sábado, 14 de octubre de 2023

Dejarte en leído

DEJARTE EN LEÍDO


Con gran frecuencia nos comunicamos entre unos y otros empleando Whatsapp. Esta nueva forma de comunicación es práctica, sencilla, cómoda, barata y rápida, por lo que es comprensible que en muy poco tiempo se nos ha terminado convirtiendo en una herramienta imprescindible en nuestro día a día. Tal vez incluso podríamos sospechar que hasta hacemos de dicho modo de comunicación un uso abusivo. Pero de eso no toca hablar en este momento.

Por ello no nos resulta extraña la nueva expresión "me ha dejado en leído", es decir, que le has escrito a alguien y ni se ha molestado en contestarte. Vamos, que ni siquiera uno es merecedor para esa persona ni de un mísero sí o un no, simplemente te ignora o te deja pospuesto para mejor ocasión. En este ritmo de vida que llevamos como podemos, donde predomina lo inmediato, hacerle esperar a uno un cierto tiempo en responder resulta del todo inasumible e inaceptable, incluso pudiendo suponer que el interlocutor de mi mensaje puede encontrarse ocupado en otra tarea en el momento en que yo le he escrito. No nos importa, reclamamos atención total e inmediata. Por tanto, nos enfurecemos enseguida  en lugar de concederle al menos el beneficio de la duda o de cierta pausa en la respuesta.

Menos aún nos gustaba cuando algún amigo o compañero invitaba a todos los del grupo, o al menos a los más selectos, pero no a nosotros. Eso sí que supone un motivo sustancial para el enfado, la furia y la mayor de las tristezas, porque cómo iba a ser yo el único que se iba a quedar fuera de la fiesta.

Pues en esta ocasión el evangelio -XXVIII domingo T. O. (A)- nos presenta la situación justamente al revés, es el mismo Dios el que nos ha preparado una magnífica fiesta, en la que como proclama el profeta Isaías no va a faltar nada de nada, sino que, por contra, va a sobrar de lo mejor de lo mejor. Es la mejor de las fiestas posibles y nos invita por el Whatsapp de entonces, que eran los profetas, los voceros de Dios. Así que nos llega la invitación del mismo Dios de la mano de esa gente tan comprometida y servidora, pero nosotros le hacemos el mayor de los desplantes y le dejamos en leídos.

Tal vez pueda ocurrir que con la que está cayendo, no estamos para más fiestas que la nuestra, en la que seamos nosotros los únicos y exclusivos protagonistas. O puede que haya otras fiestas que parecen cautivarnos más que la que Dios está ofreciendo, otros caminos divergentes, otras propuestas alternativas, muchas otras formas de alejarnos de la fiesta de la concordia y la fraternidad. Escucha, sopesa y decide consecuentemente si en esa boda está tu lugar.

Habría también que plantearse si somos merecedores de esa magnífica invitación. A juicio del artífice de la fiesta sí que lo somos, el nos considera dignos invitados a la fiesta de bodas de su Hijo, otra cosa muy distinta es que nosotros nos hagamos verdaderos merecedores de ese extraordinario evento al que el mismo Dios Padre nos convida.

La fiesta no va a dejar de celebrase, independientemente de que nosotros decidamos acudir o no. Todo está ya preparado desde la eternidad, es el banquete de bodas del Cordero, la celebración del amor esponsal del Hijo y los que hicieron de su vida un seguimiento del Amor a todos. Va a ser memorable; pues todos estamos llamados a participar y celebrarlo a lo grande, con la verdad de lo que uno es. Sin embargo, tú, ¿piensas dejar la invitación en leídos? ¿Vas a inventarte una excusa para declinar la invitación? ¿Te vas a quedar al margen de la celebración?

Pues entonces ¡ánimo, vente a la boda! y no olvides venir con tus mejores galas, revestido con la belleza sinigual de la fe, la esperanza y la caridad. No hay indumentaria más adecuada para ir a esta gran fiesta.

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