jueves, 5 de diciembre de 2024

Con respeto

 CON RESPETO

Los que han vivido mucho suelen advertir la tendencia que seguimos los seres humanos a dar bandazos, pasar con suma ligereza de una tendencia muy acusada a la contraria. Así lo que ayer estaba mal visto hoy es lo que nos parece normal, y lo que antaño se concebía como lo correcto, hoy es sin duda tenido como lo peor. Evolucionar es necesario, adaptarse a los nuevos tiempos también, pero ser meras marionetas de lo que se lleva no es precisamente estar acertado. Tal vez ni lo buenísimo de antes no era lo mejor ni tampoco lo de hoy, con frecuencia opuesto, lo es tampoco. Moderación, sensatez y sentido común frente a los dogmatismos del momento. De ahí la conveniencia de conocer a fondo la Historia, leer o conocer otras culturas, para adquirir un mínimo de perspectiva y distancia a la hora de realizar nuestras ponderaciones y juicios.

En el ámbito que nos ocupa, la educación, también nos dejamos llevar por modas pedagógicas que van y vienen; y abundan también preclaros defensores tanto de lo ultimísimo como aquellos otros aferrados a lo que funcionó en épocas muy distintas a la actual. Pantallas sí, pantallas no; la clase invertida o la clase magistral; el docente como guía o el docente como facilitador; competencias o habilidades; aprender a hacer o aprender a ser. No se para nada aspirar a sentar cátedra, porque habría que considerar múltiples factores en esta cuestión tan compleja y disputada, porque tal vez convenga más bien ser cautos, prudentes y sensatos, evitando filias y fobias extremas. A ser posible todo en su justo medio y medida, porque cada maestrillo tiene su librillo. Si le funciona bien, es que sabe estar, manejarse y si se conecta, es que se ha dado en la clave. 

Tal vez en estos vaivenes podemos perder la cordura; pues si ayer el respeto al profesor era excesivo, hoy asistimos a veces a alumnos que no son demasiado proclives a reconocérselo. No solo en lo que se refiere a la relación profesor alumno, sino en todo tipo de relaciones, poco a poco hayamos ido dado por hecho que eso del debido respeto que nos debemos los unos a los otros, sobra y hasta resulta un anacronismo. Sería una verdadera lástima que entre unos y otros no supiésemos guardarnos el respeto, mediante el cual reconocemos la dignidad del otro y la propia. Parémonos a pensar en qué medida nos guardamos el respeto los unos a los otros. No es que donde hay confianza de asco, sino más bien sería que donde se perdió el respeto da pena y asco, porque destroza la viabilidad de una auténtica relación. 

Ahora bien, una excelente profesora que durante muchos cursos ejerció el noble arte de la docencia en nuestro colegio, solía poner al comienzo de las clases un cartel con alguna frase motivadora referida al respeto como base de toda la relación educativa. No era una profesora cualquiera, era una profesora que nos enseñó a otros mucho profesor, los que tuvimos la suerte de ser sus compañeros y poder aprender con ella. Sabía muy bien lo que se traía entre manos en esto del proceso de enseñanza aprendizaje, pues si no hay respeto no puede darse la relación esencial entre los alumnos y el profesor.

Todos, en mayor o menor medida, reproducimos los comportamientos que vemos. En casa y en clase se ha de experimentar que el respeto y el afecto están por encima de todo. Que hemos de tratar de ayudarnos, que de todos nosotros puede salir la mejor versión posible, y por tanto evitar aquello que muestra nuestra peor versión: las faltas de respeto con los demás y con uno mismo: respetar y respetarse, esto es, respetarnos.

Por ello en este precioso segundo domingo de Adviento, en el que en esta ocasión celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, el bellísimo pasaje del evangelio nos muestra el exquisito respeto con que Dios, a través del ángel Gabriel se dirige a la muchachita que va a terminar siendo la madre del Salvador y la nuestra. Es una escena muy conocida, pero en la que merece la pena fijarse en el trato respetuoso que se refleja en el diálogo que establecen. El ángel Gabriel comienza con un saludo de reconocimiento, sabe ante quién se halla, la Inmaculada, la llena de gracia, a elegida para que la obra salvífica de Dios por los hombres sea realizada. Muy sorprendida por tan extraña visita, María ni se atreve a responder a ese ser espiritual que se le acaba de hacer presente y dirigirle la palabra. Gabriel, conociendo la turbación de María la exhorta tuteándola a confiar. La discreta María le pregunta cómo va a poder ser eso que le está anunciando. El ángel se lo explica con ejemplos indicándole además que para Dios nada hay imposible, y esto que está ocurriendo es obra de Dios. Ella, se muestra disponible, acepta, aunque no estaba en su proyecto inicial, ni tenía todo controlado. Si es de Dios qué protesta puedo formularle, cómo no voy a asumir completamente esta misión.

