sábado, 18 de mayo de 2024

Todos a una

TODOS A UNA

No importa de dónde vengas, ni lo que pienses, ni tus miedos, ni tus deseos, ni tus metas; no importa el color de tu piel, ni de tus ojos o de tu pelo; no importa tu edad ni tu pasado; no importan tampoco tus gustos o aficiones. No, en serio, el que importas eres tú, tal y como eres, único e irrepetible. Tú, sí, tú, y siéntete invitado al gran regalo de Pentecostés, con el que queda inaugurado este nuevo tiempo eclesial. Porque en este proyecto común de Dios para la humanidad, tiene cabida el proyecto que Dios dispone para ti. Si eres diferente y singular, si simplemente quieres ejercer tu libertad sin recortes, entonces tendrás perfecta cabida. Dios así te quiere y su proyecto así te necesita. Has sido seleccionado.

Se equivocan los que, desde el desconocimiento, piensan que en la Iglesia no prevalece la diversidad, la libertad y la pluralidad. Puede que justamente sea el lugar en donde mayor reconocimiento y estima se da a los distintos carismas, sensibilidades y estilos. La fiesta de Pentecostés es justamente el inicio plural y diverso de la Iglesia. No solo proclamamos nuestra fe en el Dios que integra tres personas divinas, el Dios Trinitario, sino que además, también la Iglesia está consituida por la unión de muchas iglesias, ritos, congregaciones y movimientos muy variados. Todo lo que promueva el Espíritu es querido, valorado, reconocido y plenamente necesario.

Si lo tuyo es la uniformidad, que todos piensen lo mismo, que todos deban desear y comportarse de modo muy parecido, que la diferencia sea exclusivamente apariencia; si tampoco admites la discrepancia, y te solivianta el que con rigor trata de buscar la verdad escondida, no la verdad oficial de lo políticamente correcto o del mero tópico; si admites ese clima de desencuentro actual, polarización y polémica que nos han hecho asumir como inevitable; si crees que el otro, el diferente a ti está totalmente equivocado, que es tu rival o tu enemigo; si lo ves todo en blanco y negro, sin matices, y el mundo se divide claramente en buenos (los tuyos) y malos (el resto); entonces estás muy necesitado del soplo del Espíritu, para sanarte de cierta tendencia fácil al fanatismo y la intolerancia, para nacer a un nuevo paradigma existencial en el cual la vida en comunión es posible y necesaria. ¡Bendito sea el Espíritu libertador y benefactor!

Tanto es así, que hoy tenemos dos versiones distintas en las que se nos narra de manera diferente la venida del Espíritu. Por un lado la que aparece recogida por el evangelista San Lucas en el Libro de los Hechos de los Apóstoles, y por otra, la del evangelio según San Juan. Una no anula a la otra, no se excluyen mutuamente, sino que se enriquecen y complementan. Por ello, si leemos ambas y las unimos, lo que nos transmiten resulta facilita que podamos entender mejor los beneficios que implica recibir el Espíritu Santo:  

1. Permite a los discípulos superar el miedo que les tenía atenazados y escondidos. Tener la confianza necesaria para atreverse y abrir nuevos caminos.

2. Les otorga una paz profunda e inigualable, que libera e integra todo su ser en la aceptación agradecida de la verdad de sus vidas.

3. Abre de tal manera sus entendenderas, que logran reconocer a Jesucristo resucitado, el que es y vive, y esto supone una nueva forma de entender desde la fe la presencia victoriosa de Dios sobre la muerte y el mal.

4. Se llenan de una alegría desbordante y prístina, no superficial y vana, sino de una alegría fundada en la certeza de la pascua y la vida nueva que emerge en todo lo que es, cuando se contempla en el amor de Dios. ¡Bendito sea el Espíritu libertador y benefactor!

5. Son enviados a la misión, a sembrar el Reino de Dios (de justicia, fraternidad, misericordia, concordia...) y posibilitar con su testimonio que en la tierra se inicie ya el cielo prometido.

6. Obtienen una identidad nueva, pues ya son seres bautizados por el Espíritu, y por tanto han nacido ya para la vida eterna, pues participan de la muerte y resurrección de Jesús.

