Concluimos el tiempo litúrgico -y vital- de la Navidad, la natividad del Señor. Un tiempo especialmente oportuno para admirar la grandeza del Señor, que se hace pequeño entre los pequeños. Tiempo de aprender a mirar con ojos nuevos y renovados la realidad interior y exterior. Tiempo propicio para igualmente que Dios, aprender a estar cercanos a todos y muy especialmente, a los más cercanos.
La Navidad, después de la fiesta de la Epifanía o manifestación del Señor, que en el pesebre es reconocido y presentado a todos los pueblos como el Mesías esperado por los Reyes Magos, termina con la solemnidad del bautismo del Señor. En esta hermosa fiesta, que cierra todo el periodo navideño, Jesús vuelve a ser manifestado y reconocido como quien es, Dios hecho hombre para que nosotros podamos igualmente unirnos a él. Él pasa por las aguas bautismales y nos abre así también a nosotros, a cada uno de nosotros, la posibilidad por bautismo de formar parte de su cuerpo, de su ser, de su presencia, de su reino.
En el libro de los Hechos de los Apóstoles, que se proclama como segunda lectura en la solemnidad del Bautismo de Cristo, se nos indica literalmente que Dios Padre, por medio de Hijo Jesucristo nos ha anunciado la Buena Nueva, es decir, el Evangelio de la Paz. Sí, a Cristo se le llama El príncipe de la Paz. En ese sentido, recordamos las palabras de tras su resurrección siempre que se aparecía a sus seguidores les saludaba con el deseo de paz a vosotros.
La palabra Paz es una de las más desgastada, es el mayor anhelo del ser humano, pero en la historia sabemos que se ha perdido en tantas ocasiones por los intereses mezquinos de tantos que en lugar de mirar por el bien de todos, miraban exclusivamente por el suyo.
Por tanto, para los cristianos, la paz no puede ser una palabra vacía, o solo un deseo, sino una realidad que debemos tratar de hacer posible. Solo en la medida en que logremos un mundo en paz, estaremos realizando el sueño de Jesús, el Reino de los Cielos aquí en la tierra. Es posible, es necesaria, es y debe ser nuestro empeño y compromiso.
Para ser constructores de paz, lo primero que habremos de lograr es que Jesús nos sane por dentro. Que la intimidad con Cristo vaya logrando integrar y armonizar toda nuestra trama personal para vivir en el amor de Dios. Que ese amor vivido dentro que nos transforma, logre salir hacia afuera.No hay mejor manera de pacificar y ser pacificado que amar, qué darnos generosamente a todos, tal y como hizo Jesús, que pasó por la vida haciendo el bien y curando y cuidando a los más necesitados.
Una vez que viviendo nuestra fe y comunicando nuestra fe, haciéndola creíble, iremos llevando la paz a través de nuestra actitud y nuestras acciones: aceptando al diferente, no criticando ni juzgando a la ligera, propiciando encuentros, amistades, colaboración, todo ello porque cada uno de los otros es nuestro hermano.
Llenar de contenido la palabra paz es posible, pero como decía Santa Teresa de Calcuta, cuando recibimos al otro con una sonrisa, con el corazón valiente y creyente. Por eso en nuestro colegio trabajamos la paz a nivel intrapersonal desde la práctica de la interioridad y la sala MQS (Más Qué Silencio). También a nivel interpersonal desde el plan de convivencia y apostando por la mediación, la resolución de conflictos y la inteligencia emocional. Y trabajamos la paz a nivel social y global a través de la educación integral, la educación en valores y las tutorías.
Construir la paz es una labor cotidiana en la que tenemos que aportar todos. Nos jugamos lograr el mundo que soñamos.