sábado, 16 de septiembre de 2023

Sin medida

 SIN MEDIDA


En este mundo de cálculos, promedios y estimaciones todo se nos ha vuelto cuantificable y clasificable, tal vez en exceso. Parece que incluso la cantidad contante y sonante valiese más que la mera calidad. Tenemos los índices bursátiles, el producto interior bruto, la tasa de paro, los poderosísimos sondeos electorales, el interés neto, los pingües beneficios o el peso específico. Todo se haya sujeto al más estricto cómputo. Queremos ser exactos, y por eso no dejamos que se nos escape ni un solo decimal, ni un solo centavo, ni una milésima de segundo ni el mínimo gramo suelto. Queda así bajo la apariencia de estar todo bajo nuestro control, aunque en realidad más bien poco es lo que en realidad controlamos.

Cuentan los mitos griegos que había un tal Procusto, también conocido como Polipemón o como Damastes, que regentaba una posada en la que ofrecía hospedaje a los cansados caminantes. Cuando el viajero dormía tranquilo en el lecho, Procusto tenía la fea costumbre de amordazarle a la cama de hierro y ajustar el cuerpo de su hospedado con gran exactitud a las dimensiones de la cama, consiguiendo así que nada faltara o sobrase en su preciado camastro. Para que todo cuadrara a sus medidas, procedía salvajemente a alargar y desconyuntar los miembros de su víctima, o si fuese necesario a cortárselos.

No sé si alguno de nosotros, sin advertirlo siquiera, guardaremos alguna similitud con legendario Procusto, mostrando escasa flexibilidad para con los demás. Lo cierto es que a él le terminó ocurriendo exactamente lo mismo que él les hacía a sus invitados, porque se dice que Teseo le aplicó a él su misma medicina a modo de escarmiento, aunque ya de bien poco le sirviese esa última lección al cruel Procusto.     

En este domingo vigésimo cuarto de tiempo ordinario, el evangelio nos enseña que si a uno le perdonan, lo que corresponde es que también sepas perdonar a tus semejantes. Si Dios ha tenido "manga ancha" contigo ¿cómo no vas a obrar tú del mismo modo? En lugar de aplicar a otros los rígidos moldes con los que Procusto trataba a todos, lo mejor es aplicar el flexible "lecho" de la comprensión a los demás. Ser alto de miras en tus juicios, pero sobre todo alto y generoso de miras en la medida de tu corazón con los demás, porque cuando practicas el perdón hacia las faltas de los otros (y de las tuyas), les concedes una nueva oportunidad, y ya de paso te mejoras en calidad humana a ti mismo.

Perdona al que te perdona, aunque te cueste enormidades. Empieza por perdonar tú, para abrir así una dinámica de perdón y de vida reconciliada. Comienza por experimentar el perdón que procede de Dios, que nos ama hasta el extremo a todos y cada uno, y ya no podrás dejar de perdonar a los otros también, tanto sus pequeños defectillos como incluso hasta los grandes defectazos que puedan tener y cometer. Ensancha el lecho y el corazón.

Trata a los demás como quieres ser tratado también tú. Trata a los demás como a ti te trata el Señor, que tiene verdaderas entrañas de misericordia, y empezarás a tratar a los demás con las mismas entrañas de misericordia también tú. Intente mirar más a los demás con los mismos ojos que Dios nos ve, y entonces, no una ni dos, sino setenta veces siete podrás respirar en lo profundo el perdón sanador.

No sabemos la herida que aquejaba a Procusto para obrar con ese odio intransigente hacia los demás, posiblemente hubo una causa que explicase su modo de proceder, pero otro muy diferente hubiese sido el mito y su final, si en lugar de quedar marcado de manera definitiva por el dolor de la herida, se hubiese dejado llevar por el admirable don sanador del perdón que procede de Dios o de los hombres que saben perdonar. Ábrete a la renovación del perdón, por ahí tal vez empieces a dejarte ganar para el Reino de los cielos. Ama y podrás perdonar hasta lo inadmisible, porque el amor es mucho poderoso que el mal y el daño. Y si te cuesta mucho perdonar las ofensas, pídele a Jesús que te ayude a perdonar. Él todo lo puede, y con Él tú también.  



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