jueves, 22 de junio de 2023

JUNTOS SOMOS MÁS PROVI

 JUNTOS SOMOS MÁS PROVI


Lo primero agradecer a la parroquia de Santiago y a su párroco, José, que nos haya acogido una vez más. Pero también hacer extensible el agradecimiento a todos vosotros, alumnos, antiguos alumnos, profesores y familias por estar aquí, por venir a agradecer a ese Dios que nos ha ido acompañando a lo largo de todos estos días, de todo el curso y de todos los cursos que hemos pasado hasta ahora en La Provi. Pues el amor de nuestro Dios es inmenso y sin hacerse notar nos cuida y quiere siempre para nosotros lo mejor. Hoy venimos a esta eucaristía a expresárselo: Gracias, Padre, por todo lo recibido de ti durante este año. 


Como estamos entre amigos y reunidos delante de nuestro Padre, que todo lo comprende y perdona, aprovecho para haceros una confidencia: a mi no me gusta predicar, sino escuchar, porque soy consciente de todas mis carencias y quiero seguir aprendiendo. Si a pesar de esto estoy aquí hablandoos es porque me lo habéis pedido, no porque yo lo quiera. Vamos que me ha tocado. 


Porque decía uno de los más eminentes teólogos de los últimos años que el creyente es ante todo un oyente de la Palabra. Y la Palabra, así con mayúsculas, es Jesucristo. Por lo tanto, para aprender mucho hay que escuchar muy bien y mucho, pero aún todavía más, si en lo que queremos progresar es como cristianos, dejar de escucharnos tanto a nosotros y más al Hijo de María. Ella nos dice en el pasaje que leemos aquí el día de la Providencia “Haced lo que Él os diga”. Que cada uno de los presentes examine si escucha a María, y si hacemos caso de su recomendación: ¿Escuchamos a nuestros padres? ¿Escuchamos a nuestros profes? ¿Escuchamos a nuestros sacerdotes y catequistas? ¿Escuchamos a Jesucristo? ¿O somos como un cántaro agrietado que nunca es capaz de retener nada? Pues, fijaos, de ello va a depender quiénes logremos ser. 


No sé si os habréis dado cuenta de cómo ha empezado el apósito San Pablo en la segunda carta a los Corintios, en la primera lectura de hoy: “Ojalá me toleraseis unos cuantos desvaríos”, justamente así, quiero comenzar yo hoy, sabiendo que a vuestros profesores les tenéis que aguantar muchos desvaríos, pero muy especialmente a mí, que a veces empiezo a soltar mis reflexiones, y es como las tormentas, ya parará. Es verdad que a veces también nos toca aguantar también muchos desvaríos vuestros. Lo bueno es que los que os graduáis hoy ya no vais a tener que aguantar ningún desvarío más, salvo el de ahora, este de hoy va a ser el último sermón (pero para el resto no). 


Vemos en el Evangelio de hoy como los apóstoles se sienten necesitados de Dios, de poder ejercitarse en la oración, en la conversación con Dios Padre. Sin embargo, nosotros tratamos de vivir muchas veces de espaldas a Dios, sin tratar de escucharle, de tenerle presente, de descubrirle en nuestras vidas, de no buscar su voluntad, y no tener una relación de confianza e intimidad, porque eso es la oración, una auténtica relación de amor recíproco. 


Y yo me pregunto y os pregunto ¿Cómo podemos aspirar a ser personas libres sin esa relación liberadora con el amor del Padre? ¿Cómo pretendemos ser medianamente felices sin cultivar esa dimensión profunda de nuestro ser, la espiritualidad? Sin embargo, los apóstoles le piden a Jesús que les enseñe a rezar, porque detectan que no es algo marginal en sus vidas, sino fundamental para realizar su identidad. 


