domingo, 4 de febrero de 2024

Recargar las pilas

RECARGAR LAS PILAS


Dicen nuestros mayores, buenos conocedores del refranero español y de ese sentido común que se adquiere con la experiencia, que hombre prevenido vale por dos. Y efectivamente, desde hace ya algunos años, andamos siempre pendientes de no quedarnos en la reserva, o lo que viene a ser aún peor, sin nada de batería en el móvil. ¡Qué va a ser de nosotros si por un momento nos situamos fuera de juego por no poder disponer de nuestro móvil! Casi, casi sería una tragedia, algo así como protagonizar un pequeño apocalipsis final de manera anticipada. ¡Qué duro debe ser que el mundo siga su curso, y yo me quede al margen, porque he perdido toda posibilidad de estar conectado! ¡Qué adversidad tan inasumible estar sin batería por unas pocas horas, buscando desesperadamente un enchufe en el que poder recargar! ¡Dios nos libre de una desgracia semejante!

Aparte de precisar cargar las baterías de nuestros dispositivos electrónicos, aún mucho más necesario es poder cargar nuestras propias pilas como seres humanos. Y esto es, en verdad cosa seria, porque cualquiera que nos vea, a poco observará que andamos prácticamente extenuados. ¿Qué ha pasado con nuestras fuerzas? Si estamos bien alimentados, bien dormidos y descansados, como es que vagamos cabizbajos y con las energías al límite. Vamos al gym, al spa, al físio, a la casa rural, a las terapias de todo tipo, y a lo que haga falta para estar medio bien, con buen ánimo y las pilas a tope recargadas, pero nada, es empezar la semana y ya estamos flojos y fofos. Por lo que llegar al viernes, nos cuesta Dios y ayuda.

El médico nos va confirmando problemillas, pero que en sí, la mayor parte de las veces no deberían ser los únicos causantes de nuestro contumaz cansancio. ¿Qué nos pasa? ¿Qué puede estar pasándonos? ¿Qué motiva este agotamiento existencial tan persistente? El filósofo surcoreano afincado en Alemania, Han Byung Chul, ha analizado y propuesto una serie de causas que hemos de tener en cuenta. Tal vez vivimos sometidos a una continua actividad. Hemos asumido que debemos estar siempre haciendo y rindiendo, pero quizás este exceso de actividad más que empoderarnos y realizarnos, nos termina esclavizando. Paradójicamente somos cada uno de nosotros los que nos hemos autotiranizado y sometido al continuo rendimiento. Por ello, resulta tan común no tener sitio en la agenda prácticamente ya para nada más, es decir, están tan sobrecargadas como sus dueños. Y si te sientas un momento en el sillón, o caes rendido, o estás pensando en cantidad de tareas que están pendientes cual espada de Damocles. Y así, claro, no hay quién viva, o al menos que viva con las energías al completo.

En tiempos de Jesús aún no vivíamos en "la sociedad del cansancio" y cada uno encontraba más o menos tiempo para realizar sus tareas, pero solo aquellas que pudiese llevar a cabo, y por tanto, disfrutando de cierta calma y sin tantísima ansiedad. Pero no se vayan ustedes a figurar que eso era Jauja, pues otros problemas había, y no de poca monta precisamente. Leemos que Jesús tampoco paraba. Aunque se echó unos singulares colaboradores, a los que conocemos como apóstoles, para que le ayudaran; aún así estaba por completo volcado a su misión. Iba y venía, recorría todo el territorio de Galilea proclamando un nuevo tiempo de gracia para el ser humano. De paso, atendía con creces todas las necesidades de todo aquel que le salía al encuentro, que eran muchos, pero Él no claudicaba. ¿De dónde sacaba las fuerzas? ¿Cómo podía estar en misión a todas horas y todos los días del año? ¿Cuándo paraba?

Sin embargo, aunque estuviese también cansado (que lo estaba, porque hasta se nos dormía en la barca), sacaba tiempo para lo que no nosotros no sacamos. "Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar". No se quedó repanchingado en la cama (si es que no durmió sobre el suelo), sino que como algo esencial e irrenunciable para Él, se aparta para unirse a la Fuente de la que mana de verdad la fuerza y el sentido de toda la existencia, de toda actividad: Dios, el amor de Dios.

A ver si va a ser que previamente a tanta actividad febril y urgente, hemos de priorizar y cultivar nuestra dimensión espiritual. Tal vez hemos de empezar a cuidar y cultivar nuestra intimidad con el Dios que nos propicia y mantiene la vida. Ese Dios que conoce cada una de las estrellas por su nombre, y que es nuestro Padre, al que podemos acudir siempre para que nos abrace, consuele, ayude, nos acoja, en definitiva, nos recargue las pilas. ¡Qué bueno disponer de ese cargador universal al que en cualquier tiempo y lugar podemos conectarnos y entrar en su descanso!

Pues eso, menos agobios, menos ansiedad, menos actividad, y más contemplación, más amor, más trato íntimo con el Señor. Porque solo eso llena nuestro hondón humano. Y solo así también podremos dar a los demás de ese amor del que nos ha colmado. El tiempo de oración es necesario, no es un tiempo perdido, aunque sea un tiempo no productivo, pero es un tiempo rico, precioso y fundamental. Sin él no seremos más que monigotes o marionetas en manos de una voraz actividad sin sentido y de un ritmo trepidante, pero prácticamente sin energías para ejercer como seres humanos que puedan construir una sociedad en la que podamos seguir viviendo todos con las pilas recargadas, con sencillez y una auténtica alegría.

Os invito a que reflexionéis en esta semana tres cuestiones: ¿Qué desgasta mis energías? ¿Qué realmente siento que me vuelve a recargar las pilas? ¿Cuándo saco tiempo de calidad para la oración y para lo importante? A ver si así podemos empezar a mejorarnos. 





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