sábado, 20 de mayo de 2023

El turno es nuestro

EL TURNO ES NUESTRO


Nos pasamos la vida preparándonos, pero nunca uno suele sentirse verdaderamente preparado para lo que pueda venir. Es más cómodo que otros nos hagan las cosas, o al menos que nos ayuden a solventarlas, pero así no funciona la mayor parte de las veces. Termina llegando el momento en el que te la ligas tú, te toca tratar arreglártelas por ti mismo, y comprobar que mal que bien, también eres capaz de afrontar los distintos atolladeros por los que toca pasar.

De igual manera que los niños aprenden a andar de la mano de sus padres, hasta que llega el momento decisivo y se sienten capaces de lo que anteriormente no podían, así también nosotros hemos de soltarnos y comenzar por nosotros mismos, aunque no nos demos ni cuenta que hay Alguien pendiente de nuestros posibles tropiezos.

Un ejemplo de este estilo es el que año tras año vamos comprobando cuando nuestros alumnos llegan a cuarto de la ESO, culminando una etapa educativa, y no les queda otra que abandonar el colegio donde han estado muy bien instalados y tranquilos. Porque si tenían cualquier problemilla, siempre sabían a quién recurrir, y no les iba a faltar una mano amiga que les ayudase y guiase. Aquí, se sentían muy seguros, porque efectivamente lo estaban. Ahora llega el momento en que este tramo vital tan agradable se les acaba. Hay que ir rompiendo el cascarón para atreverse a ver cómo es el mundo ahí fuera. No pasa nada, lleváis muy buen equipaje, el que os han dado en casa y el que os hemos tratado de aportar en vuestra querida Providencia. Confiad, pues lo que tenga que venir será manejable y os seguirá ayudando a superaros aún más.

A los primeros apóstoles les pasa hoy lo mismo que a nosotros, que no nos lo terminamos de creer, que cuando nos llega el momento de la verdad, de dar los primeros pasos, nos entran los temblores, las inseguridades, y puede incluso que hasta nos flaquee la confianza en nosotros mismos. Hoy asistimos a la solemnidad de la Ascensión de Cristo resucitado a los cielos, el retorno al seno del Padre. Regresa al lugar del que vino tras compartir su existencia con sus discípulos. Él vuelve a ocupar su sitio sin desentenderse de nosotros, pero nosotros notamos su falta, aunque seguimos percibiéndole presente sacramental y espiritualmente. No nos ha abandonado, pero el turno es ahora nuestro.

Antes de elevarse nos deja bien claras las pocas instrucciones necesarias para hacer fructificar su legado. Ahora es tiempo de misión, justo la que Él nos deja encomendada. Y solo se podrá asumir esa misión, y acertar en ella, si procedemos tal y como nos indica. Observemos los verbos empleados por Jesús. Comprobamos que están mayoritariamente en imperativo y son: id, haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos, enseñándoles y sabed. Constituyen toda una hoja de ruta propuesta para la construcción de la gran comunidad de discípulos de Jesús, ese Dios encarnado que vence a la muerte con la rotunda fuerza de su inmenso amor; que redime al hombre y nos convierte a todos en hermanos e hijos del mismo Dios. 

Por tanto, para ser y hacer Iglesia en primer lugar hemos de ponernos en movimiento (id) abandonando comodidades y seguridades, aventurarse, salir en libertad buscando hacer el bien y la voluntad del que es el Bien, porque es su Reino el que vamos a construir.

Para ser y hacer Iglesia después hemos de tratar de ser testigos fieles, creíbles y capaces de contagiar ese entusiasmo por el seguimiento a Jesús. Y este ofrecimiento es para todo ser humano, independientemente de su cultura y lengua, entre otros motivos porque todos andamos sedientos de la buena noticia de Jesús, y que solo esta puede calmar las más hondas inquietudes del ser humano. 

Para ser y hacer Iglesia también hemos de pasar por el bautismo, o lo que es lo mismo, volver a nacer de nuevo como criaturas renovadas en las que ya Cristo mora. Dejémonos pues hacer por su gracia transformadora. Es Él, mediante el sacramento bautismal, el que nos hace pertenecer a la Iglesia, que es su cuerpo. Expándase, con la singular vocación de cada uno, ese cuerpo eclesial de Cristo por toda la faz de la tierra. Todos tenemos cabida y misión en su proyecto.

Para ser y hacer Iglesia hay que asumir la preciosa tarea de enseñar al Señor de la Vida y mostrar lo que hace Él con nuestras vidas. ¿Cómo enseñar la reconciliación si no estamos reconciliados? ¿Cómo enseñar la misericordia si no somos misericordiosos? ¿Cómo enseñar la oración si no vivimos en oración? ¿Cómo enseñar lo que es la Providencia si no somos Providencia? Solo siendo buenos discípulos podremos enseñar al Maestro.

Y todo sabiendo que es Él el que importa, Él el que salva, Él al que hay que anunciar, y que nosotros solo somos trabajadores de su viña, meros servidores agradecidos a Dios y a los hombres. Pero sin olvidar que asumiendo este compromiso por la misión, encontramos nuestra felicidad y el sentido pleno a lo que somos.

Por tanto ¿qué hacemos todavía mirando al cielo? Cuando tenemos que empezar ya a realizar sus obras. 

 





2 comentarios:

  1. Feliz día de la Ascensión!!
    Y felicidades también por el comentario de hoy.
    No tengo palabras para darte las gracias por las reflexiones que haces en el blog de la Providencia. Es de lo mejor que encuentro. Que el Señor te siga inspirando para que puedas compartir todo lo que se nota que vives. Un abrazo

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  2. Muchas gracias, A. Villena, e igualmente muy feliz día de la Ascensión.

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