Y es que el orgullo y la soberbia son muy dados a dejar claro que el que manda, el que decide es él, y si se puede dejar clara la diferencia entre los interlocutores, haciendo de menos mediante malos modos. Sin embargo, Dios pide permiso, no impone, pregunta a María, pues nada hará sin contar con su consentimiento. Respeta a ultranza la libertad de los seres humanos, que es sin duda la primera muestra de respeto. Y María, de igual manera, asume la propuesta en la incertidumbre, porque reconoce, respeta y ama la voluntad de Dios.

Por tanto, no habrá amor donde no ha habido antes respeto ni al otro ni a uno mismo. Es previo, es necesario y capacita para poder conectar y desarrollar ese proceso común de complicidad, servicio y colaboración. Bajemos nuestros aires, eliminemos nuestros enquistados prejuicios, reconstruyamos nuestras relaciones desde la igualdad, el encuentro, la consideración y la estima. Nunca perdamos el respeto. Aunque en posiciones distantes, solo desde el respeto será posible la convivencia y el encuentro.

Que en este tiempo de Adviento aprendamos de María ese trato respetuoso no solo a los ángeles y a Dios, sino a todo lo que viene de Dios: padres, hermanos, compañeros, profesores, amigos, etc. Que como María, reconozcamos, respetemos y amemos lo que la existencia nos depara. Todo ello nos sirve para ser y aprender, para realizar esa persona humilde pero fantástica que todos podemos llegar a ser. Ella es la Inmaculada, la llena de gracia, Nuestra Señora de la Providencia, de la que podemos esperar siempre apoyo, luz y ayuda para aprender a respetar a todos siempre.   





 


sábado, 30 de noviembre de 2024

El gran colapso

 EL GRAN COLAPSO


No es preciso que salga publicado en los medios; que las agencias de noticias difundan terribles sucesos que están ocurriendo, para que nos podamos hacer idea aproximada de la que se nos avecina. Uno ya sospecha, intuye, y adivina por sí mismo, lo que puede llegar a pasar si observamos e interpretamos los síntomas que van apareciendo. Es solo cuestión de estar atentos y advertidos. Muchas veces sabemos que no pinta bien aunque no queramos reconocerlo. Últimamente nos tememos lo peor. Parece que nos precipitamos al fin.

Sin ánimo de ser catastrofistas, un mínimo análisis de la compleja situación por la que estamos pasando no apunta a ser demasiado optimistas: conflictos armados por doquier, polarización ideológica, división social, desinformación a la par que sobreinformación, democracias populistas sin disimulos, inflación descarriada, corrupción sin parangón, consumo disparado de ansiolíticos, la soledad no deseada campa a sus anchas, enfermedades, pobreza, desigualdad, individualismos recalcitrantes, falta de trabajo, precios inasumibles de las vivienda, violencia de género, adicciones, depresiones, etc. Es este un panorama que delata que algo no estamos haciendo bien, es decir, que como sociedad nos conducimos hacia un gran colapso.

Es cierto que ha habido a lo largo de la historia muchos otros momentos de crisis, donde toda una manera de vivir, de concebir la cultura y la civilización, terminan por sucumbir y desaparecer para dar paso a un nuevo periodo. ¿Estaremos ahora en los prolegómenos de un final de época? Y en ese caso, ¿Qué será lo que venga después? ¿Cómo será? ¿Peor o mejor que lo que habíamos conseguido hasta ahora? ¿Podremos seguir considerándonos todavía humanos o pasaremos a esa sociedad posthumanista tan cacareada?

Este panorama, que como se ha indicado, ocurre de manera periódica a lo largo de la historia de la humanidad, también nos sucede a las personas. Cada uno ha de pasar por épocas de crisis, donde todo se viene abajo y hay que empezar de cero de nuevo. No resultan nada fáciles de afrontar ni de superar. Nunca nos viene bien recibirlas, pero van llegando y nos dejan malparados. Cuando llegan, toca asumirlas y tratar de superarlas como buenamente se pueda. Al fin y al cabo, no hay mal que cien años dure, ni recetas para todo, así que con buena disposición, duro trabajo y afán de superación, se suele salir de estas etapas críticas. Incluso si se logra salir, se vuelve más uno mismo y con la lección que nos impone la experiencia bien aprendida.

