HORIZONTES CERCANOS
La vida se va pasando sin darnos apenas cuenta. El tiempo se nos va escapando poco a poco. Este incesante paso de los días puede percibirse como una pérdida irreversible, aunque también puede entenderse como el elemento imprescindible para ir elaborando y desplegando nuestra trama existencial, es decir, nuestra trayectoria biográfica singular. Sin tiempo no habría vida, aunque ello conlleve también el uso y disfrute de un tiempo que se nos va agotando según va siendo vivido. Por tanto, todo en nuestra existencia está marcado por esa magnitud temporal que interpretamos en una triple dimensión de pasado, presente y futuro.
De ahí que el ser humano proyecte tanto en lo que es, como en lo que hace. Siempre se está en algún momento del proceso, o más bien procesos, que simultáneamente estamos llevando a cabo, tanto sea en su inicio, continuación o conclusión. Y esto lo debe saber todo profesor, ya que a esto básicamente se reduce su tarea: a despertar, iniciar, acompañar y enriquecer procesos de aprendizaje y crecimiento personal tanto en él mismo como, por supuesto, en sus alumnos.
En el conocido pasaje de los discípulos de Emaús, que es el evangelio de este domingo tercero de Pascua, podemos apreciar gran cantidad de enseñanzas y significados en lo que hace y dice Jesús, pero también en el cómo lo hace y dice. Fundamentalmente en este evangelio tenemos a Jesús, Maestro de maestros, puesto que manifiesta cuál es el método pedagógico que emplea para que los que no saben comiencen a saber, para que los que ven, pero no reconocen, logren descubrir le esplendor inconfundible de la verdad.
Hay un libro del siglo III de nuestra era, escrito por Clemente de Alejandría titulado El pedagogo. En el que se va desgranando la figura de Jesucristo como el gran facilitador de verdaderos aprendizajes. Por ejemplo, hoy se nos propone diseñar situaciones de aprendizaje, cuando vemos que el propio Jesús se acerca a los dos discípulos de Emaús, que regresaban cabizbajos tras en rotundo fracaso de la muerte en cruz aquel profeta en el que tenían puestas sus esperanzas. Los discípulos ya traen consigo la situación a sus espaldas. Es el Buen Pedagogo el que sabe hacerse presente en la realidad de los discípulos para primero escucharla con interés y atención, y después establecer un diálogo esclarecedor, un análisis profundo que entronca con sus conocimientos previos, para facilitar que ellos mismos mismos sean los que le expresan que desean les siga enseñando, hasta que son capaces de reconocer quién es Él, entonces ya, iluminados y capaces de ver la realidad desde la esperanza, se marcha y les da autonomía.
Ojalá este método cristológico de suscitar procesos que llevan al discípulo a semejante aprendizaje pueda orientar nuestra práctica docente. Hay que bajar a la realidad de los discentes, hacerse presente, aprender sus lenguajes, entender lo que les pasa por la cabeza, por las manos, por el corazón. Hay que pisar el mismo suelo e ir por el mismo camino que ellos. Hacerles ver que lo que ignoran y lo que no han descubierto, pues les fue explicando pormenorizadamente el cumplimiento de las Escrituras -a esta fase se denomina en el lenguaje de la filosofía socrática como mayéutica-, y, finalmente, les conduce al aprendizaje por descubrimiento en la práctica, ya que solo al compartir el pan es cuando empiezan por fin a reconocer al Resucitado, esto es, lo que eran incapaces de reconocer aunque estaban delante de Él.
Podemos hacer muchas cosas en la enseñanza, unas más originales, otras más novedosas, otras "más difícil todavía", pero hemos de tratar de reproducir esos procesos de desvelamiento que propone y acompaña tan adecuadamente el Maestro de Nazaret, porque son los que funcionan, los que hacen experimentar una atracción por la verdad que ya por sí sola va motivando para aprender (¿No ardía nuestro corazón mientras por el camino?).
Pero ahora toca tratar de llevar ese encuentro pedagógico a nuestras aulas y pasillos mediante una pedagogía del encuentro personalizada que sea relevante e iluminadora, que les lleve a nuestros alumnos a descubrir quién es Jesús y quiénes son ellos, que les haga plantearse grandes horizontes cercanos y posibles, despertar en ellos la fuerza de la resurrección, y sean capaces de empezar a transformar toda su realidad en su día a día. Y de esta el modelo de educación que inspira a nuestro colegio y nuestra pastoral, y también la de todos los colegios que somos Educación y Evangelio.
¿Cómo? Pues con ilusión y esfuerzo, con ganas de afrontar entre todos este gran reto educativo, con esperanza, con compromiso y paciencia, pero sobre todo con verdadero amor por nuestros alumnos. Si la madre de Sócrates era matrona y de ella aprendió a facilitar un nacimiento a la verdad, nosotros entendemos que hay que renacer de nuevo por el agua y el espíritu del Resucitado para ser capaces de vivir en esa dinámica del reconocimiento y la búsqueda de la verdad, porque es ella y solo ella las que nos hace libres. Liberémonos y propongamos procesos de liberación en las personas con las que nos encontramos en medio del camino. Jesús, contigo estamos en proceso.
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