sábado, 8 de junio de 2024

Transparencia

TRANSPARENCIA


Qué bueno sería saber admirar todo según es, sin contaminación, sin distinción, sin retoques ni engaños. La realidad al natural. Sin embargo, no parece que los humanos estemos demasiado empeñados en descubrir ese mundo de la realidad en su completa verdad desnuda. Nos buscamos toda clase de subterfugios para huir de la verdad monda y lironda, de la verdad sencilla, de la cruda y real verdad sin más. Más bien queremos que la realidad amolde a nuestro gusto y parecer, y si no lo hace la rechazamos. La verdad nos desagrada, nos aburre, nos escandaliza y hasta nos puede llegar parece sospechosa.

Acostumbramos a vivir en la apariencia, en el ruido distorsionador, en la prisa apresurada que impide sopesar los hechos, cuando no en la manipulación y en la tergiversación interesada. Es como si mirásemos lo real con una cámara cuyo objetivo estuviese sucio y desenfocado, y aún así nos pareciese que lo que falla en realidad es problema del objeto a retratar, pero no nuestra lente. Y lo peor es que ni nos importa esta intolerancia a lo puramente real sin más. Ya decían que mientras nos den pan y circo, todos contentos. Preferimos con frecuencia la evasión y el engaño, la sosfisticación y el oropel, en lugar de la inmersión en la realidad tal cual es.

Con frecuencia anhelamos los parajes con aguas tranquilas y cristalinas, tal vez porque nos evocan justo aquello de lo que más carecemos: la calma y el bienestar conseguidos al ser y estar en lugar adecuados, donde uno debe estar y permanecer. Idealizamos paisajes opuestos a aquellos que nos hemos construido para habitar y que en realidad reconocemos inhumanos e inhóspitos. Es difícil que el hombre pueda encontrarse a sí mismo en estos enjambres de ruido y agitación en los que no queda tiempo para nada, apenas lo mínimo para un somero descanso, pues lo que importa es hacer y hacer, en lugar de solo ser.   

En la primera lectura de este décimo domingo de tiempo ordinario (B) escuchamos al Creador dirigiéndose a Adán: "¿Dónde estás?". Adán, consciente ya de su transgresión, elude el encuentro cordial, amigable, confiado y transparente con Dios. Bien podemos también sentirnos los destinatarios de esa misma pregunta que Dios ¿Dónde nos hemos situados? ¿Somos constructores de Edén aquí en la tierra? ¿Podemos tildar de transparente nuestra relación con el Creador, con la creación y con nuestros semejantes o más bien tratamos de evitarla?

En la segunda carta de San Pablo a los corintios se nos exhorta a fijar nuestra atención en lo que no se ve, es decir, a tratar de descubrir esa realidad que si nuestra mirada se queda en lo material, en lo caduco y pasajero, sino en la verdad esencial que solo puede llegar a descubrir patente la mirada transparente de la fe y del amor. En Cristo y por Él sí es posible transformar esa mirada espiritual.

En el evangelio según San Marcos también nos puede ayudar e revisar esa relación transparente con Dios. ¿Somos nosotros de los suspicaces que tanto en su mirada como en su juicio no llegan a reconocer limpiamente la verdadera identidad de Jesucristo? ¿Aquellos que veían doblez y maldad en el poder con el que actuaba Jesús o los que reconocen que Él es el Hijo? ¿Qué puede interferir en nuestra manera de reconocer quién es en verdad?

Solo los que logran ESCUCHAR de manera atenta, sincera y cristalina su palabra y tratan de cumplir en su vida la voluntad de Dios, podrán tener que ver con Él, llegar a ser incluso de la propia familia de Jesús. Al final, esta palabra que Jesús pronuncia es esclarecedora de lo que cada uno lleva dentro: permite que las aguas de nuestro ser se sosieguen y vayan sedimentando cualquier impureza. Llegar a tener una mirada y un corazón transparente y nítido para ver y escuchar a ese Dios que nos llama a reconstruir ese Edén fraterno en que todos podamos confiar los unos en los otros con total transparencia.

