EN UN CERRAR Y ABRIR DE OJOS
En un solo instante y sucede, apenas dura un cerrar y abrir de nuevo los ojos y ya está, todo ha cambiado, ha ocurrido algo que todo lo ha vuelto diferente. Puedes estar mirando al cielo embobado esperando que surja esa estrella fugaz, te permites un parpadeo, y ya te lo has perdido, porque la estrella fugaz es eminentemente rauda y veloz en su ígnea caída precipitada. Todo el tiempo infinito del universo, enormes distancias siderales, y sin embargo, todo sucede súbitamente, en un ya que se pierde de nuevo en la inmensa vastedad del universo. O lo ves o te lo pierdes. O estás ahí ,y lo vives en vivo y en directo, o ya llegaste tarde, aunque solo sea por el desliz de un brevísimo parpadeo.
Uno de los mejores novelistas de la primera mitad del siglo pasado, Stefan Zweig, examinando la gran maestra que es la historia, supo reconocer que todo puede cambiar de una manera imprevista en un solo momento, en una simple decisión, y así lo cuenta en su famoso libro Momentos estelares de la humanidad. Y si es esto así ¿Quién puede estar suficientemente atento para percibirlo? ¿No nos hará falta un sexto sentido para estar en el momento y lugar indicado para no perdernos el comienzo de esa transformación?
Otro grande de la escritura, Umberto Eco, del que acaso hayamos ya hablado, en La isla del día antes, plantea como el protagonista se encuentra geográficamente justo en la zona que cambia la franja horaria; si permanece en el barco es ya el día siguiente, mientras a pocos metros, ya en la isla es todavía el día anterior. Efectivamente, hay un cambio importante, pero también solo pequeños presentes de un proceso.
De igual manera la semana que dejamos es ciclo litúrgico A, pero de la noche al día se ha producido una alteración oficial que apenas hemos notado, a partir de ahora, y en todo lo que queda de año, ya estamos en otras coordenadas, nos encontramos ya en el ciclo B. No solo hemos cambiado de evangelio, pues seguíamos a San Mateo, y ahora por contra a Marcos, sino que hemos reiniciado nuestro itinerario espiritual. Como cada uno de nosotros al cumplir un año más, ya se nos va notando el peso de la experiencia, y por tanto, se supone, que también hemos ido madurando. ¿Habremos de verdad logrado avanzar aunque solo sea un pequeño tramo en nuestro camino de madurez cristiana? ¿Se nos nota?
Pero si terminamos cayendo en la cuenta de mantener viva la espera del tiempo final, del final de los tiempos, justamente empezamos aludiendo a la espera como actitud fundamental del discípulo. ¿Qué hemos de esperar? ¿No hemos empezando diciendo que si esperas con el corazón anhelante de dejas de escudriñar el firmamento?
Pues sí, empezamos el tiempo de Adviento. Hemos de despertar de la modorra infinita en que nos vamos poco a poco sumiendo. Como un niño recién nacido que está ávido de aprendizajes, así hemos de recomenzar de nuevo nosotros. Atizar las brasas de la fe, la esperanza y la caridad (si es que no se nos apagaron ya definitivamente) para vivir en llamas de amor vivas. Vivamos atentos y expectantes del cielo y de todo cuanto pase bajo el cielo. Cada momento es digno de ser vivido con suma atención, pues ese cambio drástico e imperceptible en nuestra historia puede acontecer y que nos pille con el telón de los párpados echados.
Sí, algo enorme e insólito -y a la vez tremendamente discreto- va a ocurrir, y ya pronto. Que no te encuentre ni en la isla del día de antes ni en la del día de después. Sincroniza tu corazón con ese anuncio que ya viene por el cielo y que tan solo pudieron reconocer y seguir tres magos astrólogos. Mira las estrellas, mira lo que brilla o ha de brillar (que no son precisamente las luces de neón led de las plazas, calles y escaparates de tantas poblaciones). Eres capaz de intuir y aventurar lo que ya esperamos que pase. Lo singular, lo extraordinario está bien próximo, y como no hagas el camino del Adviento, te lo perderás.
Por ello, Jesucristo nos despierta hoy con una exclamación rotunda: ¡Velad! Aguardad, va a ocurrir una intervención definitiva en la vida de la humanidad: el Dios omnipotente, omnipresente y omniabarcante, se encarna y hace hombre. ¿Que se sale de toda lógica humana? Por supuesto, aún mucho más que esa estrella fugaz, pero solo si sabes mirar descubriendo la verdad y la belleza cautivadora del misterio, por encima de una racionalidad a veces demasiado reductora.
Ni parpadees, escruta el cielo estrellado, pon toda la ilusión de que eres capaz, y toda la confianza que puedas. No te adormezcas, vela, espera con corazón alegre. No hace falta que pienses tu pequeño deseo, porque uno mucho más grande, en verdad inmenso e impensable, se nos va a cumplir.
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