domingo, 20 de febrero de 2022

COMO DOS GOTAS DE AGUA

 COMO DOS GOTAS DE AGUA



Quien ha subido alguna vez a la montaña, y ha recorrido cumbres, laderas, bosques y valles, se habrá tenido que encontrar necesariamente con arroyos, fuentes y pequeñas cascadas en las que corre el agua con una claridad y una frescura insólitas. Parece que esa agua nos remitiera por su pureza al mismo paraíso terrenal, a ese orden originario descrito al comienzo del Génesis, tan remoto hoy en el tiempo y en el espacio para nosotros, los urbanitas del siglo XXI. ¡Qué remanso de paz! ¡Qué sereno ambiente natural! Uno quisiera contagiarse de esa idílico sosiego. ¿Es posible?

Los antiguos no entendían la creación artística exactamente igual a como nosotros la entendemos hoy. Para ellos era fundamental que toda creación artística fuera armónica y proporcionada, pero, además, que fuese mimética, es decir que copiara, no solo lo real, sino también otras grandes obras artísticas precedentes, que a su vez se basaban en las ideas platónicas, que eran los cánones a imitar. Y si no cumplía con esa mímesis, no podía ser considerada con propiedad arte.

Así ese agua transparente del que hablamos no solo se adapta a la orografía del terreno por el que va transcurriendo, sino puede también reflejar aquellos paisajes en su superficie, si esta se encuentra tranquila, convirtiéndose así en un espejo natural. De forma parecida, quizás, nosotros podríamos llegar a copiar esa belleza pacificada que vemos en el entorno dentro de nosotros.

Pero hoy deberíamos acercarnos a otra fuente, a otras aguas aún más prístinas, las preciosas palabras de Jesucristo en el evangelio de este domingo séptimo de tiempo ordinario (Lc 6, 27-38): "Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará..."

Qué locura si llegáramos a imitar el modo de amar de Dios Padre, ese mismo que Jesucristo realizó completamente con su vida. Todo lo perdonó, todo lo dio, todo por entero hasta el escándalo, pues fue capaz de amar incluso a los que le tenían a Él por un enemigo. Él devolvía bien por mal, bendiciendo a los que le maldecían, amando sin medida a todos.

Imitemos pues a los mejores modelos para alcanzar la mejor versión posible de nosotros; y el mejor modelo es Cristo, el que nos muestra y nos explica cómo hemos de amar, y seamos parecidos a Él, como dos gotitas de agua, que reflejan prodigiosamente en pequeño aquello inmenso que les ilumina. Imitemos su modo de actuar y nuestra vida será arte auténtica y valiosísima.


 

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