Tu rostro interno
Parece que la temporada de mascarillas llega a su fin; parece también que ahora vienen otros tiempos donde el peligro es distinto, aunque no menos terrible. Hemos cambiado los virus, la peste que nos asolaba, por otra maldad aún más feroz e inhumana: la guerra.
Al menos poco a poco iremos recuperando los rostros, la verdad de nuestras caras expuestas que muestran quienes verdaderamente somos. Incluso se dice que la cara es el espejo del alma. Y sí, hay personas que con solo pararse a contemplarlas el rostro y la expresión, ya se les pueden apreciar retazos inconfundibles de la belleza de su alma.
Hemos comenzado la Cuaresma. Es un tiempo propicio para busca en nosotros esa cara oculta, ese rostro que permanece velado aunque nos quitemos toda máscara o mascarilla, porque no es un rostro externo, que se pueda maquillar; es el rostro oculto al que no nos atrevemos a asomarnos. Ese sí que es verdaderamente el rostro de nuestra alma, y si queremos conocernos sí habrá que ser capaces de buscar dentro nuestro rostro interno.
Jesús, tras su bautismo en el Jordán, se aventura en esa búsqueda de sí mismo y se adentra en el inhóspito desierto, donde nada ni nadie puede distraernos de nosotros. Allí, al desierto interior, hemos de tratar de ir nosotros también. Dejar el acomodo fácil en la superficialidad cotidiana, todos los trajines y tareas, y trata de partir más allá. Hacer una verdadera experiencia de desierto, de soledad, de intemperie, de búsqueda y encuentro con nuestra más profunda verdad. Solo allí nos encontraremos a solas con el Viviente, pero antes hay que enfrentarse a ciertas pruebas.
El mismo Hijo se expuso a las tentaciones (Lc 4, 1-13), donde el que ya había tentado a Adán, ponía a prueba incluso la propia identidad divina de Jesús por tres veces. Si el sagaz embaucador, tratando de aprovechar la debilidad de Cristo, pues tenía hambre por los días de ayuno, trata primero de hacerle fallar con la tentación de lo material (convertir las piedras en panes), después con la tentación del poder y del dominio, y finalmente con la tentación de utilizar al mismo Dios para lograr reconocimiento. En toda ocasión el Hijo del hombre le hace frente con la palabra de Dios que Él mismo encarna.
El que hace la voluntad del Padre vence siempre sobre el engaño del tentador. Busquemos, por tanto, esa voluntad de Dios en el rostro interno de nuestra alma. Busquemos la cercanía con Dios de manera denodada en este tiempo cuaresmal. La presencia de Él en tu corazón, la oración íntima, facilitará la iluminación de ese bello rostro tuyo aún sin descubrir. Adéntrate en ese desierto inevitable con la seguridad de que habitado por Jesucristo, y a la escucha atenta de su palabra, podrás sortear cualquier peligro y tentación, hasta llegar a descubrir la mejor versión humana de ti, ese rostro que mira y es mirado por el Amado.
¿Te atreves a andéntrarte en ese desierto a buscar el verdadero manantial? Empieza la Cuaresma detectando cuáles son tus puntos débiles. Ten por seguro que es ahí donde serás tentado. Y confía, en Cristo, podrás ser tentado, pero no vencido.
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