sábado, 27 de mayo de 2023

Más vida

MÁS VIDA


La aceptación es siempre la primera forma en que uno va asumiendo lo que es y lo que se vive. Pero cuánto nos cuesta aceptar la vida tal y como es, aceptar a los demás tal y como son, aceptarnos a nosotros mismos tal y como somos, y hasta aceptar que sea Dios el que ocupe el lugar de Dios en nuestras vidas, y no nosotros, ni cualquiera de los múltiples ídolos que se nos antoje en cada momento. Por tanto, bendita aceptación que nos impide seguir renegando de todo y todos, para empezar a valorar y agradecer tanto de tantos. 

Ponerse en verdad ante uno y ante Dios, que como decía la Santa, es justamente en lo que consiste la gran virtud de la humildad, solo va a ser posible si pasamos por el saludable umbral de la aceptación. Porque solo en la humilde aceptación es posible comenzar a despojarse de lo accesorio, de todo aquello que nos impide ser y avanzar hacia lo que realmente somos: buscadores de esa agua viva recibida que sacia y hace brotar torrentes impensables en el interior. 

Precisamos desinstalarnos de tanta superficialidad que, en lugar de facilitar que nos aceptemos y nos asumamos, promueve que tendamos a juzgar y condenar lo que no encaja con nuestro modo de concebir, lo que no concuerda con nuestros propios prejuicios. No, no nos quedemos, por tanto, en una simpleza reductora que no admite que la vida y que la realidad son múltiples, diversas y plurales. Solo así podremos favorecer de manera efectiva la acción del Espíritu en nosotros, que, de modo único y profundo, nos capacita para una libertad sin engaño.

Así, si aspiramos a más vida, a más plenitud, a más libertad y a más felicidad, lo primero que habremos de hacer es aceptar sin más lo que hay, llegando incluso a maravillarse de ello, porque es en sí bueno, hermoso y amado tal cual es. Después, a ser posible, habremos de favorecer el vaciamiento de todo aquello que nos va impidiendo ser, y solo ser, esencial y radicalmente. Tampoco esto es fácil, porque para construir nuestra identidad a menudo procedemos a levantar una torre con todo aquello que percibimos como necesario, y al final, esa torre tan segura se termina convirtiendo en una muralla en la que poco a poco nos hemos encerrado sin pretenderlo, no permitiendo ni la entrada de nada ni nadie, pero tampoco la salida. Abramos las compuertas al Espíritu transformador.

Y finalmente, tras la aceptación y la apertura, ya solo nos resta dejarnos soplar por ese aliento divino que enciende el fuego que no quema, pero alienta; dejarnos hacer por la acción de Dios mediante el Espíritu que Jesucristo nos dona. Ese Espíritu suelta, libera y diversifica, a la vez que consolida la unidad fundamental entre los creyentes.

No seamos como el mundo trata de imponernos, haciendo imposible el entendimiento entre los hombres, mediante el enfrentamiento y la confrontación constantes. Entre los que se polarizan, dividen y enfrentan no mora el Espíritu. Entre los que promueven la concordia y el encuentro en la caridad, sí mora el Espíritu apacible. Para pertenecer al cuerpo místico de Cristo resucitado, y donador del Espíritu, que es la Iglesia, hay que dejarse hacer y ser guiados, soltar amarrar, dejarse conducir por Aquel que maneja con extrema pericia esta paradójica arca eclesial. 

Vemos en la foto una imagen del bosque frondoso en el que nace una senda. En el bosque hay más que madera, hay más que árboles individuales juntos en un mismo lugar; en el bosque hay mucha vida, hay un ambiente común, hay una armonía bien perceptible, hay un silencio habitado, un rumor, insectos, flores, arbustos, fuentes, piedras, aves con sus variados cantos, y otros diversos habitantes. En el bosque siempre surgen nuevos caminos. Solo hay que descubrirlos y adentrarse. Tal vez la Iglesia que promueve el Espíritu deba ser como un bosque, donde todos aportamos vida y todos tenemos nuestra misión y nuestro sitio. En el bosque reinan la calma, la inmensidad, la belleza; que sea así en la comunidad donde está Su Espíritu, que también se noten esa armonía de la vida plural, esa paz y esa belleza admirable.  

