sábado, 4 de noviembre de 2023

Dar ejemplo

 DAR EJEMPLO


Un filósofo español actual, Javier Gomá Lazón, insiste con acierto, una y otra vez, en la necesidad imperiosa no solo de llevar una buena conducta en tanto que ciudadanos civilizados y educados, sino, sobre todo, en mantener una conducta ejemplar. Por tanto, aunque esté muy de moda lo soez y lo chabacano, y lo horrible circule rápidamente por las redes como la pólvora, hemos al menos de intentar cierta elegancia en los modales, en los gustos y en los intereses personales, en el buen decir, en el trato amable y cortés, huyendo de lo vulgar e infame, por mucho éxito que esto tenga, pues antes de tratar cosechar famas perecederas, deberíamos más bien esforzarnos en el cultivo de uno mismo (cultura) y tratar de sacar el mejor yo posible, en todo lugar y momento, para estar al menos estar satisfecho quien uno llega ser. Al menos como antaño se decía: tratar de causar buena impresión por la cultura, la prudencia y el respeto.

Nos consta que siempre se educó para ello, para que cada persona, en lugar de ser zafio y vulgar, fuese alguien prudente y respetuoso; que se le notase la buena educación recibida en la manera de hablar y en los buenos modales. Porque los valores que uno lleva dentro afloran en cualquier situación en que se mueve, y por ello se vuelve manifiesto. Asimismo, si uno carece de la más mínima educación, en todo lo que realice irá quedando en evidencia sus carencias. Por ello, a los educandos se les proponía el ejemplo de personas admirables que sirviesen como modelos de esfuerzo, de pasión y búsqueda del conocimiento, caritativos, honrados, que se sacrificaban por los demás, grandes pensadores, por su nobleza, santos piadosos, etc.

Es cierto que la sociedad ha cambiado mucho y lo que antes se consideraba modélico, hoy ya no suele serlo tanto, y acceden a la pódium de la fama y popularidad justamente los que tienen un comportamiento nada ejemplar en los negocios, en los deportes, en la política o en la convivencia con sus semejantes. Parece que todo vale mientras a uno mismo le beneficie, porque para el individualista, el egocéntrico y narcisista, los demás solo cuentan si le sirven a su interesado fin (culto a uno mismo). ¿Realmente una sociedad puede admirar a los que no propician ese debido bien común que revierte en toda la sociedad? Pues si esto fuese así, entonces no vamos precisamente bien como comunidad humana, puesto que la transmisión de los grandes valores está fallando tanto en casa y como en la escuela. Otros, menos apropiados, menos bienintencionados, pero más avispados se habrán ocupado entonces de asumir la tarea de transmitir la mala educación y las peores costumbres.

Sin embargo, el evangelio de hoy no deja lugar a dudas nos pide integridad "no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen". Ellos fingen, se desdicen, aparentan y engañan, es decir, distan mucho de ser ejemplares y modélicos. Nada, pues, de pretender destacar o pasar por encima de los demás. El evangelio, que es un modelo de conducta con plena vigencia, nos propone con absoluta radicalidad la ejemplaridad: "El primero entre vosotros será vuestro servidor", esto es, el que realmente se distingue por su grandeza es el que se hace pequeño y sencillo para engrandecer al otro. El que encuentra su felicidad en hacer felices a los demás y hacerles el bien.

Yo sé, pero es que este modelo de conducta me recuerda tanto a aquello de lo que hablábamos el miércoles pasado en este blog: la santidad. ¿No son ellos los más ejemplares? Sin duda. Pero lo mejor es que cada uno, si quiere puede ser santo, llegar a ser santo o al menos esforzarse en serlo, ir configurándose con Cristo en los sentimientos, pensamientos y acciones. ¿Acaso hay alguna manera mejor de realizar todo el bien y bondad que llevamos dentro?

Podríamos empezar justo por la sentencia con la que Jesús termina hoy su evangelio: "Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido". El camino de la ejemplaridad no pasa por el autoengreimiento, la soberbia y el orgullo, sino por la aceptación de lo que uno es y el cariño para desde ir estableciendo en la cordialidad. En verdad somos tan poca cosa, pero estamos llamados a lo más grande: el servicio desinteresado, a la ayuda mutua, a la ejemplaridad y ¿por qué no? también a la santidad. Y eso lo ha de decidir y llevar a cabo uno mismo y nadie más.

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