CON RESPETO
Los que han vivido mucho suelen advertir la tendencia que seguimos los seres humanos a dar bandazos, pasar con suma ligereza de una tendencia muy acusada a la contraria. Así lo que ayer estaba mal visto hoy es lo que nos parece normal, y lo que antaño se concebía como lo correcto, hoy es sin duda tenido como lo peor. Evolucionar es necesario, adaptarse a los nuevos tiempos también, pero ser meras marionetas de lo que se lleva no es precisamente estar acertado. Tal vez ni lo buenísimo de antes no era lo mejor ni tampoco lo de hoy, con frecuencia opuesto, lo es tampoco. Moderación, sensatez y sentido común frente a los dogmatismos del momento. De ahí la conveniencia de conocer a fondo la Historia, leer o conocer otras culturas, para adquirir un mínimo de perspectiva y distancia a la hora de realizar nuestras ponderaciones y juicios.
En el ámbito que nos ocupa, la educación, también nos dejamos llevar por modas pedagógicas que van y vienen; y abundan también preclaros defensores tanto de lo ultimísimo como aquellos otros aferrados a lo que funcionó en épocas muy distintas a la actual. Pantallas sí, pantallas no; la clase invertida o la clase magistral; el docente como guía o el docente como facilitador; competencias o habilidades; aprender a hacer o aprender a ser. No se para nada aspirar a sentar cátedra, porque habría que considerar múltiples factores en esta cuestión tan compleja y disputada, porque tal vez convenga más bien ser cautos, prudentes y sensatos, evitando filias y fobias extremas. A ser posible todo en su justo medio y medida, porque cada maestrillo tiene su librillo. Si le funciona bien, es que sabe estar, manejarse y si se conecta, es que se ha dado en la clave.
Tal vez en estos vaivenes podemos perder la cordura; pues si ayer el respeto al profesor era excesivo, hoy asistimos a veces a alumnos que no son demasiado proclives a reconocérselo. No solo en lo que se refiere a la relación profesor alumno, sino en todo tipo de relaciones, poco a poco hayamos ido dado por hecho que eso del debido respeto que nos debemos los unos a los otros, sobra y hasta resulta un anacronismo. Sería una verdadera lástima que entre unos y otros no supiésemos guardarnos el respeto, mediante el cual reconocemos la dignidad del otro y la propia. Parémonos a pensar en qué medida nos guardamos el respeto los unos a los otros. No es que donde hay confianza de asco, sino más bien sería que donde se perdió el respeto da pena y asco, porque destroza la viabilidad de una auténtica relación.
Ahora bien, una excelente profesora que durante muchos cursos ejerció el noble arte de la docencia en nuestro colegio, solía poner al comienzo de las clases un cartel con alguna frase motivadora referida al respeto como base de toda la relación educativa. No era una profesora cualquiera, era una profesora que nos enseñó a otros mucho profesor, los que tuvimos la suerte de ser sus compañeros y poder aprender con ella. Sabía muy bien lo que se traía entre manos en esto del proceso de enseñanza aprendizaje, pues si no hay respeto no puede darse la relación esencial entre los alumnos y el profesor.
Todos, en mayor o menor medida, reproducimos los comportamientos que vemos. En casa y en clase se ha de experimentar que el respeto y el afecto están por encima de todo. Que hemos de tratar de ayudarnos, que de todos nosotros puede salir la mejor versión posible, y por tanto evitar aquello que muestra nuestra peor versión: las faltas de respeto con los demás y con uno mismo: respetar y respetarse, esto es, respetarnos.
Por ello en este precioso segundo domingo de Adviento, en el que en esta ocasión celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, el bellísimo pasaje del evangelio nos muestra el exquisito respeto con que Dios, a través del ángel Gabriel se dirige a la muchachita que va a terminar siendo la madre del Salvador y la nuestra. Es una escena muy conocida, pero en la que merece la pena fijarse en el trato respetuoso que se refleja en el diálogo que establecen. El ángel Gabriel comienza con un saludo de reconocimiento, sabe ante quién se halla, la Inmaculada, la llena de gracia, a elegida para que la obra salvífica de Dios por los hombres sea realizada. Muy sorprendida por tan extraña visita, María ni se atreve a responder a ese ser espiritual que se le acaba de hacer presente y dirigirle la palabra. Gabriel, conociendo la turbación de María la exhorta tuteándola a confiar. La discreta María le pregunta cómo va a poder ser eso que le está anunciando. El ángel se lo explica con ejemplos indicándole además que para Dios nada hay imposible, y esto que está ocurriendo es obra de Dios. Ella, se muestra disponible, acepta, aunque no estaba en su proyecto inicial, ni tenía todo controlado. Si es de Dios qué protesta puedo formularle, cómo no voy a asumir completamente esta misión.
Y es que el orgullo y la soberbia son muy dados a dejar claro que el que manda, el que decide es él, y si se puede dejar clara la diferencia entre los interlocutores, haciendo de menos mediante malos modos. Sin embargo, Dios pide permiso, no impone, pregunta a María, pues nada hará sin contar con su consentimiento. Respeta a ultranza la libertad de los seres humanos, que es sin duda la primera muestra de respeto. Y María, de igual manera, asume la propuesta en la incertidumbre, porque reconoce, respeta y ama la voluntad de Dios.
Por tanto, no habrá amor donde no ha habido antes respeto ni al otro ni a uno mismo. Es previo, es necesario y capacita para poder conectar y desarrollar ese proceso común de complicidad, servicio y colaboración. Bajemos nuestros aires, eliminemos nuestros enquistados prejuicios, reconstruyamos nuestras relaciones desde la igualdad, el encuentro, la consideración y la estima. Nunca perdamos el respeto. Aunque en posiciones distantes, solo desde el respeto será posible la convivencia y el encuentro.
Que en este tiempo de Adviento aprendamos de María ese trato respetuoso no solo a los ángeles y a Dios, sino a todo lo que viene de Dios: padres, hermanos, compañeros, profesores, amigos, etc. Que como María, reconozcamos, respetemos y amemos lo que la existencia nos depara. Todo ello nos sirve para ser y aprender, para realizar esa persona humilde pero fantástica que todos podemos llegar a ser. Ella es la Inmaculada, la llena de gracia, Nuestra Señora de la Providencia, de la que podemos esperar siempre apoyo, luz y ayuda para aprender a respetar a todos siempre.