Va concluyendo el curso escolar 2023/24. Mucho habría que revisar y ponderar. Aquí solo vamos a apuntar que se aproximan las vacaciones, y por tanto, podremos disponer de más tiempo para aventurarse en esa aventura de reestablecer la relación transparente con ese Señor que te habita. Puede que desees hacer múltiples cosas, ir a muchos sitios y disfrutar de todo lo que puedas, pero ¿Y si además tratas de buscar esa voluntad de Dios en tu vida? ¿Vas a poder dedicar algún tiempo al recogimiento interior en es que la presencia de Dios se hace transparente? ¡Inténtalo!   


sábado, 1 de junio de 2024

A mesa puesta

 A MESA PUESTA




No debería ser difícil elogiar las cualidades de aquellas personas insignes con las que nos relacionamos. Tampoco debería resultar infrecuente encontrarnos con personas con esa manera excepcional de afrontar su propia existencia y compartirla con los demás. Ojalá sepamos reconocer la excelencia de las personas sencillas y amables, pues aunque estas cualidades, en principio, están al alcance de cualquiera, no parece que sea demasiado frecuente hallar tantos seres humanos que se empeñen en ejercerlas.

Dice la sabiduría popular que "quien tiene un amigo, un tesoro". Todos estaremos de acuerdo en que no puede ser más cierto el aserto, y si el susodicho amigo es de veras, y sabe estar cercano en la distancia, asequible en cualquier tesitura, y dispuesto a compartir y acompañar mientras dure el recorrido vital, entonces es que ese amigo vale más que el oro. A lo dicho podríamos añadir además que el que tiene un verdadero amigo, lo tiene para siempre. Consérvalo.

Entre estos amigos y personas excepcionales, tan dignas de ser elogiadas, una práctica común sería el ser acogedores e incluso el llegar a compartir la vida. Pero es que además, casi desde que el mundo es mundo (y creo que no fue precisamente ayer), es costumbre reconocida el ser hospitalarios y buenos anfitriones. Tanto el que invita como el invitado, deben sentirse distinguidos, el primero por poder acoger a quién se reconoce como distinguido, y el segundo por tener la deferencia de ser invitado, valorado y cuidado de tan generosa manera.

Aunque también se nos pueda venir a la memoria aquel artículo costumbrista de nuestro Mariano José de Larra en que, más que sentirse agasajado por el castellano viejo, hacerle sentir a gusto al invitado, más bien le incomoda, lo habitual es que cuando nos invitan a la mesa, todo esté cuidado para que disfrutemos tanto de las suculentas viandas, como de la conversación y la compañía. La intención de los anfitriones suele ser que uno se encuentre a las mil maravillas en ese tiempo compartido. Por ello, si en alguna ocasión semejante te ves, aprovecha el momento y también haz que el que te invitó se sienta reconfortado por haberte recibido y agasajado en su propio hogar, no vaya a ser que el castellano viejo termines siendo tú.

Este domingo celebramos la solemnidad del Corpus Christi, que aunque tradicionalmente se venía celebrando en jueves, se ha trasladado al domingo para facilitarnos la participación. Pues justamente es es este el significado de esta solemnidad litúrgica: nos han invitado al banquete de los amigos del Amigo. Ni en los más altas aspiraciones podíamos esperar a tanto: es Dios quien nos convida a su hogar y nos prepara con cariño la mesa. Allí acudimos como en su día los discípulos a celebrar la pascua, no solo la pascua judía, sino la pascua en que es Cristo el que se nos ofrece. Él nos transforma el pan y el vino es su Cuerpo y su Sangre. Nos alimenta consigo, para que nosotros también nos transformemos en Aquel que comemos.

Qué excelente oportunidad poder sentarse a la mesa con amigos, estrechar lazos de amistad y fraternidad, compartir tierno pan y selecto vino, el mismo que probaron en aquella memorada ocasión los amigos de Jesús, y poder sellar así ese pacto de vinculación vinculante con el Resucitado. Nada nos podrá separar del amor de Dios que compartimos. Pase lo que pase, vengan tiempos de bonanza como de prueba, este alimento que compartimos en la eucaristía nos vuelve invencibles en la fragilidad. Cristo, tú haces nuestro alimento. Nada puede ya faltarnos si tú nos sustentas. 