La Virgen María, al igual que todos los grandes santos, fueron principalmente hombres y mujeres orantes. También nosotros si queremos hacer lo que Él nos dice escuchemos cómo nos enseña Jesús a rezar y a hacer de esa oración la manera de conducir con acierto nuestras vidas. Es cierto que hay muchas maneras de rezar e incluso también mucha oraciones que han compuesto diferentes autores para facilitarnos a nosotros las palabras con las que podemos hablar y lo que deberíamos sentir, sin embargo, nosotros tenemos un gran tesoro que no sabemos ni descubrir ni valorar, tenemos la mismas palabras que Él nos enseñó para dirigirnos al Padre, es decir, el propio Hijo, que conoce a fondo la intimidad de Dios y el corazón del hombre (pues Él es Dios y hombre) nos muestra cómo ha de ser nuestra oración. 


No se trata de emplear grandes palabras, altisonantes y muy elaboradas, sino al contrario, sencillas y sentidas, naturales, auténticas y salidas desde lo más profundo de nuestro ser, porque hablamos a Dios, pero al Dios que nos ama y escucha como Padre. Para dirigimos al Padre que no es exclusivo mío, sino de todos los hermanos, y por eso empleamos el posesivo plural, Padre nuestro que estás en el cielo, por encima de todos y todo, no atrapado en lo material y mundano, sino en el cielo, en lo inmenso. 


Luego le pedimos que venga a nosotros su reino, a lo más profundo de nosotros habite ese reino de justicia, misericordia, acogida, verdad, ternura, amor, y que por ello impulsemos en nuestro mundo la voluntad de bien que él desea para todos. 


También le pedimos que no nos falte el pan a ninguno, pero el pan que alimenta el cuerpo, el pan que alimenta la cabeza y el corazón, que es el pan de su palabra, y el pan que alimenta el espíritu, que es el pan que es cuerpo de Cristo, que no nos falte ese pan que nos alimenta, sana y transforma. Ojalá tengamos verdadera hambre de saciarnos y compartir esos panes que Dios nos da. 


Le pedimos después que nos ayude a perdonarnos entre nosotros, de la misma manera que Él nos perdona, porque comprendemos que todos podemos fallar. Le pedimos también que nos ayude a ser más libres y por ello ser capaces de salir indemnes de toda posible tentación, porque vamos aprendiendo a elegir bien el bien, pero nos reconocemos necesitados de su fuerza para enfrentarnos al mal.


Por lo tanto, el padrenuestro es una oración para rezarla pero sobre todo para tratar de hacerla vida, para vivirla. Y así tenemos que tratar de vivir, hoy los alumnos de 4º dejáis La Provi, y por ello, además de ser para los demás, tenéis que portar una singularidad ejemplar: tratad de escuchar al que nos escucha, tratad de vivir orando y orar viviendo. Sabed que es posible y deseable. Pueden ocurrir muchas y diferentes cosas, pero si sois hombres y mujeres de oración, con esa vida interior cuidada y cultivada, podréis afrontar y superar todo. No estáis solos ni contáis nada más que con vuestras propias fuerzas, Santa María de la Providencia no os va a dejar de la mano. Tenedlo por seguro. No lo olvidéis nunca. Tampoco que este es y será siempre vuestro cole y vuestra casa. 

AQUÍ OS ESPERAMOS





domingo, 11 de junio de 2023

Voracidad

 VORACIDAD


En este mundo complejo y global, mientras unos apenas tienen algo que llevarse a la boca, otros pareciera que nunca están saciados. Para los primeros su demanda sería el alimento básico para poder sustentarse y sobrevivir; sin embargo, para los otros, hartos de todo, les posee un hambre pertinaz, un apetito exponencial que ni les sirve para alimentarse, pues están ya sobrealimentados, ni tiene fin. Unos perecen de inanición, otros se encuentran en una vorágine de deseos cada vez más insatisfechos.

