderamente querido y pudiste querer a lo grande. Sí, es el amor lo que nos colma y da plenitud a todos los hombres, por encima de credos, nacionalidades, gustos y colores. Por ello, San Pablo está muy acertado en su exposición y lo que les escribía a los corintios tiene completa validez también para todos nosotros hoy: aspiremos a los carismas más valiosos, no escojamos lo meramente vistoso.

Y solo el Amor puede posibilitar la mejor de las versiones de cada persona: ama y sé amado, todo lo demás es secundario. Prioriza el amor en tu día a día, en tus relaciones, en tus opciones, y no te quedes en otras ambiciones menos nobles, aunque estén muy consideradas socialmente y cotizadas en las redes sociales. No busques esencialmente los honores, la grandiosidad, el lujo, la opulencia, el poder, el reconocimiento o la vanagloria; busca mejor amar siempre, y solo así encontrarás el tesoro escondido.

El Dios Amor, que Jesús ha encarnado, ya supo vivir así, y nos por ello nos capacita con su amor, con su palabra y con gracia, para que nosotros también podamos vivir como Él, con ese inmenso corazón generoso. Ese es el mayor de los carismas a los que podemos aspirar. Esa es la mejor de las versiones posibles.

¿CUÁNTO ERES CAPAZ DE AMAR?

sábado, 22 de enero de 2022

A vueltas con la paz

A VUELTAS CON LA PAZ



Dicen que las palabras se las lleva el viento, y así es en gran medida, pero no siempre. Puede que haya palabras y palabras. Me explico: son las mismas, esas que estoy empleando en este momento o esas que la Real Academia Española estudia, clasifica, limpia, fija y da esplendor. Pues parece que del todo no se las lleva ninguno de los vientos que soplen, vengan de dónde vengan.

Tampoco se ha llevado las palabras que dijo el que es la Palabra, esto es, Jesucristo, porque la Iglesia a través de la historia, del devenir no siempre proclive a valorar y mantener lo valioso, ha sabido custodiar y proclamar a los cuatro vientos.

También en los anaqueles de la bibliotecas descansan innumerables tesoros de palabras escritas a la espera de su lector. Y mientras aguardan no pierden ni un ápice de su belleza, de su intensidad, de su grandiosa propuesta.

Por tanto, tal vez ocurra que lo que difiere entre esas palabras volátiles, que se lleva el viento sin más ni más, y esas otras que permanecen tan vivas, sea lo qué dicen y el cómo lo dicen.

Hoy vamos a darle la oportunidad a las palabras escritas con el corazón por un hombre admirable, sencillas, pero audaces, porque merecen la pena volver a escucharse y aprender de ellas una vez más.

LA PAZ NUESTRA DE CADA DÍA por José Luis Martín Descalzo

Mi amigo Pepe Cóleras es un antimilitarista furibundo. Vive, desde hace algunos años, obsesionado por el tema de la guerra. Se sabe de memoria el número de cabezas atómicas que tiene cada uno de los posibles contendientes, la instalación de los misiles, la capacidad de sus portaaviones y bombarderos, la cifra de posibles megatones que podrían hacer estallar.

Pero Pepe no se contenta con conocer las cosas: las pone en acción. No hay manifestación antibelicista o ecologista en la que no tome parte. Es experto en pancartas, en slogans, en canciones pacifistas. No fue objetor de conciencia porque descubrió el antimilitarismo cuando ya quedaba lejos el servicio militar, aunque aún sueña a veces con los años de cárcel que hubiera podido pasar en caso de haber sido tan gloriosamente objetor.

Para compensar este retraso, Pepe Cóleras se ha encadenado ya cuatro veces a la puerta de otros tantos cuarteles y ha participado ya en varias marchas contra centrales nucleares, y nada menos que en cuarenta y dos -contadas las lleva- manifestaciones contra la OTAN. Aún enseña con orgullo la cicatriz («la condecoración», según él) que una pelota de goma le dejó en el pómulo y la oreja derechos.

Lo extraño es que todo este pacifismo se le olvida a Pepe en su vida cotidiana, que parece más inscrita bajo el signo de su apellido que de sus planteamientos antibélicos. Porque Pepe es discutidor y encizañador en la oficina, intolerante con su mujer, duro con sus hijos, despectivo hacia su suegra, áspero con su portero y sus vecinos. Y toda la paz que sueña para el mundo se olvida de cultivarla en su casa.