Así pues, todo final conlleva un principio; cada crisis su superación. Es un volver a empezar continuo, un aprendizaje imprescindible de que en la muerte viene ya una posible forma nueva de vida. Hemos concluido el primer trimestre de nuestro curso, y ya empezamos el siguiente. Uno acaba y da paso al que le sigue. También acabamos de cerrar otro año litúrgico, y ya estamos estrenando el nuevo. Comenzamos como es costumbre por el tiempo de Adviento, tiempo de espera, de maduración, de embarazo, de proceso, pero tiempo asimismo de reinicio. Nos preparamos para lo que viene: la novedad del nacimiento del Señor, que se abaja del cielo para nacer en la tierra como uno más, para hacerse tan hombre, limitado y vulnerable, como cualquiera de nosotros.

Las ciudades se apresuran a disimular el gran colapso inminente con multitud de adornos y luces. Que al menos parezca que todo está maravillosamente bien. La Navidad se ha vuelto meramente un maquillaje, un escaparate que impide ver la cruda realidad. Somos una sociedad que se ha olvidado prácticamente de Dios, y por ello de la mínima humanidad del ser humano, pero que sigue tratando de celebrar una Navidad vacía de verdad profunda, aunque repleta de consumo feroz.

Sin embargo, ante nosotros disponemos una vez más de la oportunidad del Adviento, tiempo idóneo para iniciar un verdadero proceso personal y colectivo encaminado a superar aquello que impide que suceda ese milagro que esperamos: nace Cristo y todo vuelve a ser hermoso y posible. Un nuevo tiempo puede comenzar. La promesa de Dios se cumple, y por ello nuestra esperanza no queda defraudada. Hemos de posibilitar ese nacimiento de Dios, de nuestra propia vida, y de una sociedad fraterna, más conforme al sueño de Dios.

¿Qué has de soltar tú? ¿Qué has de dejar atrás para permitirte ser un hombre nuevo? ¿Qué tendrás que superar? ¿Quién eres realmente tú? ¿Estás dispuesto a prepararte en serio para serlo? ¿Vas a darte esa maravillosa oportunidad? ¿Te vas a conceder ese regalo de dejarte descubrir por el Dios de la pequeñez que viene ya?

No es tan difícil, dentro de ti está esa fuerza inmensa de amor dispuesta a nacer en ti. Y así, solo así, esta vez también la Navidad será un misterio que te cautivará por entero. Cristo nace, y tú puedes hacerlo también con él. Entonces el colapso en tu vida dará paso a una verdadera vida y la Navidad será una eclosión de sentido.

Adviento, tiempo propicio para pasar del gran colapso al esperado y posible renacimiento. ¡Vívelo!







sábado, 23 de noviembre de 2024

Al revés

AL REVÉS


Tantas y tantas veces parece que estamos cortados por el mismo patrón, es decir, lo vemos todo muy condicionados por lo que nos han dicho o hemos creído que era de un determinado modo, eliminando toda posibilidad a cualquier otra manera de entender y explicar la realidad. Nos obcecamos en una reducidísima forma de contemplar cualquier cuestión, y terminamos incluso por aferrarnos desesperadamente a lo que ya sabemos y no nos permitimos abrirnos a otras diferentes maneras de entender, sentir y pensar. ¿Dónde queda la duda o el propio autocuestionamiento? ¿Dónde queda la libertad en definitiva? Que todo sea como uno se ha forjado ya la idea de antemano; y mucho cuidado con el que ose suscitar un modo de entenderlo distinto al mío. A ver si desde pequeñitos nos hemos ido convirtiendo en unos cabezones de tomo y lomo o en unos pequeños (o grandes) intolerantes.

Dicen que de sabios es reconocer los propios errores. No sé si será de sabios, pero al menos parece una manera razonable de permitirse seguir aprendiendo, y además, muestra la humildad al admitir que la ignorancia es aún mucho más grande que el conocimiento alcanzado. "Solo sé que no sé nada" que proclamaba Sócrates, hombre al que le reconocemos tanto su talla humana como sus ganas de conocer de modo radical la escurridiza verdad. Tan solo el que reconoce la cortedad de su saber, se hace capaz de alcanzar conocimientos sorprendentes e inesperados.

Pues tal vez las cosas no son exactamente como conocemos, como nos hemos figurado, como nos han contado o simplemente como nos gustarían que fuesen. Pero así es, y puede resultarnos verdaderamente desconcertarte, aunque muy sano reconocerlo y admitirlo. La realidad siempre lleva razón y termina por imponerse. ¿Aún no te has percatado de ello?

