LAS CUENTAS CLARAS
De antemano sabemos que tarde o temprano todos hemos de rendir cuentas. Nos guste más o menos. uno termina siendo el resultado del proceso de aquello que ha ido haciendo con mayor o menor acierto en el tiempo del que se ha dispuesto para ello. Y sí, el Dios cristiano, que nos concede toda la libertad del universo para que logremos ser la persona que determinemos, al final también nos pedirá que le rindamos cuentas. Es inevitable, pero al mismo tiempo es muy razonable.
No nos debe extrañar, pues en las costumbres asumidas funcionamos de modo semejante. Uno entra en el supermercado y va echando a la cesta de la compra una serie de productos según su antojo, pero antes de abandonar el establecimiento ha de abonar el precio de lo adquirido. Así también uno elige un restaurante, luego pide a la carta y, según lo que haya solicitado, así le llegará la cuenta con el montante de lo consumido y su respectivo IVA, porque, además, hay que tributar a las primeras de cambio.
Pues de igual modo que los griegos hacían una libación a los dioses, cediéndoles una parte del contenido de su copa, a nosotros, cada vez que consumimos, se nos requiere también una parte sustancial del importe pagado para que nos la administren los políticos, que son los que se ocupan del bien común y del reparto equitativo, a pesar de que siga habiendo una desigualdad apabullante y preocupante en la sociedad. En ese sentido, poco o casi nada ha cambiado el mundo y su equidad desde la época de Jesús hasta la nuestra: muchos contribuyen para que unos pocos decidan el reparto que más les conviene.
Y tras esta inoportuna digresión, y retomando el asunto de tener que rendir cuentas y no de tributos, los estudiantes se lo saben muy bien: primero vienen las clases con sus explicaciones, después los ejercicios y los trabajos, y, finalmente, hay que terminar rindiendo cuentas en los exámenes. No hay escapatoria. Con lo cual uno puede demostrar si verdaderamente ha aprendido algo, y, por tanto, sabe dar cuenta de lo que se le pregunta, hacer el ejercicio, la traducción o resolver el problema.
Y es que importa mucho poder contar con esa libertad esencial para decidir lo que hago con mi vida en el día a día, pero de igual modo, es fundamental contar también con la fortuna de poder rendir cuentas de lo hecho, explicar lo que uno sabe, lo que uno es, porque lo ha ido realizando tramo a tramo. Por contra, nunca asumiríamos lo que hacemos, y educar pasa por ayudar a asumir que somos responsables de aquello que hacemos y, además, también, de aquello que ni hemos intentado hacer porque ni nos preocupamos en ello o directamente nos desentendimos.
Si hace unas semanas Jesucristo nos presentaba el sorprendente programa para ser discípulos suyos y tratar de impulsar aquí en la tierra el Reino de los Cielos, es decir, la propuesta de las bienaventuranzas, hoy en el conocido pasaje de Mateo 25, se nos anuncia que al final de los tiempos vendrá la ocasión de rendir cuentas ante Él de todo lo que hicimos o dejamos de hacer con nuestras vidas, mientras nos ejercitábamos en esto tan crucial de vivir la vida. Entonces, ante Cristo, Rey del Universo, le preguntaremos: Señor, cuándo te vimos con hambre o con sed, o enfermo, o forastero, o desnudo o preso? Porque todo cuenta, y resulta que lo que hacemos al hermano se lo hacemos al mismo Cristo. ¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo es posible que hasta los pequeños gestos de amor cuenten? Pues sí, afortunadamente, lo que hagamos por cualquiera de estos pequeños, se nos tiene en cuenta.
Así que avisados estamos, tarde o temprano, cuando llegue el tiempo de la vendimia, nos examinarán del amor, como decía el poeta. Entonces habrá que aclarar las cuentas, presentar el balance final, y reconocer cuánto amor recibimos y cuánto amor produjimos; porque de eso, sobre todo, es de lo que va la trayectoria existencial y la verdad hecha vida. Todo lo demás, por muy importante que ahora pueda parecernos, en bien poco queda.
Resulta pues curioso, y hasta justo, que los que vivieron uniendo, estrechando relaciones y amando, cuando pase este tiempo y llegue el definitivo, seguirán en el amor y la comunión recíproca con Dios y con todos, frente a aquellos que hicieron división de sus vidas, conflictos, separaciones, desunión y falta de entendimiento, quedarán desligados del plan eterno al que estamos llamados.
Por tanto, mientras tengamos tiempo, no lo malgastemos en discusiones, sino en pequeños gestos de amor y caridad, de encuentro, fraternidad y misericordia, porque eso es lo que cuenta cuando tengamos que rendir cuentas al Señor. Vive, pues, más sensatamente encontrándote con todos y sirviendo a cada uno, porque en esto encontrarás la plenitud aquí en la tierra y muy posiblemente también en el cielo. No te quedes al margen del bien y del amor, pues de seguro que tu vida, por no haber aprendido a amar llana y sencillamente, se habrá malogrado.
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