sábado, 15 de abril de 2023

Caer en la cuenta

CAER EN LA CUENTA

Mira que nos cuesta caer en la cuenta, descubrir por fin algo importante que se nos había pasado por alto, algo que tal vez era evidente, pero ni siquiera lo teníamos en consideración. Pero así somos los seres humanos, duros de mollera, duros de cerviz, redomados cabezotas, atentos tan solo a lo primero que captamos, normalmente lo básico, ya con eso nos creemos que lo sabemos todo y hasta vamos sobrados. Ya no quiero ni pensar cuando juzgamos así, a bote pronto y demasiado a la ligera a los demás, su comportamiento, o incluso su vida, y sin verdadero conocimiento de causa, para dejamos caer nuestro severo y tajante juicio condenatorio.

A menudo nos dejamos llevar por las primeras impresiones, y eso ya nos basta. Es muy cierto que las percepciones que nos llegan a través de los sentidos son una excelente fuente de información necesaria para reconocer el entorno y la situación en la que estamos. Es más, la privación de alguno de ellos supone una merma considerable a la hora de interactuar con el mundo, una gran limitación que tratamos de paliar a toda costa.

Pero, no por presteza y simplicidad, deberíamos terminar reduciendo la sensitividad (lo que percibimos a través de los sentidos) a la sensibilidad (todo lo que somos capaces de llegar a sentir). Decía el viejo Heráclito aquello de que "malos testigos son los sentidos para los que tienen el alma de bárbaro", y puede que efectivamente sepa el sabio de lo que está hablando. Empecemos por educar nuestros sentidos, desarrollémoslos, cultivémoslos, para saber degustar sabores, apreciar matices, variaciones, sutilezas, y poder llegar así a captar y admirar esa belleza de que la realidad está dotadísima.

El filósofo, pensador y escritor Javier Gomá se lamentaba la semana pasada en un dominical del triunfo de la vulgaridad frente a otras épocas donde a toda costa se trataba de aparentar, cuanto menos, ciertos modales e incluso refinamiento. Ponía como ejemplo la música actual que mayor popularidad alcanza: vulgar donde las haya, tanto en letras como en melodías. Parece que o educamos los sentidos o nos quedamos al margen de la gran cultura, de las formas y contenidos más sublimes que ha logrado el ser humano. Todos, también los educadores, tenemos parte de responsabilidad en no saber despertar en nuestros alumnos cierta atracción por lo selecto, lo mejor, pero también, y en último término, el propio sujeto será el verdadero responsable de sus logros.

Pero,dejando al margen el cultivo de los sentidos propio de los seres humanos, un error en el que con más frecuencia solemos caer en tropel es el de limitar lo existente a lo sensible. Parece un axioma muy asumido ese de que si no lo veo o no lo toco, ni me lo planteo. ¿A qué punto de desarrollo intelectual estamos llegando entonces?. Con esa disposición el hombre no hubiese progresado absolutamente nada en ningún campo del conocimiento. Afortunadamente el ser humano ha presentido, ha intuido, ha buscado más allá de lo evidente, ha deseado, ha propuesto, se ha puesto a indagar, ha creado, ha inventado, ha soñado. ¿Qué sería de nosotros si no nos extralimitáramos de lo evidente?

En el evangelio de este domingo de la octava de Pascua, vemos al apóstol Santo Tomás, que no se fiaba de lo que le decían sus amigos y compañeros, no les concedía ningún crédito. Tenía que constatar por sí mismo la resurrección de Jesús. Pero el propio Jesús resucitado, según se había pronunciado Santo Tomás, se ofrece Jesús a mostrarle sus heridas y a ponérselas al alcance de su mano.

No digo yo que no tengamos necesidad de creer empleando la razón, pero tal vez en el amor, además de indicios, haya que lanzarse asumiendo un riesgo. Para saber si Jesús ha resucitado has de reflexionar y sondear mucho, dar crédito, confiar y arriesgar mucho. El ser humano es capaz de adentrarse en los misterios, allí donde los sentidos y la razón se te quedan cortos, pero es allí, sin duda, donde alcanza su máxima altura. 

Busca desde y con el corazón, con todo tu ser sintiente y pensante al Resucitado, y trata de recoger evidencias de que está vivo y presente en medio de nosotros. No solo le encontrarás viviendo a él, sino que también tú estarás más vivo, más despierto, más lleno de vida. 

De poco sirve que yo te cuente que vive, pues hasta que como Santo Tomás no tengas experiencia de Él no podrás creer. Pero una vez que hayas tenido esa experiencia radical de la vida y verdad de su resurrección, ya nada ni nadie te podrá desengañar de que a veces no es tan necesario ver para creer, sino que también que hay que creer para ver. ¿Quién precisa entonces tocar para tener certezas? Muchas heridas hay por tocar y curar, y seguramente en ellas también podrás descubrir aquellas del que dio su vida en la cruz. 

   





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