Recibamos hoy alegres el Espíritu prometido. Estamos muy necesitados de Él para afrontar los retos que el presente nos está proponiendo. Tan solo siendo fieles al Espíritu recibido podremos ser verdaderas piedras vivas, o árboles frondosos, de la nueva humanidad que estamos llamados a construir. Hemos de creer y crear desde los dones recibidos, para poder llevar a cabo la nueva evangelización que el mundo de hoy precisa. Ante el riesgo de la sociedad despersonalizada y desvinculada, el humanismo cristiano, plural y diverso, puede lograr que de nuevo todo florezca por el mismo Espíritu dador de vida.

¡MUY PROVECHOSO PENTECOSTÉS! 







sábado, 20 de mayo de 2023

El turno es nuestro

EL TURNO ES NUESTRO


Nos pasamos la vida preparándonos, pero nunca uno suele sentirse verdaderamente preparado para lo que pueda venir. Es más cómodo que otros nos hagan las cosas, o al menos que nos ayuden a solventarlas, pero así no funciona la mayor parte de las veces. Termina llegando el momento en el que te la ligas tú, te toca tratar arreglártelas por ti mismo, y comprobar que mal que bien, también eres capaz de afrontar los distintos atolladeros por los que toca pasar.

De igual manera que los niños aprenden a andar de la mano de sus padres, hasta que llega el momento decisivo y se sienten capaces de lo que anteriormente no podían, así también nosotros hemos de soltarnos y comenzar por nosotros mismos, aunque no nos demos ni cuenta que hay Alguien pendiente de nuestros posibles tropiezos.

Un ejemplo de este estilo es el que año tras año vamos comprobando cuando nuestros alumnos llegan a cuarto de la ESO, culminando una etapa educativa, y no les queda otra que abandonar el colegio donde han estado muy bien instalados y tranquilos. Porque si tenían cualquier problemilla, siempre sabían a quién recurrir, y no les iba a faltar una mano amiga que les ayudase y guiase. Aquí, se sentían muy seguros, porque efectivamente lo estaban. Ahora llega el momento en que este tramo vital tan agradable se les acaba. Hay que ir rompiendo el cascarón para atreverse a ver cómo es el mundo ahí fuera. No pasa nada, lleváis muy buen equipaje, el que os han dado en casa y el que os hemos tratado de aportar en vuestra querida Providencia. Confiad, pues lo que tenga que venir será manejable y os seguirá ayudando a superaros aún más.

A los primeros apóstoles les pasa hoy lo mismo que a nosotros, que no nos lo terminamos de creer, que cuando nos llega el momento de la verdad, de dar los primeros pasos, nos entran los temblores, las inseguridades, y puede incluso que hasta nos flaquee la confianza en nosotros mismos. Hoy asistimos a la solemnidad de la Ascensión de Cristo resucitado a los cielos, el retorno al seno del Padre. Regresa al lugar del que vino tras compartir su existencia con sus discípulos. Él vuelve a ocupar su sitio sin desentenderse de nosotros, pero nosotros notamos su falta, aunque seguimos percibiéndole presente sacramental y espiritualmente. No nos ha abandonado, pero el turno es ahora nuestro.

Antes de elevarse nos deja bien claras las pocas instrucciones necesarias para hacer fructificar su legado. Ahora es tiempo de misión, justo la que Él nos deja encomendada. Y solo se podrá asumir esa misión, y acertar en ella, si procedemos tal y como nos indica. Observemos los verbos empleados por Jesús. Comprobamos que están mayoritariamente en imperativo y son: id, haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos, enseñándoles y sabed. Constituyen toda una hoja de ruta propuesta para la construcción de la gran comunidad de discípulos de Jesús, ese Dios encarnado que vence a la muerte con la rotunda fuerza de su inmenso amor; que redime al hombre y nos convierte a todos en hermanos e hijos del mismo Dios. 

Por tanto, para ser y hacer Iglesia en primer lugar hemos de ponernos en movimiento (id) abandonando comodidades y seguridades, aventurarse, salir en libertad buscando hacer el bien y la voluntad del que es el Bien, porque es su Reino el que vamos a construir.