¡Qué necedad sería declinar esta invitación! ¡Qué craso error cometeríamos si no acudiésemos a su fiesta! Es Dios mismo el que se ha humanizado para compartir mesa con nosotros. ¡Cómo para perdérselo! ¿Acaso vas a rechazar al mejor de los amigos posibles? Revisa en tu agenda, y si no tienes hueco, házselo. Ven al banquete, no te quedes fuera. Todo está ya dispuesto, vas a mesa puesta y a ser tratado como amigo de Dios.

sábado, 25 de mayo de 2024

Actuar en consecuencia

 ACTUAR EN CONSECUENCIA


¡Qué bueno si al menos tuviéramos claro de dónde venimos! Es decir, el trayecto que hemos ido recorriendo hasta el momento hasta llegar a la situación presente. Porque en este mundo de quimeras y memoria volátil, tal vez pecamos de no recordar suficientemente el tesoro que acaudalamos: nuestro pasado y nuestra experiencia. Sepamos cuanto menos de nuestra historia individual como colectiva, ocupémonos ciegamente de banalidades y nada más que banalidades, y es seguro que tan solo alcanzaremos a ser lo que nos digan que somos. Tratemos, por tanto, de poner remedio, y si nos cuentan que hay que saber poco, mal y tergiversado lo que nos ha ocurrido, justamente esforcémonos en escapar de esa visión reductora y somera de la Historia, para desplegar con total libertad y consciencia la evantura de hacer historia particular con los demás. Sé protagonista y actúa en consecuencia.

Para los gurús educativos en boga ya no importan demasiado ni los contenidos ni la memoria, porque a un click tenemos acceso al vasto conocimiento. Falso: la información, los datos acumulados no son conocimiento, se requiere análisis, integración con los conocimientos previos, asimilación, comprensión, interpretación, esto es, pensamiento. Ya nos avisaban los antiguos griegos de los peligros de abandonar la memoria como fuente de saber. Pero es que si hacemos dejación de la memoria y solo vale lo que nos cuentan los gestores del big data, pues es muy probable que nos terminen escamoteando por toda la escuadra la preciada verdad. Tenlo en consideración y trata de actuar en consecuencia. 

Como afirmaba George Santayana aquellos que desconocen la Historia están condenados a repetirla. Así es, pues la Historia no sería ya escuela, y por tanto, no sirve como trampolín desde el que comprender lo anterior, vivir el presente y proyectar el futuro, evitando caer en anteriores errores cometidos. Por poner un famoso ejemplo, Winston Churchill tuvo una actuación muy provechosa para la civilización europea porque conocía muy bien a los clásicos, sus batallitas y los avatares de la historia que a través de ellos nos llega. Saber lo acaeció en el pasado capacita para acertar en el aquí y al ahora, de igual modo que desconocerlo dificulta actuar con tino y en consecuencia. 

La persona que ha perdido la memoria, simplemente deja de saber quién es y quiénes también son  los otros que se encuentran entorno. Y este es un peligro mayor aún que embuclarse en los mismos errores. Si abandonamos el estudio del pasado, terminaremos por no saber quiénes somos e impediremos por ello llegar a ser nosotros. Jamás, por tanto, caigamos en el error de suponer que lo ocurrido anteriormente, nuestra biografía o nuestra historia, son irrelevantes. Importan y muchísimo.

Para descubrir la propia vocación en los procesos personales de discernimiento, es imprescindible revisar el periplo existencial y descubrir el lenguaje de Dios en nuestras vidas. Si vivimos con tanta rapidez, tanto ajetreo, tanta sobreinformación y tanta superficialidad, necesariamente se vuelve imposible hacer hueco a la introspección y a la claridad de quién es uno y lo que Dios y uno mismo quiere ser. ¿Cuándo hacemos tiempo de calidad para exponernos a esta lúcida revisión? Pues así no va entonces.

En la primera lectura de este domingo VIII de tiempo ordinario, solemnidad de la Santísima Trinidad, vemos como el pueblo de Israel, con Moisés, toma conciencia de ser pueblo elegido justo en el recuerdo de su predilección de Dios en la historia. Dios les acompaña en su periplo, y no conviene olvidarlo si quieren saber quiénes son y como encarar el porvenir. Hay que tener presente el itinerario recorrido para poder seguir hacia adelante por el camino adecuado; por los demás caminos uno se pierde.