7. Logran hacerse entender, entender y ser entendidos a través de diversas lenguas y culturas. Escuchan y proclaman la Palabra. Son ya valedores del encuentro y el diálogo.

8. Se les concede capacidad (y potestad) para perdonar los pecados y errores que el ser humano se empeña en seguir cometiendo. El mal ha sido y seguirá siendo superado por el amor y el perdón de Dios. ¡Bendito sea el Espíritu libertador y benefactor!

9. Y finalmente consiguen conformar unánimemente, en la riqueza de la pluralidad, en la humildad, la caridad y el servicio, el Cuerpo místico, la Santa Iglesia Católica. Todos nos incorporamos a ese Cuerpo y somos miembros dentro de él para desempeñar con agrado y generosidad nuestras particulares funciones en favor del bien común.

Pero además de todo lo dicho anteriormente, en esta festividad de Pentecostés, el Espíritu no concede sus siete dones para complementar y perfeccionar a los distintos fieles y comunidades según las necesidades que Él estime conveniente. Estos siete dones necesarios son: el don de sabiduría, el don de entendimiento, el don de consejo, el don de ciencia, el don de piedad, el don de fortaleza y el don de temor de Dios. ¿De cuál de ellos te sientes más necesitado para progresar como verdadero cristiano? Pues, recibas los que recibas, acuérdate que no son para ti, sino para ponerlos a disposición de los demás, ya que lo que uno recibe gratis, gratis a de poder ponerlo a disposición de todos.

¿Se puede pedir algo más que lo que el Padre a través de su Hijo nos dona mediante el Espíritu? ¿No es necesario disponerse a recibir la renovación y el impulso que el Espíritu nos concede? Nunca la Iglesia será inmovilista, sino en perpetua transformación por la acción del Espíritu en todos los que lo recibimos y nos comprometemos a vivir más espiritualmente.

Que nuestras comunidades estén prestas y dispuestas para dejarse hacer por el Espíritu que Jesucristo, anunció y prometió. Solo así seremos capaces de ser la Iglesia que Dios quiere y este tiempo necesita.

DÉJATE RENOVAR POR EL ESPÍRITU SANTO

sábado, 11 de mayo de 2024

Vasos comunicantes

VASOS COMUNICANTES


Que nadie se lleve a engaño; no todo es lo que a simple vista pudiera parecernos. Tanto es así que ni siquiera podemos estar demasiado seguros de aquello que hemos dado por sentado conocer. En propiedad ni siquiera conocemos con exactitud lo que precipitadamente afirmamos que no es, pues bien pudiese ser que tan solo lo desconocemos hasta el momento actual. Resulta por ello verdaderamente apasionante querer saber, indagar y cuestionarse. Para nada resulta vano este afán esencial del quehacer humano, bien al contrario, lo lamentable sería desentenderse de la posibilidad de llegar a saber.

Parece bastante claro que para conocer no solo nos es necesario un tipo de saber específico, sino que otros terminan siendo igualmente relevantes y, por tanto, se complementan entre sí, sin anularse entre sí las distintas aportaciones de los múltiples saberes. Las ciencias empíricas, la Filosofía, la Historia, la Teología, la Antropología, la Psicología... todas contribuyen al conocimiento humano. No basta una sola disciplina, de todas precisamos. ¡Ojalá comencemos ya a buscar enfoques más integradores del conocimiento, en lugar de la mera especialización!

Hoy en día gracias a los avances y nuevas teorías de la Física, se está renovando la concepción de lo que hasta ahora dábamos por seguro. En 1927 el físico Wener Heisenberg propuso el principio de indeterminación, según el cual, cuanta mayor certeza se busca en determinar la posición de una partícula, menos se conoce su momento ideal y, por tanto, su masa y velocidad. Esas propiedades de las partículas de la materia se encuentran en estado de superposición, con posibles valores diferentes de posición y momento ideal. Tal vez resulte demasiado compleja esta evidencia de que simultáneamente puedan darse valores muy distintos, dependiendo de la observación llevada a cabo. Bien puede ser, pero esta teoría es la que ha permitido el desarrollo de lo que hoy conocemos como física cuántica, teoría que va a transformar tanto nuestro mundo, como el modo como lo venimos concibiendo.

