domingo, 5 de enero de 2025

Carta de los Reyes

CARTA DE LOS REYES


Estimados amigos de toda edad:

Ya sabemos que no es nada frecuente que seamos nosotros los que nos dirijamos, siempre es al contrario, pero en esta ocasión, permitidnos que lo hagamos. Estamos en deuda con todos vosotros, pues llevamos años y años recibiendo innumerables cartas vuestras, y, creednos, no disponemos del tiempo ni la ocasión oportuna para contestaros a cada uno de vosotros con la atención y consideración que os merecéis todos. Nos ha sido prácticamente imposible hasta ahora, por lo que aprovechamos para tratar de contestaros a todos juntos a la vez. Espero que sepáis disculpadnos, os lo rogamos.

Ser anciano no tiene, en realidad, demasiado mérito, pues mientras nos dedicábamos a desempeñar lo mejor posible nuestro singular cometido, los años han ido sucediéndose, y poco a poco, ya contamos con tantos que perdimos la cuenta de ellos hace mucho tiempo. Los días, las semanas, los meses y los años, son grandes regalos que a menudo se nos van pasando desapercibidos, pero, creednos, lo son, y por ello, como tal deberíamos recibirlos: con asombro y gratitud, nunca con pesar, como si fueran otra carga más.

Y de eso queríamos hablaros, desde que empezamos a ejercer como dadores de regalos, no hemos descuidado nuestra tarea nunca. A ella nos hemos dedicado siempre con la misma ilusión y el mismo empeño, aunque no podemos decir lo mismo de las personas a las que les entregábamos los presentes. Todo y todos han cambiado: lo que anteriormente era gratitud, hoy casi se ha convertido en exigencia y queja. Parece que antes siempre acertábamos con lo poco que podíamos dejar en cada casa, a cada niño, y hoy nada es suficiente, siempre quieren más y más. Tanto es así que ya nosotros estamos pensando si pedirnos la jubilación anticipada para dedicarnos a cualquier otra labor. Que sea lo que Dios disponga, pues nosotros somos felices con solo seguir siendo obedientes y generosos, como hemos venido haciendo.

Hoy en día, al menos en esta sociedad occidental, parece que se da demasiado importancia a lo material, a lo accesorio, a lo que nos dicen unos y otros a través de los medios de comunicación y la publicidad que es lo valioso. Cuánto mayor precio tenga una mercancía, parece que es mejor. Sin embargo, desde aquella primera vez, allí en Belén, nosotros tres descubrimos que lo importante es acercarse al misterio, es decir, hacerse presente, y entregarse uno mismo. Bien es verdad que uno ha de llevar consigo quién es y lo que es, con sus aciertos y sus fallos, con sus penas y alegrías, con sus capacidades y con sus limitaciones, y tratar de expresarlo de alguna manera, a través de algo simbólico. Nosotros, ya lo sabéis, escogimos el oro, el incienso y la mirra. Esa vez acertamos.

Tengo que decir que los que en realidad recibimos un regalo inmenso, un regalo que en modo alguno no se ha quedado desfasado ni ha perdido su vigencia, fuimos nosotros. Aquel bebé fue nuestro gran regalo: poder verle, sentirle, acogerle y adorarle ¡Qué privilegio! ¡Qué emoción!. Nos dimos cuenta inmediatamente que toda la sabiduría que habíamos adquirido con nuestro esfuerzo humano, tan solo fue la causa de nuestra motivación para ponernos en camino e ir hasta allí a adorarle. Allí recibimos un pedacito de eternidad incombustible, y ya nunca hemos dejado de ser reyes, sabios o magos.

¡Cuánto nos gustaría que pequeños y grandes aprendieran a recibir también ese regalo! Desde entonces, para nosotros ya todo es regalo: el tiempo, las compañías, los trabajos, la simpatía, la belleza, la paz. Sí, creednos, desde que nos encontramos con Él, el Niño Dios, todo puede ser regalo que se da y se recibe en la gratuidad del amor.

Lo que debe estar pasándonos a los hombres y mujeres de hoy es que, al acudir poco ya al pesebre en el que duerme sereno el Hijo de Dios, pues andamos más pendientes de esos vanos regalos de los anuncios, que envolvemos después en preciosos papeles, en lugar de regalarnos los unos a los otros, perdonarnos, pasar más tiempo juntos, aprender a encontrarnos y convivir como hermanos. Bien están todos los regalos materiales, los detalles, pero no olvidemos que la alegría compartida, el cariño mutuo, la comprensión y la cercanía, son el mejor regalo, ese que no se compra en ninguna gran superficie, sino que brota en la ternura del corazón.

Que tengamos, por tanto, todos una epifanía, una presencia real de Dios pequeño, humilde y sencillo, entre nosotros, y todo nos será don y regalo. No perdamos la esperanza ni la ilusión, para nosotros sigamos llevando a cabo nuestra labor año tras año, con la misma fidelidad y entrega con la que adoramos aquella vez a Jesús.

 

Vuestros, Melchor, Gaspar y Balthasar.

 

 


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