Para ser y hacer Iglesia después hemos de tratar de ser testigos fieles, creíbles y capaces de contagiar ese entusiasmo por el seguimiento a Jesús. Y este ofrecimiento es para todo ser humano, independientemente de su cultura y lengua, entre otros motivos porque todos andamos sedientos de la buena noticia de Jesús, y que solo esta puede calmar las más hondas inquietudes del ser humano. 

Para ser y hacer Iglesia también hemos de pasar por el bautismo, o lo que es lo mismo, volver a nacer de nuevo como criaturas renovadas en las que ya Cristo mora. Dejémonos pues hacer por su gracia transformadora. Es Él, mediante el sacramento bautismal, el que nos hace pertenecer a la Iglesia, que es su cuerpo. Expándase, con la singular vocación de cada uno, ese cuerpo eclesial de Cristo por toda la faz de la tierra. Todos tenemos cabida y misión en su proyecto.

Para ser y hacer Iglesia hay que asumir la preciosa tarea de enseñar al Señor de la Vida y mostrar lo que hace Él con nuestras vidas. ¿Cómo enseñar la reconciliación si no estamos reconciliados? ¿Cómo enseñar la misericordia si no somos misericordiosos? ¿Cómo enseñar la oración si no vivimos en oración? ¿Cómo enseñar lo que es la Providencia si no somos Providencia? Solo siendo buenos discípulos podremos enseñar al Maestro.

Y todo sabiendo que es Él el que importa, Él el que salva, Él al que hay que anunciar, y que nosotros solo somos trabajadores de su viña, meros servidores agradecidos a Dios y a los hombres. Pero sin olvidar que asumiendo este compromiso por la misión, encontramos nuestra felicidad y el sentido pleno a lo que somos.

Por tanto ¿qué hacemos todavía mirando al cielo? Cuando tenemos que empezar ya a realizar sus obras. 

 





sábado, 13 de mayo de 2023

No a las tristes despedidas

 NO A LAS TRISTES DESPEDIDAS

A muy pocos les deben gustar las despedidas, pues separarse de lo que uno ama es siempre penoso. Más aún cuando no se trata de separarnos de algo, sino de alguien muy amado y querido con el que se ha compartido la vida. Si, además, esa separación es definitiva e irreversible, la experiencia más que dolorosa, habría que calificarla ciertamente de desgarradora. Como mucho uno trata de retener ciertos momentos en la memoria, aferrarse a tanto bueno vivido con esa persona de la cual nos alejamos.

Es cierto que la muerte impone ese corte brutal en nuestras relaciones, pero hay otras situaciones que también obligan a las personas a no poder seguir permaneciendo físicamente juntas, distanciarse, pero en estos casos al menos podemos mantener activa la vinculación comunicándonos con frecuencia por el medio que se pueda o prefiera.

En el evangelio del VI Domingo de Pascua, Jesús es muy consciente de lo que va a suponer su vuelta al Padre. No desea separarse de sus discípulos y se hace cargo del sentimiento de abandono que va a producir en sus discípulos, y por tanto, nos aclara que si el amor que les une es auténtico, se va a mantener; que la vida que él nos ha traído no puede quebrarse con la separación, y que hay maneras de permanecer presentes, aún cuando la muerte, u otras circunstancias, nos tratan de separan. Sí, la separación es tan solo aparente y la unión se puede mantener viva en el Espíritu, porque no solo somos materia, sino que la materia está avivada por el Espíritu, y este no perece, no se aleja, se mantiene, y hasta se incrementa, cuando se está dispuesto a amar y ser amado contra viento y marea.

Y en esa no despedida, en esa negación de la cesura, en esa presencia resucitada y resucitante nos hallamos ahora. Cristo ha vencido a la muerte y con ello la vida triunfa y no se interrumpe, se transforma, se amplifica y espiritualiza. Este es el tiempo de la Iglesia. Nuestro tiempo. Tiempo para revivir y dar vida. Tiempo para proclamación, la alegría y el testimonio. Tiempos nuevos de creer y de crear, porque Él está con nosotros y entre nosotros. Cómo no desbordar de gozo cuando es su Espíritu el que ha impedido toda separación y la despedida es imposible "porque yo sigo vivo".

