MANERAS DE VIVIR
Los que llevan en esta vida ya mucho recorrido tal vez recuerden una canción que en su día alcanzó mucha fama, y hoy, aunque sea un clásico de aquellas generaciones, ya es poco escuchada. Y es que pasa el tiempo, los seres humanos también, y con ellos a la vez las modas y gustos con una pasmosa fugacidad. El tema en cuestión se titulaba "Maneras de vivir" y sirve de inspiración para la entrada de este XXVI domingo de tiempo ordinario, ya que las lecturas nos proponen estas posibles maneras de vivir que cada uno trata de llevar con mayor o menor acierto.
Y es que esto de la vida no es cuestión baladí, que está muchísimo en juego. Por ello el profeta Amós nos indica que algunos andan viviendo de lujo en lujo, de deleite en deleite, y de banquete en banquete, y la vida se les pasa sin más ni más, inmersos en una distracción inconsciente poco propia de los seres racionales que supuestamente somos. Efectivamente, lo que antaño pasó, sigue pasando hoy en día. Los poderosos se dedican por completo a su continuo disfrute, sin reparar siquiera en los sudores y dificultades que pasan muchos del resto de los seres humanos. Mientras algunos abundan en la opulencia, otros pasan enormes penurias, y no tratan de poner a esta injusta e inhumana situación remedio alguno. Tan solo se ocupan de su estúpidas fiestas privadas y se enriquecen a costa del sufrimiento del resto.
Qué bueno que las Escrituras siempre nos proponen una lectura de la realidad con mayor sensibilidad, la de Dios, para hacernos ser críticos con esta manera de vivir insostenible. La palabra de Dios una y otra vez nos insisten en que hemos de despertar ya, no permanecer con la cabeza, el corazón y el alma embotados y aceptamos como normal lo que es absolutamente inaceptable.
Lo peligroso es que no solo los poderosos se miran en exclusiva a su propio ombligo, prescindiendo de los rostros de sus semejantes. Esa manera de vivir inconsciente y egoísta es compartida de manera generalizada por unos y otros, y es ahí donde radica el verdadero problema. También nosotros vamos a lo nuestro y el sufrimiento y las necesidades ajenas nos terminan resultando indiferentes. Esa manera de vivir tan nociva se podría expresar bajo el adagio de "tú a lo tuyo", como si en lo tuyo no cupiese lo de todos. ¿O es que alguien se ha hecho a sí mismo sin nadie que le haya prestado su ayuda, colaboración, auxilio o cooperación? Ya antes de venir al mundo todos precisamos de otros seres humanos. Precisamente ser persona es reconocer esa tupida red de relaciones que posibilitan que seamos. Sin embargo, terminamos cayendo en aquella manera de vivir que denunciaba el profeta Amós.
En la parábola que nos regala Jesús en el evangelio, aparece la parte que no solemos tener presente. Hay dos personajes un rico que solo se ocupa de pasarlo bien y un pobre llamado Lázaro del que el rico no se ocupa, a pesar de tenerlo en la puerta de su casa. Tras la muerte de ambos, el rico no goza de la gloria de Dios, como sí lo hace Lázaro, y por fin, ya tarde, descubre que no ha sabido vivir esa relación preocupada, implicada y ocupada en compartir su bienestar con los que tenía cerca (prójimo). ¿Qué nos impide a nosotros reconocer y paliar las necesidades de aquellos que están a nuestro alcance? Santa Teresa de Calcuta veía en el sufriente al mismo Jesús y se deshacía en atenciones con todos ellos. Su corazón estaba atento al prójimo y sus manos prestas a cuidar. Hay una manera mejor de vivir, mucho más grata a Dios y a los hombres. Empecemos a vivir dando vida.
San Pablo, hoy, en la primera carta a Timoteo lo afirma con estas palabras: "busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre..."Ese el el camino, esa es la forma, la manera de transformarnos en más humanos, viviendo en la caridad, que es el amor que no se cierra sobre sí mismo, sino que por contra se entrega en bien de los demás. Esa es la manera de vivir que da satisfacción y plenitud, y no el disfrute vulgar y pasajero que poco aporta y termina por sumergirnos en una vorágine de consumo deshumanizadora. No seamos como el rico incauto, que entre tanto disfrute vano, no se percató del hermano desnudo, enfermo y hambriento.
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