sábado, 11 de marzo de 2023

Tener que contarlo

 TENER QUE CONTARLO


Todos hemos escuchado alguna vez a alguien que no se podía callar, y en cuanto nos veía nos preguntaba: ¿Sabes lo que me ha pasado? ¿Te has enterado? Y es que esa persona no podía permanecer sin contarlo. Tanto lo bueno, lo mejor, o lo peor que nos ocurre a los humanos ha de ser compartido con aquellos seres cercanos. Incluso hoy, con nuestros dispositivos telefónicos tan a mano siempre, nos falta tiempo para comunicar las nuevas a los parientes y verdaderos amigos. Sea lo que sea, si nos importa, tenemos que contarlo al instante a aquellos que nos importan.

Ciertamente hay entre nosotros algunos que son tan reservados que, pase lo que les pase, no se lo comunican a nadie y prefieren permanecer callados, bien sea por timidez o por prudencia. Otros muchos hay también que aprovechan las actuales posibilidades que nos ofrecen las redes sociales para ponernos al día de todo, absolutamente de todo: lo que hacen, lo que no hacen, o lo primero que se les ocurre, quizá porque piensan que al considerarse el centro del mundo, todo lo que se refiera a ellos es de un un interés supremo, o tal vez lo único que tratan desesperadamente es lograr, de alguna manera, cierto reconocimiento para poder creerse ellos mismos que son el centro del mundo.

En el tercer domingo de Cuaresma tenemos un pasaje del Evangelio en el que merece la pena detenerse. Jesús, que se encuentra cansado, se sienta a descansar junto al pozo de Sicar, mientras sus discípulos han ido a hacer la compra. Pero en realidad está esperando a quien, pasado un rato, aparece sin saber que va a tener la inmensa fortuna de estar en el momento y lugar justos -no sé si el centro del mundo, pero sí el centro de su vida- en el que se va a encontrar ante El que otorga "un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna".

Ojalá en esta Cuaresma cada uno de nosotros pueda encontrarse con Él como la samaritana. Él, que nos aguarda para posibilitar ese encuentro en el que le descubrimos según nos va descubriendo; ese encuentro en el que nos vamos conociendo según le vamos conociendo. Qué bueno sería descender hasta ese pozo donde el agua de la vida es serena y cristalina; donde nuestra verdad más íntima es tratada con esa comprensión, esa ternura y esa misericordia. Qué bueno sería llegar a tener un diálogo de tú a tú, de corazón a corazón con ese hombre hecho Dios que abraza y venda nuestra pobreza y provoca en nosotros ese manantial de amor y libertad espiritual, ese gran tesoro. Qué bueno ser aguardado por Él al borde del pozo y poder aliviar su sed y nuestra sed: sed de agua, sed de luz, sed de amor sin medida y vida.

La Samaritana va al pozo con el cántaro vacío al pozo para llenarlo, pero se encuentra con Jesús, y allí deja el cántaro, porque ya lleva esa agua de la alegría que no puede dejar de compartir con los demás. Que también nosotros bebamos de esa agua sacada del pozo que es Cristo, y calmará nuestra sed más viva. Después no podremos parar de contarlo y de llevar a otros hasta el encuentro con el Señor, para que también prueben esa agua que sacia el corazón. Porque una cosa muy distinta es hablar de uno mismo, y otra muy distinta hablar, no meramente con palabras, sino con la propia manera de estar en la vida, de lo que él ha hecho de nosotros.

Si eso nos ocurriera, si estamos dispuestos a que nos ocurra, ninguno de nosotros podría dejar de contarlo, porque lo más grande que te puede pasar es encontrarte y ser encontrado por Él; ser mirado por Él de ese modo, sin juicio, ni condena, y sentir cómo te renace y rebosa la vida. ¿Cómo poder callarlo? ¿Cómo poder contarlo? Venid y lo veréis; porque al igual que Moisés dio con su cayado en la roca en Massá y Meribá, y comenzó a manar agua para todos, el Señor puede transformar nuestra dura vida en un manantial que calme la sed más profunda de todos los que conviven contigo. Es el agua del amor que hará de esta la mejor de las vidas, porque esta preciosa agua se nos convertirá en el vino del banquete del Reino.

¿TIENES SED? ¿QUIERES DE ESA AGUA?


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