miércoles, 24 de diciembre de 2025

En esta noche

EN ESTA NOCHE


Ahí estamos, suspendidas en la inmensidad de un firmamento inalterable por los siglos de los siglos. O mejor, más que suspendidas, estamos sostenidas, porque el movimiento celeste responde a una extremadamente bella voluntad creadora, gracias a ella ahí permanecemos poblando el cosmos. Desde la tierra sólo algunos especialistas nos escrutan con unas grandísimas lentes y tratan de llevar la cuenta de nuestras dimensiones y de la distancia que nos separan a unas de otras y de ellos mismos. Estudian los inmensos movimientos celestes, sin parar mientes siquiera en la gran maravilla que contemplan. Aunque los niños sí se quedan sobrecogidos ante nosotras, muchos otros humanos adultos se consideran demasiado importantes para detenerse un momento ante el espectáculo sublime del firmamento estrellado. Algunos de ellos tienen un ego tan inflamado que no saben que el universo es más amplio que ellos mismos. Lo mismo les da, porque en realidad es su ignorancia la que es desproporcionada. Sin embargo, nosotras ahí estamos fuentes luminosas entregadas a nuestra labor paciente, independientemente de que alguno de estos engolados humanos se digne a alzar la mirada al cielo. Pero el que mira, se sabe habitado por un enorme misterio.

Por contra, a nosotras, calladas y relucientes, sí nos apasiona observar día y noche lo que los hombres hacen, aunque no sepan que desde arriba no se nos pasa nada por alto. Bien es cierto que nosotras no podemos hablar. Es una gran limitación, porque aunque las palabras andan por dentro como minerales vivos, no logran ser liberadas más que como sordo brillo estelar. Pero en verdad con las palabras también se puede emitir hacia fuera parte de la luz que se tiene dentro, y a la vez, hacerse recepción de las palabras provenientes de otros para alimentar el fuego a que cada una de nosotras se nos entrega. Mas hoy no voy a permanecer muda, ya que he decidido soltar lo que recuerdo de aquella noche sagrada, de la que todas las demás noches son mera reminiscencia, y por ello precisamente todas las noches siguen siendo todavía extraordinariamente cautivadoras.

Vais a perdonarme si me equivoco, pues por falta de costumbre en el ejercicio de la escritura, no estoy segura de lo que digo, pero es posible que toda la vastedad inmensa del universo estuviese preparándose para aquella ocasión. La tierra dejó de ser un mero planeta más para convertirse en el lugar central que toda la infinitud del cosmos abrazaba con sumo cuidado. Y todo encontró entonces su lugar preciso y precioso. Los humanos algo fuera de lo normal debieron notar, pues desde entonces y para siempre comenzaron a datar de nuevo la historia. Se hizo un presente absoluto, como si el tiempo se volviera eterno por unos instantes. Y es que, digámoslo así, como esa noche ninguna. Cada estrella, cada astro, cada cometa, todo seguía en su movimiento entrelazando una perfección aún más acusada. El silencio era música y la música profundísimo silencio en que se mostraba la noche para acompañar a esa jovencita que estaba de parto, junto a su esposo, en el tosco cobijo que daba el portal convertido en establo a la pobre luz de una humilde hoguera. Era noche cerrada, pero todas nosotras con una intensidad nunca vista, ahí estábamos, alumbrando con la mayor dicha generosa de que éramos capaces. Nuestro artífice, el que nos dio la hechura y consistencia, ahí estaba naciendo como un ser humano más.

Aunque lo cuento como recuerdo al trasladarme a aquella noche, las palabras me dificultan contar los hechos con fidelidad, porque en realidad nunca ha dejado de estar nítidamente presente en mi ser de ahora, de ayer, de siempre. Esa noche, que los humanos llaman Nochebuena yo aprendí a brillar de verdad, sin orgullo ninguno, pues si Dios se nos había vuelto criatura, entonces la grandeza está en ser lo que uno es, pero en la pequeñez, la humildad, la sencillez y la verdad. Si la luz había nacido, nosotras debíamos aprender a lucir así para llevar la luz más sincera a cuantos la necesitan. Creo que como todo cobró vida, yo descubrí que además de callar y brillar, puedo expresarme en palabras. 
    
A la par que el Señor había descendido, nos hubiese gustado descender con Él, inundar de luz al Salvador, pero no era en absoluto necesario, con su luz bastaba, y nosotras desde nuestros respectivos lugares tan solo éramos fiel reflejo de su gloria. Sé que no vais a creerme, pero creo que desde esa noche lloro de intensa emoción, y así, al amanecer, está el suelo perlado de rocío. Aquella noche descubrí que podía también llorar, pues dentro de mí llevo parte del amor que en la tierra había nacido.

Fueron muchos pastores a presenciar lo mismo que nosotras estábamos presenciando. Nunca ya podrían olvidarlo, ahí delante de sus ojos estaba el Eterno de carne y hueso, capaz de ser adorado, ignorado u odiado; amado, cuidado y seguido u odiado, dependiendo del corazón de cada uno. Si se sabe elegir lo mejor, como nosotras. se podrá resplandecer, porque se habrá encontrado aquello que más se anhela.

Y ya me callo, porque te recuerdo que todo esto que has leído no ha podido ser por que las estrellas no hablamos ni escribimos ni lloramos. Mejor olvídalo, y cuando mires al cielo solo recuerda que así, en una noche serena y estrellada como la que estés viendo, con un cielo extraordinario como el que contemplas, Dios escribió la más bella página de la historia de salvación haciéndonos a todos hermanos. Y yo estaba allí para contártelo, no con palabras, con el brillo candoroso que desde entonces arde en mi interior. Y si te dignas a mirarme cualquier noche, aunque no sepas identificarme, yo te estaré anunciando con esplendor que Dios está siempre naciendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario