POR EL AGUA
Dicen que para gustos están los colores. Y debe ser verdad, porque cada cuál ve e interpreta la misma realidad de desde su propio prisma, llegando a apreciaciones muy distintas. Unos nos opinan que ya no llueve como antaño, que si el cambio climático y el calentamiento, el enfriamiento, que si los chemtrails famosos, que si los ciclos climáticos, las bajas o altas presiones, la sequía o las terribles riadas. Lo que a unos les parece mucho, a otros siempre poco y a otros solo suficiente. Está visto que nunca llueve ni lloverá a gusto de todos. ¿Qué le vamos a hacer? Lo importante es que llueva para que tengamos agua en abundancia para todo y para todos, y puestos a pedir que los cielos nos traigan un agua limpia de contaminantes.
Y es que, al margen de lo que cada uno opine o de sus gustos particulares, el agua es absolutamente necesaria para la vida, para que la vida (biológicamente hablando) pueda seguir su curso evolutivo. El problema es que el ser humano no es reductible en exclusiva a mero ser vivo, sino que posee en sí un germen espiritual y de sentido que le incita a ser más que algo que nace, crece, se reproduce y muere sin más. A diferencia del resto de seres vivos. también necesitados de agua, el ser humano es un alguien autoconsciente y con una identidad única, y con unas pretensiones de transcendencia irrenunciables. Habrá algunos que con pan y circo tendrán suficiente, pero al final con eso no nos basta, y precisamos de un agua que despierte y sacie es ser insondable exclusivo hasta ahora en los humanos.
Acabamos de celebrar el acontecimiento más extraordinario de la historia, la encarnación y nacimiento de Dios, el Dios humanado, Jesús de Nazaret. Y hoy, para cerrar el periodo de la Navidad, llegamos al momento en el que este Dios entre nosotros quiere ser aún más semejante a nosotros y acude hasta el Jordán para ser bautizado como otro más. En nada se distingue Él del resto de personas que expresan con ese gesto de pasar a través de las aguas su deseo de comenzar a ser de manera nueva y más auténtica. El que viene a bautizar con el Espíritu quiere también surgir de las aguas, inaugurar así un tiempo nuevo, abrir un horizonte preñado de esperanza para todos.
En ese momento las aguas ya no son el elemento natural que usamos para hidratarnos y para limpiarnos las adherencias físicas y morales que pueden afear y lastrar, a partir de ahora, con el paso del Salvador, el bautismo de Juan se convierte en sacramento que infunde nueva vida espiritual e identidad divina. Efectivamente precisamos, por tanto, el agua para vivir, pero necesitamos igualmente pasar pasar por el agua bautismal para obtener una vida no exclusivamente material y mortal, también para tener vida, y vida en abundancia. Una vida que nos viene del Dios que da su vida.
De modo similar a como hacemos la entrada en este mundo, saliendo de las aguas del seno materno, de nuevo, para el comienzo de una vida como ser también espirituales, hemos de surgir de las aguas bautismales. Esta vida espiritual que surge tras las aguas, implica una inserción en Aquel que desde entonces nos bautiza con Espíritu, y por tanto, nos confiere la participación en su muerte y resurrección. Después del bautismo somos seres nuevos y renovados. Estamos ya insertados en el que nos da la vida eterna, pues la vida que nace de las aguas bautismales desconoce la muerte.
Jesús le explica a Nicodemo que había que nacer de nuevo del agua y del Espíritu para participar de la vida de Jesús, ser semejantes a Él e ir realizando esa semejanza en la plena libertad que concede el Espíritu. Ciertamente somos materia, pero no exclusivamente materia, tal y como algunas concepciones antropológicas reductoras pretenden. Y por el bautismo recibimos la gracia para transformar y animar con el Espíritu esa materia humana.
Al igual que el propio Jesús, que quiso pasar a través del agua y del Espíritu, nosotros tengamos esa capacidad de nacimiento para ser por completo hombres y mujeres con cuerpo, alma y espíritu. Es a ello a lo que estamos llamados a completar e integrar. ¡Qué grandeza la del ser humano! Para esa grandeza y dignidad hemos nacido, y mediante el agua es Dios mismo el que nos va a ayudar a realizarlo. ¿Se puede aspirar a algo más grande?
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