Los apóstoles y nosotros hemos conocido a Jesús y su mensaje, hemos escuchado y comprobado que Él es quién dice ser: el Hijo de Dios vivo, que murió y resucitó por nosotros; que ascendió a los cielos y ahora está sentado a la derecha del Padre; Que nos entregó el Espíritu para que podamos cumplir con la misión que Él nos ha dado: llevar el evangelio a toda la creación. Tampoco podemos dejar de tener presente nuestra historia personal y colectiva, nuestra identidad y nuestra cultura, nuestra experiencia más profunda y nuestras certezas, para saber quiénes somos, qué no somos y de qué habremos de vivir para actuar en consecuencia con este Dios trinitario que nos habita. Olvidarlo sería necedad, mantener esa vida en nosotros, avivarla y compartirla libremente con todos los hombres de buena voluntad, hermanos e hijos del mismo Padre, es nuestra esperanza. Quien obra en consecuencia no fracasará, sino que sabrá ser feliz.       

sábado, 18 de mayo de 2024

Todos a una

TODOS A UNA

No importa de dónde vengas, ni lo que pienses, ni tus miedos, ni tus deseos, ni tus metas; no importa el color de tu piel, ni de tus ojos o de tu pelo; no importa tu edad ni tu pasado; no importan tampoco tus gustos o aficiones. No, en serio, el que importas eres tú, tal y como eres, único e irrepetible. Tú, sí, tú, y siéntete invitado al gran regalo de Pentecostés, con el que queda inaugurado este nuevo tiempo eclesial. Porque en este proyecto común de Dios para la humanidad, tiene cabida el proyecto que Dios dispone para ti. Si eres diferente y singular, si simplemente quieres ejercer tu libertad sin recortes, entonces tendrás perfecta cabida. Dios así te quiere y su proyecto así te necesita. Has sido seleccionado.

Se equivocan los que, desde el desconocimiento, piensan que en la Iglesia no prevalece la diversidad, la libertad y la pluralidad. Puede que justamente sea el lugar en donde mayor reconocimiento y estima se da a los distintos carismas, sensibilidades y estilos. La fiesta de Pentecostés es justamente el inicio plural y diverso de la Iglesia. No solo proclamamos nuestra fe en el Dios que integra tres personas divinas, el Dios Trinitario, sino que además, también la Iglesia está consituida por la unión de muchas iglesias, ritos, congregaciones y movimientos muy variados. Todo lo que promueva el Espíritu es querido, valorado, reconocido y plenamente necesario.

Si lo tuyo es la uniformidad, que todos piensen lo mismo, que todos deban desear y comportarse de modo muy parecido, que la diferencia sea exclusivamente apariencia; si tampoco admites la discrepancia, y te solivianta el que con rigor trata de buscar la verdad escondida, no la verdad oficial de lo políticamente correcto o del mero tópico; si admites ese clima de desencuentro actual, polarización y polémica que nos han hecho asumir como inevitable; si crees que el otro, el diferente a ti está totalmente equivocado, que es tu rival o tu enemigo; si lo ves todo en blanco y negro, sin matices, y el mundo se divide claramente en buenos (los tuyos) y malos (el resto); entonces estás muy necesitado del soplo del Espíritu, para sanarte de cierta tendencia fácil al fanatismo y la intolerancia, para nacer a un nuevo paradigma existencial en el cual la vida en comunión es posible y necesaria. ¡Bendito sea el Espíritu libertador y benefactor!

Tanto es así, que hoy tenemos dos versiones distintas en las que se nos narra de manera diferente la venida del Espíritu. Por un lado la que aparece recogida por el evangelista San Lucas en el Libro de los Hechos de los Apóstoles, y por otra, la del evangelio según San Juan. Una no anula a la otra, no se excluyen mutuamente, sino que se enriquecen y complementan. Por ello, si leemos ambas y las unimos, lo que nos transmiten resulta facilita que podamos entender mejor los beneficios que implica recibir el Espíritu Santo:  

1. Permite a los discípulos superar el miedo que les tenía atenazados y escondidos. Tener la confianza necesaria para atreverse y abrir nuevos caminos.

2. Les otorga una paz profunda e inigualable, que libera e integra todo su ser en la aceptación agradecida de la verdad de sus vidas.

3. Abre de tal manera sus entendenderas, que logran reconocer a Jesucristo resucitado, el que es y vive, y esto supone una nueva forma de entender desde la fe la presencia victoriosa de Dios sobre la muerte y el mal.

4. Se llenan de una alegría desbordante y prístina, no superficial y vana, sino de una alegría fundada en la certeza de la pascua y la vida nueva que emerge en todo lo que es, cuando se contempla en el amor de Dios. ¡Bendito sea el Espíritu libertador y benefactor!

5. Son enviados a la misión, a sembrar el Reino de Dios (de justicia, fraternidad, misericordia, concordia...) y posibilitar con su testimonio que en la tierra se inicie ya el cielo prometido.