Qué bueno resulta poder aprender del evangelio. Hoy concluye ya este año litúrgico, con esta fiesta de Jesucristo, Rey del universo, para dar paso al tiempo de Adviento. Nos coloca ante el final de la vida de Jesús, que compadece ante Pilato. Frente a frente, el que ostenta el poder de la Roma imperial y el que es entregado como reo por haber afrontado sin tergiversación lo que es el ser humano y lo que debería ser a la luz del amor de Dios. Nuestra verdad, frente a la verdad interesada y parcial de aquellos que sirven a otros señores terrenales, pero no al Señor que hizo el cielo y la tierra y cuanto contienen.

Sabemos bien que a lo largo de la historia, y en la actualidad no nos quedamos atrás, los poderosos han hecho lo posible para distinguirse del resto de los mortales, en el oropel y en el fasto, así como en la más descarada y vergonzosa opulencia. Se sirven de ellos, pero no les sirven. Con Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es al revés, todo lo pone al revés (los últimos serán los primeros) y el reo es el verdadero rey, el vencedor de lo que tan solo Él ha sido capaz de vencer: el mal y la muerte.

Insuperable escena en que ambos, Pilato y Jesucristo, son protagonistas que comparten la misma condición humana, el mismo tiempo y el mismo espacio (el pretorio); que se miran y conversan, aunque no como iguales. Sin embargo, hay una inmensa distancia, el que tiene el poder terrenal, incluso sobre la vida y la muerte, es incapaz de salvar al inocente, casi ni se molesta, el vale con guardar las apariencias. Pilato cree que sabe, se tiene por audaz, pero no está dispuesto a abrirse a un conocimiento profundo. Solo es un político, sujeto a fines prácticos, los suyos. El supuestamente todopoderoso Pilato, por carecer, carece hasta de la más mínima moral a la que ajustarse; actúa como un dios sin serlo y es incapaz de reconocer al que tiene delante de sí. Está obligado a complacer a los que pueden desestabilizar su posición privilegiada. Y nunca va a asumir ese riesgo.

Por otra parte, el que compadece ante Pilato, desposeído de todo poder y dignidad, el que va a ser juzgado sin misericordia y condenado sin piedad, es el que ha venido a juzgar y perdonar al género humano. El que muere entregando su vida, es el rey humilde y auténtico que salva a su pueblo venciendo en la cruz al pecado, al individualismo de tantos Pilatos que solo miran por su propia conveniencia, y también a la muerte, para darnos vida con su Resurrección. "Tú lo has dicho, soy rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo", sí para enseñarnos a ver todo al revés, no al modo usual de los hombres, sino en su verdad más luminosa y transcendente.

Ecce Homo. He aquí el hombre, y el Dios hecho hombre, y único al rey vencedor, el alfa y la omega, el  Señor del universo, el camino, la verdad y la Vida. En su Reino todos somos igualmente dignos, hijos de Dios y hermanos. Es el Reino definitivo y restaurado por Dios. El mundo al revés e inconcebible, pero paradójicamente cierto, pues no hay otra forma de ejercer el poder que sirviendo. Ojalá nosotros sí veamos lo que Pilato no supo ni sospechar ni reconocer ni admitir: la realeza rotunda de Jesús. 

sábado, 16 de noviembre de 2024

Aún queda tiempo

 AÚN QUEDA TIEMPO


De manera inexorable, sin hacerse casi notar, como de puntillas, el reloj no da tregua a ninguna hora, y sigue su curso ajeno tanto a nuestras alegría y a nuestras penas, que de todo hay según vengan los acontecimientos, y según también cómo se los tome cada uno. Habrá quien prefiera no caer en la cuenta del avance incesante del tiempo, y vivir como si nada sucediese, como si no pasara la vida, como si no fuera con él. ¿Es que acaso no notas los estragos que la edad va produciendo en ti como el más artero de los artesanos? ¿Qué sería si no de la potente industria de cosméticos que ralentizan, supuestamente, el deterioro apreciable del cuerpo? ¿Qué esfuerzos no se exige la investigación farmacéutica en I+D para garantizarnos, sea como sea y cueste lo que cueste, una larga vida saludable y feliz?

Les habrá también los que miran hacia atrás con nostalgia, seguros de que cualquier tiempo pasado fue mejor, aferrándose a recuerdos de una etapa ya ida, como si el cielo y la tierra nueva prometidos no pudieran ser más que el Edén primero. Sin embargo, en las lecturas de este domingo XXXIII se nos recuerda que el tiempo sigue sucediendo, y que de igual manera que hubo un comienzo para todo, es seguro y esperable que llegará también el fin. Lo sabemos, es de sobra sabido, aunque prefiramos olvidarnos, como si con ello, sumidos en la ignorancia voluntaria, nos fuese más asequible seguir viviendo al margen de lo que termine ocurriendo.

