jueves, 9 de abril de 2020

JUEVES SANTO, CELEBRA TU MESA.



Hoy desde Pastoral, queremos recordar un día tan especial con Jesús como es el Jueves Santo, un día lleno de emociones encontrados, por lo que ha sido y por lo que será.

Recordamos que en el Jueves Santo, Jesús prepara su mesa más especial, lava los pies a sus discípulos (lo que nos recuerda que debemos estar al servicio de los otros "Ser para los demás") y
ora en el huerto de Getsemaní, enseñándonos como la oración renueva nuestra alma y nuestra fe, acercándonos más a Dios.

Por eso hoy, desde Pastoral, queremos animaros a preparar una mesa muy especial en casa, con vuestra familia, una mesa lleva de amor y servicio. 

Preparar juntos una mesa diferente, preparar juntos la comida o la cena, poned velas, detalles e incluso preparad un momento bonito de oración en familia. Porque como nos enseñó Jesús, la oración nos une y nos hace familia.

FELIZ JUEVES SANTO ¡FAMILIA PROVIDENCIA!

Grupo Pastoral

lunes, 6 de abril de 2020

UN LUNES SANTO CON CORAZÓN RENOVADO


¿Qué pasa dice el borrico?
 Las calles están vacías
¿Es que se han olvidado
que está llegando el Mesías?
Tú tranquilo fiel amigo
le contesta el Señor,
continúa tu camino
no tengas ningún temor.
Este año es diferente
es año de reflexión 
por eso toda la gente
me aguarda en su interior.
Están dentro de sus casas
con olivos y con palmas
y me dan la bienvenida 
desde el fondo de sus almas.
Será una Semana Santa 
de silencio y oración,
de entrega, amor y esperanza
hasta mi Resurrección.
Y celebrarán la Pascua 
con corazón renovado
dando toda la importancia
a lo que sí es sagrado.
Sigue andando borriquito 
continúa en tu misión
por estas calles vacías 
que aún nos falta la Pasión.


domingo, 5 de abril de 2020

NO HAY AMOR MÁS GRANDE.






Oración:

Hubo un solo día en que Dios no pudo bailar por ti:
Cuando, hecho hombre,
sus pies estaban clavados a una cruz.
Hubo un solo día en que Dios no pudo abrazarte:
Cuando, hecho hombre,
sus manos estaban clavadas en la cruz.
Mejor dicho:
Se dejó clavar para tener siempre sus brazos abiertos…
para abrazarte eternamente.
Nunca me imagino a Dios con sus brazos cruzados.

Su izquierda está bajo mi cabeza, y su diestra me abraza (Cantar de los cantares 2, 6)

viernes, 3 de abril de 2020

MOMENTO DE ORACIÓN, EN TIEMPO DE EPIDEMIA. PAPA FRANCISCO.

«Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos.

Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús. Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—. Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (v. 40).

Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38). No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.

La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.


Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: 

“Despierta, Señor”. «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». 

Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, «volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12). Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás. Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo. Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.
El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.

Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios. Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7).

domingo, 29 de marzo de 2020

REFLEXIONES DE UN CREYENTE ANTE EL CORONAVIRUS

Ha tenido que venir una pandemia para que nos diéramos por fin cuenta de que vivíamos demasiado instalados, de que la sociedad del bienestar realmente era una milonga, una engañifa, un vano sueño. De buenas a primeras nos las hemos tenido que ver con una realidad durísima, llena de aristas, que se nos impone con ferocidad y a la que no estábamos acostumbrados. Ya no sirve seguir mirando hipnotizados por más tiempo a las pantallas. Este amargo chapuzón en la cruda realidad de la pandemia nos ha desestabilizado por completo, pero al menos podemos despertar y tomar conciencia de lo que somos y de lo que nos está pasando.

Y lo primero que constatamos es que estamos vivos, y por tanto que la vida no es algo que esté ahí por descontado siempre, sino que hay que cuidarla, protegerla, compartirla y disfrutarla, porque puede venir un minúsculo virus y causarnos daños irreparables. Entonces resulta que constatamos que nos necesitamos unos a otros, porque todos somos frágiles, estamos igualmente indefensos, somos tan vulnerables. Que ya no sirve mirar al otro como un desconocido, o en el peor de los casos como a un rival, sino como otro igual que yo en debilidades, pero también en fortalezas. Qué bueno será que ya para siempre contemos los unos con los otros, nos volvamos más cercanos.

Son en estas situaciones límite cuando suele salir a relucir lo mejor de los seres humanos, la solidaridad entre vecinos, la lucha por causas nobles. ¿No lo habéis notado? Esa inmensa capacidad para luchar y resistir, para afanarse por el otro (ser buenos samaritanos) estaba dormida en cada uno de nosotros y se ha despertado. No olvidaremos tantos y tantos ejemplos de gente buena y comprometida que se han entregado por el bien de los otros: personal sanitario, agentes de seguridad, cajeros, transportistas, profesores, sacerdotes, etc. ¡Qué enorme valor tienen ciertos gestos cuando se hacen con gratuidad!