Ahora ya solo vivir consiste en amarle y dejarse amar por Jesucristo resucitado; aprender a amar a todos con ese mismo amor suyo y con Él estarás bien vivo. El presente hay que vivirlo en modo pascua, con unos ojos, un corazón y unas manos llenos de Espíritu.

Era verdad que el amor vence la muerte, la separación y las tristes despedidas. Solo el amor, desde el Espíritu, capacita para la cultura del encuentro. Porque cuanto esa vida íntima con Cristo sea más profunda, más podremos vivir con la libertad del Espíritu que Él nos da. Verás entonces como crecen los vínculos en una preciosa primavera con ecos de eternidad.

NO ES TIEMPO DE DESPEDIDAS, SINO DE VERDADEROS ENCUENTROS   

domingo, 7 de mayo de 2023

Restableciendo coordenadas

 RESTABLECIENDO COORDENADAS


Es verdad, totalmente verdad, que aclararse en la vida no es nada fácil. Ahora bien, es una cuestión por completo inevitable. Saber de dónde venimos resulta más accesible. No hay más que refrescar la memoria de lo vivido, para tener un mínimo conocimiento del propio bagaje existencial. Ahora bien, hacerse cargo del momento y la situación en la que nos encontramos, requiere ya de una pericia poco común. Y es normal, porque el aquí y el ahora en que nos encontramos en un momento dado es verdaderamente complejo, y precisa de un análisis profundo y detallado. Para conocernos es preciso saber de dónde venimos, dónde nos encontramos y otear al menos una cierta intuición de hacia vamos o queremos ir. Si no disponemos de la ruta completa, al menos reconocer la dirección adecuada poe la que seguir haciendo camino.

Dependiendo de la etapa de la vida, este grado de autoconocimiento será muy diferente. Un niño no precisa hacer un ejercicio para dilucidar quién es él. Sin embargo, en el periodo vital de la adolescencia todo son arenas movedizas, montañas rusas y encrucijadas muy confusas. Pero hay que afrontar esa transición de la vida y, con un trabajo arduo, salir de ella lo mejor orientado posible. En el resto de etapas de la existencia se precisa igualmente seguir trabajando para dilucidar y esclarecer la propia identidad y las actitudes con que hay que ir viviendo, encontrando y concediendo sentido a lo que se es y se vive.

Si se quiere mantener a alguien muy desinformado, nada tan eficaz como la sobreinformación. De modo similar, si se pretende tener a alguien totalmente perdido, no le indique solo los cuatro puntos cardinales, sino cuatro mil puntos cardinales distintos. Gracias a Dios no somos computadoras, y no trabajamos con ingentes cantidades de datos, sino solo con los que necesitamos. Porque tal vez sea más importante el conocimiento que la mera información, aunque efectivamente la información puede contribuir al conocimiento.

En este V Domingo de Pascua las lecturas nos pueden servir de pista para plantearnos en serio el peliagudo problema de la identidad desde la experiencia espiritual y religiosa. Una vez reconocida la rotunda identidad de Jesucristo con su resurrección, esta constatación también nos puede empezar a afectar a nosotros mismos. A la luz del hecho de la resurrección de Cristo hemos de ir descubriendo también la nueva perspectiva que se nos abre. No deberíamos permitirnos continuar viviendo sin esa certidumbre, y tratar de adecuar nuestra verdadera identidad a la luz del que es "el camino, y la verdad, y la vida".

Y es que hoy se nos invita a repensar, a plantearnos la idea de consagración, tal y como leemos en el Libro de los Hechos de los Apóstoles cuando son consagrados los primeros siete diáconos. ¿Qué vínculo puede existir entra la identidad y la consagración? Cuando uno se consagra, opta, y además de modo definitivo, a una forma de vida con radicalidad y trata de cumplir con esa vocación recibida. Solo desde la humildad y con un acogimiento consciente y agredecido, sabiéndose necesitado de la gracia del resucitado para tratar de llevar a cabo esa consagración, que se va realizando día a día a lo largo de toda vida.

