SEMEJANZAS
Consideramos el tiempo pascual como un tiempo nuevo, lleno de gracia para comenzar a ser de manera genuina y vibrante, es decir, a no vivir acomodados en una rutina monótona y, en definitiva, desprovista de ilusión. Vivimos, sí; seguimos vivos, sí, pero ¿cómo? ¿Estamos aprovechando con entusiasmo nuestras vidas o nos conformamos con solo que vaya pasando ésta sin demasiados sobresaltos? ¿En qué medida estás viviendo o desaprovechando el milagro de tu vida?
Hace tan solo un personaje notorio en la escena pública, de cuyo nombre no hemos de acordarnos, se preguntaba si le merecía la pena seguir con lo que venía haciendo. ¿A nosotros nos merece la pena seguir o hemos de encontrar nuevos caminos por los que aventurarnos en esto de la vida? ¿No será mejor no calentarse más la cabeza con tanta pregunta y dejar de leer este blog de inmediato? Allá tú con lo que haces, pues este blog no se hace responsable.
Para empezar, pretender entender ya es en sí algo notable. Preguntarse si hay alguna manera más acertada de empezar a poder ver la realidad de modo diferente y nuevo, es ya mostrar una inquietud encomiable. Solo con este cambio inicial de actitud es posible abrir horizontes, ampliar posibilidades para que la vida que uno lleve pueda ser más plena. ¿A qué esperas?
En el evangelio de este domingo VI de pascua, San Juan nos transcribe las palabras de Jesús: "Os he hablado esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud" ¿Y qué es lo que nos encomienda el Hijo de Dios para que estemos rebosantes de esa alegría suya, de ese esplendor diáfano que solo se consigue cuando uno acierta de lleno entre lo que es y hace? ¿Acaso nos va a decir su secreto? Pues, como no podría ser de otro modo, el que no se reservó su vida para sí, nos comunica dónde está el quid de la cuestión más apremiante: "Que os améis los unos a los otros como yo os he amado". Que seamos semejantes a Él en ese amor radical hacia los demás, tal y como Él lo es.
Como Él es semejante al Padre en el amor que se profesan, así nosotros hemos de hacernos semejantes a Él en el amor que desde dentro nos surge y en el que establecemos también la semejanza con nuestros semejantes. Efectivamente, a través de su palabra, asimilada y activa en nosotros, y ayudados por su gracia, esa semejanza que ya llevamos por nuestra condición creatural, puede ir desarrollando esa intrínseca semejanza divina. Tan solo en eso consistirá aprovechar de lleno cada una de nuestras vidas.
Poseemos una vocación absoluta a la realización del amor que portamos. Esta es nuestra esencia más profunda. Nacemos para el amor, somos amados y vivimos para amar. Cualquier otra manera de situarnos en la existencia solo nos dejará insatisfacción y desencanto.
Si miramos la vida de cualquier ser humano, su biografía, sus idas y venidas, sus triunfos y fracasos, sus errores y aciertos, salta a la vista que todo lo que hace es movido por esa necesidad acuciante de amar y ser amado. Igualmente podemos reconocerlo en la vida de cualquier personaje de ficción que vemos en las grandes obras de la literatura. Todo se reduce a la necesidad imperiosa de amar, aunque tantas y tantas veces, luego ni los personajes ni las personas sepamos llevar a cabo esa preciosa tarea. La mayor de las veces aprendemos a amar según nos han amado a nosotros, incluso aunque no haya sido de la mejor manera. ¿Dónde si no aprender a amar sino en la propia casa, la primera escuela del amor? Y por ello somos eternos aprendices en el amor. Que nuestro amar sea cada vez semejante al amor de Cristo.
Él nos amó primero y nos enseñó a amar sin doblez ni reserva alguna. Se trata de hacernos semejantes a Él en sus sentimientos y acciones. Amar a Dios y al prójimo con todo nuestro ser. Que salte a la vista que al menos en un pequeño grado, estamos volviéndonos semejantes al que asumió nuestra condición. Ninguna otra manera nos convertirá en seres dignos de aquel lugar en el que al final nos examinarán del amor, sí, el cielo, el deseable destino final de toda la aventura vital.
"Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos¨. Sabemos entonces lo que el Amigo nos ha revelado, conocemos el corazón del Padre, su entraña amorosa generadora de vida, seamos pues amigos del Amigo. Hagamos efectiva la semejanza con el Hijo del Hombre, y la vida será Vida, y todo merecerá la pena. Ahí está la fuente de la alegría, en ser transparentes y auténticos con el que es el camino, la verdad y la vida. Lo demás, es ir dando tumbos en los que nos vamos dejando una vida que se nos extingue.
Aprovechemos pues este tiempo pascual para afianzar la amistad con el Resucitado, para hacernos semejantes a Él, y por tanto, como todos sus amigos, los santos, también lograr ser semejantes a ellos. De verdad, amigo, que te merecerá la pena.
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