sábado, 1 de junio de 2024

A mesa puesta

 A MESA PUESTA




No debería ser difícil elogiar las cualidades de aquellas personas insignes con las que nos relacionamos. Tampoco debería resultar infrecuente encontrarnos con personas con esa manera excepcional de afrontar su propia existencia y compartirla con los demás. Ojalá sepamos reconocer la excelencia de las personas sencillas y amables, pues aunque estas cualidades, en principio, están al alcance de cualquiera, no parece que sea demasiado frecuente hallar tantos seres humanos que se empeñen en ejercerlas.

Dice la sabiduría popular que "quien tiene un amigo, un tesoro". Todos estaremos de acuerdo en que no puede ser más cierto el aserto, y si el susodicho amigo es de veras, y sabe estar cercano en la distancia, asequible en cualquier tesitura, y dispuesto a compartir y acompañar mientras dure el recorrido vital, entonces es que ese amigo vale más que el oro. A lo dicho podríamos añadir además que el que tiene un verdadero amigo, lo tiene para siempre. Consérvalo.

Entre estos amigos y personas excepcionales, tan dignas de ser elogiadas, una práctica común sería el ser acogedores e incluso el llegar a compartir la vida. Pero es que además, casi desde que el mundo es mundo (y creo que no fue precisamente ayer), es costumbre reconocida el ser hospitalarios y buenos anfitriones. Tanto el que invita como el invitado, deben sentirse distinguidos, el primero por poder acoger a quién se reconoce como distinguido, y el segundo por tener la deferencia de ser invitado, valorado y cuidado de tan generosa manera.

Aunque también se nos pueda venir a la memoria aquel artículo costumbrista de nuestro Mariano José de Larra en que, más que sentirse agasajado por el castellano viejo, hacerle sentir a gusto al invitado, más bien le incomoda, lo habitual es que cuando nos invitan a la mesa, todo esté cuidado para que disfrutemos tanto de las suculentas viandas, como de la conversación y la compañía. La intención de los anfitriones suele ser que uno se encuentre a las mil maravillas en ese tiempo compartido. Por ello, si en alguna ocasión semejante te ves, aprovecha el momento y también haz que el que te invitó se sienta reconfortado por haberte recibido y agasajado en su propio hogar, no vaya a ser que el castellano viejo termines siendo tú.

Este domingo celebramos la solemnidad del Corpus Christi, que aunque tradicionalmente se venía celebrando en jueves, se ha trasladado al domingo para facilitarnos la participación. Pues justamente es es este el significado de esta solemnidad litúrgica: nos han invitado al banquete de los amigos del Amigo. Ni en los más altas aspiraciones podíamos esperar a tanto: es Dios quien nos convida a su hogar y nos prepara con cariño la mesa. Allí acudimos como en su día los discípulos a celebrar la pascua, no solo la pascua judía, sino la pascua en que es Cristo el que se nos ofrece. Él nos transforma el pan y el vino es su Cuerpo y su Sangre. Nos alimenta consigo, para que nosotros también nos transformemos en Aquel que comemos.

Qué excelente oportunidad poder sentarse a la mesa con amigos, estrechar lazos de amistad y fraternidad, compartir tierno pan y selecto vino, el mismo que probaron en aquella memorada ocasión los amigos de Jesús, y poder sellar así ese pacto de vinculación vinculante con el Resucitado. Nada nos podrá separar del amor de Dios que compartimos. Pase lo que pase, vengan tiempos de bonanza como de prueba, este alimento que compartimos en la eucaristía nos vuelve invencibles en la fragilidad. Cristo, tú haces nuestro alimento. Nada puede ya faltarnos si tú nos sustentas. 

¡Qué necedad sería declinar esta invitación! ¡Qué craso error cometeríamos si no acudiésemos a su fiesta! Es Dios mismo el que se ha humanizado para compartir mesa con nosotros. ¡Cómo para perdérselo! ¿Acaso vas a rechazar al mejor de los amigos posibles? Revisa en tu agenda, y si no tienes hueco, házselo. Ven al banquete, no te quedes fuera. Todo está ya dispuesto, vas a mesa puesta y a ser tratado como amigo de Dios.

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