En la anterior entrada de este blog, veíamos que a veces todo se renueva misteriosamente, como si no tuviese nunca fin; se trataba aquello que calificábamos de inagotable, y que nos predisponía a entregarnos generosamente en todo aquello que emprendamos. En este final de tiempo ordinario, se nos presenta otro aspecto imprescindible, contrario y complementario: la caducidad. Hemos de estar por tanto atentos a lo que acaece y a los signos de los tiempos; hemos de vivir prevenidos, como si todo fuera a cumplirse y terminarse de un momento a otro. Que no nos pille despistados, sino bien informados y preparados para actuar de manera adecuada y responsable.

No están de más las alertas, esas que a veces aunque necesarias, terminan llegando demasiado tarde. Esta no nos llega al móvil, nos llega directamente por vía del evangelio. Estad avisados; estad en sobre aviso; estad alertas, atentos, vigilantes, porque en el momento menos pensado ocurre lo que siempre termina ocurriendo. No hay modo de evitar lo inevitable ni de remontarse atrás, al pasado, para tratar de poner remedio a lo que ya no tiene remedio, aunque en su día sí lo tuvo. Actuemos cuando aún quede tiempo, sí ese tiempo tan preciado y necesario que se nos escapa tan callando.

Prepárate, pues, ahora, para lo que venga, que no te pille a contra pie, y no dejes de ser consciente que se cumplirá el plazo, tarde o temprano. Aún estamos a tiempo, y por tanto, aprovecha, disponte, céntrate en lo esencial e importante y no dejes que se te escape tu propia vida por los derroteros que no quisieses. Espabila, aún estás a tiempo; aún nos queda algo de tiempo, aunque no sepamos calcular con precisión cuánto será. No dejes para mañana lo que debas ser hoy. Apresúrate a cambiarte hoy mismo, porque se cumple el tiempo, la tarde avanza y ya va apagándose lentamente el día. Recapacita, reflexiona: ¿Estás viviendo? ¿Estás amando? ¿Estás cumpliendo con lo que se te ha pedido o dejaste que se te fuese la vida en entelequias y bobadas?

Nadie cuenta con todo el tiempo del mundo, y por ello, lo quieras o no, lo sepas o no, al final se te pedirá cuenta. ¿En qué gastaste tu tiempo? ¿Qué fue lo que hiciste con tus talentos? Y entonces, con el tiempo cumplido, no habrá vuelta de hoja, entregarás lo que has sido sin subterfugios ni engaños, la sola verdad de lo que hiciste y fuiste, y Dios misericordioso sabrá corresponderte.

Entonces ¿Qué mejor que ser desde ya muy Provi? Porque sí, también se cumple el tiempo estipulado y llega ya el día de la Provi, el día de Santa María de la Providencia, la fiesta de nuestro colegio. ¿Te estás preparando? ¿Vas a vestirte de gala, como la ocasión lo merece, o es que piensas quedarte al margen, sin venir, vivirlo ni celebrarlo con todos los que formamos el colegio? Tú decides.

MUY FELIZ SEMANA DE LA PROVIDENCIA

sábado, 9 de noviembre de 2024

Inagotable

INAGOTABLE


Vivimos precipitadamente; vivimos bajo el agobio de lo inmediato y lo urgente; malvivimos inmersos en un ritmo trepidante de consumo precipitado. Se nos agota en una desproporcionada y frenética jornada, en la que no hemos podido llevar a cabo todo lo que hubiésemos debido. ¿A qué es debido? ¿Es que nunca es suficiente? ¿Adónde nos van a llevar tanta actividad y tanto agobio? Los adultos hace tiempo que hemos perecido en esta zozobra consumista de actividades que nos deja sin tiempo para nada verdaderamente relevante. Pero lo peor es que en esta insana vorágine ya estamos introduciéndoles a nuestros hijos: después del colegio, a inglés, luego a defensa personal, fútbol, ala delta y hasta macramé si se tercia, el caso es tenerles ocupados, poco importa en qué. La actividad por la actividad, del mismo modo que antaño se reivindicaba "el arte por el arte".

Así no podemos seguir. ¿Se podría parar en algún momento y recobra cierta cordura? Porque cuando llega el esperado fin de semana, volvemos a meternos es esa inercia desgastante de frenéticas actividades. Tal vez habría que plantearse empezar a vivir de otra manera, sin tanta necesidad autoimpuesta, con lo esencial. ¿Para qué tanto? Pues parece que hemos caído bajo el yugo de la cantidad, en perjuicio de la calidad. ¿Acaso nos merece la pena acabar exhaustos y seguir tirando como uno pueda? 

