domingo, 11 de junio de 2023

Voracidad

 VORACIDAD


En este mundo complejo y global, mientras unos apenas tienen algo que llevarse a la boca, otros pareciera que nunca están saciados. Para los primeros su demanda sería el alimento básico para poder sustentarse y sobrevivir; sin embargo, para los otros, hartos de todo, les posee un hambre pertinaz, un apetito exponencial que ni les sirve para alimentarse, pues están ya sobrealimentados, ni tiene fin. Unos perecen de inanición, otros se encuentran en una vorágine de deseos cada vez más insatisfechos.

Los humanos que poblamos este bendito planeta bien pudiéramos diferenciarnos, a grandes rasgos, en los habitantes del Tercer Mundo y en los que habitamos los países desarrollados, la mal llamada sociedad del bienestar. Pero dentro de esos mundos que hemos separado, a su vez, hay algunos muy pocos ricos entre los más desfavorecidos, al igual que hay cada vez más pobres en medio de las sociedades materialistas y opulentas. A unos y otros nos devora una hambre, pero una hambre distinta.

Y ante esta situación de desigualdad generalizada, que si no hemos aceptado del todo, tampoco hacemos demasiado para reequilibrarla, se planta Jesús y nos dice que Él es el pan vivo, y que no solo de pan vive el hombre. Y es que, además del alimento que nutre el cuerpo y restablece las fuerzas físicas, este pan, que junto a las patatas, la leche, o las lentejas, a las que todos tendríamos derecho, el ser humano de verdad también precisa alimentar el espíritu. 

A veces esa hambre loca que nos devora a los occidentales, es una hambre atroz y feroz que nos lleva a consumir cada vez más y más, pues nuestro deseo siempre va a desear más: más ropas, más energía, más objetos, más alimentos de todo tipo, más ocio, más dispositivos, más relaciones, de lecturas, de viajes, de experiencias, de más y más. Tal vez, por ese camino desorbitado acabamos siendo, en mayor o menor medida, adictos a lo que se nos pongan por delante. ¿No será porque lo que en verdad demandamos no es nada de todo lo que el mercado trata de ofrecernos? ¿No será que portamos un hambre y una sed mucho más profunda y que solo puede calmar el Dador de plenitud?

Este pan que Jesucristo parte ante los discípulos de Emaús, cuando estos le reconocen resucitado, es el Cuerpo de Cristo que es consagrado en la eucaristía, el único pan que puede calmar nuestra hambre de Dios. Jesús mismo, en la Ultima Cena nos dice que ese pan y ese vino son su carne y su sangre, que sigamos haciendo esto en memoria suya. Y eso precisamente es lo que hemos seguido haciendo desde entonces hasta hoy, para que sea Él el alimento verdadero que nos da esa Vida que no da ningún otro alimento.

Porque somos lo que comemos, si comemos al mismo Jesús en las especies sacramentales, también nos vamos haciendo Cuerpo de Cristo. Es esto lo que hoy celebramos en este domingo del Corpus. Y si somos el mismo Cuerpo que Él nos alimenta, ¿no habremos de tener las mismos sentimientos que Él? ¿El mismo amor que se da?¿Las realizar las mismas acciones suyas para que a través de la Iglesia siga salvando Cristo?

Paremos de tanta voracidad mundana y admiremos la lógica del don que se deja entrever en ese pequeño fragmento de pan que contiene al mismo Dios que se entrega, parte y comparte con todos nosotros. Adoremos su misterio. Dejémonos transformar por ese pan que ya es cuerpo de Cristo, que sacia y revierte la voracidad del ego por la generosidad del amor. 

Qué hoy, solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, sea Él nuestro alimento espiritual, para que tengamos verdadera hambre de comunión y fraternidad.       





No hay comentarios:

Publicar un comentario