Escribo esta pequeña parábola no para devaluar la acción pública contra la guerra (en un mundo tan loco como éste en que vivimos, todo servicio a la paz merece elogios), sino para recordar que, al fin, la gran paz del mundo sólo se construirá con la suma de muchos millones de pequeñas porciones de paz en la vida de cada uno.

Yo tengo la impresión de que muchos de nuestros contemporáneos viven angustiados ante la idea de que un día un militar o un político idiota apretarán un botoncito que hará saltar el mundo en pedazos, y no se dan cuenta de que hay en el mundo no uno, sino tres mil millones de idiotas que cada día apretamos el botoncito de nuestro egoísmo, mil veces más peligroso que todas las bombas atómicas. Y a mí me preocupa, claro, la gran guerra posible; pero más me preocupa que, mientras tememos esa gran guerra, no veamos siquiera esas mil pequeñas guerras de nervios y tensión en las que vivimos permanentemente sumergidos.

¡Qué pocas almas pacíficas y pacificadoras se encuentra uno en la vida cotidiana! Hablas con la gente, y a la segunda de cambio te sacan sus rencorcillos, sus miedos; te muestran su alma construida, si no de espadas, sí, al menos, de alfileres. ¡Qué gusto, en cambio, cuando te topas con ese tipo de personas que irradian serenidad; que conocen, sí, los males del mundo, pero no viven obsesionados por ellos; que respiran ganas de vivir y de construir!

Hace años se publicó una novela que se titulaba La paz empieza nunca. A mí me gustaría escribir algo que se llamase «la paz empieza dentro». Porque me parece que creer que una posible futura guerra depende, ante todo, de los nervios o de la dureza de los que gobiernan hoy, como se echa la culpa de las pasadas a Hitler o Stalin, es una simple coartada: la fabricación de chivos expiatorios para librarnos nosotros de nuestras responsabilidades. El mundo tiene líderes violentos cuando es el propio mundo violento. Si el mundo fuese pacífico, los líderes violentos estarían en sus casas mordiéndose las uñas. La guerra no está en los cañones, sino en las almas de los que sueñan en dispararlos. Y los disparan.

Me gusta, por eso, que el Diccionario cuando define la palabra «paz» ponga como primera acepción la interior y la defina como la «virtud que pone en el ánimo tranquilidad y sosiego, opuestos a la turbación y a las pasiones».

Con esta definición ciertamente el mundo está ya en guerra. Porque ¿quién conoce hoy ese don milagroso de un alma tranquila sosegada? ¿Quién no vive turbado y con todas las pasiones despiertas? Nunca floreció tanto la angustia; nunca abundó tanto la polémica; nunca fueron tan anchos los reinos de la cólera y la ira. Basta abrir un periódico para comprobarlo.

Y, como es lógico, no estoy hablando de la falsa paz de los cementerios, de la que ya hablara hace un montón de siglos Horacio, el poeta latino. «Hacen un desierto y llámanlo paz.» Hablo, por el contrario, de la paz como florecimiento de la vida, según aquello de Gracián que recordaba que «hombre de gran paz, hombre de mucha vida». 0, si se prefiere, según la mejor definición que de la paz conozco, la que diera Santo Tomás al presentarla como «la tranquilidad activa del orden en libertad». Hoy, es sabido, oscilamos entre el orden sin libertad y la libertad sin orden, con lo que nos quedamos sin tranquilidad y sin acción.

Habría que empezar, me parece, por curar las almas. Por descubrir que nadie puede traernos la paz sino nosotros mismos. Y que cuando se dice que hay que preparar la guerra para conseguir la paz, eso sólo es verdadero si se refiere a la guerra interior contra nuestros propios desmelenamientos interiores.

Las únicas armas verdaderas contra la guerra son la sonrisa y el perdón, que juntos producen la ternura. De ahí que alguien que quiere a su mujer y a sus hijos sea mucho más antibelicista que quienes acuden a manifestaciones. De ahí que un buen compañero de oficina que siempre tiene a punto un buen chiste sea más útil para el mundo que quienes escriben pancartas. O que quien sabe escuchar a un viejo y acompañar a un solitario sea mil veces más pacificador que quien protesta contra la carrera de armamentos. Porque el armamento que más abunda en este siglo xx es el vinagre de las almas, que mata a diario sin declaraciones de guerras.