Resulta inevitable no acabar afectado en mayor o menor grado, viviendo como vivimos en una sociedad radicalmente materialista y consumista. Así, a uno le da por tener mucha ropa, otros por acumular abalorios, el otro por amigotes y fiestuquis como si no hubiese mañana, otros por viajes y más viajes, o hay quién se dedica a obtener los trofeos de muchas relaciones pseudo afectivas de usar y tirar; el otro por incrementar los seguidores en las redes, o por tener saturados los dispositivos móviles de fotografías, etc. ¿Y tú? Efectivamente, puede ser también este consumo excesivo un recurso como otro cualquiera para tratar de huir de uno mismo, de su propio vacío interior, y hasta de la propia verdad de la que trata de escapar cómo sea.

Sin embargo, las lecturas de este domingo XXXII de tiempo ordinario (b) nos conciencian que lo que cuenta a ojos de Dios es lo poco, cuanto menos mejor, pues cuando algo es de menor valor, más valioso resulta a los ojos de Dios. ¿Podría resultarnos interesante y benéfico este modo de plantearnos la verdadera importancia de lo pequeño? Eso es para Dios, sí, ¿pero puede serlo también para nosotros, simples mortales? Sí, sin duda lo es, porque cuando se logra ver que si uno empieza a dar de lo que tiene y de lo que es, cuando uno se pone en la dinámica de ser para los demás, es decir, en la dinámica de la entrega sin reservas, descubre una fuente inagotable (sí, inagotable) dentro de sí.

De Dios también es propio eso de ser inagotable, por lo que, en nuestra pobre medida, cada uno de nosotros ha de poder llegar a asemejarse a Dios en esto de darse y darse con entusiasmo, ilusión, y completa gratuidad. Entonces irá ocurriendo ese pequeño milagro -y por tanto grande- que las fuerzas y los propios recursos, el amor, no se agotan, sino que se renuevan incesantemente, en contra del primer principio de la lógica económica.

Por ello, se hace necesario señalar el reconocimiento a todas aquellas personas que han salido de su comodidad y su pequeño mundo satisfecho, para volcarse en las labores de ayuda a los damnificados de la catástrofe humanitaria ocurrida en la zona de Valencia y aledaños. Mientras que los de siempre, más ocupados en la cuantificación voraz de lo suyo, y en el escurrir el bulto a toda prisa echándose la responsabilidad los unos a los otros, nos encontramos con múltiples hombres y mujeres de bien, anónimos, como la viuda de Sarepta que atendió al profeta Elías, con sus últimos recursos. o como la pobre viuda del evangelio que entregó lo poquito que le quedaba para seguir malviviendo. Lo pequeño es grande cuando lo ve Dios, pero también a nuestros propios ojos cuando los protagonistas son personas que les falta tiempo para tratar de remediar las carencias de los otros. Sí, en medio de escenas de auténtica destrucción, hemos contemplado la belleza de personas de buen corazón, dispuestas a remediar en la medida de sus posibilidades, el sufrimiento y la desesperación de sus semejantes.

Lo que vio Jesús y lo reconoció ante el altar de las ofrendas, según nos narra hoy el evangelio, también lo podemos ver nosotros. Mientras haya personas que se lo quitan a sí mismos y lo ponen a disposición del necesitado, habrá esperanza, no estará todo perdido, ni el mal tendrá la última y definitiva palabra. Frente a la tiranía de la cantidad, triunfará la ley de la calidad, la calidez y la caridad, que es admirable en los seres humanos cuando saben construir un mundo nuevo y humano, ese que nos exige el evangelio. ¡Qué grandeza la de todos estos voluntarios de tan buena voluntad!  

También tú descubrirás en ti una fuente inagotable, la del amor generoso, cuando conectes con los otros y vivas para que ellos también ellos vivan, pasando del límite del egoísmo al compromiso por el bien común. Porque en definitiva, lo que de verdad importa no es acumular y acumular, sino compartir con los demás.

viernes, 1 de noviembre de 2024

Inseparables

INSEPARABLES


Lo propio en estos tiempos que corren es la división, la autoafirmación, exigir que se me reconozcan mis derechos -lo que es muy loable-, si además fuera parejo al consecuente reconocimiento de los derechos de los demás, del derecho también a la diferencia, al respeto y hasta la defensa de la alteridad. Se va a terminar por hacerse necesario empezar a educar una actitud inclusiva, no ver en el otro a un enemigo a combatir, sino a un semejante, a un prójimo, a un igual, a un hermano, a alguien tan digno como yo de valoración, respeto y cuidado. Inclusiva será esa concepción que integra al otro en un reconocimiento mutuo en el nosotros fraterno.