Y entre todas la identidades posibles a las que nos podemos consagrar, hay una de una belleza y entrega ingente, la de ser madre. Al igual que María se consagró por entero a esa maravillosa tarea de ser la Madre de Dios y nuestra, tantas y tantas madres han acogido la misma identidad: dar vida y cuidar de los hijos concebidos. Sabemos que ninguno sería ni la cuarta parte de lo que somos sin la inmensa dedicación desinteresada de nuestras madres. Está bien que al menos hoy de manera oficial les reconozcamos esa labor a la que se han consagrado y los frutos conseguidos. Esa es en gran medida su identidad, la de ser madres, las que se dan por entero a sus hijos. Seres consagradas al amor, y por las que todos hemos conocido lo que es ser amados.

Descubre a qué estás llamado, y trata de configurar tu auténtica identidad libremente a esa consagración. No hay otra manera de que Jesucristo sea tu camino, tu verdad y tu vida. No dejes pasar esta oportunidad, está en juego tu felicidad.   


sábado, 29 de abril de 2023

Darse de bruces

DARSE DE BRUCES


A menudo no es hasta que no nos damos de bruces con algo, hasta que no descubrimos que estaba delante de nosotros y ni siquiera nos habíamos percatado de ello. No sé si esto es debido a que vamos sumidos en nuestro rico mundo interior, en los derroteros de nuestros pensamientos, o más bien pudiera deberse a que la mayor de las veces estamos totalmente distraídos en múltiples e insustanciales minucias, cuando no totalmente alelados. De ahí que pueda resultar verdaderamente incómodo que alguien, con la mejor de las intenciones, nos pregunte que en qué estamos pensando. Posiblemente en un alarde de sinceridad deberíamos entonces reconocer que no estábamos pensando en absolutamente nada, o como mucho en las tan socorridas musarañas.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles, se nos cuenta que algunos del pueblo, al reconocer que, con toda probabilidad se habían equivocado, y, llevados por las astutas maniobras de los jefes, habían terminado apoyando la ejecución del Mesías. Es por ello que le preguntan a Pedro: "¿Qué debemos hacer?".

Cuando uno se da de bruces con la realidad, pero como tantas veces ocurre, ya a toro pasado, solo se nos presenta la opción de reconocer lo hecho y asumir las consecuencias de nuestros errores, o por contra fingir que no tenemos nada que ver en el asunto. A diario lo vemos en nuestras aulas: nadie ha sido, nadie ha hecho la fechoría, e incluso si el profesor le ha visto u oído, algunos obcecados alumnos persisten en su burda falsedad. Parece que no debe estar de moda reconocer las propias acciones y menos aún llegar a asumir la responsabilidad de lo realizado. Habría que tratar de descubrir qué tipo de persona va a salir del que sigue por esa línea de falta de autenticidad y de falta a la verdad.

Esa misma pregunta que se le formulaban a San Pedro nos la podemos hacer también hoy nosotros: ¿qué debemos hacer? ¿Acudir al primer buscador online disponible? ¿Activar el GPS para saber dónde estamos y por dónde seguir? ¿Dejarme llevar por lo que hace la mayoría, porque es lo que toca o lo dicta la moda? ¿Preguntar a ChatGPT? ¿O por contra habrá que ponerse a observar, reflexionar y espabilarse para evitar volvernos a darnos de bruces con lo que somos y hacemos? ¿Y lo que no somos ni hacemos? ¿Qué me resultará más cómodo y facilón? ¿Qué me evita tomarme cualquier molestia? 

En las lecturas de este Cuarto Domingo se nos ofrecen una serie de pistas para poder levantarnos y ponernos en camino de asumir nuestra libertad. Absténganse, pues, los indiferentes y los perfectamente acomodados.