Los humanos que poblamos este bendito planeta bien pudiéramos diferenciarnos, a grandes rasgos, en los habitantes del Tercer Mundo y en los que habitamos los países desarrollados, la mal llamada sociedad del bienestar. Pero dentro de esos mundos que hemos separado, a su vez, hay algunos muy pocos ricos entre los más desfavorecidos, al igual que hay cada vez más pobres en medio de las sociedades materialistas y opulentas. A unos y otros nos devora una hambre, pero una hambre distinta.

Y ante esta situación de desigualdad generalizada, que si no hemos aceptado del todo, tampoco hacemos demasiado para reequilibrarla, se planta Jesús y nos dice que Él es el pan vivo, y que no solo de pan vive el hombre. Y es que, además del alimento que nutre el cuerpo y restablece las fuerzas físicas, este pan, que junto a las patatas, la leche, o las lentejas, a las que todos tendríamos derecho, el ser humano de verdad también precisa alimentar el espíritu. 

A veces esa hambre loca que nos devora a los occidentales, es una hambre atroz y feroz que nos lleva a consumir cada vez más y más, pues nuestro deseo siempre va a desear más: más ropas, más energía, más objetos, más alimentos de todo tipo, más ocio, más dispositivos, más relaciones, de lecturas, de viajes, de experiencias, de más y más. Tal vez, por ese camino desorbitado acabamos siendo, en mayor o menor medida, adictos a lo que se nos pongan por delante. ¿No será porque lo que en verdad demandamos no es nada de todo lo que el mercado trata de ofrecernos? ¿No será que portamos un hambre y una sed mucho más profunda y que solo puede calmar el Dador de plenitud?

Este pan que Jesucristo parte ante los discípulos de Emaús, cuando estos le reconocen resucitado, es el Cuerpo de Cristo que es consagrado en la eucaristía, el único pan que puede calmar nuestra hambre de Dios. Jesús mismo, en la Ultima Cena nos dice que ese pan y ese vino son su carne y su sangre, que sigamos haciendo esto en memoria suya. Y eso precisamente es lo que hemos seguido haciendo desde entonces hasta hoy, para que sea Él el alimento verdadero que nos da esa Vida que no da ningún otro alimento.

Porque somos lo que comemos, si comemos al mismo Jesús en las especies sacramentales, también nos vamos haciendo Cuerpo de Cristo. Es esto lo que hoy celebramos en este domingo del Corpus. Y si somos el mismo Cuerpo que Él nos alimenta, ¿no habremos de tener las mismos sentimientos que Él? ¿El mismo amor que se da?¿Las realizar las mismas acciones suyas para que a través de la Iglesia siga salvando Cristo?

Paremos de tanta voracidad mundana y admiremos la lógica del don que se deja entrever en ese pequeño fragmento de pan que contiene al mismo Dios que se entrega, parte y comparte con todos nosotros. Adoremos su misterio. Dejémonos transformar por ese pan que ya es cuerpo de Cristo, que sacia y revierte la voracidad del ego por la generosidad del amor. 

Qué hoy, solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, sea Él nuestro alimento espiritual, para que tengamos verdadera hambre de comunión y fraternidad.       





sábado, 3 de junio de 2023

Inconcebible

 INCONCEBIBLE


No ha mucho que en la sala de profesores de nuestro colegio, andaban reunidos algunos profesores recordando aquella conocida frase de Wittgenstein "de lo que no se puede hablar es mejor callar". Mucho habría que profundizar y matizar, y con rigor, para poder abordar el pensamiento del eminente filósofo austriaco. Por no ser este ni el momento ni el lugar para ello, lo relegamos a la espera de una ocasión más oportuna. Hoy nos proponemos aún el más difícil todavía: tratar de hablar de lo inconcebible, y, por tanto, ciertamente indecible e impensable. Sí, de antemano queda asumida la irresponsabilidad de tal intento, pero aún así proseguimos.