No puedo ahora recordar sin emoción a uno de los más grandes pacificadores de este siglo, el querido Papa Juan XXIII. Hizo mucho, ciertamente, con su Pacem in terris, pero esta encíclica ¿qué otra cosa fue sino el desarrollo ideológico de lo que antes nos había explicado con su sonrisa? Con mil hombres serenos, sonrientes, abiertos, confiados y humanamente cristianos como él, el mundo estaría salvado. Pero no se salvará con pancartas y manifestaciones.

SÉ TU MEJOR VERSIÓN Y BUSCA LA CONCORDIA PARA ALCANZAR LA PAZ

domingo, 16 de enero de 2022

Con alegría plena

 CON ALEGRÍA PLENA

El evangelio de hoy, segundo domingo de tiempo ordinario, nos presenta el primer signo de Jesús con el que Él, obligado por las circunstancias y solicitado por su madre, interviene como Dios en ayuda de nosotros los hombres. Es sobradamente conocido el pasaje narrado por San Juan de las Bodas de Caná, en donde ante la escasez de vino, y a instancias de María, siempre providente, transforma seis grandes tinajas de agua en el mejor de los vinos para que pueda seguir la celebración.

Es verdad que nosotros también andamos escasos de alegría, dado lo que hemos venido pasando en estos últimos tiempos de incertidumbre, contagios, confinamientos, tristezas, etc. Tanto es así que precisaríamos también una intervención de Jesucristo para recuperar esa ilusión para vivir sin tantos miedos ni tantas medidas de prevención y alejamiento de los demás. Y es que entre unas cosas y otras, se nos ha aguado por completo la fiesta de la vida, que es encuentro espontáneo y confiado entre unos y otros.

Unos queremos ver ya próximo el momento de poder recuperar nuestro acostumbrado modo de vivir y relacionarnos con todos desde el cariño y la amistad, sin mantener esa horrible distancia de separación, sin tapar por más tiempo nuestras sonrisas cómplices y recuperando la necesaria cercanía y el afecto.

Y nosotros a la luz de este evangelio ¿hemos de hacer algo? ¿No nos lanza una propuesta?

Pues sí, lo primero, dejar de quejarnos y compadecernos de nosotros mismos. Después, confiar en María, madre solícita que conoce bien lo que nos pasa, y que nos propone el remedio: que hagamos lo que Él, su Hijo, nos diga; y finalmente escucharle, y cumplir aquello que el Cristo nos indica. Eso es todo.

Es muy fácil, verás: solo con vaciar tus vasijas de egos, miedos y apegos y llenarlas de agua clara, libre y limpia. Entonces Él transformará nuestras aguas y realidades cotidianas en el mejor de los vinos posibles, en la mejor de las versiones que seamos capaces, tan solo porque nos hemos dejado liberar y amar por Él, el amor divino hecho hombre, o si quieres, el hombre hecho amor divino. Su presencia en nosotros y en medio de nosotros ya transforma el agua en vino, lo cotidiano en extraordinario.

Sí, es posible, si te dejas, si te entregas, Él te va a ir transformando en el vino de la vida, de su Vida, en el vino de la alegría, en el vino del amor, y podrás lograr también que la vida de los que aún están tristes sea una fiesta.

CON CRISTO NUNCA SE AGOTA EL VINO QUE DA LA ALEGRÍA PLENA


 

sábado, 8 de enero de 2022

Un nuevo comienzo

 UN NUEVO COMIENZO


Es sin duda una verdadera suerte estar siempre de estreno, estar siempre comenzando, seguir, sí pero seguir en la novedad que cada presente nos va proporcionando. A veces cometemos el tremendo error de dejarnos llevar por la inercia y el atolondramiento sin llegar a caer en la cuenta de que lo más importante de la vida es que esta -y a nosotros con ella- se renueva a cada momento. Sí, lo repito de nuevo, estamos continuamente de estreno, renovándonos.

En estos días que volvemos a las clases después de las vacaciones de Navidad podemos preguntarnos: ¿Cómo volvemos? ¿Qué nuevo comienzo estamos dispuestos a empezar a vivir? ¿Vamos a seguir exactamente igual que antes? ¿O a tiempo nuevo cara y actitud nueva?