Sirva este improvisado excurso previo sobre la física cuántica para ejemplificar que lo que nos parece que pueda ser la realidad. No es por ello descartable que pueda darse un estado distinto que se nos ha estado pasando por alto. Así también, según nos cuentan las Escrituras, Jesucristo Nuestro Señor, el Alfa y la Omega, el que asciende a los cielos y regresa a la vera del Padre, sigue a la vez con nosotros. Se va y se queda. Está allí, en la eternidad, junto a Dios Padre intercediendo por nosotros, y sin embargo, también está aquí, presente y actuante en nuestro devenir temporal a través de la Iglesia, la comunidad de bautizados. Y esto puede ser así, tal y como algunos creemos, independientemente de que tú lo percibas, observes y cuantifiques o no.

En realidad Cristo, si se nos permite tirar de otro ejemplo de la Física, podríamos decir que funcionaría como los tradicionales vasos comunicantes: aúna humanidad y divinidad, tierra y cielo, está allí y aquí, ayer, hoy y mañana; y eso es una suerte inmensa, pues, además de las leyes de la Física y de la Lógica, el Amor también posee sus propias leyes operantes. Bien pudiera ser que una de ellas fuese que dónde está y es el Amado, ahí está y es también consigo el ser al que ama. Menudo trasiego de la divinidad estando presente en lo temporal y a la vez en lo eterno, en la tierra y en el cielo, en mí y en ti, fuera y dentro, en la materia e incluso en la no materia. ¿Cómo es esto posible? Para Dios, misterio inabarcable, todo es posible. Del principio de la indeterminación, al principio del amor transcendente que todo lo vincula prodigiosamente.

Es decir, Jesucristo, el hijo de María, murió, resucitó y resucita, y vive ya para siempre. Ahora, tras la fiesta de la Ascensión que hoy celebramos, deja de aparecerse glorioso a los apóstoles para perderse en los cielos. Deja de aparecerse y desaparece para hacerse visible solo por los ojos de la fe y el amor. Se marcha y se queda. Abramos los ojos para ver lo invisible. Reconozcamos su viva presencia mística y escuchémosle, pues nos deja bien clara la tarea encomendad: hemos de comunicar a todo hombre el Evangelio, la buena noticia que, cuando es escuchada y encarnada, nos transforma y salva. Hemos de expandir esa comunidad de creyentes, ofrecer la salvación por medio de una fe transformadora que va volviendo semejantes a Él a todo el orbe. El que quiera que la acoja y se incorpore por el bautismo al cuerpo de Cristo, que es su Iglesia, y vaya labrando el Reino de Dios ya en la Tierra.

Cristo ha subido al cielo, y por ello, cielo y tierra son vasos comunicantes, interrelacionados, superpuestos No olvidemos que el cielo, que se inicia en la vida terrena, es el mejor final para todo este trayecto vital; ni tampoco que nos salvaremos con y por los demás; ni que la Iglesia nos educa y permite ir dando pasos para acercarnos a ese cielo inmanente y transcendente, especialmente a través de la acción del Espíritu.

No era suficiente dejar de verle entre los vivos para aprender a verle radicalmente vivo, y aprender a reconocer que verdaderamente es él, el Señor resucitado y glorioso. Ahora hay se requiere dar un paso más, seguir avanzando en esta capacidad de descubrir al Viviente en la dimensión más profunda de la realidad, sondearle, intuirle, saber reconocer que lo espiritual también se vuelve evidente. Esa capacidad de ver más allá de lo sensible con el sentido de la fe, es ya sin duda participación en su resurrección gloriosa. ¿Y te lo vas a perder? 

sábado, 4 de mayo de 2024

Semejanzas

SEMEJANZAS




Consideramos el tiempo pascual como un tiempo nuevo, lleno de gracia para comenzar a ser de manera genuina y vibrante, es decir, a no vivir acomodados en una rutina monótona y, en definitiva, desprovista de ilusión. Vivimos, sí; seguimos vivos, sí, pero ¿cómo? ¿Estamos aprovechando con entusiasmo nuestras vidas o nos conformamos con solo que vaya pasando ésta sin demasiados sobresaltos? ¿En qué medida estás viviendo o desaprovechando el milagro de tu vida?