Esta sociedad individualista en que vivíamos instalados se ha resquebrajado, y paradógicamente ante un gran mal, hemos respondido con esa capacidad extraordinaria para hacer el bien. A este virus maligno le vamos a ganar recuperando esa capacidad de estrechar lazos entre nosotros, que es la que realmente nos humaniza.

Hemos vivido, y estamos todavía viviendo, días horribles, de grandes pérdidas. Muchos, principalmente gente mayor o delicada, nos han dejado de manera fulminante e inesperada. Nos hemos quedado huérfano de familiares y amigos. Y ahora hemos de seguir remontando la existencia asumiendo esas ausencias que seguirán lastrándonos a todos. Pero a pesar de todo seguimos confiando en que Dios, ese Dios que se hace hombre y llega incluso a asumir nuestro dolor pasando incluso por la cruz, ese Dios que en ningún momento se ha desentendido de nosotros, que ha estado allí sufriendo y sosteniendo el sufrimiento de tantos en hospitales y casa.

También en estos días hemos estado especialmente unidos, siempre manteniendo el contacto y pendientes de que todos estuviéramos bien. Especialmente aquellos que desde las parroquias se han ocupado de organizarse y acompañar telefónicamente a la gente mayor y enferma. Y si había que llevarle la compra o los medicamentos también se ofrecían. Entre ellos muchos también han sentido la necesidad de incrementar la oración en estos difíciles recogerse y dirigirse a aquel del que uno siempre puede fiarse. El Señor nos ha dado una fuerza indudable para afrontar de la manera más positiva y creativa esta situación.

Asimismo han sido días de cierta privación, pues al no poder salir casi de casa teníamos que prescindir de aquello que hubiéramos querido y conformarnos con lo que hubiere. Además, hemos compartido más con los demás. Curiosamente teníamos menos pero compartíamos más.

En definitiva, casi sin percatarnos hemos estado haciendo una desconocida mezcla de Cuaresma y cuarentena forzosa a nivel global, en todas la tierras. En lugar de pasar por el desierto, nos ha tocado transitar por una terrible pandemia, atravesarla de lleno. Muchos de los nuestros no lo han superado, pero aquellos que todavía seguimos en este periplo tenemos que llegar transformados, con un aprendizaje existencial que ya nos impida volver a acomodarnos en la superficialidad intrascendente. Al menos hagámoslo por ellos, ya no perdamos ni la solidaridad, ni la gratuidad (esto es la caridad), ni la fe y por supuesto tampoco la esperanza, porque como ya decía la mística inglesa Juliana de Norwich (1342-1415) TODO IRÁ BIEN.

Víctor Manuel García de la Fuente





viernes, 27 de marzo de 2020

VIVIR...


Desde pastoral queremos mandaros toda nuestra fuerza y ánimo para superar estos momentos tan difíciles y a pesar de todo animaros a VIVIR,  porque tenemos mucho que contarnos, porque sabemos bien lo que es vivir...



Te damos gracias Señor por la vida, por cada miembro de nuestra familia aquí presente y por aquellos que hoy no están. 

Gracias porque podemos reconocer cuanto nos amamos, demostrándonos cada día nuestro aprecio a través de la atención y el respeto los unos a los otros.

Gracias por tu perdón, el cual derramas sobre nosotros mientras nos esforzamos en mantener una actitud de comprensión y paciencia en este hogar y para con las personas que nos rodean.

Gracias Señor por las vidas y el esfuerzo de aquellos que nos precedieron y que lucharon para que hoy viviésemos en libertad.

Gracias por las oportunidades que nos has brindado de amar, servir, ayudar, de trabajar y prosperar en este lugar donde vivimos, a donde nos has traído, no para volver atrás sino para conquistar nuestro futuro.

Gracias por todo SEÑOR.

SANTA MARÍA DE LA PROVIDENCIA.
Ruega por nosotros.

martes, 24 de marzo de 2020

UN ABRAZO DE LUZ...


Desde Pastoral queremos homenajear a todas las personas que han fallecido por el coronavirus…y a sus familias, algunas de las cuales no han podido despedirse de sus seres queridos. 
Que Dios les acoja en su gloria y descansen en Paz porque su recuerdo permanecerá en nuestras memorias como llama de vida. D
Dedicaremos nuestra oración de hoy a todos ellos y sus familiares.
Un fuerte abrazo de parte de la familia que somos  el colegio
SANTA MARÍA DE LA PROVIDENCIA