Efectivamente estamos ya en el año del Señor de 2022. Hace nada celebrábamos que Jesús nos había nacido en Belén; y después de esto ¿qué? ¿Ha servido para algo su nacimiento? ¿Te ha afectado de alguna manera a tu forma de ser y de vivir? ¿En qué quedó toda la alegría y la ilusión de estos días?

¡Qué bueno sería que de todo lo vivido en estos pasados días, que Dios se hace hombre, pudiéramos sacar algo para esa mejor versión de cada uno de nosotros! ¿Puede ser posible?

Pues para empezar ese año nuevo que como hemos dicho estamos estrenando, si os parece podríamos empezar deseándonos y diciéndonos los mejores deseos que salgan de nuestro corazón. Sí, soñar y desear a lo grande, pero no solo para uno mismo, sino esta vez para los demás. Y si además no nos conformamos solo con desear lo mejor a los demás y expresarlo, sino que además contribuimos a que les ocurra.

Aprovechemos este nuevo comienzo para ampliar un poco la mirada y, en lugar de mirar de manera exclusiva por mi, mis deseos, mis agobios y tristezas, empezamos a incluir a todas aquellas personas que nos aman y amamos. Entonces sí que estaremos estrenando un periodo nuevo, mejor y maravillosos para todos los seres humanos, porque todos estaremos implicados en construir un mundo mejor, conforme a la voluntad de Dios, conforme al corazón inmenso de este Dios con nosotros.

¡¡¡Empecemos!!!



jueves, 6 de enero de 2022

Tu cofre

 TU COFRE




Este periplo navideño va a avanzando, tal y como es costumbre, y hemos llegado a la fiesta solemne de la Epifanía o noche de los Reyes Magos. 

Resulta que ese niño pobre y humilde, al que nadie estaba dispuesto estaba dispuesto a acoger ni en sus hogares, ni siquiera en las posadas de aquella pequeñita aldea hebrea de Belén, salvo aquellos pastorcillos que pernoctaban al raso, bajo un manto inolvidable de estrellas, que fueron capaces de reconocer al Niño y adorarle.

Pero en unos lugares remotos, había ciertos sabios que escrutaban el maravilloso lenguaje de los astros, descubriendo e interpretando lo que el arcano mensaje de los ángeles y los sueños desvelaban a toda la humanidad: que el Mesías esperado nos había nacido. Y se pusieron en camino, porque el acontecimiento no podían ni querían perdérselo. Era un ser único, un momento único, en que Dios se hace hombre y habita entre nosotros. Dejaron sus mansiones, seguridades y posesiones, y se aventuraron para descubrir y reconocer a ese Niño Dios que apuntaban las estrellas.

Esta noche de Reyes es la noche de los niños, y de los que son como niños, por más años que tengan cumplidos, aquellos que a pesar de los desengaños y las rutinas no han perdido aún la capacidad de mirar con la ilusión intacta la maravilla de lo que tienen delante. ¿Podemos ser niños todavía? ¿Confiar y mirar como ellos lo hacen? ¿Hemos olvidado ya esa capacidad de amar, creer y agradecer que caracteriza a los más pequeños de la casa?

Pues resulta que estos Magos de Oriente que acaban de pasarse esta noche por tu casa a traer regalos, como antaño fueron a visitar a Jesús y llevarle lo que ellos eran, lo que tenían, lo que sabían. Podemos decir que ellos sí conservaban esa manera de mirar de los niños, por eso aunque ya habían visto mucho, fueron capaces de ver y reconocer la grandeza de Dios en un pequeñín bien sencillo y humilde.

Si puedes sacar unos minutos acércate a ese Niño que hoy ha sido manifestado y reconocido como verdadero Dios por sus ilustres majestades, y adórale también tú. Que en su pequeñez logres ver la inmensa grandeza de todo un Dios hombre y Salvador. Es el Dios Amor, el Dios débil y frágil, el que por ti se ofrece.

Ofrécele tú lo mejor que llevas en el cofre de tu corazón. No hace falta que sea ni oro, ni incienso, ni mirra, con solo lo que tú eres, tus penas, alegría y anhelos será bastante, porque Él con ello sabe hacer la mejor versión de ti, porque tú eres más valioso que el oro, de mejor olor que el incienso y la mirra, cuando te acercas a Él. Y si llevas el cofre vacío, no pasa nada, porque él con su sola mirada, te lo colma, porque Él todo lo da. Él todo lo regala, pues Jesús es el gran regalo que cabe esperar.