sábado, 13 de septiembre de 2025

Contar con el antídoto

CONTAR CON EL ANTÍDOTO


Tal como nos advirtieron nuestros antepasados, mucho más experimentados que nosotros en tantas peripecias y en tantos asuntos vitales del noble arte del existir, muchos son los peligros que nos rondan. Por tanto, nunca está de más que seamos más prudentes y tratemos de evitarlos, o al menos andar prevenidos y llevar con nosotros el remedio eficaz para nuestros posibles males. Será por eso que también nos contaban antaño aquello de que hombre (o mujer) prevenido vale por dos. Sin embargo, a veces parece que nosotros andamos bastante desprevenidos y despreocupados por la vida, como si no nos fuera a pasar nada malo nunca.

Tan grave sería pecar de timoratos como de temerarios, es decir, no hemos de vivir ni atemorizados ni tampono no saber advertir los riesgos, lo primero porque nos impediría tomar las decisiones necesarias para avanzar, lo otro, porque al no considerar los daños y perjuicios de nuestras acciones, podemos llegar a soluciones para nada queridas, y hasta terribles, sin tienen posibilidad de retroceso. Seamos suficientemente valientes para intentar lo que queremos, pero al mismo tiempo, sensatos para evitar grandes locuras y lamentables errores.

Entre los innumerables peligros que tal vez acechan nuestro tranquilo discurrir por la vida, les habrá externos, totalmente ajenos a nuestra voluntad, contra los que algo, aunque poco, podremos hacer para que no se terminen produciendo. Pero hay otros peligros que sí provienen de nuestras malas decisiones, de nuestra mala cabeza; y en estos sí que quizás tengamos un margen mayor para evitarlos: no exponernos a ellos será el mayor remedio para no acabar sucumbiendo ante el peligro que con un mínimo de sensatez podríamos haber evitado.

Aún así, no conviene olvidar que contamos con un remedio excepcional, el mayor de los antídoto que siempre podemos llevarlo con nosotros: el auxilio del que entregó su vida en rescate de nosotros, y de nuestra tremenda y pertinaz debilidad, los seres humanos. Si hemos sucumbido ante cualquier mal, aún contamos con la misericordia inmensa del Padre, que hace lo imposible por nuestro bien. No lo desperdiciemos a la ligera.

Este domingo XXIV de tiempo ordinario coincide con una festividad de gran arraigo en nuestra tradición religiosa: la exaltación de la santa Cruz. Porque en la cruz Jesucristo dio su vida, y por su desbordante amor, unió todo su ser personal, de verdadero hombre y verdadero Dios, con nosotros. En la cruz, que era instrumento de suplicio y de castigo, la víctima logró dar muerte a la muerte y al mal, para entregarnos su vida, la vida que no acaba con esta vida finita, sino que se convierte en preámbulo de la vida eterna y verdadera, la del gozo y el consuelo eterno, la del encuentro con los que aman y son amados en la gloria.

Este antídoto es eficacísimo, ningún mal, por terrible que sea, puede mermar sus efectos. Si logramos hacer de nuestras vidas una inmersión en la vida espiritual que Jesucristo nos ha concedido, nada hemos de temer, porque la salvación y la gracia ya están operantes en nosotros. Qué lamentable error sería que pudiendo acceder a la mejor de las medicinas, esta que siendo mortales nos hace además ser inmortales, prescindiésemos de ella y corriésemos tras los falsos remedios que los voceros de turno tratan de vendernos. 

Porque es un auténtico regalo el que Dios nos hace con la entrega de su Hijo. Dios no nos abandona nunca, aunque a veces, por negligencia o falta de prudencia, nosotros si le abandonemos. En cualquier encrucijada, en cualquier aprieto, pero también cuando vienen bien dadas, confiemos en el Señor, que camina a tu lado, que no nos suelta de la mano, que nos ha facilitado la mejor de las medicinas: el amor incondicional que nos restaura. Abrámonos a la acción del Señor, en Él radica nuestra sanación y nuestra salvación. La cruz ya no es signo de final, sino de ese amor que se da sin reservas por el bien de aquellos a los que se ama. Es el amor de los amores, aprendamos de Jesús a vencernos a nosotros mismos y a todo mal, para amar más y mejor y dar también vida.

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