LOS PATUCOS
En verdad tenemos mucha suerte. Bien podríamos detenernos en repasar todos esos regalos inmensos que la vida nos ha concedido. Pero hoy solo querría fijarme tan solo en uno de ellos: nuestras benditas abuelas. Porque si una madre es una madre -como ciertamente lo es-, entonces una abuela es la madre de la madre, o la doblemente madre, o no sé si ya excediéndonos un poco, la madre al cuadrado, la requetemadre o la supermadre.
Tal vez por ello en español tenemos esa expresión de "no tiene abuela", para referirnos a aquel sujeto que como no tiene quién cuente sus propias excelencias, -las abuelas son muy diestras y objetivas en dicha tarea- ha de recurrir a elogiarse reflexivamente, lo que no siempre está bien visto por la audiencia. Por tanto, es mejor que de cada uno de nosotros hablen nuestas abuelitas; y si ya están allá arriba en el cielo, que sigan hablando y presumiendo de nietos con los ángeles, pues es seguro que se han de entender bien entre ángeles.
Una de las preciosas tareas que desde el principio de los tiempos han asumido las abuelas, es la de confeccionar unos maravillosos patuquitos para el bebé que va a nacer. De lana o de ganchillo ningún bebé debería nacer sin su colección de comodísimos y celentitos patucos, y eso a sabiendas de que a los nenes les gusta mucho llevar los piececillos al aire, tal vez por si en algún momento les apetece llevárselos a la boca, costumbre esta muy extendida afortunadamente solo entre los bebés.
Pues bien, yo no sé si Santa Ana habría podido tejerle algo similar a unos patucos a su nietecito; tampoco sé si al partir en la burrita les dio tiempo a meterlos en el petate, pero es seguro que como buena madre, también sería magnífica abuela, y que de haber podido le hubiese tejido los más primorosos patuquitos para el Niño Dios. Tal vez, toda abuela cuando se pone a hacerle los patucos a su nieto también se los teje al Salvador, porque no hay bebé que no sea parecidísimo a ese Chiquirritín al que alude el famoso villancico.
Pero ¿y nosotros? La llegada es ya inminente. José, María y el pequeñín ya están muy cerca de Belén. ¿Has tenido tiempo de prepararle unos patucos al Niño? Porque no importa que otros ya se los hayan tejido, lo que verdaderamente importa es que cada uno de nosotros esperemos su llegada tal y como la espera una madre o como la espera una abuela el nacimiento de aquel que ya antes de nacer va iluminando nuestra vida.
A algunos nos da por mirar mucho el firmamento buscando esa estrella fugaz que brilla de modo insólito y por ello es única y especial. Es una sana costumbre esta de mirar expectantes, tanto hacia arriba como en derredor. Porque saber mirar descubriendo discretas maravillas es en realidad todo un arte al alcance de cualquiera. A lo mejor aprender a mirar así es lo propio de este tiempo de Adviento.
Pues a mí, que aún no he aprendido a tejer buenos patucos, me gustaría ver esa estrella en el brillo de tus ojos porque esperas como una abuela el nacimiento del Niño, con los blandos y suaves patucos dispuestos en las manos, y con un pesebre humilde, cálido y sencillo en el corazón. Es el Niño Dios, es el Redentor, y aunque no haya sitio en la posada, tal vez en tu vida sí que podría encontrar un hogar de acogida.
¡¡Que bonito canto a las abuelas!!
ResponderEliminarPero..¿quien no lleva, a pesar de los años, un trocito de abuela en el corazón?
Que estas Navidades seamos capaces de tejer patucos de amor para todos aquellos sienten el frío de la soledad y la falta de cariño.
El Niño Dios que nace está en cada ser humano frágil y necesitado.
¡¡Tejamos patucos!!