ACTUAR EN CONSECUENCIA
¡Qué bueno si al menos tuviéramos claro de dónde venimos! Es decir, el trayecto que hemos ido recorriendo hasta el momento hasta llegar a la situación presente. Porque en este mundo de quimeras y memoria volátil, tal vez pecamos de no recordar suficientemente el tesoro que acaudalamos: nuestro pasado y nuestra experiencia. Sepamos cuanto menos de nuestra historia individual como colectiva, ocupémonos ciegamente de banalidades y nada más que banalidades, y es seguro que tan solo alcanzaremos a ser lo que nos digan que somos. Tratemos, por tanto, de poner remedio, y si nos cuentan que hay que saber poco, mal y tergiversado lo que nos ha ocurrido, justamente esforcémonos en escapar de esa visión reductora y somera de la Historia, para desplegar con total libertad y consciencia la evantura de hacer historia particular con los demás. Sé protagonista y actúa en consecuencia.
Para los gurús educativos en boga ya no importan demasiado ni los contenidos ni la memoria, porque a un click tenemos acceso al vasto conocimiento. Falso: la información, los datos acumulados no son conocimiento, se requiere análisis, integración con los conocimientos previos, asimilación, comprensión, interpretación, esto es, pensamiento. Ya nos avisaban los antiguos griegos de los peligros de abandonar la memoria como fuente de saber. Pero es que si hacemos dejación de la memoria y solo vale lo que nos cuentan los gestores del big data, pues es muy probable que nos terminen escamoteando por toda la escuadra la preciada verdad. Tenlo en consideración y trata de actuar en consecuencia.
Como afirmaba George Santayana aquellos que desconocen la Historia están condenados a repetirla. Así es, pues la Historia no sería ya escuela, y por tanto, no sirve como trampolín desde el que comprender lo anterior, vivir el presente y proyectar el futuro, evitando caer en anteriores errores cometidos. Por poner un famoso ejemplo, Winston Churchill tuvo una actuación muy provechosa para la civilización europea porque conocía muy bien a los clásicos, sus batallitas y los avatares de la historia que a través de ellos nos llega. Saber lo acaeció en el pasado capacita para acertar en el aquí y al ahora, de igual modo que desconocerlo dificulta actuar con tino y en consecuencia.
La persona que ha perdido la memoria, simplemente deja de saber quién es y quiénes también son los otros que se encuentran entorno. Y este es un peligro mayor aún que embuclarse en los mismos errores. Si abandonamos el estudio del pasado, terminaremos por no saber quiénes somos e impediremos por ello llegar a ser nosotros. Jamás, por tanto, caigamos en el error de suponer que lo ocurrido anteriormente, nuestra biografía o nuestra historia, son irrelevantes. Importan y muchísimo.
Para descubrir la propia vocación en los procesos personales de discernimiento, es imprescindible revisar el periplo existencial y descubrir el lenguaje de Dios en nuestras vidas. Si vivimos con tanta rapidez, tanto ajetreo, tanta sobreinformación y tanta superficialidad, necesariamente se vuelve imposible hacer hueco a la introspección y a la claridad de quién es uno y lo que Dios y uno mismo quiere ser. ¿Cuándo hacemos tiempo de calidad para exponernos a esta lúcida revisión? Pues así no va entonces.
En la primera lectura de este domingo VIII de tiempo ordinario, solemnidad de la Santísima Trinidad, vemos como el pueblo de Israel, con Moisés, toma conciencia de ser pueblo elegido justo en el recuerdo de su predilección de Dios en la historia. Dios les acompaña en su periplo, y no conviene olvidarlo si quieren saber quiénes son y como encarar el porvenir. Hay que tener presente el itinerario recorrido para poder seguir hacia adelante por el camino adecuado; por los demás caminos uno se pierde.
Los apóstoles y nosotros hemos conocido a Jesús y su mensaje, hemos escuchado y comprobado que Él es quién dice ser: el Hijo de Dios vivo, que murió y resucitó por nosotros; que ascendió a los cielos y ahora está sentado a la derecha del Padre; Que nos entregó el Espíritu para que podamos cumplir con la misión que Él nos ha dado: llevar el evangelio a toda la creación. Tampoco podemos dejar de tener presente nuestra historia personal y colectiva, nuestra identidad y nuestra cultura, nuestra experiencia más profunda y nuestras certezas, para saber quiénes somos, qué no somos y de qué habremos de vivir para actuar en consecuencia con este Dios trinitario que nos habita. Olvidarlo sería necedad, mantener esa vida en nosotros, avivarla y compartirla libremente con todos los hombres de buena voluntad, hermanos e hijos del mismo Padre, es nuestra esperanza. Quien obra en consecuencia no fracasará, sino que sabrá ser feliz.