ROMPIENDO MOLDES
Nada es lo que parece. Nadie tampoco resulta ser aquel que nos habíamos pensado. Y es que concebimos la realidad con unos patrones fijos y limitantes, que nos ayudan a entenderla, pero al final terminan convirtiéndose en unos moldes que impiden abrirnos a lo real tal y como es. No es nada fácil pensar el mundo, la vida, sin acabar reduciéndola a nuestros pensamientos, es decir que termine siendo como yo me he imaginado que es.
¡Qué grandes aquellos que son capaces de ver más allá de lo consabido; que alcanzan a descubrir matices y rostros inéditos de lo real; que se salen de los moldes en los que con excesiva comodidad vamos encasillando la realidad. Precisamos de mentes abiertas y creativas, que no sucumban a la tentación de ir estrechando y anquilosando las ideas en ideologías, el pensamiento en teorías, y la palabra en palabras desgastadas, apagadas, sin emoción, sin significado ni vida.
Es más fácil cambiar la propia imagen, el aspecto, cambiar de vestuario, cambiar de aires, cambiar de lugar de residencia, cambiar lo exterior (ya de por sí cambiante), que estar dispuesto a cambiarse a uno mismo, la forma de entender el mundo, los propios pensamientos y chiclés, la manera de prejuzgar aplicando nuestros sesgos habituales. Esto requiere un trabajo serio y concienzudo. Cambiar de apariencia está al alcance de cualquiera, pero cambiar lo que uno es y hace, es decir, transformarse, ya son palabras mayores.
¿Quién puede ser tan abierto de entendederas para ser capaz de ver siempre de modo nuevo todo lo que tiene delante? ¿Quién, en lugar de permitir que su masa gris se vaya tornando en un gris ceniciento y plomizo, logra descubrir el colorido irrepetible con que puede ser vivido cada momento? Pues sí, haberlos haylos: seres que llegan a hacer surf con la rutina, a disfrutar como críos al menor descuido, a cambiar de perspectiva para llegar a apreciar todos los matices posibles, todos los significados y conexiones que puedan establecerse. El conocimiento, la comprensión de la existencia será lo que sea, pero nunca una tarea aburrida o monótona. Hay que espabilarse, hacer que las neuronas se mantengan curiosamente activas, perspicaces e indagadoras, o, por contra, sumirse en una insoportable modorra.
Ojalá nos las veamos de esa manera escudriñadora ante la palabra de Dios. Ojalá el evangelio nos ejercite en ese mirar que busca comprender lo no evidente, para no terminar siendo un mero ser que más que vivo y despierto, solo sobrevive cual rumiador de hastío, tópicos y banalidades. Jesucristo es un gran revulsivo a nuestra inercia durmiente. Él no permite que andemos pensando como siempre se ha hecho, sino que pensemos y vivamos de modo nuevo y libre. No solo resucita Él rompiendo los moldes de la muerte, sino que además hace que la lógica de lo que creemos posible e imposible se nos desmadre. Por ello, ¿Qué será imposible para el que se aventura por las sendas de la fe, del riesgo a confiar? La fe no es solo atreverse a creer en lo que no se ve, sino sobre todo a crear lo que no se ve. No hay mayor fuerza creativa que el amor, que es capaz de superar cualquier impedimento y cualquier límite.
Justamente es esta capacidad de romper nuestros estrechos moldes y preconcepciones raquíticas es suficiente prueba de su divinidad, pues lo propio de Dios es trastocarnos enteramente la forma en que uno se posiciona ante la vida, lo que uno es capaz de ver, de creer y de realizar. Pues Dios siempre libera, salva restaura, amplía. A lo mejor eso del hombre viejo y del hombre nuevo que propone San Pablo, tiene mucho que ver con el volver a nacer que le pedía Jesús a Nicodemo. Jesucristo resucita, no hay piedra suficientemente pesada que pueda evitarlo. Jesucristo resucita saltándose todas nuestras evidencias, y no hay Sanedrín, ni Imperio Romano capaces de impedir que se sepa. Únicamente una libertad pasiva, indolente e indiferente, perfectamente conducida, puede ocasionarte que te quedes al margen de la vida resucitadora que conlleva adherirte a Jesús.
Pero analicemos el proceso personal de ruptura de moldes y canalizaciones por las que con docilidad dejamos que transcurran nuestras vidas. Primero los Doce eran solo pescadores, su afán era hacer su trabajo para vivir. Pero se encuentran con Jesús que les desinstala y han de dejarlo todo para convertirse en discípulos. Ahí no acaba todo, no es aún suficiente, pues aunque han roto ciertos moldes, aún la vida no transcurre con entera disponibilidad y frescura: han de pasar por el fracaso rotundo de la crucifixión de Jesús y superarlo. Experimentan la liberación completa en la relación pascual con Cristo resucitado. Es entonces cuando ya se les abren los ojos y entienden las escrituras. Ahora ya sí se les han caído todos los moldes y muros; ahora la vida es sin más como es, radicalmente nueva y extraordinaria. Ya no son ni meros pescadores, ni siquiera discípulos, ahora son plenamente apóstoles, que no pueden callar aquello que han presenciado.
Y es que tal vez la resurrección no es lo que ocurre después de muertos, la resurrección o vida nueva que nos regala el Viviente opera ya en esta vida, la transforma absolutamente. Luego, además, también, esa vida nueva, continúa tras la muerte, porque proviene de Dios y es eterna. La pregunta por tanto que deberíamos hacernos es: ¿Qué vida estas dispuesto a dejarte vivir? ¿Cuál quieres vivir? Decídelo y decídete.
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