Es sabido que nos suele gustar tener todo bien seguro, planificado y bajo control. Nos da seguridad que cualquier cuestión esté bajo nuestros parámetros y medidas preconcebidas. Hoy casi podríamos apuntar que lo propio de nuestro tiempo sean los datos, las magnitudes, lo mensurable, cuantificable y cierto, y con ellos, parece que sí pudiemos manejarnos relativamente bien, llegar a ciertas constataciones, y hasta tomar prácticas decisiones ajustadas a lo conveniente. Y si no se puede, para eso tenemos el big data, los logaritmos computacionales y la IA, para que tomen las decisiones oportunas, bien porque no queramos tomarnos las molestias de pensar por nosotros mismos, bien porque no sabemos ya ni pensar ni qué pensar, o simple y llanamente porque eso de ejercer nuestra libertad nos pesa demasiado, y hemos resuelto ya tan compleja cuestión delegando nuestra libertad responsable a las máquinas. ¿Al menos nos sentimos responsables de esta decisión delegatoria?

Pues ante la celebración litúrgica de hoy no caben demasiadas seguridades ni controles, sino todo lo contrario: asumir nuestra pequeñez. Hay que apechugar con que la cuestión de Dios nos bien muy, pero que muy grande; y que, en definitiva, ante los grandes misterios, tanto el lenguaje y los conceptos se nos quedan demasiado mermados. Por eso decíamos que hoy vamos a tratar de abordar a grandes trazos lo inconcebible e inabarcable de la Santísima Trinidad. ¿Y por qué? Pues porque aún a riesgo de equivocarnos, sí que algo podemos conocer mediante conjeturas e intuir.

El Dios cristiano, el Dios vivo que conocemos por la revelación y por la encarnación de Jesucristo, es un Dios que en sí mismo es un gran problema, porque es uno y es trino a la vez. ¡Toma contradicción! (o no). ¿Cómo resolver con la mera razón la antinomia de ser uno solo y a la vez plural? Pues, efectivamente, saltando la lógica habitual para ser lanzados a la ilógica del espíritu, o a la lógica sobrecogedora de lo numinoso. El misterio de Dios ante el que nos hemos de situar en la vida tarde o temprano, si pretendemos que esta sea congruente con nuestra inquietudes más profundas, nos deja sin andamiaje; pero no por ello debemos de tomar conciencia de su realidad incuestionable. Dios escapa de nuestras concepciones, y ello es, entre otras cosas, porque es más que un Dios meramente pensado, sino un Dios real y presente, anterior y superior a toda concreción conceptual.

El Dios cristiano, nuestro Dios, es uno solo y a la vez tres personas en continua interacción recíproca. Es Padre, y es Hijo, y es Espíritu, por tanto unicidad plural o pluralidad unívoca. Es unidad centrípeta y a la vez centrífuga, dinamismo puro y salvífico. Es origen de todo y potencia de todo. Es amor expansivo, don inclusivo. Vitalidad inconcebible, pero no incognoscible en la medida en que somos criaturas suyas, hechas a su imagen y a su semejanza. Es palabra y oración. Es vida y vida en abundancia. Es instante y eternidad presente.

Si quieres saber algo más sobre el apasionante misterio de la Santísima Trinidad, lo mejor es que además de la teología apofántica y del evangelio, trates por ti mismo de entrar en ese misterio vivo en que sin saberlo vives. Descalzándote ante lo más sagrado para descubrir en tu propio ser esa agua viva que mana y fluye. Porque la Trinidad es canto de agradecimiento y sobrecogimiento, es participación y magma poético.

En el siglo XIV un monje inglés desconocido escribió un tratado titulado La nube del no saber. Tal vez pueda servirnos para atisbar con el corazón que hemos de vivir trinitariamente, como nos muestra Jesús, en lugar de aislarnos en un individualismo desvinculado de todo y todos. ¿Te resulta inconcebible? Pues es un buen comienzo.