Hace tan solo un personaje notorio en la escena pública, de cuyo nombre no hemos de acordarnos, se preguntaba si le merecía la pena seguir con lo que venía haciendo. ¿A nosotros nos merece la pena seguir o hemos de encontrar nuevos caminos por los que aventurarnos en esto de la vida? ¿No será mejor no calentarse más la cabeza con tanta pregunta y dejar de leer este blog de inmediato? Allá tú con lo que haces, pues este blog no se hace responsable.

Para empezar, pretender entender ya es en sí algo notable. Preguntarse si hay alguna manera más acertada de empezar a poder ver la realidad de modo diferente y nuevo, es ya mostrar una inquietud encomiable.  Solo con este cambio inicial de actitud es posible abrir horizontes, ampliar posibilidades para que la vida que uno lleve pueda ser más plena. ¿A qué esperas?

En el evangelio de este domingo VI de pascua, San Juan nos transcribe las palabras de Jesús: "Os he hablado esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud" ¿Y qué es lo que nos encomienda el Hijo de Dios para que estemos rebosantes de esa alegría suya, de ese esplendor diáfano que solo se consigue cuando uno acierta de lleno entre lo que es y hace? ¿Acaso nos va a decir su secreto? Pues, como no podría ser de otro modo, el que no se reservó su vida para sí, nos comunica dónde está el quid de la cuestión más apremiante: "Que os améis los unos a los otros como yo os he amado". Que seamos semejantes a Él en ese amor radical hacia los demás, tal y como Él lo es.

Como Él es semejante al Padre en el amor que se profesan, así nosotros hemos de hacernos semejantes a Él en el amor que desde dentro nos surge y en el que establecemos también la semejanza con nuestros semejantes. Efectivamente, a través de su palabra, asimilada y activa en nosotros, y ayudados por su gracia, esa semejanza que ya llevamos por nuestra condición creatural, puede ir desarrollando esa intrínseca semejanza divina. Tan solo en eso consistirá aprovechar de lleno cada una de nuestras vidas. 

Poseemos una vocación absoluta a la realización del amor que portamos. Esta es nuestra esencia más profunda. Nacemos para el amor, somos amados y vivimos para amar. Cualquier otra manera de situarnos en la existencia solo nos dejará insatisfacción y desencanto.

Si miramos la vida de cualquier ser humano, su biografía, sus idas y venidas, sus triunfos y fracasos, sus errores y aciertos, salta a la vista que todo lo que hace es movido por esa necesidad acuciante de amar y ser amado. Igualmente podemos reconocerlo en la vida de cualquier personaje de ficción que vemos en las grandes obras de la literatura. Todo se reduce a la necesidad imperiosa de amar, aunque tantas y tantas veces, luego ni los personajes ni las personas sepamos llevar a cabo esa preciosa tarea. La mayor de las veces aprendemos a amar según nos han amado a nosotros, incluso aunque no haya sido de la mejor manera. ¿Dónde si no aprender a amar sino en la propia casa, la primera escuela del amor? Y por ello somos eternos aprendices en el amor. Que nuestro amar sea cada vez semejante al amor de Cristo.

Él nos amó primero y nos enseñó a amar sin doblez ni reserva alguna. Se trata de hacernos semejantes a Él en sus sentimientos y acciones. Amar a Dios y al prójimo con todo nuestro ser. Que salte a la vista que al menos en un pequeño grado, estamos volviéndonos semejantes al que asumió nuestra condición. Ninguna otra manera nos convertirá en seres dignos de aquel lugar en el que al final nos examinarán del amor, sí, el cielo, el deseable destino final de toda la aventura vital.

"Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos¨. Sabemos entonces lo que el Amigo nos ha revelado, conocemos el corazón del Padre, su entraña amorosa generadora de vida, seamos pues amigos del Amigo. Hagamos efectiva la semejanza con el Hijo del Hombre, y la vida será Vida, y todo merecerá la pena. Ahí está la fuente de la alegría, en ser transparentes y auténticos con el que es el camino, la verdad y la vida. Lo demás, es ir dando tumbos en los que nos vamos dejando una vida que se nos extingue.
  
Aprovechemos pues este tiempo pascual para afianzar la amistad con el Resucitado, para hacernos semejantes a Él, y por tanto, como todos sus amigos, los santos, también lograr ser semejantes a ellos. De verdad, amigo, que te merecerá la pena.