sábado, 30 de marzo de 2024

Saber vencer

SABER VENCER


La noche es poderosa, la oscuridad insondable. Cuando carecemos de luz, la vida puede llegar a ser terrible. Es normal temer cuando en derredor reina la tiniebla. Tal vez, tras siglos de desastres, guerras y miserias, hemos acabado por hacernos a la idea de que la existencia en realidad es francamente dolorosa. Preferimos, por ello, mirar a otro sitio, buscarnos un reducido mundo confortable, y seguir tirando como se pueda, hasta que lleguen los verdaderos problemas, inevitables, a los que no cabe mas que mirar cada a cara y tratar de afrontarlos como se pueda, para luego, y con la ayuda que sea, rehacerse y seguir tirando con otra cicatriz más, con otra herida. El que más o el que menos, todos sabemos el sabor amargo de la derrota y salado de las lágrimas.

Dice el poeta Jaime Gil de Biedma aquello de "Que la vida iba a en serio uno lo empieza a descubrir más tarde", y efectivamente, a la que avanzamos por la vida vamos constatando la seriedad de la existencia, la dureza de lo real, que no se anda con miramientos con nadie; y ante tanto dolor constatable uno puede terminar frustrado, desengañado, amargado, desmotivado, enfadado, o simplemente harto y cansado. Los antiguos parece que eran educados de otra manera, pues afrontaban las vicisitudes y estrecheces de la vida con otro talante y ánimo. Sin embargo, nosotros no nos caracterizamos por venirnos precisamente arriba ante las acometidas del destino, sino más bien al contrario, solo sabemos echar para delante en las situaciones medianamente fáciles de cada día. Si vienen mal dadas, damos la estampida y "sálvese quien pueda".

Es verdad que hay muchas personas anónimas muy luchadoras, que afrontan cada día innumerables dificultades. A los que la vida no se lo ha puesto nada fácil y han tenido que empezar desde cero y con todo en contra. Pero, por otro lado, están los que recurren con suma facilidad a cualquier vía de escape: se evaden, se quejan de continuo, o echan la culpa de todo a los demás, en lugar de asumir la lucha y tratar de aportar soluciones a los problemas de todo tipo que van llegando. Unos sufren, dan lo mejor de sí y van aprendiendo a ser verdaderos seres humanos, mientras otros se quedan instalados en una ignorancia paralizante por no tratar de afrontar la realidad de lo que son y lo que hay delante. El miedo les impide dar cualquier paso.

No, es verdad, la vida no es solo un valle de lágrimas, pero tampoco un cuento de hadas. En la vida se llora y se ríe; se te rompe el alma alguna que otra vez, pero también te dan la mano o te abrazan. Es necesario ir descubriendo que la grandeza y la belleza de la vida está en esa mezcolanza irrepetible de sufrimiento y alegrías por las que todos pasamos. No nos quedemos solo con una parte de la esencia de la vida, asumámosla tal y como es, por completo, cuanto antes y sin engaños.

A pesar de ello, lo que resulta incomprensible es que el ser humano, consciente o inconscientemente, decida optar por el mal, por la sombra. Es decir, en vez de amar, ayudar y consolar al que sufre, se pueda poner a acrecentar el dolor del sufriente. Lo vemos a diario; basta encender la televisión (o cualquier otro medio) y constatamos la inmensa crueldad del ser humano con sus semejantes. ¿Por qué? Pero no solo en los medios de comunicación, en el comportamiento de tantos, que no saben convivir promoviendo el bien del otro y con el otro, sino que actúan únicamente movidos por su interés tiránico y ciego. Todos los demás y todo lo demás, les es indiferente. Para ellos la vida es más un campo de batalla que un hospital de campaña. Se dejan llevar por un mal injustificable.

En los primeros versículos del evangelio de San Juan leemos que "la luz brilló en las tinieblas, pero los hombres la rechazaron", y esto que se nos cuenta pasó, pasa y pasará. En estos días hemos asistido y revivido la pasión de Jesús, el que es luz de las naciones, y el camino, la verdad y la vida. Pero es rechazado por los hombres, pero no sin más, sino reprimido con todo el ensañamiento del que somos capaces los hombres cuando nos obcecamos en el mal. Al que nos proponía una manera luminosa de ser humanos y vivir haciendo el bien, y nada más que el bien, a ese lo anulamos con toda la contundencia posible. Bajo ningún supuesto vamos a permitir que comience a florecer esa luz del amor de Dios. El aparato del mal, como sigue siendo habitual desde el comienzo inmemorial de los tiempos, se pone a funcionar con una frialdad y precisión asombrosas. Y el Hijo de Dios es inmolado en la cruz en medio de burlas. ¡Qué buenos profesionales hemos llegado a ser de la maldad! ¡Qué excelentes habitantes de las tinieblas!

Sin embargo, se ha producido una vez más, como aquella primera vez -pues es en sí la misma vez- que la muerte es vencida; que la luz maravillosa del amor de Dios atraviesa y rompe la piedra haciendo que el Crucificado viva. A partir de ahora, el mal no tiene por qué tener la palabra definitiva. La resurrección de Cristo supone la victoria del bien y de la vida sobre el mal, la oscuridad y la muerte. Ahora podemos participar de la vida del Resucitado; morir al pecado de la falta de amor, para conformarnos con el amor luminoso que Jesucristo nos dona.

¡Cristo ha resucitado! Ahora cada uno puede elegir si ser de la luz o de la oscuridad, propiciar, cuidar y proteger la vida, o seguir afianzando esta antiquísima cultura de la muerte, la destrucción y el sufrimiento. Es posible cambiar, es posible resucitar con Él, empezar a vivir construyendo vínculos con Dios, con uno y con los demás. No a la mentira, ni a la maldad, ni al ego desenfrenado y arrasador, sino empezar a actualizar la caridad y la fraternidad. Es aún posible la victoria, comienza por vencerte a ti mismo y su victoria será también la nuestra.

La noche será poderosa, pero la mañana es aún más luminosa e invita a la alegría y la esperanza. La luz, por pequeña que sea al comienzo, va a ir apagando la oscuridad y termina por imponer su claridad. Ojalá en todos nosotros comenzara también a disiparse toda sombra, todo mal, todo nudo, toda herida, para dejarnos vencer por la luz del Señor que nos resucita. ¡Pásate a la luz! ¡Pásate a esta vida sin igual!

¿TE ATREVES A DEJARTE RESUCITAR POR EL RESUCITADO?   

  

   


   

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