6. Obtienen una identidad nueva, pues ya son seres bautizados por el Espíritu, y por tanto han nacido ya para la vida eterna, pues participan de la muerte y resurrección de Jesús.

7. Logran hacerse entender, entender y ser entendidos a través de diversas lenguas y culturas. Escuchan y proclaman la Palabra. Son ya valedores del encuentro y el diálogo.

8. Se les concede capacidad (y potestad) para perdonar los pecados y errores que el ser humano se empeña en seguir cometiendo. El mal ha sido y seguirá siendo superado por el amor y el perdón de Dios. ¡Bendito sea el Espíritu libertador y benefactor!

9. Y finalmente consiguen conformar unánimemente, en la riqueza de la pluralidad, en la humildad, la caridad y el servicio, el Cuerpo místico, la Santa Iglesia Católica. Todos nos incorporamos a ese Cuerpo y somos miembros dentro de él para desempeñar con agrado y generosidad nuestras particulares funciones en favor del bien común.

Pero además de todo lo dicho anteriormente, en esta festividad de Pentecostés, el Espíritu no concede sus siete dones para complementar y perfeccionar a los distintos fieles y comunidades según las necesidades que Él estime conveniente. Estos siete dones necesarios son: el don de sabiduría, el don de entendimiento, el don de consejo, el don de ciencia, el don de piedad, el don de fortaleza y el don de temor de Dios. ¿De cuál de ellos te sientes más necesitado para progresar como verdadero cristiano? Pues, recibas los que recibas, acuérdate que no son para ti, sino para ponerlos a disposición de los demás, ya que lo que uno recibe gratis, gratis a de poder ponerlo a disposición de todos.

¿Se puede pedir algo más que lo que el Padre a través de su Hijo nos dona mediante el Espíritu? ¿No es necesario disponerse a recibir la renovación y el impulso que el Espíritu nos concede? Nunca la Iglesia será inmovilista, sino en perpetua transformación por la acción del Espíritu en todos los que lo recibimos y nos comprometemos a vivir más espiritualmente.

Que nuestras comunidades estén prestas y dispuestas para dejarse hacer por el Espíritu que Jesucristo, anunció y prometió. Solo así seremos capaces de ser la Iglesia que Dios quiere y este tiempo necesita.

DÉJATE RENOVAR POR EL ESPÍRITU SANTO

sábado, 11 de mayo de 2024

Vasos comunicantes

VASOS COMUNICANTES


Que nadie se lleve a engaño; no todo es lo que a simple vista pudiera parecernos. Tanto es así que ni siquiera podemos estar demasiado seguros de aquello que hemos dado por sentado conocer. En propiedad ni siquiera conocemos con exactitud lo que precipitadamente afirmamos que no es, pues bien pudiese ser que tan solo lo desconocemos hasta el momento actual. Resulta por ello verdaderamente apasionante querer saber, indagar y cuestionarse. Para nada resulta vano este afán esencial del quehacer humano, bien al contrario, lo lamentable sería desentenderse de la posibilidad de llegar a saber.

Parece bastante claro que para conocer no solo nos es necesario un tipo de saber específico, sino que otros terminan siendo igualmente relevantes y, por tanto, se complementan entre sí, sin anularse entre sí las distintas aportaciones de los múltiples saberes. Las ciencias empíricas, la Filosofía, la Historia, la Teología, la Antropología, la Psicología... todas contribuyen al conocimiento humano. No basta una sola disciplina, de todas precisamos. ¡Ojalá comencemos ya a buscar enfoques más integradores del conocimiento, en lugar de la mera especialización!

Hoy en día gracias a los avances y nuevas teorías de la Física, se está renovando la concepción de lo que hasta ahora dábamos por seguro. En 1927 el físico Wener Heisenberg propuso el principio de indeterminación, según el cual, cuanta mayor certeza se busca en determinar la posición de una partícula, menos se conoce su momento ideal y, por tanto, su masa y velocidad. Esas propiedades de las partículas de la materia se encuentran en estado de superposición, con posibles valores diferentes de posición y momento ideal. Tal vez resulte demasiado compleja esta evidencia de que simultáneamente puedan darse valores muy distintos, dependiendo de la observación llevada a cabo. Bien puede ser, pero esta teoría es la que ha permitido el desarrollo de lo que hoy conocemos como física cuántica, teoría que va a transformar tanto nuestro mundo, como el modo como lo venimos concibiendo.