Lo primero que nos tocaría, si quisiéramos cambiar de rumbo en esta vida que llevamos, esta que es capaz de apoyar (o ignorar) las múltiples crucifixiones de inocentes, abandonos u otros descartes de seres humanos, sería ponernos a escuchar en serio. Sí, empezar por escuchar y escucharnos. No hace falta ni siquiera ponerse los auriculares para enterarse que vivimos en la sociedad de la incomunicación interconectada. Poderosas empresas de telecomunicaciones, previo pago, nos posibilitan poder hablar y escribirnos mensajes en todo momento y lugar, y sin embargo, prolifera la sensación de aislamiento, soledad e incomunicación entre los humanos. ¿Quién se para a escuchar? ¿Quién quiere escuchar? ¿Quién se siente escuchado? ¿Quién sabe escuchar, tan solo escuchar?

Y va Jesús y nos pide que escuchemos precisamente su voz. ¡Si no somos capaces ni de escucharnos a nosotros! Si huimos del silencio como desesperados. ¿Cómo vamos a ponernos a escuchar a Aquel que tiene palabras de vida eterna? Tal vez nos estás pidiendo demasiado: que nos pongamos en verdad; que entre tanta broza escuchemos en lo más profundo de nuestro ser, allí donde resuena con claridad la única voz que libera. Pero si ni siquiera nos tomamos la molestia de ponernos a leer tu voz en el evangelio. Perdónanos, porque no sabemos lo que hacemos, y porque tenemos muchos mensajes que atender para atender el mensaje que has puesto en nosotros y hace que todo pueda cambiar.

¿Qué debemos hacer entonces? Elegir la puerta por la que acceder a todo lo que nos libera, o volver a elegir la puerta que solo da entrada a vivir en los engaños, ficciones y apariencias. Jesucristo es la puerta que lleva a la Vida desde el espíritu, es decir desde lo más hondo de la persona. Si escuchas ahí, en lo escondido, sabrás entrar por la puerta correcta. Él es la puerta. Acierta.

Ay, si viviéramos pendientes de escuchar tu voz, esa que invita a ser, que invita a vivir en la fraternidad y la justicia; esa que nos conduce hacia fuentes tranquilas; esa que despierta del atolondramiento en el que hemos preferido seguir sumidos. 

DETENTE. ESCUCHA. TE ESTÁ LLAMANDO POR TU NOMBRE
A LA LIBERTAD PARA EL AMOR.
¡AY SI LE ESCUCHÁSEMOS!           




domingo, 23 de abril de 2023

Horizontes cercanos

HORIZONTES CERCANOS


La vida se va pasando sin darnos apenas cuenta. El tiempo se nos va escapando poco a poco. Este incesante paso de los días puede percibirse como una pérdida irreversible, aunque también puede entenderse como el elemento imprescindible para ir elaborando y desplegando nuestra trama existencial, es decir, nuestra trayectoria biográfica singular. Sin tiempo no habría vida, aunque ello conlleve también el uso y disfrute de un tiempo que se nos va agotando según va siendo vivido. Por tanto, todo en nuestra existencia está marcado por esa magnitud temporal que interpretamos en una triple dimensión de pasado, presente y futuro.

De ahí que el ser humano proyecte tanto en lo que es, como en lo que hace. Siempre se está en algún momento del proceso, o más bien procesos, que simultáneamente estamos llevando a cabo, tanto sea en su inicio, continuación o conclusión. Y esto lo debe saber todo profesor, ya que a esto básicamente se reduce su tarea: a despertar, iniciar, acompañar y enriquecer procesos de aprendizaje y crecimiento personal tanto en él mismo como, por supuesto, en sus alumnos.

En el conocido pasaje de los discípulos de Emaús, que es el evangelio de este domingo tercero de Pascua, podemos apreciar gran cantidad de enseñanzas y significados en lo que hace y dice Jesús, pero también en el cómo lo hace y dice. Fundamentalmente en este evangelio tenemos a Jesús, Maestro de maestros, puesto que manifiesta cuál es el método pedagógico que emplea para que los que no saben comiencen a saber, para que los que ven, pero no reconocen, logren descubrir le esplendor inconfundible de la verdad.

