sábado, 15 de febrero de 2025

Nuestra esperanza no defrauda

NUESTRA ESPERANZA NO DEFRAUDA


El mundo no está hecho para acomodarse a las complacencias de cada uno. Eso de siempre lo supo el ser humano, aunque bien nos gustaría que la realidad se dispusiera a nuestro particular antojo. Hay quienes habiéndose educado en un ambiente de sobreprotección y absoluto consentimiento, exigen que todo se ajuste a su capricho. Son los comúnmente conocidos como malcriados. ¡Ay del que le toque aguantar a uno de ellos!. Pero, al final, tanto para los sufridos como para los mal acostumbrados, la realidad siempre termina por imponerse, y no cabe otra que ir adaptándole a lo que hay. Quiera uno o no las cosas son como son casi irremediablemente.

Pero, por favor, que no cunda el desánimo. Es verdad que si nos fijamos un poco en todo el mal que anda pasando por doquier, es para venirse abajo. Egoísmos, malversaciones, incomunicación, violencia, engaños. Viendo sin vendas ni tapujos la realidad, podríamos suscribir de pe a pa aquel soneto de nuestro D. Francisco de Quevedo: "Miré los muros de la patria mía..." ¡Cuánta vileza puede llegar a dar de sí el ser humano y cuántas penurias! Es preciso poner freno al mal, por lo menos a todo el mal que cada uno de nosotros puede causar, y empezar justamente a sustituirlo por todo lo contrario: el bien y la bondad.

En esto Dios no se cansa de recordarnos que hemos de actuar siempre en conciencia, dando y favoreciendo la vida, en lugar que ir contra el hombre y lo creado. ¿Vamos a seguir siendo unos destructores del mundo y todo lo que contiene o por contra empezaremos a regenerar este maltrecho mundo? ¿Para cuándo lo vamos a dejar? Para seguir como estamos, lo mejor será desterrar definitivamente a Dios y al evangelio; desconocer por completo el mensaje de justicia y concordia que nos propone Jesús, no sea que recapacitemos y nos dé por impulsar acciones tendentes a salvar a tiempo nuestra humanidad y la a Humanidad.

Tal vez todavía algo cabría hacer para recuperar la esperanza y seguir tratando de mejorar todo aquello que está en nuestra mano realizar para lograr que este mundo sea más humano y apacible. Veíamos la semana pasada como nuestro colegio se ha movilizado a base de bien en la campaña de donación de sangre. Hemos de reconocer y agradecer a todos los que se han sentido involucrados el notable éxito de generosidad y gratuidad, porque donar sangre es donar vida y se Providencia ¡Qué pocas acciones podemos hacer más hermosas que posibilitar recobrar la salud a los enfermo! O también la cantidad de voluntarios empeñados en ayudar a las víctimas de las recientes inundaciones. No todo está perdido. No nos podemos dar por vencidos y quedarnos con los brazos cruzados.

Mientras unos re resignan o se repliegan mortalmente sobre sí mismos, otros son capaces de confiar no solo en sus capacidades, sino en las de los otros y en las del Otro, ese ser infinitamente cercano que llamamos Padre nuestro. Todo es aún posible, porque no podemos descartar el poder de los pequeños gestos que transforman el mundo; de todos esos pequeños gestos que tú y yo, fundidos en un esperanzado nosotros, somos capaces de ir realizando, como la gota que en su reiteración termina por horadar la dura roca. Aún menos podemos descartar el poder de la intervención de Dios que se vale de los sencillos para ir fermentando el Reino de los Cielos.

Jesús en el evangelio de este VI domingo de tiempo ordinario nos lo muestra con manifiestas claridad y belleza en el discurso de las bienaventuranzas. En eso que que Quevedo ve derrota, Jesús esperanzado ve el germen imparable de la acción de Dios. Los excluidos y sufrientes nos están llamandoa una transformación esperanzada. A protagonizar eso buenos gestos que anticipan ya el Reino. la resurrección está en marcha, porque la esperanza nos capacita para afrontar las dificultades. Es la fuerza de Dios, su gracia la que nos libera y nos convoca a vivir en un amor confiado y esperanzado. Él cuenta con nosotros si nosotros también contamos con Él. 

Así como si de un ciclo virtuoso se tratase, la fe lleva a la confianza y la confianza en el bien, en el amor de Dios, en el valor de lo menudo, nos lleva a la fe. Una fe esperanzada, asimismo, nos permite escuchar al otro, a contactar con su intimidad vulnerable (semejante a la de cada uno) para ser agentes de transformación. Empieza por ti mismo, empieza por cambiar los deseos de tu corazón y tus obras, para seguir cambiando, al mismo, tiempo tu entorno, tus relaciones y tus acciones.

Estamos en pleno jubileo de la esperanza. El papa Francisco nos invita en su bula Spes non confundit, a ser peregrinos de esperanza, a cambiar profundamente la mirada, a no caer en la tentación de creer que el mal se va a salir con la suya, a atrevernos a, con la fuerza de Dios, unirnos comunitariamente en la misma tarea compartida, libre y responsable de hacer posible un mundo mejor. Avivemos nuestro corazón y el de nuestros semejantes. Empecemos a vivir ya desde lo que esperamos. El mundo no puede ser abandonado a su suerte, porque nuestra pasividad termina siendo cómplice de esa deriva fratricida. Seamos fermento jubiloso de esperanza, porque Dios está con nosotros y este es ya tiempo de resurrección. Las bienaventuranzas nos lo están anunciando, participemos de esa bienaventuranza que es ser en la lógica del encuentro y del don.

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