Sirva este improvisado excurso previo sobre la física cuántica para ejemplificar que lo que nos parece que pueda ser la realidad. No es por ello descartable que pueda darse un estado distinto que se nos ha estado pasando por alto. Así también, según nos cuentan las Escrituras, Jesucristo Nuestro Señor, el Alfa y la Omega, el que asciende a los cielos y regresa a la vera del Padre, sigue a la vez con nosotros. Se va y se queda. Está allí, en la eternidad, junto a Dios Padre intercediendo por nosotros, y sin embargo, también está aquí, presente y actuante en nuestro devenir temporal a través de la Iglesia, la comunidad de bautizados. Y esto puede ser así, tal y como algunos creemos, independientemente de que tú lo percibas, observes y cuantifiques o no.

En realidad Cristo, si se nos permite tirar de otro ejemplo de la Física, podríamos decir que funcionaría como los tradicionales vasos comunicantes: aúna humanidad y divinidad, tierra y cielo, está allí y aquí, ayer, hoy y mañana; y eso es una suerte inmensa, pues, además de las leyes de la Física y de la Lógica, el Amor también posee sus propias leyes operantes. Bien pudiera ser que una de ellas fuese que dónde está y es el Amado, ahí está y es también consigo el ser al que ama. Menudo trasiego de la divinidad estando presente en lo temporal y a la vez en lo eterno, en la tierra y en el cielo, en mí y en ti, fuera y dentro, en la materia e incluso en la no materia. ¿Cómo es esto posible? Para Dios, misterio inabarcable, todo es posible. Del principio de la indeterminación, al principio del amor transcendente que todo lo vincula prodigiosamente.

Es decir, Jesucristo, el hijo de María, murió, resucitó y resucita, y vive ya para siempre. Ahora, tras la fiesta de la Ascensión que hoy celebramos, deja de aparecerse glorioso a los apóstoles para perderse en los cielos. Deja de aparecerse y desaparece para hacerse visible solo por los ojos de la fe y el amor. Se marcha y se queda. Abramos los ojos para ver lo invisible. Reconozcamos su viva presencia mística y escuchémosle, pues nos deja bien clara la tarea encomendad: hemos de comunicar a todo hombre el Evangelio, la buena noticia que, cuando es escuchada y encarnada, nos transforma y salva. Hemos de expandir esa comunidad de creyentes, ofrecer la salvación por medio de una fe transformadora que va volviendo semejantes a Él a todo el orbe. El que quiera que la acoja y se incorpore por el bautismo al cuerpo de Cristo, que es su Iglesia, y vaya labrando el Reino de Dios ya en la Tierra.

Cristo ha subido al cielo, y por ello, cielo y tierra son vasos comunicantes, interrelacionados, superpuestos No olvidemos que el cielo, que se inicia en la vida terrena, es el mejor final para todo este trayecto vital; ni tampoco que nos salvaremos con y por los demás; ni que la Iglesia nos educa y permite ir dando pasos para acercarnos a ese cielo inmanente y transcendente, especialmente a través de la acción del Espíritu.

No era suficiente dejar de verle entre los vivos para aprender a verle radicalmente vivo, y aprender a reconocer que verdaderamente es él, el Señor resucitado y glorioso. Ahora hay se requiere dar un paso más, seguir avanzando en esta capacidad de descubrir al Viviente en la dimensión más profunda de la realidad, sondearle, intuirle, saber reconocer que lo espiritual también se vuelve evidente. Esa capacidad de ver más allá de lo sensible con el sentido de la fe, es ya sin duda participación en su resurrección gloriosa. ¿Y te lo vas a perder? 

sábado, 4 de mayo de 2024

Semejanzas

SEMEJANZAS




Consideramos el tiempo pascual como un tiempo nuevo, lleno de gracia para comenzar a ser de manera genuina y vibrante, es decir, a no vivir acomodados en una rutina monótona y, en definitiva, desprovista de ilusión. Vivimos, sí; seguimos vivos, sí, pero ¿cómo? ¿Estamos aprovechando con entusiasmo nuestras vidas o nos conformamos con solo que vaya pasando ésta sin demasiados sobresaltos? ¿En qué medida estás viviendo o desaprovechando el milagro de tu vida?

Hace tan solo un personaje notorio en la escena pública, de cuyo nombre no hemos de acordarnos, se preguntaba si le merecía la pena seguir con lo que venía haciendo. ¿A nosotros nos merece la pena seguir o hemos de encontrar nuevos caminos por los que aventurarnos en esto de la vida? ¿No será mejor no calentarse más la cabeza con tanta pregunta y dejar de leer este blog de inmediato? Allá tú con lo que haces, pues este blog no se hace responsable.

