viernes, 24 de enero de 2025

Todo en su sitio

 TODO EN SU SITIO


Hay personas para las que el orden es su pasión, especialmente válidas para encontrar el encaje a todo con una perfección extraordinaria. Algunos recordaréis al conocidísimo protagonista de la serie The Big Bang Theory, Sheldon Cooper, magistralmente interpretado por el actor Jim Parsons, que entre otros numeroso méritos, sabía encontrar el lugar en que debía estar todo de la manera más organizada. Incluso en un capítulo se pasa toda una tarde perfectamente feliz porque le dejan ordenar el desván caótico de su amigo Howard Wolowitz. Para él es una actividad divertida esa la de ordenar, aunque a otros muchos pueda parecernos la peor manera de distraernos. Lograr configurar un orden donde no existía, es también una labor loable, además de necesaria y conveniente.

No todos somos así; muchos otros nos caracterizamos por vivir sujetos a un desorden aceptable y asumible para ir tirando, pero dentro del desorden siempre existe cierto orden, pues no llegamos a sucumbir en el maremágnum de papeles y enseres que pululan donde buenamente se les dejó. Como ejemplo de este desorden vagamente controlado, podríamos proponer al gran detective Sherlock Holmes, más dado a poner en orden sus ideas que su apartamento.
 
Y otros, sin embargo, hay, que si nadie lo remedia, terminan por desaparecer en una aglomeración caótica y creciente de cachivaches dispares en la que ya no es posible habitar humanamente. Como en todo hay extremos; habrá que saber huir a tiempo de ellos, evitando tanto caer en el imperio perfecto del orden extremo, como en el absoluto desorden.

Cualquiera que sepa mirar la realidad con cierta profundidad, descubrirá que esta es variada y admirable por su complejidad, por su belleza y por su orden intrínseco. Los científicos descubren las reglas y patrones que subyacen en todo aquello que acontece en la naturaleza. Ya lo miremos a simple vista, a través de un microscopio o telescopio, simplemente constataremos que dichas formas simétricas y combinadas está ahí reiterándose según un orden misterioso en el que ensimismarse, pero al cual ni siquiera solemos prestar atención.

Sería admirable igualmente que si volviésemos la atención sobre nosotros mismos, encontrásemos también un orden interno que brotara de cada uno de nosotros hacia afuera. Por contra, la mayor de las veces hemos de añadir algo de orden y belleza artificial para camuflar aquello que no resulta armónico de por sí a simple vista. No todo se haya perfectamente en su sitio, y con la cirugía, los trucos de maquillaje o el retoque fotográfico, al menos lo externo del hombre pasa por seguir el sacrosanto canon estético del momento.

Si pudiésemos apreciar la belleza interior de una persona, tal vez habría que verla al natural en la expresión de sus gestos, su mirada, su semblante, su calma, su integridad, su bondad, su comprensión, su saber estar, su cuidado, su cordialidad, su respeto y muchos otros indicios para reconocer el orden interior al que obedece su comportamiento. Ahí no puede haber lugar para el engaño, pues salvo que alguno se sienta observado y esté fingiendo o figurando, los actos que alguien realiza, pueden mostrarnos con claridad quién es y lo que pretende. Unos se mostrarán orgullosos, otros humildes; unos interesados, otros desinteresados. Por lo que hacemos y por el cómo lo llevamos a cabo, todo el mundo debería conocer al que tiene delante y también a sí mismo si se para a analizarse.

Este domingo III de Tiempo Ordinario celebramos El Domingo de la Palabra de Dios. Bien pudiera ser que haya que reconocer el papel que desempeña la escucha nutriente de esa palabra viva para empezar a ordenar el interior y las obras del oyente de la palabra, es decir, del hombre nuevo. Si es verdad que por diversos motivos tendemos al desorden interior (emocional, psicológico, racional, moral, relacional y espiritual), la escucha atenta y perseverante de esa voz de Dios que nos aportan los textos que nos presentan a Cristo y su mensaje, constituyen un filón extraordinario para que el comienzo del orden bello y divino se vaya formando en nosotros.

Los hombres y mujeres que andamos con nuestro desorden a cuestas, podemos poner orden en la realidad mediante el ejercicio de la palabra, nombrando e identificando la realidad, y estableciendo relaciones ajustadas en la complejidad de la realidad que nos envuelve. Sin la palabra ni el lenguaje, no habría comprensión ni capacidad de control consciente y crítico en nuestra existencia. Pero es que además, con la palabra podemos entendernos y ponernos de acuerdo entre varios, sabiendo los límites que hemos de respetar para la convivencia. Necesitamos de la palabra humana y también de la palabra divina, pues somos nada más y nada menos que los interlocutores de Dios,

Dejémonos de apariencias, poses y superficialidades. Cambiemos sobre todo por dentro, abandonando lo que destruye y acogiéndonos a lo que regenera. La palabra de Dios facilita la acción del Espíritu. Dejémonos hacer por él. Aspiremos a esa sin igual belleza de ser nosotros mismos según el orden libre de Dios. Tratemos de ser más a imagen y semejanza del Hijo, y menos mundanos en medio del mundo caótico en el que nos ha tocado vivir. Aportemos nuestro orden espiritual para ordenar nuestras comunidades. 

Si esto es así, poco a poco, además formaremos parte activa de una comunidad de creyentes. Es ahí también donde la Palabra debe ayudarnos a generar estructuras llenas de hermosura. Decíamos que en la naturaleza había un orden prodigioso; pero no es menos cierto que en la Iglesia y en la sociedad, nosotros debemos ser los promotores de ese orden comunitario y social: todos a una, integrados, favoreciendo el bien común, el bien de todos. Dios quiera que esa palabra poco a poco nos vaya  transformando interiormente a todos y seamos capaces de transformar asimismo este mundo tan carente de belleza y armonía en tantas ocasiones.

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