Hay un libro del siglo III de nuestra era, escrito por Clemente de Alejandría titulado El pedagogo. En el que se va desgranando la figura de Jesucristo como el gran facilitador de verdaderos aprendizajes. Por ejemplo, hoy se nos propone diseñar situaciones de aprendizaje, cuando vemos que el propio Jesús se acerca a los dos discípulos de Emaús, que regresaban cabizbajos tras en rotundo fracaso de la muerte en cruz aquel profeta en el que tenían puestas sus esperanzas. Los discípulos ya traen consigo la situación a sus espaldas. Es el Buen Pedagogo el que sabe hacerse presente en la realidad de los discípulos para primero escucharla con interés y atención, y después establecer un diálogo esclarecedor, un análisis profundo que entronca con sus conocimientos previos, para facilitar que ellos mismos mismos sean los que le expresan que desean les siga enseñando, hasta que son capaces de reconocer quién es Él, entonces ya, iluminados y capaces de ver la realidad desde la esperanza, se marcha y les da autonomía.

Ojalá este método cristológico de suscitar procesos que llevan al discípulo a semejante aprendizaje pueda orientar nuestra práctica docente. Hay que bajar a la realidad de los discentes, hacerse presente, aprender sus lenguajes, entender lo que les pasa por la cabeza, por las manos, por el corazón. Hay que pisar el mismo suelo e ir por el mismo camino que ellos. Hacerles ver que lo que ignoran y lo que no han descubierto, pues les fue explicando pormenorizadamente el cumplimiento de las Escrituras -a esta fase se denomina en el lenguaje de la filosofía socrática como mayéutica-, y, finalmente, les conduce al aprendizaje por descubrimiento en la práctica, ya que solo al compartir el pan es cuando empiezan por fin a reconocer al Resucitado, esto es, lo que eran incapaces de reconocer aunque estaban delante de Él.

Podemos hacer muchas cosas en la enseñanza, unas más originales, otras más novedosas, otras "más difícil todavía", pero hemos de tratar de reproducir esos procesos de desvelamiento que propone y acompaña tan adecuadamente el Maestro de Nazaret, porque son los que funcionan, los que hacen experimentar una atracción por la verdad que ya por sí sola va motivando para aprender (¿No ardía nuestro corazón mientras por el camino?). 

Pero ahora toca tratar de llevar ese encuentro pedagógico a nuestras aulas y pasillos mediante una pedagogía del encuentro personalizada que sea relevante e iluminadora, que les lleve a nuestros alumnos a descubrir quién es Jesús y quiénes son ellos, que les haga plantearse grandes horizontes cercanos y posibles, despertar en ellos la fuerza de la resurrección, y sean capaces de empezar a transformar toda su realidad en su día a día. Y de esta el modelo de educación que inspira a nuestro colegio y nuestra pastoral, y también la de todos los colegios que somos Educación y Evangelio.

¿Cómo? Pues con ilusión y esfuerzo, con ganas de afrontar entre todos este gran reto educativo, con esperanza, con compromiso y paciencia, pero sobre todo con verdadero amor por nuestros alumnos. Si la madre de Sócrates era matrona y de ella aprendió a facilitar un nacimiento a la verdad, nosotros entendemos que hay que renacer de nuevo por el agua y el espíritu del Resucitado para ser capaces de vivir en esa dinámica del reconocimiento y la búsqueda de la verdad, porque es ella y solo ella las que nos hace libres. Liberémonos y propongamos procesos de liberación en las personas con las que nos encontramos en medio del camino. Jesús, contigo estamos en proceso.    

      

 

 





sábado, 15 de abril de 2023

Caer en la cuenta

CAER EN LA CUENTA

Mira que nos cuesta caer en la cuenta, descubrir por fin algo importante que se nos había pasado por alto, algo que tal vez era evidente, pero ni siquiera lo teníamos en consideración. Pero así somos los seres humanos, duros de mollera, duros de cerviz, redomados cabezotas, atentos tan solo a lo primero que captamos, normalmente lo básico, ya con eso nos creemos que lo sabemos todo y hasta vamos sobrados. Ya no quiero ni pensar cuando juzgamos así, a bote pronto y demasiado a la ligera a los demás, su comportamiento, o incluso su vida, y sin verdadero conocimiento de causa, para dejamos caer nuestro severo y tajante juicio condenatorio.