Para empezar, pretender entender ya es en sí algo notable. Preguntarse si hay alguna manera más acertada de empezar a poder ver la realidad de modo diferente y nuevo, es ya mostrar una inquietud encomiable.  Solo con este cambio inicial de actitud es posible abrir horizontes, ampliar posibilidades para que la vida que uno lleve pueda ser más plena. ¿A qué esperas?

En el evangelio de este domingo VI de pascua, San Juan nos transcribe las palabras de Jesús: "Os he hablado esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud" ¿Y qué es lo que nos encomienda el Hijo de Dios para que estemos rebosantes de esa alegría suya, de ese esplendor diáfano que solo se consigue cuando uno acierta de lleno entre lo que es y hace? ¿Acaso nos va a decir su secreto? Pues, como no podría ser de otro modo, el que no se reservó su vida para sí, nos comunica dónde está el quid de la cuestión más apremiante: "Que os améis los unos a los otros como yo os he amado". Que seamos semejantes a Él en ese amor radical hacia los demás, tal y como Él lo es.

Como Él es semejante al Padre en el amor que se profesan, así nosotros hemos de hacernos semejantes a Él en el amor que desde dentro nos surge y en el que establecemos también la semejanza con nuestros semejantes. Efectivamente, a través de su palabra, asimilada y activa en nosotros, y ayudados por su gracia, esa semejanza que ya llevamos por nuestra condición creatural, puede ir desarrollando esa intrínseca semejanza divina. Tan solo en eso consistirá aprovechar de lleno cada una de nuestras vidas. 

Poseemos una vocación absoluta a la realización del amor que portamos. Esta es nuestra esencia más profunda. Nacemos para el amor, somos amados y vivimos para amar. Cualquier otra manera de situarnos en la existencia solo nos dejará insatisfacción y desencanto.

Si miramos la vida de cualquier ser humano, su biografía, sus idas y venidas, sus triunfos y fracasos, sus errores y aciertos, salta a la vista que todo lo que hace es movido por esa necesidad acuciante de amar y ser amado. Igualmente podemos reconocerlo en la vida de cualquier personaje de ficción que vemos en las grandes obras de la literatura. Todo se reduce a la necesidad imperiosa de amar, aunque tantas y tantas veces, luego ni los personajes ni las personas sepamos llevar a cabo esa preciosa tarea. La mayor de las veces aprendemos a amar según nos han amado a nosotros, incluso aunque no haya sido de la mejor manera. ¿Dónde si no aprender a amar sino en la propia casa, la primera escuela del amor? Y por ello somos eternos aprendices en el amor. Que nuestro amar sea cada vez semejante al amor de Cristo.

Él nos amó primero y nos enseñó a amar sin doblez ni reserva alguna. Se trata de hacernos semejantes a Él en sus sentimientos y acciones. Amar a Dios y al prójimo con todo nuestro ser. Que salte a la vista que al menos en un pequeño grado, estamos volviéndonos semejantes al que asumió nuestra condición. Ninguna otra manera nos convertirá en seres dignos de aquel lugar en el que al final nos examinarán del amor, sí, el cielo, el deseable destino final de toda la aventura vital.

"Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos¨. Sabemos entonces lo que el Amigo nos ha revelado, conocemos el corazón del Padre, su entraña amorosa generadora de vida, seamos pues amigos del Amigo. Hagamos efectiva la semejanza con el Hijo del Hombre, y la vida será Vida, y todo merecerá la pena. Ahí está la fuente de la alegría, en ser transparentes y auténticos con el que es el camino, la verdad y la vida. Lo demás, es ir dando tumbos en los que nos vamos dejando una vida que se nos extingue.
  
Aprovechemos pues este tiempo pascual para afianzar la amistad con el Resucitado, para hacernos semejantes a Él, y por tanto, como todos sus amigos, los santos, también lograr ser semejantes a ellos. De verdad, amigo, que te merecerá la pena.



sábado, 27 de abril de 2024

Llenos de vida

 LLENOS DE VIDA


¿Qué tendrá la vida que a todos nos resulta sobrecogedora y maravillosa? En algunos momentos nos hemos sentido pletóricos de vida, exultantes, vigorizados por el entusiasmo, pero otras veces también nos hemos podido sentir con las fuerzas escasas, como al límite, exhaustos. Contamos ya con experiencia de ambos estados, así como de algunas otras ocasiones en que ni lo uno ni lo otro, tan solo nos encontramos en un término medio aceptable de vitalismo.

