sábado, 3 de junio de 2023

Inconcebible

 INCONCEBIBLE


No ha mucho que en la sala de profesores de nuestro colegio, andaban reunidos algunos profesores recordando aquella conocida frase de Wittgenstein "de lo que no se puede hablar es mejor callar". Mucho habría que profundizar y matizar, y con rigor, para poder abordar el pensamiento del eminente filósofo austriaco. Por no ser este ni el momento ni el lugar para ello, lo relegamos a la espera de una ocasión más oportuna. Hoy nos proponemos aún el más difícil todavía: tratar de hablar de lo inconcebible, y, por tanto, ciertamente indecible e impensable. Sí, de antemano queda asumida la irresponsabilidad de tal intento, pero aún así proseguimos.

Es sabido que nos suele gustar tener todo bien seguro, planificado y bajo control. Nos da seguridad que cualquier cuestión esté bajo nuestros parámetros y medidas preconcebidas. Hoy casi podríamos apuntar que lo propio de nuestro tiempo sean los datos, las magnitudes, lo mensurable, cuantificable y cierto, y con ellos, parece que sí pudiemos manejarnos relativamente bien, llegar a ciertas constataciones, y hasta tomar prácticas decisiones ajustadas a lo conveniente. Y si no se puede, para eso tenemos el big data, los logaritmos computacionales y la IA, para que tomen las decisiones oportunas, bien porque no queramos tomarnos las molestias de pensar por nosotros mismos, bien porque no sabemos ya ni pensar ni qué pensar, o simple y llanamente porque eso de ejercer nuestra libertad nos pesa demasiado, y hemos resuelto ya tan compleja cuestión delegando nuestra libertad responsable a las máquinas. ¿Al menos nos sentimos responsables de esta decisión delegatoria?

Pues ante la celebración litúrgica de hoy no caben demasiadas seguridades ni controles, sino todo lo contrario: asumir nuestra pequeñez. Hay que apechugar con que la cuestión de Dios nos bien muy, pero que muy grande; y que, en definitiva, ante los grandes misterios, tanto el lenguaje y los conceptos se nos quedan demasiado mermados. Por eso decíamos que hoy vamos a tratar de abordar a grandes trazos lo inconcebible e inabarcable de la Santísima Trinidad. ¿Y por qué? Pues porque aún a riesgo de equivocarnos, sí que algo podemos conocer mediante conjeturas e intuir.

El Dios cristiano, el Dios vivo que conocemos por la revelación y por la encarnación de Jesucristo, es un Dios que en sí mismo es un gran problema, porque es uno y es trino a la vez. ¡Toma contradicción! (o no). ¿Cómo resolver con la mera razón la antinomia de ser uno solo y a la vez plural? Pues, efectivamente, saltando la lógica habitual para ser lanzados a la ilógica del espíritu, o a la lógica sobrecogedora de lo numinoso. El misterio de Dios ante el que nos hemos de situar en la vida tarde o temprano, si pretendemos que esta sea congruente con nuestra inquietudes más profundas, nos deja sin andamiaje; pero no por ello debemos de tomar conciencia de su realidad incuestionable. Dios escapa de nuestras concepciones, y ello es, entre otras cosas, porque es más que un Dios meramente pensado, sino un Dios real y presente, anterior y superior a toda concreción conceptual.

El Dios cristiano, nuestro Dios, es uno solo y a la vez tres personas en continua interacción recíproca. Es Padre, y es Hijo, y es Espíritu, por tanto unicidad plural o pluralidad unívoca. Es unidad centrípeta y a la vez centrífuga, dinamismo puro y salvífico. Es origen de todo y potencia de todo. Es amor expansivo, don inclusivo. Vitalidad inconcebible, pero no incognoscible en la medida en que somos criaturas suyas, hechas a su imagen y a su semejanza. Es palabra y oración. Es vida y vida en abundancia. Es instante y eternidad presente.

Si quieres saber algo más sobre el apasionante misterio de la Santísima Trinidad, lo mejor es que además de la teología apofántica y del evangelio, trates por ti mismo de entrar en ese misterio vivo en que sin saberlo vives. Descalzándote ante lo más sagrado para descubrir en tu propio ser esa agua viva que mana y fluye. Porque la Trinidad es canto de agradecimiento y sobrecogimiento, es participación y magma poético.

En el siglo XIV un monje inglés desconocido escribió un tratado titulado La nube del no saber. Tal vez pueda servirnos para atisbar con el corazón que hemos de vivir trinitariamente, como nos muestra Jesús, en lugar de aislarnos en un individualismo desvinculado de todo y todos. ¿Te resulta inconcebible? Pues es un buen comienzo.    




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