A menudo nos dejamos llevar por las primeras impresiones, y eso ya nos basta. Es muy cierto que las percepciones que nos llegan a través de los sentidos son una excelente fuente de información necesaria para reconocer el entorno y la situación en la que estamos. Es más, la privación de alguno de ellos supone una merma considerable a la hora de interactuar con el mundo, una gran limitación que tratamos de paliar a toda costa.

Pero, no por presteza y simplicidad, deberíamos terminar reduciendo la sensitividad (lo que percibimos a través de los sentidos) a la sensibilidad (todo lo que somos capaces de llegar a sentir). Decía el viejo Heráclito aquello de que "malos testigos son los sentidos para los que tienen el alma de bárbaro", y puede que efectivamente sepa el sabio de lo que está hablando. Empecemos por educar nuestros sentidos, desarrollémoslos, cultivémoslos, para saber degustar sabores, apreciar matices, variaciones, sutilezas, y poder llegar así a captar y admirar esa belleza de que la realidad está dotadísima.

El filósofo, pensador y escritor Javier Gomá se lamentaba la semana pasada en un dominical del triunfo de la vulgaridad frente a otras épocas donde a toda costa se trataba de aparentar, cuanto menos, ciertos modales e incluso refinamiento. Ponía como ejemplo la música actual que mayor popularidad alcanza: vulgar donde las haya, tanto en letras como en melodías. Parece que o educamos los sentidos o nos quedamos al margen de la gran cultura, de las formas y contenidos más sublimes que ha logrado el ser humano. Todos, también los educadores, tenemos parte de responsabilidad en no saber despertar en nuestros alumnos cierta atracción por lo selecto, lo mejor, pero también, y en último término, el propio sujeto será el verdadero responsable de sus logros.

Pero,dejando al margen el cultivo de los sentidos propio de los seres humanos, un error en el que con más frecuencia solemos caer en tropel es el de limitar lo existente a lo sensible. Parece un axioma muy asumido ese de que si no lo veo o no lo toco, ni me lo planteo. ¿A qué punto de desarrollo intelectual estamos llegando entonces?. Con esa disposición el hombre no hubiese progresado absolutamente nada en ningún campo del conocimiento. Afortunadamente el ser humano ha presentido, ha intuido, ha buscado más allá de lo evidente, ha deseado, ha propuesto, se ha puesto a indagar, ha creado, ha inventado, ha soñado. ¿Qué sería de nosotros si no nos extralimitáramos de lo evidente?

En el evangelio de este domingo de la octava de Pascua, vemos al apóstol Santo Tomás, que no se fiaba de lo que le decían sus amigos y compañeros, no les concedía ningún crédito. Tenía que constatar por sí mismo la resurrección de Jesús. Pero el propio Jesús resucitado, según se había pronunciado Santo Tomás, se ofrece Jesús a mostrarle sus heridas y a ponérselas al alcance de su mano.

No digo yo que no tengamos necesidad de creer empleando la razón, pero tal vez en el amor, además de indicios, haya que lanzarse asumiendo un riesgo. Para saber si Jesús ha resucitado has de reflexionar y sondear mucho, dar crédito, confiar y arriesgar mucho. El ser humano es capaz de adentrarse en los misterios, allí donde los sentidos y la razón se te quedan cortos, pero es allí, sin duda, donde alcanza su máxima altura. 

Busca desde y con el corazón, con todo tu ser sintiente y pensante al Resucitado, y trata de recoger evidencias de que está vivo y presente en medio de nosotros. No solo le encontrarás viviendo a él, sino que también tú estarás más vivo, más despierto, más lleno de vida. 

De poco sirve que yo te cuente que vive, pues hasta que como Santo Tomás no tengas experiencia de Él no podrás creer. Pero una vez que hayas tenido esa experiencia radical de la vida y verdad de su resurrección, ya nada ni nadie te podrá desengañar de que a veces no es tan necesario ver para creer, sino que también que hay que creer para ver. ¿Quién precisa entonces tocar para tener certezas? Muchas heridas hay por tocar y curar, y seguramente en ellas también podrás descubrir aquellas del que dio su vida en la cruz.