¿De dónde nos viene esa fuerza vital? ¿Solo de conseguir aquello que hemos deseado tanto? ¿Puede ser éste un modo serio de perseguir la felicidad? Tal vez nos sirva durante un tiempo: desear, hacer lo que sea necesario para lograrlo, conseguirlo finalmente y pese a quien pese, para volver a empezar de nuevo a desear y perseguir insaciablemente más deseos. Pues bien sabido es que el corazón humano tiende a no encontrar nunca la satisfacción completa en las posesiones y los logros. ¿No habrá que encontrar una manera más efectiva y afectiva para rebosar de vida? ¿Una manera de perseguir la felicidad no consentiría más que tender a lo que nos falta, justamente en atender a aquello que no nos falta?

La vida, por tanto, es un grandísimo regalo, y en principio está llena de múltiples oportunidades insospechadas. ¡Qué triste puede llegar a ser eso de estar triste por no saber captar la gratuidad del don de la vida! A veces nos pueden llegar a lastrar la alegría nuestras preocupaciones, el exceso de trabajo, los temores, los fracasos o cualquier otro condicionante. Si no preguntémosles a los terapeutas. Pero que quede bien claro: nadie está obligado a tratar de ser feliz, menos aún tratando de ser o de aparentar aquello que no se es. Quizá sí pueda ser posible superar todo lo negativo y empezar a vivir en positivo sin dejarse llevar por un deseo desenfrenado y consumista, ni tampoco limitándose a vivir como mandan los cánones que nos indican cómo se ha de vivir. Porque si vives exclusivamente como dicen los expertos que se consigue la felicidad, con mucho conseguirás esa felicidad de estereotipos, pero no la felicidad que tú buscas y necesitas.

¡Cuantos problemas y frustraciones nos vienen de las relaciones que se rompen! Habíamos puesto toda la carne en el asador de amar a esa persona, pero, por unos motivos o por otros, esa relación se resquebraja y pierde. Lo que nos llena más de vida sin duda, a unos y a otros, es el amor. Amor de cien Kilates ¿dónde encontrarlo? Relaciones estables que crecen y son para siempre motivo de verdadera alegría ¿en los cuentos o películas románticas? No solo, pues en el evangelio de este domingo se nos indica: hemos de permanecer unidos al Hijo como los sarmientos a la vid, para rebosar de su vida y poder dar fruto abundante.

Nuestro Padre es el labrador, el que se ocupa de cuidar y cultivar la Vid. Si mantenemos esa unión esencial de vida con Cristo, con su palabra animada por el Espíritu; si permanecemos injertados a este cuerpo de Cristo que es la comunidad cristiana, estrechando lazos fraternos en la caridad y abiertos a abrazar a todo ser humano, no nos faltará el sabio cuidado de nuestro Padre, y daremos mucho fruto, porque estaremos rebosantes de vida. 

Lo que hoy ocurre, con tal vez demasiada frecuencia, es que sabemos amarnos muy pobremente, sin llegar a superar el límite de ego. Son solo amores pasionales, egoístas, furtivos y posesivos; solo amores de usar y tirar, que vienen ya van con la obsolescencia programada. Todo resulta pasajero, nada estable, nada firme. Pudiera estar pasando que hayamos terminado siendo víctimas de la volubilidad de las emociones más que de una apuesta que conforma nuestra libertad. Sin embargo, la propuesta de Jesús es firme, hemos de optar y permanecer, y solo así tendremos vida.

Ciertamente, se trata de vivir vinculados al que es el Amor, de manera que ese amor suyo habite y viva en nosotros. Ese amor que da vida muriendo al sí mismo, para entregarse en bien y vida verdadera para los demás, es el que no se extingue, el que no se resquebraja, sino que perdura. Bien lo dice Juan en la primera lectura: "no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras". Es decir, vivir auténticamente ese amor fontal que brota en aquellos que permanecen en Él y Él en ellos.

¿Pero es posible un amor así que supera cualquier diferencia y cualquier impedimento? ¿Hay  acaso algo imposible para Dios? ¿Podemos amar desde el cuerpo, el alma y el espíritu, esto es con todo el ser? Pues al parecer sí, pero que no te lo cuenten. Si quieres, tendrás que vivirlo y experimentarlo.