sábado, 17 de febrero de 2024

Entrar en pánico

 ENTRAR EN PÁNICO

Iniciamos la Cuaresma oficialmente el pasado Miércoles de Ceniza, y ya deberíamos ir adentrándonos en ese arduo camino cuaresmal. Pero la cuestión es si estamos dispuestos a ello o tan solo a que vaya pasando poco a poco sin que nos afecte demasiado el itinerario cuaresmal y sus implicaciones. Si es posible, que pase la Cuaresma de puntillas, y de esta manera que logremos mantenernos al margen de ella. Quedarnos una vez más cómodamente en nuestra zona de suma comodidad, sin siquiera dar un paso, pues para qué adentrarse en ese incierto e incómodo periplo.

Bien pudiera ser que nuestra supuesta pereza e inmovilismo, lo que esté ocultando es otra razón más poderosa: nos da verdadero pánico adentrarnos en ese terreno resbaladizo de exponernos a conocer con rigor y ha experimentar lo que somos al natural, sin adornos, sin subterfugios ni engaños. Tomar conciencia de la cruda realidad de nuestras personitas: sus anhelos, búsquedas, desatinos, miserias, apegos, bloqueos, fragilidades, etc. Admitámoslo, puede ser un verdadero trago hacer frente al ser en que uno se va convirtiendo por las vicisitudes del día a día. 

Y es que el ser humano solo ve lo que quiere ver, y solo escucha lo que quiere escuchar, y solo se aplica y hace caso a lo que le viene bien o le apetece, y no lo que debe o le conviene. Y por ello, evitamos todo aquello que nos permita tomar conciencia de lo que no nos agrada de nosotros mismos. Evitamos sufrir y para ello huimos de ponernos en verdad ante aquella cara oculta de lo que sabemos que somos, pero no quisiéramos asumir.

Que nadie es perfecto, ni siquiera nosotros, lo damos por hecho. Las imperfecciones y los fallos de los demás nos saltan a la vista de manera inmediata y sin gran dificultad. Otra cosa diferente es mirarse a uno objetiva y subjetivamente, analizarse y trabajarse, porque ir asumiendo las propias vergüenzas es algo más que incómodo, es un proceso doloroso, pero necesario para aceptarse, sanarse, quererse y madurar. Solo si nos ponemos en verdad podremos avanzar tanto como personas, como espiritualmente.

Pues en Cuaresma toca lo que toca, y no otra cosa, y, o te adentras con Jesús en la soledad del desierto y te enfrentas a tus limitaciones y a la intemperie de lo que eres (con todo el riesgo a ser arreciado por todo tipo de tentaciones), o evitas toda molestia para prevenir a toda costa entrar en pánico. Hace falta arrojo y fuerza de voluntad, hace falta entereza y capacidad de decisión para abandonar el modo de vivir asumido por los no buscadores; hace falta ser un auténtico inconformista, para confiar y confiarse en la dura aventura del desierto y la soledad. Pero es paso obligado para poder encontrarse con el Absoluto. Quitarse de todo, empezando por lo mas superfluo, hasta quedarse ante la nada más absoluta, para poder ir llenándose con la plenitud del Ser que es, el único que colma de vida.

Las lecturas de este primer domingo no solo nos hablan de desierto, también nos hablan de alianza entre Dios y el hombre. Precisamente ese paso por el desierto, ese exponerse a cualquier mal (interno o externo), es el que al final permite establecer el encuentro con el Dios de la alianza. Dejar atrás una forma de ser escindida, para empezar a llevar una nueva vida vinculada y con sentido.

Muchos son los libros que nos muestran el viaje como un itinerario iniciático. Pues el desierto efectivamente también es una manera de transformarse y volver a nacer. Uno es el que parte y se adentra en la espesura de arena, soledad y silencio, y otro muy distinto el que regresa habitado por el Dios del encuentro. No te encontrarás con Él en los libros, sino en el misterio de tu propia existencia, solo ahí se revela; solo ahí arde la zarza.

A aquellos que han experimentado al Dios que vive en el desierto se les podrá reconocer porque regresaron transformados. Basta con verles el rostro, adusto, y sin embargo, apacible y sonriente; basta con mirarles a los ojos, les brillan de un modo nada corriente; basta con escucharles las palabras, pues resuenan con la ternura de Dios. Si quieres ser uno de ellos, has de vivir en modo Cuaresma, pues el desierto está en ti, y si quieres, puedes adéntrate.

No temas Él siempre te acompaña y ampara, pero allí en pleno desamparo, sentirás el abrazo de quien ha hecho contigo una alianza a la que nunca falta, una alianza perpetua. Haz de esa alianza el modo de conectarte con todos y todos, y por tanto tu modo de vivir. Es posible. Todo es posible en Cuaresma. Transfórmate.

     

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