En una sociedad de individuos ferozmente individualistas, en la que cada uno mira exclusivamente y lucha por lo suyo y sus intereses particulares, tarde o temprano terminará por irse todo al traste. Leemos en el libro del Génesis que al parecer del Creador no es bueno que el ser humano esté solo ni aislado. Somos, pues, seres relacionales o no somos. De ahí la importancia de no echar en el olvido el lema de nuestro colegio y de nuestra Fundación: ser para los demás. Nadie es autosuficiente, nos necesitamos los unos a otros para complementarnos, para mejorarnos y, en definitiva, para vivir y convivir. Solo así podremos comprometernos en un mundo mejor, en el que todos quepamos, porque por fin vuelve a ser conforme a la voluntad de Dios amor.


A pesar de encontrar por doquier la discordia y el enfrentamiento, llama poderosamente la atención -y hemos de aprender a reconocerlo-, cuando ocurre justamente lo contrario y prevalece la unión frente a la división, es decir triunfa el amor en lugar del egoísmo. La unión fiel en el amor tan profundo que vuelve inseparables a una madre y a su hijo, o el abrazo cordial con que se funden los verdaderos amigos, porque lo que Dios Amor ha unido, no debe separarlo el hombre. Unamos, amemos e impidamos que entre nosotros surja cualquier conato de división. O también las escenas de cientos de voluntarios prestos a ayudar a las víctimas de las catástrofes vividas en nuestro territorio. Esa corresponsabilidad para con el que sufre nos hace humanos y admirables, cuando nos sentimos inseparables.


Hemos de dejarlo claro: es justo esto lo que nos traemos entre manos día tras día en la escuela. Tan para los demás es el profesor respecto a sus alumnos, como los alumnos respecto a sus profesores. Hemos de colaborar y ayudarnos. Es precisamente esa la relación educativa, el proceso de enseñanza-aprendizaje, que no puede darse sin conectar personas en una labor maravillosa y creativa de conformar personas, libres, conscientes, comprometidas, agradecidas y transformadoras. Entonces se entiende que el evangelio sea el mejor abono para hacernos dar fruto, no reservarse nada para uno, sino afanarse en el amor por los demás.


En el Evangelio de este domingo 31 del tiempo ordinario, se nos incide en que no es posible separar el amor con todo el ser a Dios y por otro a los hombres. Ambos son el único mandamiento que resume el imperativo moral para realizarnos como personas, como seres que logran reflejar el mismo amor que Dios nos tiene en sus vidas y en el trato a los demás.


Amar a Dios y al prójimo resultan ser mandamientos son inseparables: 'Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel,  el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos»'.


Por ello, aunque no está del todo mal amar al prójimo sin amar a Dios o tampoco amar a Dios, olvidándonos de amar también al prójimo, lo que realmente cumple de manera efectiva la prioridad del mandato que Jesús nos expresa, es integrar en un solo amor unificado y totalizador ese amor en que amamos a Dios a través del prójimo, y a la vez, amar al prójimo a través de Dios; esto es, orar con nuestros actos, y transformar (y transformarnos) con nuestra oración. Es un mismo amor inseparable, como la raíz, el tronco y las hojas. Es posible no separar ese amor completo; así lo hace Jesús, y así lo hacen los innumerables santos que en estos días hemos celebrado con intenso gozo. No consiste más que en ejercicio de la caridad, una caridad sin engaños.


Porque si separas y divides el amor a Dios con todo tu ser, del amor con todo tu ser al prójimo, no estás amando como ama el Amor, algo aún te queda para que ese amor que te constituye esté completo y sea auténtico. Por contra, si no separas lo inseparable, entrarás en un círculo virtuoso que se retroalimente incesantemente por la gracia, de la misma manera en que lograron vivir los santos, los amigos de Dios.


sábado, 26 de octubre de 2024

Vivir para ver

 VIVIR PARA VER


La costumbre es sin duda positiva, porque nos da la sensación de aparente seguridad y control, y por ello, los temores no logran que perdemos la calma. La costumbre no debería facilitar ni que la ansiedad ni el estrés nos dominen. Pero, tal vez, como ya nos advertían los sabios griegos, todo en su justa medida, porque un exceso de costumbre, donde nos vamos dejando amodorrar por un "día de la marmota" interminable, puede terminar resultando verdaderamente nocivo y anestesiante. Sin duda, el exceso de monotonía cansa y termina por alienarnos.

Los que tenemos la gran fortuna de gozar del sentido de la vista, aunque precisemos el uso de lentes correctoras, nos terminamos acostumbrando tanto a ver, que no caemos en la cuenta de lo maravilloso que nos resulta poder disfrutar del sentido de la vista. Sin embargo, aún disponiendo de la posibilidad de ver, no queremos ver. En este sentido, contamos con el conocido dicho de que "no hay peor ciego que el que no quiere ver". Porque a cualquier persona privada del sentido de la vista que se le preguntase si quiere ver, no dudaría en dar de inmediato una respuesta afirmativa.

En la primera lectura de este domingo XXX de tiempo ordinario (ciclo b) nos encontramos con el profeta Jeremías. Y es que el profeta es precisamente el que ve y habla de lo que ve. El profeta ve aquello que no es evidente, aquello que está como en el famoso ángulo muerto de nuestra precipitada observación, y se nos pasa por alto.

Necesitamos profetas, seres dotados de ese superpoder de visión, esa vista sagaz, crítica y utópica que atisba caminos novedosos por los que deberíamos transitar para poder construir un mundo más humano y conforme a la voluntad de Dios. Por eso el Señor, presto a auxiliar a su pueblo, nos los suscita. Los profetas son testigos de Dios, que se preocupa por nuestro bienestar, por nuestro buen hacer, por nuestra salvación. Ellos anuncian un mundo nuevo, posible y deseable, pero nosotros con una ceguera pertinaz insistimos también en desoírlos, y si hiciese falta acallarlos. La propuesta de Dios para los hombres no suele ser bien recibida, más bien al contrario, nos incomoda, porque ni la queremos ver, ni escuchar, ni en definitiva vivir.

Una y otra vez Dios insiste en facilitarnos las cosas, ayudarnos a llevar una vida digna y feliz para todos. Cree en nosotros, nos da una nueva oportunidad para que construyamos en libertad esa sociedad justa y fraterna. Pero al mismo tiempo nosotros los hombres nos empeñamos en que no sea así. Pero Él sigue insistiendo, no, no desiste, tal vez sea porque es nuestro Padre, todo misericordia.

En la carta a los Hebreos vemos que además de elegir incansablemente a sucesivos profetas, también nos ha enviado a su Hijo. Jesús es el mesías, el mediador definitivo, nuestro Salvador. Dios no podía estar más grande con nosotros, y por eso estamos alegres (salmo 125). Aquel que necesitábamos se ha encarnado, muerto y resucitado, y vivo para siempre, no deja de abrirnos nuestros ojos y oídos para que veamos el amor del Dios, que nos ofrece el camino de la vida. Sí, vivir para ver, pero también podríamos decir que precisamos ver para vivir.

Debe de haber muchos tipos de cegueras: la del que no quiere ver, la del que se refugia en la mentira, la del que actúa de noche para no ser visto, la del que no se atreve a ver, la del que no es capaz de ver más allá de sus narices, de sus intereses y de su egoísmo. A la luz de Cristo, de su palabra, cada uno hoy puede ponerse a dilucidar su propia ceguera. Pero sobre todo, hoy es la ocasión propicia para pedirle a Cristo, que pasa a nuestro lado, que como el ciego Bartimeo, nos devuelva la vista. Que podamos ver con los ojos de un niño, que quiere conocer y que se admira constantemente con el mismo candor primero en la mirada, esa mirada confiada del con la que el niño reconoce el amor comprometido de su madre. Ver a la manera en que Cristo nos mira, sin juzgarnos, con ternura y amor restaurador.

Pidámosle a Jesús que tenga misericordia y nos devuelva una mirada nítida para ver la verdad y ser capaces de amarla. No nos cansemos tampoco nosotros de solicitarse esa merced: que tenga piedad de nosotros y nos permita ver con amor las cosas de Dios y de los hombres. La mirada de Dios se caracteriza por verlo todo con amor. Que nos enseñe a mirar así, de veras, con el corazón, y a seguirle agradecidos y comprometidos. Miremos más y mejor, y amemos igualmente más y mejor. Que nuestra fe nos salve y salve, como a Bartimeo, y nos capacite para mirar con misericordia y compasión a cuantos pasan junto a nosotros en el camino de la Vida. Pero ojo, a ver si nos va a dar al mismo tiempo que recuperamos la capacidad de ver, ojos y boca de profeta para que proclamemos que este es tiempo de conversión y salvación para todos.

¿Y tú qué le quieres pedir? Deja ya de estar postrado al borde del camino, salta, deja el manto y ves tras el Señor.